miércoles, 26 de enero de 2011

Desde el desván


Como ya comenté hace un par de semanas, con motivo de la entrada número doscientos, durante este año 2011 voy a ir recuperando algunos escritos de los que, por uno u otro motivo estoy particularmente orgulloso.

En algún caso, será por la calidad que, desde un punto de vista completamente personal, atesore el escrito. En otros, el mérito residirá en haber sabido pulsar las teclas adecuadas para generar controversia y un vigoroso caudal de opiniones. Arrincono expresamente los más ligados a la actualidad del momento que, obviamente, quedan desdibujados por el tiempo y pierden toda su esencia cuando se sacan del contexto en el que fueron escritos.

Algunas de las piezas se publicarán tal cual aparecieron originalmente, pero como ocurriría si se tratara de una vieja mecedora, no descarto volver a mostrar algunas otras convenientemente barnizadas, desempolvadas con pulcritud o, quién sabe, convertida en una cesta para fruta. Para bien o para mal, el tiempo al pasar, todo transforma. Incluso las ideas más firmes e indiscutibles.

Tras varios titubeos acerca del nombre con el que identificar estos escritos ("El baúl de los recuerdos" o "Los que fueron" llegaron a la criba final) he decidido, finalmente, que la sección se llamará "Desde el desván". Me parece preciso, muy indicativo del objetivo que persigo (sacar a la luz elementos que, por el paso del tiempo han perdido pie y puede ser interesante rescatar) y, sobre todo, sugestivo y musical. A mí, me gustaría leer una sección con ese nombre. Espero que a vosotros también.

sábado, 22 de enero de 2011

Cinco razones para no perderse "I saw the devil"


1.- Es difícil encontrar una película tan larga que se haga tan corta: Ciento cincuenta minutos (segundo más o menos) que se pasan en un pestañeo es el tiempo que utiliza el realizador coreano Kim-Ji-woon para dar forma a "I saw the devil", una batalla a muerte entre Kyung-chul, un inhumano asesino, y Soo-hyun el prometido de una de sus víctimas. No hay respiro. La mecha se enciende en la nieve y explota en una perdida carretera por la que alguien avanza sin poder contener el llanto. Entre ambos momentos, se desarrolla una montaña rusa con una media hora final sólo apta para espectadores sin problemas cardiovasculares.

2.- La temática vengativa, que tiene un perverso, pero innegable encanto: El ajuste de cuentas debe ser deporte nacional en Corea, contándose por docenas las cintas que llegan desde el país asiático con la ley del Talión como hilo conductor. "I saw the devil" es la cumbre absoluta de este cine extremo y retorcido con el ojo por ojo como ingrediente fundamental. Tras asistir a las atroces imágenes y los enfermizos giros de guión de la cinta de Kim-Ji-woon y a la luz de otras películas nacidas en idénticas latitudes que han pasado por mis retinas, me inquieta profundamente la estabilidad mental de los cineastas que de allí surgen.

3.- Choi Min-sik vuelve a demostrar que es uno de los grandes: Tras su extraordinaria interpretación en "Old boy", el actor coreano riza el rizo con su composición de Kyung-chul, uno de los personajes más odiosos, perversos y despreciables que el cine moderno ha tenido el arrojo de mostrar en una pantalla de cine. De un estúpido paleto amante de los objetos contundentes a un sicópata superdotado, de provocar una nausea matizada por los acontecimientos que lo mandan al hospital, a sanguinaria bestia por la que es imposible sentir compasión alguna. La intensidad interpretativa del actor coreano es tan enorme (atención a la secuencia en el invernadero) que, a su lado, el resto del reparto queda en sombras, incluida su némesis a quien da vida un hierático Lee Byung-hun en su tercera colaboración con el director coreano tras "El bueno, el malo y el raro" y la muy recomendable "Bittersweet life".

4.- Las secuencias de acción son de lo mejor de los últimos años: Teniendo en cuenta lo dicho hasta ahora, no creo desvelar misterio alguno si adelanto que en "I saw the devil" hay acción a raudales. De hecho, a pesar de su interesante discurso moral (¿debe un hombre convertirse en un monstruo para dar caza a otro monstruo?) los diálogos son escasos y salvo un par de excepciones (la última conversación entre los contendientes y la secuencia en la cabaña entre Kyung-chul y un grupo de amigos), poco enjundiosos. Entre medias, el director coreano da una magistral sobre como rodar peleas, persecuciones y tiroteos sin necesidad de utilizar ángulos imposibles, música ensordecedora o planos de un segundo. Gente como Marc Foster, Jon Favreau o Sam Raimi deberían ver un par de veces la ya mencionada pelea en el invernadero o la secuencia en la clínica donde Kyung-chul se recupera de sus heridas, antes de volver a ponerse detrás de una cámara.

5.- No es apta para todos los públicos: Hay gente para todo. Y que algunas de las salvajadas más impactantes que un servidor ha contemplado en una pantalla tengan lugar en esta cinta, sin duda, puede ser una buena razón para algunos para acercarse a esta película. Secuencias como la que acontece en el interior de un taxi (asombrosa la capacidad de Kim-Ji-woon para convertir el interior del vehículo en una olla a presión) o el encuentro en el hospital entre Soo-hyun y uno de los despreciables amigotes de Kyung-chul son de las que hielan la sangre. Al mostrar algunas de ellas fuera de campo (estremecedor el uso del sonido en las secuencias que se desarrollan en la guarida de Kyung-chul) y otras con todo lujo de detalles, el espectador se ve imposibilitado para despegarse de un buen cojín al que agarrarse, incapaz de saber si lo que viene a continuación es una elegante elipsis o un aterrador primer plano.

miércoles, 12 de enero de 2011

Punto y final: Juan Manuel de Prada


Siempre he sentido por Juan Manuel de Prada y por su obra una intensa aversión. Lo de menos es, sin duda, el ámbito personal; del mismo modo que existen personas que, nada más verlas conectan rápidamente con nuestro afecto, hay otras, como podría ser el caso del escritor vasco que provocan un rechazo automático tan injustificado, pero al mismo tiempo tan indiscutible como lo pueda ser el vínculo amable que con otros creamos a similar velocidad.

En lo que a sus libros toca, la alergia que siento hacia ellos tiene su origen en la tediosa experiencia que supuso pasarme por la piedra su novela "La tempestad", un suplicio inenarrable que fue galardonado con el Premio Planeta a finales de los noventa. No dudo que la corona le proporcionara considerable beneficio, pero, para el que suscribe, esa obra vacía, emperifollada y redundante fue el canto de cisne de un romance literario que, por otra parte, nunca empezó.

Desde entonces, la verdad, le he perdido mucho la pista: sé que le robaron un portátil con un libro concluido del que nunca volvió a saberse (alguien debería haberle hablado de las copias de seguridad, esas grandes desconocidas), que publicó algún que otro ladrillo más y que parece haber encontrado la fuente de la vida (intelectual) en la radio, donde colabora como contertulio, modalidad "dequesehablaquemeopongo" y en la prensa escrita publicando artículos con bastante asiduidad y de los que huyo como de la lepra.

Sin embargo, los interminables noventa minutos que la bella señora Winot y el que suscribe se vieron obligados a soportar en la sala de espera del ginecólogo que traerá al mundo a la hermosa Alejandra Winot a primeros de abril han obrado el milagro. Si, antes de empezar a leer hubiera visto el nombre del autor tengo por seguro que esta entrada no existiría. Pero no fue así y no tengo más remedio que reconocer que, en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, suscribo hasta la última coma de cuanto el pasado domingo, el amigo de Prada publicó en el semanal de ABC. Extracto lo más relevante, pero no tiene desperdicio.

"Yo podría entender que se cerrasen las páginas de descargas de Internet si previamente nuestros gobernantes proclamasen con solemnidad: «Establecemos que toda forma de transmisión gratuita de la cultura debe considerarse delictiva; y que toda persona, física o jurídica, que contribuya a la misma será puesta a disposición judicial» (...) Lo que, en cambio, no puedo entender es que nuestros gobernantes pretendan cerrar las páginas de descargas de Internet y castigar a sus administradores mientras, por ejemplo, mantienen abiertas las bibliotecas públicas. (...) que se dedican a lo mismo, que es la transmisión gratuita de cultura (...)

Algún lector (...) me ha reprochado: «¿Le gustaría a usted que mañana un multimillonario filántropo se dedicara a imprimir sin ánimo de lucro sus libros, y los pusiera a disposición de cualquier hijo de vecino?». A lo que yo le he respondido: «¡Pero, hombre de Dios, si ese multimillonario filántropo ya existe! Se llama «red de bibliotecas públicas del Estado»; y tiene abiertas sucursales en todos los barrios de nuestras ciudades, en todos los pueblos que salpican nuestra malhadada piel de toro, y hasta en autobuses itinerantes que llegan a las aldeas más recónditas y despobladas, y en los andenes del metro». Es verdad que este multimillonario filántropo no «imprime sin ánimo de lucro» mis libros, para ponerlos a disposición de cualquier hijo de vecino; no, hace algo todavía más ruin y desvergonzado, que consiste en obligar al contribuyente a apoquinar dinero para comprar unos cuantos ejemplares de mi libro (...) que, repartidos por la «red de bibliotecas públicas del Estado», están a disposición de cualquier hijo de vecino para que los lea gratis. ¡Y este multimillonario, (...) resulta que es el mismo que pretende evitar a toda costa que en Internet la gente, montándoselo por su cuenta, haga lo mismo que él hace en su «red de bibliotecas públicas»!

Uno podría entender que se exigiera pagar una cantidad estipulada por descargar una canción o una película si en las bibliotecas se exigiera, a cada lector que toma prestado un libro, el abono de una compensación económica para el autor de ese libro, que por culpa de ese préstamo deja de vender un ejemplar. Pero si tan saludable requisito no se lo impone el Estado a las bibliotecas, ¿con qué derecho pretende imponérselo a los internautas? Y si no cierra las bibliotecas, ¿por qué pretende cerrar las páginas de descargas? (...) "

Juan Manuel de Prada- "Descargas"
XL Semanal ABC (09/01/2011)



martes, 4 de enero de 2011

Doscientas


Y el destino quiso que el año 2011 empezara con una entrada tan redonda, tan susceptible de parada y fonda como la número 200. Casi cuatro años después de aquella "Las cosas claras" , entrañable y seminal, sincera y apasionada, esta bitácora alcanza hoy un número de entradas ciertamente desmesurado y que supera con amplitud los reducidos objetivos que un servidor se planteaba cuando esta travesía levó anclas.

Este tipo de acontecimientos no dejan de ser brindis al sol, ejercicios de onanismo en el que uno aprovecha para hacer balance de si mismo y aplaudir sus propias decisiones. Y aunque intentaré evitarlo, será complicado, porque este que suscribe, la verdad sea dicha, está enormemente orgulloso de esta escombrera de ladrillos que tantas satisfaciones en el plano personal y en el, digamos, técnico, le ha producido en estos años.

En el plano personal, fundamentalmente, porque gracias a los escritos que aquí han aparecido, he tenido la oportunidad de conocer a personalidades apasionadas y apasionantes que han dotado y dotan de nutrientes muy saludables a estas páginas.

De los que habitaron el paleolítico del ladrillo, casi todos han desaparecido por el camino, bien porque sus propias plataformas han desaparecido, bien porque se cansaron de leer o de discutir o abandonaron, sencillamente, la blogosfera sin que este espacio tuviera , que se sepa, culpa alguna en su desembarco. Una lástima, sin duda, pero ahí quedan los comentarios y los debates inolvidables que protagonizaron para disfrute del personal, gente como Profesor Moriarty, Princesa Bacana o el mítico Clan Natillas. Mención especial, si de veteranos hablamos, al cántabro de oro, Mister Azid Phreak, a estas alturas, propietario de un amplio porcentaje de esta escombrera por prescripción adquisitiva y que desde su primera aportación en mayo de 2007 a "La venganza de Richard Clayderman" ha colaborado activamente con sus comentarios y sus aportaciones en convertir el ladrillo en lo que es hoy en día.

Pero de recuerdos nadie se alimenta y, afortunadamente, a pesar de las ausencias, el blog ha disfrutado de una saludable regeneración sanguínea a lo largo de los meses, cortesía de comentaristas de la talla de Möbius, Crowley, Mr. Lombreeze, Antonio Graell, Beethoven o Mike Lee entre otros muchos que, espero, no duden de mi agradecimiento por no aparecer recogidos aquí explícitamente. Imposible, en este caso, poder dejar de destacar a la gran María, cuya fidelidad incombustible ha permitido que puedan contarse con los dedos de una mano las entradas que han quedado huérfanas de comentarios de entre estas doscientas que hoy celebro con vosotros.

Y en el plano técnico, en lo que a mi toca, es decir, en las entradas propiamente dichas, tengo que confesar que el ladrillo me ha permitido, finalmente, encontrar mi estilo, tras lamentados y lamentables intentos por encontrar una afinación personal y adecuada a mi voz. En este espacio, las palabras salen fluidas, sin filtro y, en la mayor parte de las ocasiones, sin demasiado esfuerzo, lo que supone una auténtica bendición para quien tanto buscó y nunca encontro "la chispa adecuada".

Sin perjuicio de ello, aquí como en todas partes, hay de todo. Hay escritos ciertamente malos, bien por vagos, bien por soberbios o imprecisos, amén de mal construidos y peor estructurados. Entradas que pecan de desmesura o de piruetas estilísticas innecesarias y vacías que en nada ayudan ni a la idea ni a quien la expresa. Pero esa certeza no impide que esté convencido de que el nivel general es aceptablemente bueno y que, incluso, en ocasiones, hablamos de entradas, con franqueza, brillantes. Tan orgulloso, de hecho, estoy de algunas de ellas que, durante este 2011 no descarto la idea de volver a publicarlas convenientemente remozadas, si corresponde, o, porqué no, corregidas, bien en su fondo, bien en su forma. Ya os ire contando.

Acabo ya no sin antes pediros humildemente (con esa humildad de la que, tal vez alguien, tras leer el párrafo anterior crea que no dispongo en demasía) a quienes estuvisteis, quienes estáis y a quienquiera que esté en el futuro, que me acompañéis, que sigáis visitando esta escombrera y que pueda seguir contando con el lujo de vuestros comentarios y aportaciones en la entrada 201, en la 202, en la 203, en la 204..............