Blake Edwards falleció la semana pasada en Brentwood (California), a los 88 años de edad. Con su desaparición, los amantes del cine perdemos el último eslabón que quedaba entre los grandes directores de comedia pura y quienes, a día de hoy, pretenden hacer reír a los espectadores utilizando las herramientas que aquellos utilizaron con habilidad y precisión suiza y que, en manos modernas, no siempre funcionan del mismo modo.
Junto con Billy Wilder, el director de "Victor o Victoria" ha sido para un servidor, garantía de diversión. En realidad, el estilo de ambos son polos opuestos: el creador de "Con faldas y a lo loco" estimulaba más la materia gris a través de unos diálogos antológicos y una ironía sangrante mientras que Edwards, admirador incondicional del humor mudo de Laurel y Hardy o Buster Keaton, planteaba en sus obras una diversión más visual, más física y directa que la que aparecía en las comedias del maestro Wilder. Y si en una película alcanzó su cénit este humor recio que fue el sello personal del fallecido director norteamericano, esa fue, sin duda alguna, "El guateque".
Mi primer contacto con "El guateque" fue una noche en la que la segunda copa de más era ya sólo un recuerdo. La televisión de aquel bar estaba encendida y entre vapores etílicos distinguía de cuando en cuando al genial Peter Sellers, opositando para ser Baltasar en la próxima Cabalgata de Reyes y repartiendo sonrisas en una fiesta en la que no parecía encajar. Me acosté varias horas después con una melopea fenomenal y la nebulosa sensación de que tras esas imágenes difusas que retenía en la memoría habitaba una gran película.
A la mañana siguiente, mi resaca y yo enfilamos al videoclub (¡qué tiempos!) y con cuatro pinceladas, el encargado supo al instante de lo que estaba hablando. Aquella tarde, tras una reparadora siesta de las de bacinilla y padrenuestro, metí la cinta en el vídeo y pasé los noventa minutos más divertidos de mi vida. Desde entonces he pasado por la experiencia de ver "El guateque" en numerosas ocasiones. Demasiadas, según la bella señora Winot. Nunca suficientes, según el que suscribe.
Hay que estar en plena forma para no perecer durante la proyección de "El guateque": no es fácil aguantar una hora y media sin parar de reír. Hay abdómenes que pueden no soportar tanto trabajo. Literalmente, desde el primer segundo, los gags (odio el palabro, pero, la verdad, no logro encontrar un término cristiano que transmita la misma idea) comienzan a sucederse en la pantalla y no dejan de generarse durante una hora y media torrencial en la que es imposible dejar de reír y que cambió el mundo de la comedia para siempre jamás.
La intención de Edwards era que "El guateque" fuera una película muda: un actor calamitoso de origen indio (Peter Sellers, perfecto como el inolvidable Hrundi V. Bakshi) es invitado por error a una fiesta de jerifaltes del mundo del cine, donde su excepcional torpeza provoca todo tipo de disparates. Punto. Apenas sesenta páginas de guión y una sumisión total del director a la improvisación de sus actores (de hecho, Edwards sólo colocaba las cámaras una vez que los protagonistas habían ensayado sus escenas y aportado sus ideas). Si bien me alegro de que su idea no triunfara (nos hubiéramos perdido el asombroso trabajo de Sellers hablando en hindi y, por supuesto, la extraordinaria secuencia de Bakshi alimentando a un loro nunca hubiera podido ser tan redonda) es evidente que "El guateque" puede verse sin sonido y disfrutarse (casi) con la misma intensidad.
Los minutos antológicos que preceden a los títulos de créditos (excelentes, por cierto, y donde también se suceden los chistes a ritmo de Henry Mancini), la odisea con el zapato blanco, el encuentro con Wyoming Bill Kelso (un divertido y jovencísimo Denny Miller), la mítica cena con Sellers acurrucado en una esquina mientras los pollos asados vuelan por los aires y los camareros reparten la ensalada con las manos, el momento musical con "Nothing to lose" y por supuesto, Sellers, Sellers y Sellers que hace una interpretación de capitán general y que carga casi al completo con la película sin apenas desaparecer de plano en los más de noventa minutos de metraje. Y digo casi porque por allí también pulula el etílico camarero que inmortaliza Steve Franken y cuyas memorables apariciones en pantalla logran incluso eclipsar el desmesurado talento del quisquilloso y genial actor británico.
Imagino que la mayoría ya habréis visto esta indiscutible obra maestra. Los que no, pueden enviarme un correo a mi dirección de e-mail para que les dé mis señas: una recomendación como ésta, bien se merece una buena botella de brandy. Aunque, como bien sabe el camarero Levinson, Bakshi no bebe.
Junto con Billy Wilder, el director de "Victor o Victoria" ha sido para un servidor, garantía de diversión. En realidad, el estilo de ambos son polos opuestos: el creador de "Con faldas y a lo loco" estimulaba más la materia gris a través de unos diálogos antológicos y una ironía sangrante mientras que Edwards, admirador incondicional del humor mudo de Laurel y Hardy o Buster Keaton, planteaba en sus obras una diversión más visual, más física y directa que la que aparecía en las comedias del maestro Wilder. Y si en una película alcanzó su cénit este humor recio que fue el sello personal del fallecido director norteamericano, esa fue, sin duda alguna, "El guateque".
Mi primer contacto con "El guateque" fue una noche en la que la segunda copa de más era ya sólo un recuerdo. La televisión de aquel bar estaba encendida y entre vapores etílicos distinguía de cuando en cuando al genial Peter Sellers, opositando para ser Baltasar en la próxima Cabalgata de Reyes y repartiendo sonrisas en una fiesta en la que no parecía encajar. Me acosté varias horas después con una melopea fenomenal y la nebulosa sensación de que tras esas imágenes difusas que retenía en la memoría habitaba una gran película.
A la mañana siguiente, mi resaca y yo enfilamos al videoclub (¡qué tiempos!) y con cuatro pinceladas, el encargado supo al instante de lo que estaba hablando. Aquella tarde, tras una reparadora siesta de las de bacinilla y padrenuestro, metí la cinta en el vídeo y pasé los noventa minutos más divertidos de mi vida. Desde entonces he pasado por la experiencia de ver "El guateque" en numerosas ocasiones. Demasiadas, según la bella señora Winot. Nunca suficientes, según el que suscribe.
Hay que estar en plena forma para no perecer durante la proyección de "El guateque": no es fácil aguantar una hora y media sin parar de reír. Hay abdómenes que pueden no soportar tanto trabajo. Literalmente, desde el primer segundo, los gags (odio el palabro, pero, la verdad, no logro encontrar un término cristiano que transmita la misma idea) comienzan a sucederse en la pantalla y no dejan de generarse durante una hora y media torrencial en la que es imposible dejar de reír y que cambió el mundo de la comedia para siempre jamás.
La intención de Edwards era que "El guateque" fuera una película muda: un actor calamitoso de origen indio (Peter Sellers, perfecto como el inolvidable Hrundi V. Bakshi) es invitado por error a una fiesta de jerifaltes del mundo del cine, donde su excepcional torpeza provoca todo tipo de disparates. Punto. Apenas sesenta páginas de guión y una sumisión total del director a la improvisación de sus actores (de hecho, Edwards sólo colocaba las cámaras una vez que los protagonistas habían ensayado sus escenas y aportado sus ideas). Si bien me alegro de que su idea no triunfara (nos hubiéramos perdido el asombroso trabajo de Sellers hablando en hindi y, por supuesto, la extraordinaria secuencia de Bakshi alimentando a un loro nunca hubiera podido ser tan redonda) es evidente que "El guateque" puede verse sin sonido y disfrutarse (casi) con la misma intensidad.
Los minutos antológicos que preceden a los títulos de créditos (excelentes, por cierto, y donde también se suceden los chistes a ritmo de Henry Mancini), la odisea con el zapato blanco, el encuentro con Wyoming Bill Kelso (un divertido y jovencísimo Denny Miller), la mítica cena con Sellers acurrucado en una esquina mientras los pollos asados vuelan por los aires y los camareros reparten la ensalada con las manos, el momento musical con "Nothing to lose" y por supuesto, Sellers, Sellers y Sellers que hace una interpretación de capitán general y que carga casi al completo con la película sin apenas desaparecer de plano en los más de noventa minutos de metraje. Y digo casi porque por allí también pulula el etílico camarero que inmortaliza Steve Franken y cuyas memorables apariciones en pantalla logran incluso eclipsar el desmesurado talento del quisquilloso y genial actor británico.
Imagino que la mayoría ya habréis visto esta indiscutible obra maestra. Los que no, pueden enviarme un correo a mi dirección de e-mail para que les dé mis señas: una recomendación como ésta, bien se merece una buena botella de brandy. Aunque, como bien sabe el camarero Levinson, Bakshi no bebe.
6 comentarios:
Siempre me han encantado sus películas. Es dificil quedarse con alguna, pero a mi me fascinó Desayuno con diamantes
http://www.goear.com/listen/db5b9cb/moon-river-bso-breakfast-at-tiffanys
De lo más sofisticado de Edwards, María. Siendo una obra mravillosa y con una banda sonora de leyenda, me quedo con el lado más irreverente del director norteamericano.
Descanse en paz.
Le sigo ;)
Gracias, Cinemagnific. No le pierdo de vista.
Buenas.
"El Guateque" es una de las mejores comedias de la historia, creo que la vi por primera vez con unos diez años y desde entonces la he visto incontables veces y siempre me he vuelto a reír como la primera vez, bueno, tal vez más por que ya se lo que viene.
Un detalle, en esa película fue la primera vez que se uso el vídeo como ayuda para ver in situ y al momento el resultado de las tomas filmadas.
Saludos.
PD. Soy del 62, así que me beneficié de que en la TV tenían la costumbre de emitir cine de calidad ;)
Cierto, Antonio. La propia dinámica del rodaje, con improvisaciones continuadas hacía necesario contemplar casi "on line" las escenas rodadas antes de mandarlas a positivar. Aquello tuvo que ser un desmadre de órdago. Pena habérselo perdido, oiga usted.
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