viernes, 18 de julio de 2008

Cantando y bailando


Cuando esta mañana el dueño del bar donde acostumbro a tomar café me ha saludado entonando una canción con inusitada habilidad me he quedado francamente sorprendido. Pero, cuando los clientes que, a tan temprana hora, dormitaban sobre la barra, se han levantado de golpe y se han marcado una ajustada coreografía que incluía mortales y piruetas no podía dejar de pensar si estaba soñando. Lo mejor es que yo les he contestado a todos cantando con no poco estilo y aplomo. Raro, ¿no?

Y, sin embargo, esta situación que de haber ocurrido en realidad, me habría llevado a preguntar a los parroquianos matinales si quedaba lejos el sitio donde habían adquirido los cigarritos de la risa que les llevaban a actuar así, se convierte en algo cómodamente instalado en la cotidaniedad cuando de cine musical se trata. El poder de las películas no solo logra que creamos en los fantasmas, o que nos veamos capaces de conseguir que la chica de nuestros sueños abandone al guapo ejecutivo de noble corazón. También logra que esa utópica pero ilusionante imagen de gente que canta y baila a nuestro alrededor en el día a día, resulte no sólo creible sino atractiva y deseable.

En la actualidad, el género está en franca decadencia. Apenas surgen musicales mínimamente aceptales y el cine, hoy, a tono con la realidad grisacea que nos ha tocado en suerte, prefiere historias más centradas en el lado sórdido de la vida y deja de lado a esa gente imposible que ama, llora y se divierte bajo las notas de una orquesta invisible que tejen para ellos la banda sonora de sus días. Afortunadamente siempre nos quedará la oportunidad de imaginar lo que sería algo así a través de músicales tan intemporales e irrepetibles como los que siguen.

CANTANDO BAJO LA LLUVIA (STANLEY DONNER Y GENE KELLY, 1952): No sólo es le mejor musical de todos los tiempos, sino una obra cumbre del cine. Fresca, divertida, ácida, romántica. Números como "Make'em laugh", el baile onírico con la bellísima Cid Charise o el incomparable "Singin' in the rain" que fue rodado en una sola toma y con el amigo Gene sudando a cuarenta grados de fiebre son hitos inigualados del cine y fuente de energía positiva desde hace más de medio siglo. A pesar del tiempo transcurrido y de lo mucho que han cambiado las cosas, el tiempo no ha hecho mella en este monumento lleno de humor (la primera aparición de Gene Kelly contando sus orígenes), buenas interpretaciones (mención especial a la inmensa Jean Hagen) y unos números musicales como pocas veces se han visto en una pantalla. Por favor, que a nadie se le ocurra perpetrar un "remake".

WEST SIDE STORY (ROBERT WISE Y JEROME ROBBINS, 1962): Ni más ni menos que diez oscars se llevó esta revisión del mito de Romeo y Julieta trasladada al conflictivo West Side de New York. Por obra y arte del cine, Capuletos y Montescos se convierten en Jets y Sharks, bandas callejeras enfrentadas por el control del barrio, mientras que María y Tony sustituyen a los eternos amantes creados por Shakesperare hace más de cuatrocientos años. El famoso "America", "I feel pretty", "Tonight" o el estremecedor "Somewhere", del que años después, Tom Waits hiciera una versión no menos magistral, han sonado en mi tocadiscos primero (de hecho, fue el primer LP que compró el que suscribe en toda su vida) y en mi Ipod después sin interrupción destacable desde hace años. Una obra maestra.

CABARET (BOB FOSSE, 1972): Entre ese iniciático "Willkomen, bienvenu, wellcome..... im cabaret, au cabaret, to cabaret" con el que el genial y justo ganador del oscar, Joel Grey nos introduce en la película, hasta ese desolador crisol de rostros deformados con el que concluye esta genialidad del nortemaericano Bob Fosse asisitmos a algunos de los números musicales más grandes de la historia. Magnífico coreógrafo, melómano empedernido y espléndido director, Fosse crea maravillas como "Cabaret", el celebre "Money,money", o esa maravilla que es "Maybe this time". A pesar del odio irrefenable que siento por el elefantuno Michael York y lo mal que me cae Liza Minelli en general y en esta película en particular, sus poco más de dos horas, solo puede definirse como magistrales. Sin embargo, el gran Bob Fosse no se quedó contento con pasar a la historia por esta obra y, siete años después, ofreció a quien quiso verla, otra obra maestra de nombre.......

ALL THAT JAZZ (BOB FOSSE, 1979): En esta ocasión, el afan experimental y la tétrica temática de la película, una especie de "Cronica de una muerte anunciada" pasada por la batidora musical de Fosse, impidieron el pleno en crítica y público, pero que nadie se engañe, "All that jazz" es una obra maestra del cine. El recientemente fallecido Roy Scheider, se embarcó en esta paseo por la muerte tras vérselas por segunda vez con un escualo con malas pulgas y, quizás de esa experiencia y por la apabullante y narcotizada mirada de Fosse surgió un musical majestuoso, impresionante y espectacular que mezcla Vivaldi con melodías modernas sin sonrojo alguno. "Bye, bye love", el explosivo y perturbador número final de más de diez minutos de duración es un espectáculo verdaderamente incomparable al que un servidor nunca se aburre de asisitir.

MOULIN ROUGE (BAZZ LUHRMANN, 2001): En el año en el que el paranoico Stanley Kubrick situó su aburrida odisea espacial, vio la luz el último gran musical que ha dado la industria del cine. Reconozco que no entré a la primera en el anfetamínico mundo del director australiano. Pero tras un segundo intento, dejando a un lado todo lo visto hasta entonces y permitiendo fluir las imágenes sin el filtro de la tradición, no pude sino rendirme ante el despliegue de talento del que Luhrmann hace gala para contar esta, eso sí, tópica historia de amores imposibles que la pirotecnia visual del australiano convierte en un espectaculo deslumbrante. El carisma abrasador de una bellísima Nicole Kidman y el sorprendente Ewan Mc Gregor, muy alejado de sus patochadas habituales se cruzan con vertiginosos números musicales y arreglos imposibles que adaptan a los nuevos tiempos grandes clásicos del pop y el rock de los ochenta y noventa como "Roxanne","Your song" o "The show must go on". Con películas así, uno se reconcilia con la vida. Lástima que no salgan más

viernes, 11 de julio de 2008

Cada miércoles


Cada uno tiene sus pequeños vicios ocultos, sus secretos inconfesables. Pequeñas perversiones que desentonan por completo con nuestra forma de pensar y que, con no poco pudor, nos cuesta reconocer. Imaginemos a un Ferrán Adriá que, en plena entrevista, sobre el sorbete de nitrógeno sublimado soltara sin mediar preaviso que, cuando el hambre aprieta, cierra sus fauces sobre una hamburguesa gigante del Mc Donalds. Indudablemente está en su derecho, pero no dejaría de resultar chocante y llamativo.

Sin duda no tan llamativo y chocante, pero igualmente, secreto e inconfesable es el vicio que me está llevando desde hace semanas a acostarme todos los martes a altas horas de la madrugada para no perder un minuto de la edición 2008 de......... ¡¡¡¡¡¡ Operación Triunfo!!!!

Sí, amigos. El adalid de la lucha contra la telebasura, el melómano que se recrea en los mejores temas del rock'n'roll y que sería capaz de retar a duelo con florete a quien se ponga por delante por una buena entrada para el Teatro Real, cada madrugada de martes se desloma en su cama con los ojos como ventosas e inconfundible expresión de pecador reciente, anhelando la gala de la semana que viene como maná caído del cielo.

Podría entrar a analizar el sustrato sociológico y el mecanismo sicopedagógico que nos incita a mi muy embarazada mujer y a un servidor a saltar de alegría cuando nuestro favorito salva el pellejo o cuando el inenarrable Risto Mejide escupe veneno en sus comentarios a aquellos que más detestamos. Sin embargo, no lo voy a hacer ya que, además de muy pesado, sería falaz e inadecuado. "Operación Triunfo 2008" hay que vivirla con el estómago. Nada racional puede explicarlo.

Por eso mismo, queremos que la tremenda Virginia gane el concurso y, para ello, estamos dispuestos a dejarnos un par de euros en mandar mensajes o llamar a carísimos teléfonos especiales para que eso se produzca. Y por supuesto, cuando sea editado su disco, ambos haremos cola para llevarnos a casa su voz extraña y encantadora.

Por la misma y visceral razón, odiábamos al llorica de Iván y a la pedorra de Esther, siempre escocida y pegada a esa versión de Bisbal con enfermedad degenerativa que era su padre. Las expulsiones del impresentable de Jorge "el terror de las nenas" y de la muy varonil Sandra han motivado las últimas aperturas de botellas de cava en mi casa.

Las trifulcas entre los miembros del jurado aunque claramente preparadas al milímetro nos resultan creíbles y no vemos el momento de que Risto y Noemí dejen fluir la tensión sexual que les une y tras desangrarse a palabras se fundan en un beso apasionado que haga brillar la calva de Javier Llano y cierre la bocaza de la aburridísima Coco Comí y su incesante cháchara.

Además, está el gran Jesús Vázquez, todoterreno televisivo que convierte los errores en aciertos y el gran histrión que es Ángel Llacer que, afortunadamente, ha mandado fuera de las pantallas al palizas de Kike Santander que sumergía en el sopor con sus interminables parrafadas a concursantes y espectadores por igual en anteriores ediciones.

Cada miércoles cuando suena, siempre demasiado pronto la alarma que me indica que da inicio un nuevo día, me odio por malgastar el día anterior mis horas de sueño ante el televisor para ver a un grupo de seres a los nada me une y que nada bueno me proporcionarán en el futuro. Cada miércoles me digo que es la última vez, que el martes que viene, olvido mi cita con Virginia y los que intentan inútilmente arrebatarle el título de ganadora y, en su lugar, me enfrasco en la lectura de un buen libro, veo una película de calidad o escucho nuevamente la "Tosca" de María Callas. Y así, cada miércoles.

sábado, 5 de julio de 2008

Carta a Miguel

Estimado Miguel:

Lo que tengo que decirte es breve y probablemente anecdótico. No quiero importunarte en estos momentos. Seguramente, estarás reposando tras la intensa semana que llevas arrastrando tras tu acto de rebeldía en el Congreso. Desde tu debate con Gallardón, fotografía en mano y tu rechazo al escaño que tus votantes te asignaron en las elecciones municipales de hace unos meses, nunca habías estado tan en boca de todos. En fin, que me voy por peteneras y, al final, me voy a quedar sin decir lo que quiero decir.

Me encantan las corbatas. Por razones de trabajo, las uso desde que tenía veinticinco años y puedo decir que dispongo de una muy respetable colección de ellas. Nunca he sido un vanguardista en mi forma de vestir. Pero si en algo me he permitido alguna salida de tono (ligera, la verdad, nada grave) ha sido en las corbatas. Me gustan de colores vivos, con filigranas, con topos, lisas y con dibujo, de lana, de seda, estrechas, gruesas. Además, dentro de mi escasa habilidad con las manos, puedo presumir de saber hacer todo tipo de nudos (Windsor, cruzado, doble). En resumen, y por no hacer muy largo el tema, que seguro que andas liado, debo reconocer que me gustan las corbatas.

Nunca he entendido, por tanto, su mala fama. En realidad, una corbata no es mas que un trozo de tela que, incomprensiblemente, una vez, alguien se anudo alrededor del cuello (algún suicida frustrado, tal vez) y creo escuela. Sin embargo, por llevar una, te pueden acusar de imperialista, capitalista, alienado, facha y, desde tu actuación del miércoles, enemigo del medio ambiente y no descarto que terminen acusándonos de ser siervos de George Bush o detonantes del deshielo del Ártico. Los sindicalistas evitan el contacto con ellas y cuando los políticos pretenden acercarse al ciudadano las abandonan a su suerte y reniegan de su presencia. Francamente, me parece mucha tela y disculpa el chiste fácil.

Si lo que se pretende es controlar el uso compulsivo del aire acondicionado en el país en general y en el Congreso en particular, me parecen mucho más útiles otros medios que condenen a las sufridas y vistosas corbatas al ostracismo. A bote pronto se me ocurre, por ejemplo, la instalación de baldes de agua en el suelo de los escaños para refrescar los pies, la obligatoriedad de las bermudas, la sustitución de las camisas de manga largas por amplias y coloridas guayaberas venezolanas, la instauración del abanico toledano como medio oficial de ventilación respetuosa con el medio ambiente o los zapatos de rejilla con plantilla transpirable. Otra cosa es que lo que se pretenda sea desviar la atención del público desde lo principal (bochornosa comparecencia de tu presidente, tibios apoyos mediáticos y datos económicos que provocan la congelación de las sonrisas) hasta lo anecdótico y pueril, corbata mediante.

Por eso, Miguel, y para no crear confusión acerca de tus intenciones (porque hay gente para todo, qué te voy a contar) te emplazo a que busques otro modo de luchar por un titular socorrido o, en su caso, por el medio ambiente. Eso sí, deja siempre la corbata en el bolsillo de la chaqueta. Nunca se sabe si algún día la necesitarás para hacerte un torniquete en el brazo que te seccione el sablazo de la luz, la gasolina o la hipoteca. Si no la llevas y pierdes la extremidad, no podrás ponérte corbata posteriormente. Aunque el tiempo acompañe.

Un cálido saludo,

T.W.