lunes, 23 de febrero de 2009

Por española


No soporto a Penélope Cruz. Y no es por seguir esa costumbre tan nuestra y tan estúpida, por cierto, de recelar y cargar contra lo propio. Simplemente no la soporto. Y me daría igual que fuera española, sueca o canadiense, rubia o morena, alta o baja, actriz o reponedora en un supermercado. En pocas palabras, su presencia en una pantalla me resulta inadmisible. Y no va a dejar de serlo por ser española o por ganar un Oscar.

En estos tiempos tan nacionalistas que vivimos, un servidor no se tapa con otra bandera que la del trabajo bien hecho. Dentro y fuera de nuestras fronteras, un buen número de españoles llevan a cabo su trabajo con una calidad extraordinaria y otro buen número de ellos hacen de la chapuza un arte y del marketing un arma de destrucción masiva. Sin salirnos del mundo del cine, personajes como Javier Bardem, Alejandro Amenabar o Pedro Almodovar han vuelto a España con un Oscar debajo del brazo y, con sus lógicos matices, existía una cierta coincidencia en catalogar el premio como merecido, en primer lugar y como entregado a un español en segundo. En el caso de Penélope Cruz eso, desgraciadamente, no ha sido posible. Y la razón es muy clara.

A diferencia de sus predecesores, Penélope Cruz es una artista limitada. Muy limitada, de hecho. Dejando a un lado su experiencia con Fernando Trueba en "La niña de tus ojos" y, con matices, su papel en "Volver", de Pedro Almodovar, nuestra flamante compatriota se ha limitado, durante toda su carrera, a pasear sus morritos por no menos de una docena y media de mediocridades absolutas y a pasar desapercibida en otras tantas buenas producciones acreditando una falta de destreza en la dicción ciertamente portentosa y, eso sí, haciendo gala de un poderío vocal y gestual ciertamente extraordinario.

Desde que descubrió que el histrionismo no era una infección cutánea, nuestra Pe se ha hinchado a gritar, gesticular y manotear en el aire como si le faltara el aliento o su compañero fuera sordo y ciego. Sus ojillos de cordero degollado han acompañado un fogoso encuentro sexual y no han sufrido mutación alguna cuando de leer la Biblia se ha tratado. En este sentido, su papel en la execrable "Vicky, Cristina, Barcelona" es puro Pe. Por si fuera poco, es antipática, agria y carece del menor rastro de estilo que le impida parecer la vecina del quinto en una mala mañana sin dedicar al asunto no menos de seis horas de modista, peluquero y maquillador

Lo que sí hay que reconocer a la niña es que ha diseñado su carrera con la precisión de un cirujano. A golpe de polvo, podríamos decir ( veremos lo que tarda en despachar a Bardem una vez lograda la reluciente estatuilla): hoy aparezco junto a esta estrella de Hollywood, mañana enredo a Isabel Coixet para que me dé un papel serio y académico y pasado me visto de monja para visitar el Sahara en compañía de un cowboy de rudos modales. Es evidente que el sistema ha funcionado a las mil maravillas y desde hoy, en la repisa de su salón descansa un premio que por el momento no lo ha hecho en las de Glenn Close, Annette Bening, Julianne Moore o Joan Cusack. ¿El primer Oscar entregado por la Academia para una actriz española? Sin duda. Ahora, ¿la mejor actriz secundaria del año? Por favor, un respeto a la profesión.

martes, 17 de febrero de 2009

Como a Felipe II


Hace poco y con motivo de la participación del presidente del gobierno en "Tengo una pregunta para usted", el programa de Lorenzo- memolomazo- Milá, un honorable miembro de la especie tertulianus todoterrenus comentaba que había sido sorprendente comprobar la pachorra con la que Zapatero había despachado la teórica prueba de fuego que supone enfrentarse a un auditorio previsiblemente arisco y hambriento de sangre presidencial. Haciendo bueno aquello de "manzanas traigo", el presidente había interpretado una danza cuando era cantar lo que se le exigía y flexionaba con energía las rodillas cuando lo que el público pedía era extender el bíceps. Había escapado vivo de la encerrona y nadie había podido turbar su feliz existencia. El pobre hombre no lo entendía y, sin embargo, como ha puesto de manifiesto la reciente encuesta del CIS, la razón es tan evidente, que asusta.

Con las las alternativas que tiene el electorado, ¿cómo podría pensar el presidente que su puesto está en peligro? A pesar de la crisis, de las mentiras acerca del alcance de este vendaval financiero y de lograr cotas de paro como no se recuerdan, su valoración por los electores apenas cede posiciones. Y, por si fuera poco, su principal adversario se mueve menos que la Dama de Elche. Si haciendo malabarismos lingüísticos y piruetas dialécticas con red y arneses no es posible restarme votos, ¿por qué dar mensajes comprensibles y privar a mi auditorio de mi conocida habilidad en la creación de pompas de jabón? Si mareando la perdiz, mis perseguidores no avanzan un centímetro, ¿merece la pena liarse a cocinarla? Si algo funciona, ¿para qué cambiarlo?

Además, no hay que olvidar que, haciendo honor a la verdad, a día de hoy, la oposición carece de la menor oportunidad de arañar más allá de un par de papeletas despistadas. El Partido Popular, perdido en sus luchas internas y llevando a cabo esa política de salón, tan dulce y sofisticada, le pone la carrillera al sectarismo insultante de los Blancos, Bermejos y similares, que se hinchan a repartir sin apenas despeinarse. Por si fuera poco y eso no hay que olvidarlo, les acaban de pillar en un asunto de corrupción de primera magnitud de la que, tercie o no montería, van a salir de barro hasta las cejas y el gobierno les va a poner las duchas bien lejos. Más allá de las próximas legislativas, probablemente.

El resto de los partidos o bien son una sombra insignificante apolillada en el tiempo como la pobre gente de Izquierda Unida (Gracias, Gaspar, suerte en tu cruzada) o carecen del menor peso fuera de sus fronteras , caso del PNV o CIU (lo que, por cierto, me lleva, de nuevo a plantearme que puñetas pinta esta gente fuera del Senado, habitat natural de las territorios. En fin). UPyD, los únicos que realmente están aportando ideas, desmontando absurdas bravatas y dando el do de pecho en los debates son, desgraciadamente, poco representativos, cortesía de nuestro lamentable sistema electoral.

Por lo tanto, es normal que el presidente de audiencia a la prensa, a los ciudadanos y al maestro armero y familia si fuera preciso porque es imposible estar más seguro de que no hay nadie a menos de cien kilómetros a la redonda que pueda quitarte la sombrilla. Y si alguno apunta una escapada, se busca un chivo expiatorio que calme a las masas, como Bush, el capitalismo (feroz, por favor) o los bancos y asunto arreglado. Así cualquiera.

domingo, 8 de febrero de 2009

El curioso caso de David Fincher


Dios escribe recto con renglones torcidos. Algo similar le ocurre a la mente. Si, por poner un ejemplo intento pensar en mi director de cine favorito de los últimos años, acuden a mi pensamiento nombres como Woody Allen, Martin Scorsese, Sam Mendes o Clint Eastwood. Pero, si, por otra parte, intento acordarme de las películas que más me han gustado durante el mismo periodo de tiempo, curiosamente, nunca acuden a primera convocatoria la que aquéllos han realizado en esos años, sino títulos como "Seven", "El club de la lucha" o "Zodiac" que, casualmente, corresponden a un mismo realizador, David Fincher, al que, por otra parte, jamás hubiera incluido entre mis directores favoritos. Hasta hoy, claro, día en el que, tras ver su última obra, "El curioso caso de Benjamin Button", no se produce un mensaje de error, sino algo coherente y comprensible: el mejor director de los últimos años ha realizado la mejor película de los últimos años.

Tomando como base la premisa argumental de un relato corto de F. Scott Fitzgerald del mismo nombre, "El curioso caso de Benjamin Button" narra, a través de la lectura de su diario, la vida del mencionado Benjamin, (Brad Pitt), cuya existencia se ve marcada desde el nacimiento por un capricho del tiempo que le hace venir al mundo con la apariencia de un anciano y el cuerpo de un bebé. Desesperado por la muerte de su mujer y horrorizado por el aspecto del recien nacido, su padre (Jason Flemyng) lo abandona en una casa que resulta ser una residencia de ancianos regentada por Queenie (Taraji P. Henson) que lo acoge y adopta como propio. Mientras el tiempo pasa y todo lo que le rodea, padece el transcurrir del tiempo, Benjamin avanza en la vida rejuveneciendo a cada instante. La entrada en su vida de la pequeña y vital Daisy (Elle Fanning ) marca el inicio de un amor que perdurará en el tiempo hasta sus últimas consecuencias y que alcanzará su plenitud años después, cuando Benjamin vuelva de la Segunda Guerra Mundial con el corazón destrozado y la joven Daisy se haya convertido en una mujer (Cate Blanchett) hermosa y cosmopolita.

Resulta muy difícil hacer una crítica de una película cuando el asombro ha rodeado las casi tres horas de metraje sin dejar un respiro al aburrimiento, al desencanto o a la simple indiferencia. "El curioso caso de Benjamin Button" es de una grandeza tan extraordinaria que el problema reside, precisamente en encontrar algo especial que destacar. Desde el apabullante prólogo en el que se narra la fábula de un ingeniero que construyó un reloj cuyas agujas desandaban el tiempo con la esperanza de recuperar a los hijos perdidos en la guerra hasta el sobrecogedor plano que corona un tramo final de una belleza y lirismo como es difícil encontrar otro en la historia del cine moderno, el guión de Eric Roth se alía con la pirotecnia visual de un David Fincher en estado de gracia para sorprendernos a cada instante con un giro ingenioso (el reencuentro de Benjamin con su padre) o una secuencia deslumbrante (el ataque al submarino durante la II Guerra mundial o el accidente en Paris). Todo ello aderezado con la magistral música que el francés Alexandre Desplat ha creado para la ocasión y que lo confirman como el compositor más en forma del panorama cinematográfico tras las maravillosas "El velo Pintado" y "The Queen" entre otras.

Además de un maestro en la planificación y visualización de la historia, Fincher demuestra ser un excelente director de actores. Que Cate Blanchett es, tal vez, la actriz más completa de su generación es ya un secreto a voces y "El curioso caso de Benjamin Button" no hace sino incidir sobre el mismo punto. Lo que ya no era tan evidente, al menos para un servidor, es que Brad Pitt fuera a hacerle sombra y, sin embargo, el marido de Angelina Jolie cumple con creces en un papel diabólico, un caramelo envenenado que le obliga a permanecer en escena durante la práctica totalidad del metraje, evolucionando a cada minuto y encontrándose, por el camino con un plantel de actores deslumbrante en el que además de la gran Cate destacan Tilda Swinton, Jared Harris y, especialmente, el gran descubrimiento de esta película, Taraji P. Henson que, en justicia, debería tener en la repisa de la chimenea de su casa el Oscar a la mejor actriz secundaria el próximo 22 de febrero.

El poeta indio Rabindranath Tagore escribió que la muerte canta noche y día su canción sin fin como un mar alrededor de la soleada isla de la vida. Creo que no hay mejor modo de expresar lo que "El curioso caso de Benjamin Button" muestra magistralmente en imágenes: que la vida merece vivirse. A pesar de la muerte.

lunes, 2 de febrero de 2009

No me llames Dolores


Una compañera que tuve hace muchos años solía desahogarse tras las reuniones especialmente agotadoras con algún cliente sobrado de estupidez, mascullando alternativamente dos sentencias que, desde entonces, permanecen como fórmulas recurrentes en mi vocabulario habitual: "hay gente que está en el mundo porque Dios no pasa lista" y "toda la vida matando tontos...... y no se acaban, señores".

Natural de esa región española que se ve obligada a reivindicar su existencia un día sí y otro también, ignoro si esas fórmulas que utilizaba son típicas de la zona o, por el contrario, son de uso común. Nunca las he oido en boca de otra persona, por lo que, quizás incluso, son de cosecha propia. Lo que es cierto y no admite disputa es que están de rabiosa actualidad. Abrir un periodico, encender el televisor o escuchar alguna tertulia radiofónica son espoleta del mecanismo.

Sin ir más lejos, hoy he tenido la oportunidad de escuchar al honorable ex-coordinador de Izquierda Unida gastando su intelecto (o sobresaturándolo, quién sabe) en denunciar el tinte franquista que otorga el término "nacional"a Radio Nacional de España. Por educación y por no cebarse con el hombre que consigió que Izquierda Unida hiciera un memorable papelón en las pasadas elecciones y perdiera tres de los cinco diputados obtenidos en 2004, el gobierno ha trasladado la parida al presidente de la RTVE que, con mucha delicadeza ha declarado que él no puede contestar preguntas formuladas al ejecutivo. Imagino que, porque mandar a freir monas a un diputado, puede ser políticamente incorrecto y aquí todos somos muy formales. El fenómeno, que para estas idioteces, tenaz y obstinado lo es un rato, ha declarado que, con esta maniobra, el ejecutivo intenta "eludir su responsabilidad" y "dar una larga cambiada, evitando así tener que pronunciarse sobre este tema". Como si Zapatero y compañía no tuvieran bastante temas que eludir ya como para incluir éste en la lista.

Desde este humilde rincón y con todo nuestro cariño, invitamos al cruzado a que no desespere por este primer revés del destino y le deseamos, de todo corazón, suerte en su campaña de purificación política. La Biblioteca Nacional, la Audiencia Nacional, la Policía Nacional, el Observatorio Astronómico Nacional, Patrimonio Nacional, el Instituto Nacional de Estadística y la Universidad Nacional a Distancia, sin olvidar a la Organización Nacional de Ciegos y a la Comisión Nacional del Mercado de Valores entre otros cien organismos e instituciones, esperan con ansiedad la llegada de nuestro amigo Gaspar y su pátina de modernidad y progresía. Así, por lo menos, cuando vean sus sueldos congelados, sus hipotecas ejecutadas y a sus hijos en el paro, nadie podrá tacharlos de franquistas y antipatriotas. Se me acaban las balas, Dolores.