miércoles, 15 de enero de 2014

Punto y final: Sergio del Molino

Posiblemente por haberlos habitado desde muy pequeño, tengo facilidad para entrar y salir sin mucha dificultad de los universos paralelos que crean los libros. Mientras tengo el visado en regla, vivo las historias que allí se desarrollan como si fueran la mía propia, enraizándome profundamente con lo contado, llorando con los que lloran y riendo con los que ríen, impermeable al exterior. Pero cuando las circunstancias me obligan a salir de estos otros mundos, cuando cierro el libro hasta otro momento o lo depósito en el lugar que le corresponde en la libreria una vez concluidos (me resisto al maldito e-book. Qué le vamos a hacer) no me supone un esfuerzo excesivo desanudar las maromas y enfilar hacia mi mundo, donde un nuevo universo por explorar espera su turno.

Con "La hora violeta", de Sergio del Molino, no ha sido posible, sin embargo, la transición y desde que penetré por primera vez en su mundo terrible, lo llevó siempre conmigo, adherido a mi piel, inmune a todo. Sus palabras se han posado en mí y han anidado. No puedo sacarlo de mi cabeza. En esta ocasión, el ancla se ha hundido hasta lo más profundo y no hay manera de escorar el barco hacia otro destino. No puedo, sencillamente. No quiero, en realidad.

Y no es, como podría uno imaginar por su temática (la muerte innecesaria y cruel de un hijo cuando apenas ha tenido tiempo de serlo a manos de una leucemia cabrona y asesina) lo que me ha hecho sentir lo que siento. Por mi condición de padre, podría ser una razón, pero no es la primera novela que llega a mi tratando semejante abismo. "Mortal y rosa", de Francisco Umbral o "Paula", de Isabel Allende, no dejaron en mí esta huella tan poderosa. Salí indemne de ellas y en nada cambió mi percepción de las cosas. No hubo dificultad en levar anclas. ¿Porqué ahora no puedo? ¿Qué razón hay para que aquéllas pasaran por mi vida y "La hora violeta" la haya traspasado de lado a lado?

Personalmente creo que la razón es una ausencia. Otra, que se suma a la de Pablo y que no es otra que la del propio autor. En "La hora violeta", el escritor y su dolor no comparten plano. Se atisba al padre. Y a la madre. Y a los familiares. Y al personal médico. Pero en el escenario solo se aprecia claramente el tormento que supone la ignorancia, la falta de un punto de referencia- "mas allá, monstruos"-, la demencial montaña rusa en la que se convierten los días y, por encima de todo la espantosa falta de utilidad que lastra el animo de quien ve como la partida se juega sin poder mover las fichas.

Sin duda habrá habido elaboración en la obra, correcciones, cambios ligeros aquí y allá. El propio autor lo comenta en algún momento y, por supuesto, no lo pongo en duda. Pero es fácil imaginarlo machacando furioso las teclas del ordenador en la devastada soledad de un hotel tras un resultado adverso o una espantosa ecocardiografía. Tan fácil como imaginarlo con el corazón comprimido por la emoción tras distinguir algo de luz esperanzadora tras la puerta, el atisbo de una posibilidad. Aquí no hay efectos especiales, ni cromas. El autor desaparece, se difumina en el espanto que todo lo llena y solo es posible seguir escribiendo para retener a quien apenas tuvo tiempo de ser.

"La hora violeta" es un libro extraordinario. De lo mejor que he leído en  toda mi vida. Pero les recomiendo que, de no tenerlo claro, de no haber calibrado con esmero si son o no capaces de afrontar un tema como el que en él se desarrolla y, sobre todo el modo descarnado y visceral en el que Sergio del Molino cuenta lo que vivió su hijo, mejor no lo empiecen. Se van a encontrar con lo siguiente y les garantizo que ya no podrán dejar de leer.


"Este libro es un diccionario de una sola entrada, la búsqueda de una palabra que no existe en mi idioma: la que nombra a los padres que han visto morir a sus hijos. Los hijos que se quedan sin padres son huérfanos y los cónyuges que cierran los ojos del cadáver de su pareja son viudos. Pero los padres que firmamos los papeles de los funerales de nuestros hijos no tenemos nombre ni estado civil. Somos padres por siempre. Padres de un fantasma que no crece, que no se hace mayor, al que nunca vamos a recoger al colegio, que no conocerá jamás a una chica, que no irá a la universidad y no se marchará de casa. Un hijo que nunca nos dará un disgusto y a quien nunca tendremos que abroncar. Un hijo que jamás leerá los libros que le dedicamos."

Sergio del Molino, "La hora violeta" (2013)

miércoles, 8 de enero de 2014

La inquietante hora (y media) de Park Chan-wook

En los últimos años, cada aterrizaje en Hollywood de un director extranjero se ha saldado con un hachazo a su prestigio, un fracaso en la taquilla y un visado de salida express hacia sus países de origen. Florian Henckel von Donnersmarck- que perpetró "El turista" tras deslumbrar en su país con "La vida de los otros"- y Oliver Hirschbiegel- al que ni le dejaron terminar ese insulto a la inteligencia que fue "Invasión", habiendo sido el creador "El hundimiento"- pueden dar fe de la veracidad de los que digo.

El coreano Park Chan-wook, que ganó merecido prestigio internacional con "Old Boy", segunda parte, junto a "Sympathy for Mr.Vengeance" y "Sympathy for Lady Vengeance" de su famosa "Trilogía de la venganza" rompe con este reiterativa costumbre de los extranjeros de perder el norte cuando trabajan en Hollywood y con "Stoker", su debut en el mercado norteamericano, logra una obra irregular y fallida, pero hipnótica, desbordante de talento visual y, tal vez lo más importante, coherente con el estilo que el coreano dio a sus obras previas.

Antes de nada y para los más puristas, hay que dejar perfectamente claro que el guión, obra de- ojo al dato- Wentworth Miller, el tatuado protagonista de "Prision Break" es malo como un dolor de muelas, abunda en tópicos y presenta laguna modalidad XXL. Por centrar un poco el tiro les contaré que "Stoker" presenta un extraño triángulo calentorro- mitológico- sicoanalítico entre India Stoker (Mia Wasikowska), su madre (Nicole Kidman) y el tío de India ( Matthew Goode) que aparece, tras una larga ausencia a los pocos días de morir su hermano (Dermot Mulroney), padre de la nena y marido de su madre, para más datos. El tío Charlie, que así se hace llamar el hermano pródigo, es un tipo magnético y cautivador que atrae a las féminas de la casa, pero hay algo oculto en su pasado que.......... blablablablabla. Bueno, ya se lo van oliendo, ¿no?

India y su zapatero... La envidia de Imelda Marcos.

Como ven, no hay originalidad en el planteamiento de "Stoker". Sin embargo, de forma inverosímil, lo que trasciende al espectador es que con tan paupérrimo andamiaje, lo que si hay es mucha presunción, mucha falsa trascendencia, mucha actitud de eslomismoperonoesigual. No se engañen, "Stoker" es más de lo mismo, una historia minada con explosivos mil veces vistos, que no resiste el menor viento y que se merece esta entrada por una única razón: Park Chan-wook. 

Lo que el director coreano logra con el libreto del amigo Miller es la prueba evidente de que el cine es un arte eminentemente visual. Un mal director puede destrozar un guión espléndido y un tipo con dominio del lenguaje cinematográfico puede convertir un taco de folios en algo lo suficientemente estimulante como para dedicarle una entrada en un blog perdido de la mano de Dios. Las ideas visuales, los encuadres, el tratamiento de las escenas, los efectos digitales y la maestría en el ritmo que demuestra el director de "Old Boy" está al alcance de muy pocos. Casi en cada escena, hay un plano, una imagen o un movimiento de cámara que atrapa y queda grabado en la mente del espectador. En este sentido, los primeros diez minutos son visualmente fascinantes, pero nada tienen que envidiar escenas como la de India y su tío al piano, la bellísima transición del pelo de Nicole Kidman a un espectacular paisaje natural o el modo en el que Park Chan-wook retrata ese "algo" oscuro en el pasado del tío Charlie. Una pena la endeblez de la historia y la ausencia de humildad en su planteamiento. De no haber sido así, "Stoker" hubiera podido ser muy, muy grande.


Un triángulo....... literalmente.
El reparto es también irregular. Mientras que la jovencísima Mia Wasikowska da todo un recital, conviertiendo a India Stoker en una virginal adolescente, capaz de convertirse en una mantis religiosa o en la hija perfecta, el presunto encargado de caldear la sesión, el británico Matthew Goode se zambulle en el ridículo y convierte al, sobre el papel, inquietante tío Charlie en un playboy de Torremolinos con la palabra "rarito" tatuada en la frente. Curiosamente, Nicole Kidman, horrible en sus últimos papeles, aguanta el tipo y logra alguna que otra expresión destacable en el saco de botox en el que ha convertido su rostro, pero poco puede hacer frente a su hija en la pantalla y, nuevamente, su papel en "Stoker" no será el glorioso comeback que muchos deseamos. ¡Ah, lo olvidaba! También sale- un ratito- Dermot Mulroney, pero no lo destaco porque está como siempre: mal a rabiar.


Acabo de calentar a la panocha y me acerco al chiringuito a por unas Mirindas
Si no soportan los agujeros de guión, si las imágenes sugerentes les pasan de largo y si consideran que ya saben todo lo que hay que saber sobre los adolescentes problemáticos y sus relaciones con los adultos, "Stoker" no es su película. Si por el contrario, consideran que, nunca se explicó cómo Hannibal Lecter logró hacerse con la pluma del Doctor Chilton y eso no es obstáculo para que  "El silencio de los corderos" sea una obra maestra, si piensan que, en ocasiones, la forma puede salvar el fondo y que  una película puede merecer la pena solo por ver cómo está rodada y por la actuación de un intérprete (¿Les he dicho ya que Mia Wasikowska está espléndida?), les invito a que se pasen a conocer a India Stoker y a su peculiar familia. Si no, al menos, acérquense a la filmografía de Park Chan-wook. Si no lo hacen, se van a perder a un grande.