miércoles, 9 de diciembre de 2015

Las hojas del rábano

Dos cosas han quedado claras tras la madre de todos los debates habidos y por haber en éste y otros universos, multiversos y realidades alternativas varias de este pasado lunes. La primera es que a la hora de vender un producto, no hay nadie como los muchachos de Antena 3. Ya sea un partido de fútbol de quinta regional, el campeonato de comedores de chipirones en su tinta o un debate político, los mil tentáculos del grupo A3 Media, llevan a cabo tal despliegue de artillería comercial que es casi imposible ponerse a cubierto del continuo bombardeo de anuncios, especiales, preludios y epílogos con el que asedian al desarmado televidente. Puede uno no verlo, pero también es inevitable pensar que al día siguiente ira cojo a las tertulias matinales. 

La segunda y no menos indiscutible es que el pasado lunes fue difícil determinar quién fue el ganador del debate, pero no hay duda alguna de quien terminó de poner el último clavo a su ataúd político y ese no es otro que el actual presidente del gobierno, Don Mariano Rajoy Brey, que con su ausencia ha demostrado que como todos los mediocres, hay que rodearse de iguales para poder destacar.

Con el marrón que le soltó a su voluntariosa vicepresidenta, Soraya Saez de Santamaría (que bastante hizo la pobre con los dos mihuras que le esperaban en el escenario) el presidente se salvó de una muerte segura a manos de Alber Rivera y de Pablo Iglesias y eso que ninguno estuvo en su versión más brillante. Pero, al mismo tiempo, ciñó la cuerda a su mortaja política en un ejercicio de escapismo que haría palidecer al mismo Houdini y que me recordaba horrores a otro suicidio público perpetrado por Zapatero cuando tomó la decisión de mandar a otra mujer voluntariosa, Elena Salgado, a defender los Presupuestos Generales más indefendibles de la democracia (Hable de ello largo y tendido en esta su escombrera, si les apetece pueden recordarlo aquí). Si aquello le costó la mayor parte de su escaso crédito al ex presidente- y Don Mariano se lo echó merecidamente en cara entonces- es de cajón de pino pensar que lo mismo va a pasarle ahora y que ni aquéllas ni estas excusas van a valerle ahora para evitar la sangría de votos que va a suponerle su acobardada actitud y el definitivo desplome de su posición como líder de un partido y de un país que, lo que menos se puede esperar es que le truquen la vara de medir cuando se la dan tan de vez en cuando.

Sabedor como es de que al pobre Pedro Sánchez, le quedan menos vidas que a mí en el Candy Crush, Don Mariano se ha citado con el líder socialista el próximo lunes para quitarle los pocos empastes que le quedaban intactos tras los vapuleos de hace 48 horas. Se escuda en que con el único con el que está obligado a debatir un presidente del gobierno es con el líder de la oposición y no le quito la razón. Pero a un hombre que se ufana de haber sacado al país de la crisis con su firmeza y su habilidad para escalar promontorios de heces socialistas, lo menos que se le puede pedir es que arriesgue, que no se esconda, que no coja el rábano por las hojas y que haga como la mujer del César, que sea, de verdad, un hombre convencido de su legado y que no tenga miedo de discutirlo con quien sea. O al menos que no lo parezca.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Volando voy: Dublin

Yo estaba destinado a visitar Dublin. Lo mucho o poco que sé de inglés se lo debo a la Ashford School of English, una modesta academia de idiomas a la que fui de adolescente y cuyo director, jefe de estudios, secretario y vaciador de ceniceros era un blanquecino irlandés, inagotable y peleón que año tras año se dejaba la vida intentando convencer a nuestros padres de que ir un verano a aprender inglés a su Dublin natal no era, como decían algunos, tan inútil como llevar a los niños a las montañas gallegas para aprender castellano de meseta. Los padres de algunos de mis compañeros dieron su brazo a torcer, pero Mister Winot Sr era, es y será por muchos años un hueso duro de roer y no hubo forma de sacar de su cabeza de apóstol que aquellos viajes eran una pérdida de tiempo y de dinero. No diré que ha sido un tema recurrente en mi cabeza ni que he hablado con mi terapeuta acerca de la base irlandesa de muchas de mis patologías, pero lo cierto es que cuando surgió la oportunidad de visitar Dublin no tarde ni un segundo en lanzarme de cabeza al asunto. Como ya saben, cuando el río suena....

La cosa ya prometía desde el aire...

Hay ciudades que enamoran a primera vista y otras que te ganan con el tiempo, con el contacto, pateándola e introduciéndose poco a poco en su atmósfera y estilo de vida. Dublin, sin la menor duda, pertenece al primer grupo, porque fue bajar del avión y ya me entraron ganas de nacionalizarme irlandés. El frío era polar (tuvimos la suerte de llegar a la ciudad en el día más gélido del año en aquellas tierras) pero el calor de todos aquellos con los que nos cruzamos desde entonces hasta nuestro envase- apenas cuarenta y ocho horas después-  en el vuelo de vuelta (si quieren empatizar con las sardinas en lata, no lo duden, Ryanair es su compañía)  hizo que los dedos se entumecieran menos y que la superposición de prendas se hiciera menos molesta. La tradicional amabilidad irlandesa no es un tópico inmerecido sino, probablemente, la seña de identidad más evidente que he detectado y que más me ha gustado en Dublin. Y no me refiero solo a la zona turística donde podría ser más compresible (aunque les invito a pasarse por la Plaza Mayor de Madrid para demostrarles que la amabilidad va en la sangre) sino que, perdidos como hemos estado en alguna ocasión por zonas poco recomendables, todo han sido amables indicaciones y buenas palabras. Elevo mi chistera con admiración ante el despliegue logístico de apoyo al turista del que hacen gala los dublineses y que tanto añoro en mi ciudad.

Me van a negar que no les está entrando ganas de tomarse una...

Hay muchas cosas recomendables que ver y hacer en Dublin. Personalmente, creo que no deben volver a España sin darse un largo paseo por la arrebatadora O'Conell Street, la zona del Trinity College (por cierto, uno de los mejores y más económicos banquetes del viaje nos lo dimos en esa zona, en un espectacular local llamado The Bank on College Green. No lo dejen pasar) y, por supuesto, uno no puede despedirse de la ciudad sin dedicar unas pocas horas (o muchas, eso depende de los que les guste la cerveza y el cachondeo) a vagabundear por las laberínticas callejuelas de la zona de Temple Bar, un eterno vía crucis tachonado de pubs y bares donde no terminar con una Guinness en la mano es misión imposible. Para amantes de lo friki, que alguno hay por aquí, aprovechen una pausa entre bar y bar para visitar Forbidden Planet y Sub City, dos magníficas tiendas de comics y merchandaising en los límites de esta zona tan etílica como arrebatadora.

Aquí la gente no se tira por la ventana, como pueden imaginar
Visita obligada es también darse un buen paseo por el descomunal Phoenix Park (el parque urbano más grande de Europa y uno de los más grandes del mundo) y, por supuesto, hay que pasar una mañana en el Vaticano Irlandes, el punto de convergencia de las almas de los poco más de 500.000 habitantes de Dublin, allí de donde nace el verdadero río de agua viva de la ciudad, el Guinness StoreHouse, un parque temático cervecero de la popular marca irlandesa (es difil mirar a cualquier punto en Dublin y no ver su celebérrimo emblema) que los herederos de Arthur Guinness tienen montado en la zona de Liberties y que si bien no deja de ser un sacacuartos para turistas, es un verdadero emblema ciudadano y además permite tomarse una buena pinta en su Gravity Bar, uno de los puntos más altos de esta ciudad sin rascacielos y desde el que, en consecuencia, tiene uno las mejores vistas de Dublin.

Kilmainham Gaol, la asignatura pendiente de este viaje
Tampoco deberían perderse, como hizo servidor, la Kilmainham Gaol, la cárcel donde se rodó "En el nombre del Padre" y en la que, realmente, vivieron su calvario muchos independendentistas irlandeses hasta que se cerró en la decada de 1920. A día de hoy es uno de los museos más populares de Dublin y es sumamente fácil quedarse fuera de los interesantísimos recorridos guiados que se suceden desde las 9 de la mañana. Lo sé de buena tinta, porque fui uno de los que se quedó con cara de portero goleado cuando mi petición de entradas a unos minutos del antepenúltimo pase del día, fue sancionada con una estruendosa carcajada y un muy español, "vuelva usted mañana".

Pues hombre, mañana, desgraciadamente, no voy a poder, pero esto es una excusa tan buena como cualquier otra para volver a cruzar el continente a saborear una cremosa Guinness o una no menos deliciosa Smithwicks roja (el gran descubrimiento del viaje, sin la menor duda) mientras me entran ganas, ahí es nada, de retomar el "Ulises", volver a ver "Michael Collins" o escuchar el "Jailbreak" de Thin Lizzy. Les dejo con "City full of ghosts"un magnífico tema de Mike Scott que siempre me ha animado la existencia y que es el mejor retrato musical de esta asombrosa e irresistible ciudad que, ya les aviso, volveré a visitar más pronto que tarde. Les animo a que sigan el ejemplo del Clan y se lancen a enmendar la plana a Mister Winot Sr y a demostrarle que a Dublin hay que ir aunque sea en Ryanair.


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Cinco razones para ver "Charlie's farm"



1.- Es un slasher:Y esto, más que una razón es un advertencia. Si no tiene usted el menor interés por películas como "Halloween", "Viernes 13" o "Scream", no se acerque por "Charlie´s farm" o, si lo hace, no me venga luego con quejas. Desde que el mundo es mundo, en un slasher debe haber una única localización (por grande que sea), un número variable de personas reunidas en dicha ubicación y un misterioso asesino de expeditivos métodos empeñado en firmar el certificado de defunción de todos los anteriores en una sola noche. "Charlie's farm" no es una excepción en ninguno de esos aspectos y por eso mismo, cada uno de esos clichés supone una razón para verla para los que como un servidor, disfrutamos con este rudimentario, anquilosado pero irresistible tipo de películas. Además, hay que tener en cuenta que... 

2.- Tiene el mejor arranque del genero en los últimos años: En general, los slashers tienen dos tipos de secuencias iniciales: el primero tiene por objeto presentar en entorno en el que se desarrollará la acción (un barrio residencial, un camping junto al lago, etc, etc). El segundo sirve para darnos una pincelada de lo desquiciado que está el matarife de turno y el tipo de violencia que nos vamos a encontrar en la siguiente hora y media. "Charlie's farm" pertenece a este segundo estilo y hay que reconocer al australiano Chris Sun su habilidad para clavarnos a la butaca con una secuencia tensa, crudisima (atentos al uso del sonido. Brillantísimo) en la que apenas intuimos a Charlie pero sí nos permite determinar su arma favorita (luego hablaré de ella, pero no tiene desperdicio) y la característica más evidente de su aspecto (de nuevo el sonido, magistralmente utilizado). El ritmo luego decae sensiblemente, pero su último tercio nada tiene que envidiar a este meritorio arranque.

3.- Charlie vive en Australia: Como decía, la ubicación en este tipo de obras es fundamental. Por muy grande y luminoso que sea debe resultar inquietante, amenazador y lleno de peligros, pero haciendo bueno, en definitiva, aquéllo que decía Mylo Tindell de que algo puede estar a la vista y no por ello verse fácilmente. En el caso que nos ocupa, los incautos protagonistas de "Charlie´s Farm" deciden visitar una granja abandonada en mitad del desierto australiano donde, por lo que cuentan, habitó en su momento una familia de desquiciados con tendencia a merendar costillar de mochilero. El uso del espacio por parte de Chris Sun es brillante y aunque gran parte de la trama acontece a plena luz del día (amantes de la oscuridad y de las cuevas serpenteantes, no se preocupen, también tendrán oportunidad de pasarlo en grande) localizaciones como el río que atraviesa la propiedad o los herrumbosos silos y graneros que crecen como setas en el periplo de los futuros fiambres resultan sumamente inquietantes y uno se sorprende con las uñas clavadas en la palma de la mano en más de una ocasión.

Tranquilos, que Charlie tiene dulces para todos...

4.- Empatizas con Charlie: Es algo tradicional en este tipo de películas. Las victimas del carnicero de turno son tan estúpidas, generan tan poca simpatía en la platea, parecen tan empeñados en que les conviertan en carne picada que, casi siempre, hay aplausos cuando la rubia recachutada o el universitario musculoso reciben su ración de acero. En "Charlie's farm" esta principio general no solo se respeta sino que, podríamos decir, se eleva a su máximo esplendor. Y es que el nivel de dentera que producen los corderitos de Charlie es de matrícula de honor: toman, por supuesto decisiones inexplicables (atentos al encuentro de nuestro hombre con dos de los excursionistas en el río. Desternillante de puro inverosímil), se empeñan en asustar a sus compañeros ocultándose entre las sombras y siempre huyen en la dirección equivocada. Vamos, carne de cañon con el título ganado a pulso. Un último aviso para los amantes del género: no esperen encontrar hermosos efebos ni amazonas hormonadas en "Charlie's farm". El presupuesto daba lo que daba y nos tenemos que conformar con gente como Tara Reid o Sam Coward que tienen el mismo atractivo que un plato de nabos hervidos.

5.- Charlie mola: En los últimos tiempos, la tierra de los canguros parece empeñada en robarle a Corea del Sur el título de pais con mayor densidad de lunáticos por metro cuadrado del globo terraqueo. Hasta hoy, mi chiflado favorito de aquellas tierras era el encantador Mick Taylor de la saga de "Wolf Creeck", pero tras ver "Charlie´s farm", no puedo por menos que entregarme al innegable encanto de esta versión transgénica de Rob Zombie al que da vida (iba a decir interpretar, pero se me antoja excesivo) el mastodóntico Nathan Jones que con sus más de dos metros de altura y casi 160 kilos de peso compone una bestia parda cuya sola presencia ya aterra. Tiene además un extraño sentido del humor, le gusta saltar sobre los coches que aplastan a las personas, dispone de una especie de cuchillo-hacha- lanza- ballesta- mondadientes sumamente útil y a pesar de que habla poco, es imposible resistirse a su eterna mueca de niño juguetón. A mí, desde luego, me ha ganado y, teniendo en cuenta el final abierto de la obra y que la cinta ha sido un éxito respetable en Australia, no creo que tardemos mucho en volver a ver a Charlie en acción. Allí estaré para verlo, pero lejos, siempre lejos, que nunca se sabe. 

sábado, 14 de noviembre de 2015

Punto y final: Andrew Anthony (2ª parte)

Hace ya algunos años y por motivos bien distintos hablé aquí de "El desencanto" el libro del periodista británico Andrew Anthony. Con el subtítulo "El despertar de un izquierdista de toda la vida", Anthony narraba su evolución moral, política y ética desde los escombros del 11-S hasta la actualidad y cómo, desde ese momento, muchas, por no decir todas sus ideas habían sufrido un vuelco radical desde la progresía más escorada a la izquierda en la que siempre militó, hasta un pragmatismo liberal que le hizo revisar todos y cada uno de los pilares de un pensamiento que, según sus propias palabras, siempre llevó consigo "como la cartera o las llaves". 

Es un gran libro, implacable con lo que combate, crítico con lo que defiende y de una coherencia inverosímil en estos tiempos de paños tibios y solemnes discursos de indeterminable oquedad. Es una obra que consulto con notoria periodicidad y que me gusta recomendar habitualmente. En sus páginas siempre hay algún argumento poderoso para combatir el veneno de lo políticamente correcto, tan leve y tan sutil, pero tan letal que uno no se da cuenta de que lo han tumbado hasta que se revienta la cabeza contra el suelo. En este sentido, "El desencanto" es un bienvenido hachazo en el espinazo de los grandes mensajes de concordia mundial, un frenazo seco en todas las carreras hacia nuestra propia perdición.

Como en tantas ocasiones, hoy he vuelto a repasarlo tras la matanza que tuvo lugar ayer en Paris y, por supuesto, he hallado una base argumental sólida que exponer frente a los que, como siempre, trasladarán la culpa de esta carnicería inexplicable a los bombardeos en Siria, la opresión de Oriente, el capitalismo, las multinacionales y que se empeñan en no ver que agua y aceite no combinan, que dos no hablan cuando uno no quiere y que no son los cuerpos los que golpean las balas ni las gargantas las que se estrellan deliberadamente contra los cuchillos que las cortan hasta la traquea.


"No tienen derecho a llamarse luchadores por la libertad del tercer Mundo. (...) En el mejor de los casos son inadaptados, descarriados, manipulados por ideólogos astutos. Esa gente se jacta de que ama la muerte, lo cual es otra forma de decir que los asustan la vida, la libertad, la elección, la responsabilidad, la modernidad, la realidad. La muerte significa acabar con todos estos desafíos. Es la aniquilación que todo lo iguala. Hace falta un cierto coraje demente para matarse, el tipo de coraje que viene de la intoxicación química o espiritual. Pero hace falta mucho más coraje para vivir, para luchar, para lograr una meta. El islamismo en su apelación a la sumisión moral y al sacrificio del intelecto, no solo representa un medio para aquellos que carecen de esa determinación, sino que positivamente incita a abandonar la voluntad de tenerla. Para este fin ha encontrado fácil acomodo en Occidente. Las sociedades liberales, culpabilizadoras y complacientes, les piden poco(...) y como era de esperar también les ofrecen muy poco. Afganistán e Iraq, cualesquiera que sean los respectivos méritos de las campañas militares sólo son excusas, seudoagravios para ocultar el vacío moral de un culto a la muerte. No hay razón para no decirlo claramente, incluso si uno desea que las tropas se retiran de Afganistán y de Irak mañana y abandona los demócratas a su maldita suerte".

miércoles, 4 de noviembre de 2015

El regalo perfecto

"New light through old windows" el disco de nuevas versiones de sus propios temas publicado en 1988 por Chris Rea fue el primer CD que compré en mi vida. Apenas conocía un par de temas del cantante británico, pero me llamaba mucho la atención ese planteamiento de remodelar tu propio trabajo previo hasta convertirlo en algo nuevo. En ese sentido la imagen conceptual de que la nueva luz atravesara viejas ventanas me resultaba fascinante y, desde entonces, se ha convertido en lo que a expresiones artísticas se reifere, en una de mis varas de medir predilectas , si no en la que más: innovar, por supuesto, retorcer las estructuras y renovar el armario, por descontado. Pero sin que se pierda en ningun momento de vista todo aquello que, historicamente, ha servido de base a lo que uno presenta ante su público.

En este sentido, "The gift", la película que hoy les recomiendo, sigue está máxima al pie de la letra y logra que una base argumental más sobada que la chepa de Doña Rogelia se convierta con mucha diferencia en la clara favorita a mejor thriller del año en el ranking personal del que esto escribe.

No les cuento mucho del argumento para que saboreen con parsimonia lo que la película les ofrece. Quédense con la idea básica de que en "The gift", encontramos a una pareja formada por Robyn (la bella Rebeca Hall) y Simon (Jason Bateman) que acaban de aterrizar en una nueva ciudad, con una nueva y espectacular vivienda y con la vista puesta en un nuevo y jugoso puesto de trabajo. Una tarde, coinciden con Gordon (Joel Edgerton, que además produce, escribe y dirige la película), un antiguo compañero de instituto de Simon que poco a poco y a través de unos inocentes regalos comienza a infiltrarse en sus vidas, perturbándola profundamente.

Gordon, amigo, tenemos que hablar...
 ¿Y con estos mimbres tan mustios, han construido su thriller favorito de 2015? AmigoWinot, usted chochea, pensarán algunos. Yo he visto, el trailer, dirán otros, y me basta con verlo para saber todo lo que va a pasar. No se fien, les respondería a todos ellos: si el magnífico libreto de Joel Edgerton tiene una virtud- tiene más, muchas en realidad- es que superpone las sorpresas y maneja el timón del relato de tal manera que, como he leido en Filmmafinity, el espectador es como un montón de arcilla, adoptando en cada momento, la perspectiva que el autor desea y, encantados de ser dirigidos a todas partes y a ninguna al mismo tiempo. En cada ocasión- y hay unas pocas, se lo aseguro- que la idea de "esto ya me lo sé" asalta al confiado espectador de "The Gift", Edgerton retoma un hilo que había quedado pendiente, una frase lanzada al aire un par de escenas atrás o una imagen previa aparentemente insignificante para cambiar el ritmo y colocar a la platea en una perspectiva completamente distinta. En este sentido, la dirección de "The Gift" es, sencillamente perfecta y no hay que olvidar que estamos ante el debut en el largometraje del fornido actor australiano.

Y en el plano interpretativo, el plato es igual de apetecible. Jason Bateman - poco santo de mi devoción, generalmente- está inmenso y su química con Rebecca Hall es manifiesta y evoluciona de forma muy brillante durante el metraje. Pero la estrella de la función es, sin duda el ubícuo Joel Edgerton (merecidísmo premio al mejor actor en el pasado Festival de Sitges por este trabajo) y que ya me deslumbró en la magnífica "Warrior" hace unos años (hablé de ella aquí, por si alguien quiere más información). En "The gift" Edgerton está simplemente perfecto en un papel sencillo sobre el idem pero que a golpe de sorpresa se convierte en una creación de las que permanecen (atención a la escena de la primera cena en casa de Robyn y Simon y, sobre todo la prodigiosa secuencia en el garaje con Jason Bateman, de lo mejorcito del año).

Hay unos pasajes bíblicos que quisera leerte...
 Antes mencionaba el trailer de "The Gift" y quiero insistirles en que lo vean. Es magnífico (se lo pongo un poco más abajo) y, a diferencia de lo que ocurre ultimamente, no solo no destripa la trama hasta sus más nimios detalles sino que incide en esta concepción demiurgica del espectador como masilla maelable de la que hablaba antes y crea una imágen de pelicula de sabado al mediodía que no le encaja ni con calzador a una cinta como de "The gift". Costó algo más de cinco millones de dolares y ya lleva recuadados más de 42 millones con la misma publicidad que la marca de  bragas de la Bruja Lola. Parece que, finalmente va a ser verdad eso de que hay vida inteligente al otro lado de la pantalla y leer entre lineas ya no es solo cosa de abogados.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Ultima llamada para M.N.S.


Los mitómanos somos así. No aprendemos. Poco importa que el objeto de nuestra admiración ya haya desinflado nuestras expectativas en el pasado con un mal disco o una película fallida . Se trata de un grande, ha hecho esto y aquello que nos ha marcado de por vida. Cierto es que lo de más aca y lo de más allá fue una basura de primera magnitud, pero no marca tendencia, fue un momento de flacidez, un inoportuno gatillazo creativo y ya paso. Esto es así y quien lo niegue o no pertenece al clan o convierte a Enric Marco en el blason de la sinceridad.

Solo esta fe inquebrantable en el talento de alguien (el realizador nortemaricano M.Night Shymalan, en este caso) puede llegar a explicar que más de dos años despues de su estreno y siendo consciente del vapuleo de crítica y público recibido por la cinta, haya reunido las fuerzas suficientes para sentarme frente al televisor y presenciar " After Earth ", un despropósito demencial que rodó el director de "El protegido" hace un par de  años para uso y disfrute del taquillero Will Smith y su familia más cercana.

Estamos en un futuro temporalmente indeterminado donde los humanos han tenido que hacer las maletas y marcharse de la Tierra rumbo a Nova Prime (el quinto pino planetario, básicamente). Como consecuencia del maltrato al que lo han sometido durante siglos, la Tierra ha evolucionado hasta converirse en un lugar en el que el homo sapiens ha devenido "persona non grata" y en tan agradable lugar terminan un circunspecto militar (Will Smith) y su hijo (Jaden Smith) a quienes persigue un Ursa, una especie de Jordi Pujol agresivo y supermineralizado, que ve menos que un pez de yeso pero que caza humanos como rosquillas gracias al miedo que genera su presencia y que le sirve de radar para hacer hamburguesas con los que pilla por el camino. Sí, lo sé, por esa regla de tres el temible Ursa debería andar como José Feliciano en el Ikea, porque hasta donde sé, ni las plantas ni las piedras tienen miedo, pero no me lo digan a mi, digánselo a Will Smith, que la idea es suya. Tal vez por eso y porque también puso la pasta para el proyecto, Maese Smith es el único que puede romper los morros del Ursa gracias a la "fantasmación"- lo dicho, las quejas al maestro armero- una habilidad para dominar el miedo y, por tanto, no ser detectado por los Ursas de la que carece su hijo. Y no será que el chaval no lo intenta, todo sea dicho.


Papi, en ocasiones veo Ursas.... ¡¡¡y me dan miedo!!!

Como ven, el libreto hay que cogerlo con pinzas y de lejos: serie B de la mala. Y si la cosa quedará ahí, tendría un pase, pero "After Earth" pretende ser cine de arte y ensayo y ahí es donde el castillo finalmente se desploma en una polvareda de trascendencia, espiritualidad y sermón mesiánico que, a la vez, pretende ser un estudio sobre las relaciones entre padres e hijos, una película ecologista, un blockbuster y la "nueva del de Men in black". Todo a la vez, todo revuelto, amasado de cualquier manera y recalentado hasta la nausea en una salsa de nepotismo egocéntrico (hasta el que enfría el botijo en la película es familia de Will Smith) que genera una digestión más pesada que el plomo enriquecido.

También carece de ritmo, de buenas interpretaciones (creo que Will Smith no ha estado peor en toda su vida. E incluyo "El principe de Bela Air" en el zurrón) y la dirección es torpe, aburrida y de una superficialidad impensable en un tipo con el talento para la creación de atmósferas sugestivas como ha acreditado el señor Shaymalan incluso en sus horas más bajas (soy de los que piensan que los primeros veinte minutos de "El Incidente" es de lo mejor que se ha rodado en los últimos diez años). En fin no sigo que me émbolo y no paro.

Le va a importar bien poco, estoy convencido, pero desde aquí aviso al señor Shymalan que después del calvario que han supuesto los casi 120 minutos de metraje de "After Earth" (menos mal que la banda sonora de James Newton Howard es, como siempre, espléndida. Si no dudó que hubiera podido sobrevivir tanto tiempo en el vacio) la recientemente estrenada "The visit"es la última oportunidad que le doy para que me proporcione armas para combatir a sus cada vez más numerosos enemigos. Confío en que así sea, con lo que me gusta polemizar seria una pena perder tan jugoso tema.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

La burra y el trigo

Les aseguro que la foto que ilustra esta entrada no ha sido tomada ni en Figueras, ni en Barcelona, ni en Sant Feliu de Guíxols ni en Gaba. No, aunque les cueste creerlo, la instantánea fue realizada, este mismo fin de semana por un servidor en el jardín de una pequeña iglesia en pleno centro de Copenhague. A la mencionada capital danesa (por cierto, muy recomendable. Ya les contaré con más detalle en otro momento) puso rumbo el Clan Winot al completo el pasado viernes para escapar de la plaga de saturación que sufrimos desde hace meses con motivo de las elecciones autonómicas catalanas. Como pueden comprobar el esfuerzo ha resultado inútil.

Por razones que no vienen ahora al caso, el tema catalán afecta muy seriamente mi devenir diario. De hecho, si Cataluña se independizara, mi vida sufriría un terremoto de intensidad considerable que, por supuesto, deseo mantener a distancia. Por esta razón, siempre me he posicionado en contra de que la secesión se lleve a cabo y, finalmente, los catalanes se desgajen de España. Pero les confieso que lo mantengo única y exclusivamente por esa razón, lo que no deja de tener un punto de tristeza muy significativo. Lo cierto es que estoy de este tema hasta donde  amargan los pepinos y la única razón que puedo esgrimir para desear la concordia nacional es pura y simplemente, mi propio bienestar. Decía el periodista David Gistau hace ya algunos años que el tema de Cataluña es similar al de aquellas novias que se pasaban los años amenazado con dejarte: al final, lo que uno desea en estos casos es que cierre la puerta por fuera y te deje en paz.

En Cataluña hay una creciente ola de apoyo a la independencia. Creo que es indiscutible y amarrarse al hecho,de que no se ha llegado al 50% de los votos para hablar de fracaso en las pasadas elecciones me parece de un papanatismo casi insultante. Por mucho menos Alfonso XIII hizo el petate y se largó para alegría de los republicanos hace casi 100 años. Pero también es cierto que si con lo fácil que se lo han puesto esta vez, los nacionalistas no han logrado una victoria arrasadora, un verdadero puñetazo en la mesa, una vuvuzela XXL, veo muy complicado que puedan lograrlo en un futuro próximo.

El insólito despliegue de medios utilizados por los partidos independentistas para vender la idea de la secesión como necesidad casi fisiológica se ha conjugado con una lamentable estrategia política por parte del gobierno central (en realidad, si se pone uno a pensarlo, las elecciones catalanas las ha ganado el PP: de no haber sido por Mariano y sus palmeros, muchos no habrían terminado dando su voto al zoo nacionalista de Mas y Junqueras). Además, la izquierda ha estado demasiado concentrada en las elecciones generales como para prestar el menor interés por la situación de los catalanes y así les ha lucido el pelo. A pesar de todo ello, a pesar de darse todas las circunstancias para formar una tormenta perfecta, la cosa ha quedado un poco flácida, como a medio hacer.

Ahora con todos los partidos jugando al Teto para conseguir encajar los votos que permitan continuar el proceso secesionista (cosa enormemente complicada cuando dentro de tu "bloque" conviven socialdemócratas, comunistas, republicanos, anarquistas y demás fauna política) los catalanes se enfrenta a su primera foto fija de lo que puede ser un futuro independiente y el resto de España, desgraciadamente se queda lamentándose de que, nuevamente un 3% (¿qué tendrá este porcentaje que siempre termina asociado a CIU y a sus dirigentes?) no haya permitido poner un punto final muy diferente a este cuento y que, de nuevo, la burra tenga que volver al trigo para seguir arando en un campo que linda el barbecho.

sábado, 25 de abril de 2015

Bajo el microscopio: Los abrazos vacíos

Los pensamientos son como el agua cuando se desliza por una pendiente. Uno parece tener claro hacia donde se dirigen, el mapa no parece dejar lugar a dudas acerca de su origen ni de su destino. Sin embargo, para nadie es una sorpresa comprobar como cualquier accidente geográfico, por minúsculo que sea, hace que su trayectoria cambie irremediable y definitivamente, que vuelva del revés su cartografía. 

A veces es divertido dejar la mente vagar y contemplar entre risueño y perezoso como la mente juega al teléfono estropeado. En otras por el contrario, la modificación del itinerario, nos hace adentrarnos en zonas inexploradas, llenas de oscuridad y ceniza y en no es complicado toparse con aterradoras sombras que resultan ser las que uno mismo proyecta. El breve relato que hoy les presento es fruto de esos extraños vericuetos que el pensamiento es capaz de urdir y que son capaces de convertir lo hermoso en trágico, lo azul en negro, la presencia en ausencia. Espero que les guste. Alegrarles el día, ya imagino que no.

Los abrazos vacíos


Sigue viniendo a pesar de todo. Lo veo en el mismo banco de entonces, cada mañana, a la misma hora. La mirada perdida, del mismo modo que antes. Los brazos, en cruz,  extendidos sobre el respaldo, intentando abarcarlo todo, en un círculo infinito y hueco, como si, de este modo, fuera posible cerrar el espacio y con él, el tiempo, un abrazo vacío, terrible reflejo del otro, el que proporcionaba entonces a los dos y con el que inútilmente intentaba protegerlos de todo. En un costado, bajo una de sus ramas, la que fue y tuvo tiempo de estar. En el otro, su faro, su luz, su camino, el que apenas fue, la sombra sepultada, la vela que brevemente prendió. Entre ambos, la nada, el que nunca volverá a ser ni a estar.

Dedicado a los que resisten, a quienes intentan lo imposible.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Not a good job

En menos de 24 horas he visto dos veces, "Whiplash", la película del realizador norteamericano Damien Chazelle, flamante ganadora de tres Oscars en la reciente entrega de estos celebérrimos galardones cinematográficos. La cinta se une así a un selecto club de obras en mi panteón cinéfilo que se pueden contar con los dedos de una mano (y aún sobraría alguno para barrenarse a conciencia ambas fosas nasales) y que incluye colosos de la categoría de "La huella" o "L.A. Confidential" sin entrar en más detalle. A pesar de ello, a pesar de esa fascinación que ha generado en mí la película, me resulta imposible decir que es una buena obra merecedora de elogios.

Y eso que el guión, obra también de su realizador, es inatacable desde cualquier punto de vista que uno quiera tomar. Coger un un tema tan manido como el del profesor atípico y el estudiante talentoso para darlo la la vuelta de semejante modo solo está al alcance de verdaderos maestros de la pluma. El enfrentamiento entre el volcánico Terence Fletcher (J.K. Simmons) y su aplicado pupilo en el arte de tocar la batería (Miles Teller) está plagado de momentos inolvidables y diálogos para el mármol, encajados en unos perfectos 100 minutos que son una exhibición de ritmo y dosificación de adrenalina calculada al milímetro. A pesar de todo ello y sintiéndolo mucho, me cuesta mucho decirles que el libreto de la obra es bueno.

Tampoco puedo entregar elogios a la pareja protagonista, a pesar de que en la pantalla destilan una química sencillamente perfecta. La merecidamente premiada interpretación de J.K. Simmons es tan poderosa, tan llena de matices (sí, grita como el que más y en ocasiones haría las delicias del Sargento Hartman, pero, en otras, logra que a uno le entren ganas de prestarle un pañuelo) que cuando está en pantalla eclipsa al resto del reparto. Pero hay que romper una lanza a favor de Miles Teller que pasa de encajador de collejas a chacal iracundo en un abrir y cerrar de ojos. Si piensan que exagero con mis halagos a estos dos enormes actores, les invito a que no pierdan detalle a los veinte minutos finales de la cinta, una verdadera exhibición de ambos, con apenas cuatro lineas de diálogo como parapeto entre el espectador y ellos. Lamentablemente, ni siquiera por esto, puedo decirles que "Whiplash" esté bien interpretada.

No lo tengo claro, chaval, ¿te adelantas o te retrasas?

Respecto a la dirección de Damien Chazelle, solo decir que, lo que acredita en "Whiplash" es un talento de vértigo, inverosímil en un jovenzuelo de apenas treinta primaveras y con una sola película previa en la maleta. Que su trabajo no haya sido siquiera nominado es de difícil digestión a la vista de su capacidad para definir a los personajes con un par de planos y su sorprendente habilidad para crear imágenes adhesivas. Nunca la música había sido tan bien apresada por las imágenes como en esta ocasión. Se nota la pasión que el realizador norteamericano siente por ella en general y por el jazz en particular. La cámara recorre los atriles y las salas de ensayo con una maestría tal que uno casi siente la vibración de las cuerdas en la nuca y el redoble de los tambores hace que se nos despierten las neuronas como si fuéramos nosotros los que recorremos los pentagramas de "Caravan", "Too hip to retire" o la homónima "Whiplash". Una pena que, a pesar de todo ello, sea imposible decir que la dirección de Chazelle es buena.

 En resumen, "Whiplash" no es una buena pelicula. Y mantengo que no es una buena película a pesar de todos mis halagos porque, en un momento del metraje, Chazelle pone en boca del personaje de Terence Fletcher que, cuando uno detecta genio en alguien hay que empujarlo más allá de lo posible para hacerlo romper el cascarón de su talento y deslumbrar al mundo. Por la misma razón, continua, nada hay más perjudicial en la búsqueda de la excelencia que ante la obra de un genio en potencia, limitarse a clasificar su obra como un buen trabajo. Si han visto "Whiplash" coincidirán conmigo en que hay que tener unas agallas del tamaño del Gran Cañón para llevar la contrario a Terence Fletcher, de modo que, lo dicho, Damien, "not a good job".


lunes, 12 de enero de 2015

Kafka es francés

Uno de los muchos descubrimientos literarios del recién fulminado 2014 fue el francés Emmanuel Carrère. Tras la lectura de "El adversario" y "De vidas ajenas", obras de cuya grandeza les hablé hace poco en el ladrillo (concretamente aquí), este nuevo ejercicio lector da el banderazo de salida con la que fue una de sus primeras novela y que lleva por título, "El bigote", la historia de un ejecutivo que tras años de lucir un frondoso bigote, decide afeitárselo solo para comprobar que nadie, su esposa, incluida, parece darse cuenta de tan destacable cambio.

¿Gracioso, verdad? Indudablemente, nos encontramos ante una novela de humor, una gansada absurda cuyo objeto es dilucidar las razones que explican tan descabellado punto de arranque, ¿no es cierto? Pues si piensan así, les aviso que van tan descaminados como el que suscribe, porque con "El bigote", Carrère se marca una novela que hubiera firmado Kafka sin dudar ni por un instante que pudiera desentonar en lo que a atmósfera se refiere junto a "El proceso" o "La metamorfósis". Y ya saben que las novelas del escritor checo no se caracterizan, precisamente, por ser un surtidor de carcajadas.

Con "El bigote" Carrère apuntala dos ideas que ya tenía formadas con las dos obras anteriores que han pasado por mis manos: a saber, que es uno de los mejores narradores que hay hoy en día en la literatura universal y que pocos hay tan capaces de escarbar en la mente del ser humano para sacar a la luz lo que anida a mayor profundidad.

La manera en la que la novela evoluciona desde su chistosa premisa inicial hasta su escalofriante conclusión es una clase magistral de técnicas narrativa que oscila entre ambos extremos, oscureciendo la broma que actúa como espoleta hasta convertirla en un lienzo de humor negrísimo (atención al momento en el que el protagonista se hace pasar por ciego para que un transeúnte le confirme si tiene o no el bigote en su sitio. Hilarante y terrible a la vez),  para sobrepasarlo holgadamente en el tramo final y convertir la peripecia del protagonista en un pesadilla de tintes apocalípticos. Y todo ello, con un ritmo y una cadencia maestra, inconcebible e implacable en su densidad que se adapta con elegancia y suntuosidad a la imparable trayectoria de los acontecimientos.

Al igual que ocurriera en sus otras dos obras, en "El bigote", tan importante como lo que pasa son las razones que explican y justifican los hechos. En todo momento asistimos a los resortes y mecanismos mentales que ponen en marcha la trama y su desarrollo y es complicado, resulta difícil negar la obvia lógica que motiva al protagonista a tomar las decisiones que toma y a no compartir su creciente angustia ante una situación que parece indicar una inverosímil conspiración mundial contra su persona.

No es "El bigote" una obra fácil de asimilar (sí de leer. Una gozada. Sus apenas ciento setenta páginas se devoran en un par de sentadas). Sus posos permanecen en la memoria mucho después de guardarlo en la librería junto a sus hermanos y ya les adelanto que son unos restos amargos, de los que uno aparta agitando la cabeza y cerrando los ojos, obligando a la mente a olvidar que de un hilo tan sutil y suave puede surgir un ovillo tan denso y oscuro como aquellos que le gustaba destejer a acierto escritor checo que, sin la menor duda, ocupa un puesto de honor en la biblioteca de Emmanuel Carrère.

miércoles, 7 de enero de 2015

Desde el desvan: La pregunta del millón

A principios de 2010, publiqué en el ladrillo una entrada en la que comentaba mis impresiones acerca del ataque sufrido por el dibujante danés Kurt Westergaard que pergeñó las celebérrimas caricaturas sobre Mahoma en 2005 y al que intentaron convertir en carne picada en su propia casa cuando el tema solo hervía ya en las ollas purulentas de los más fanáticos.

Y aquí estamos, casi cinco años exactos después tomándonos el aperitivo con un nuevo ataque a la libertad de expresión, cortesía de una horda de zoquetes asesinos que no permiten la más leve mancha en sus sagrados ropajes pero a los que les tiembla poco el pulso a la hora detonar explosivos, degollar personas maniatadas o ametrallar periodistas.

Me da por el mismísimo orto tener la oportunidad de volver a publicar aquella entrada pero es, desgraciadamente, una funda perfecta para el ataúd que han construido hoy esta panda de fanáticos asesinos a los que si Mahoma tuviera la oportunidad no dudaría en escupirles en sus miserables caras. Como siempre, les dejo aquí el enlace a la entrada original: lo mejor, también como es habitual, está en los comentarios que generó.


La pregunta del millon (04/01/2010)

Kurt Westergaard estuvo a punto de morir hace menos de dos días. Un joven somalí, armado con un hacha de considerables proporciones logró colarse en el interior de su domicilio e intentó asesinarlo al grito de "sangre y venganza". Afortunadamente, Westergaard logró refugiarse en la cámara acorazada instalada en su baño y, tras contactar con la policía (que logró finalmente reducir a disparos al agresor), salvar su vida.

Es muy posible que el nombre de Kurt Westergaard no diga nada a mucha gente. Pero si decimos que es el dibujante que en 2005 revolucionó a miles de musulmanes por unas caricaturas de Mahoma realizadas por él para el diario danés "Jyllands Posten", es más fácil ubicarlo. Cuatro años después cuando casi nadie se acuerda de aquel lamentable hecho en el que la libertad de expresión retrocedió varias décadas para alegría de los islamistas más radicales, Westergaard aún permanece en el punto de mira y de no ser por las medidas de seguridad que el gobierno danés le facilitó, el dibujante, cuyo único delito fue hacer uso de una libertad que ha costado siglos conseguir, sería carne fileteada en el pasillo de su propia casa.

No sería la primera vez, también es cierto. El polémico periodista y cineasta Theo Van Gogh, que dirigiera en 2004 el cortometraje "Sumisión", sobre el papel de la mujer en el Islam, fue asesinado en pleno centro de Amsterdam hace tres años por un integrista que tras derribarlo de su bicicleta con varios disparos de su pistola, lo acuchillo en repetidas ocasiones, lo degolló hasta el hueso y no contento con eso, le clavo un cuchillo en el corazón dejando sobre el cadáver una carta de varios folios llena de amenazas y apocalípticos augurios para "los no creyentes".

Uno puede escribir un libro en el que se diga que, en realidad, Jesucristo y sus Apóstoles son el precedente más antiguo de los Village People o dirigir una película en la que aparezca la Virgen María practicando el onanismo y, a lo más que se arriesga, sin ser poco, es que le censuren la obra. Sin embargo, cuando del Islam se trata, una mancha en la delicada sábana de sensibilidad que rodea a los más extremistas puede suponer tu decapitación o que la embajada de tu país, a miles de kilómetros, salte por los aires. Y no solo hoy, o cuatro años después, como es el caso de Westergaard. Un acto de este tipo condena al "culpable" a permanecer en perpetua guardia y vivir hasta el fin de sus días con un cuchillo colgando sobre tu cabeza. Salman Rushdie puede dar buena cuenta de ello.

¿Es admisible que la sensibilidad de un grupo religioso sea la vara a través de la cual todo Occidente mida su derecho a expresarse libremente? ¿Puede un sector extremo de una fe o una opinión política determinar qué es o qué no es merecedor de la muerte y actuar en consecuencia? ¿Puede alguien en su sano juicio pensar que, en realidad, Rushdie, Van Gogh o Westergaard, tienen lo que se merecen por haberse metido con la gente equivocada? ¿Vamos a pensar, de verdad, que al final los rodillazos en la nariz son agresiones nasales a la rodilla? Creo que la respuesta a esto es la misma que recibió Theo Van Gogh de su asesino cuando, mientras la vida se le escurría por su cuello cercenado, le preguntó si no era posible sencillamente que discutieran sin más sus diferencias.