miércoles, 19 de junio de 2013

Desde el nido

Aunque llevaba ya casi un año inscrito, no he quedado atrapado en la red social Twitter hasta hace unas semanas, momento en el que como Ananías hizo con Saulo, el pajarillo me ha impuesto las manos (las alas en este caso) y he visto la luz que durante meses me había sido negada y que me había llevado a abominar de esta popular aplicación.

Las redes sociales y yo no nos llevábamos bien. Me encantaría ponerme estupendo y decir que no me gustan porque aislan al ser humano y pervierten las formas de comunicación más clásicas en beneficio de una falsa realidad integrada por individuos por quienes no moveríamos un dedo de cruzarnos con ellos en la vida real. Quedaría fenomenal, no lo discuto, pero, sin dejar de darle una parte de razón, la principal razón por la que deambulo poco por las redes sociales es que me resultan mortalmente aburridas.

Facebook, por ejemplo, me ha parecido siempre la personificación de Onan. Allí todo el mundo parece querer restregar a los demás lo bien que les va en la vida, con que saludable dieta pasan los fines de semana y como se quieren sus amigos y ellos en una vorágine de vida social que marea solo de pensarlo. Instagram, por su parte, es un símbolo claro de que el homo sapiens ha recorrido el camino que descubrió en 1997 Giovanni Sartori y está ya felizmente reconvertido en homo videns. Aquí el texto importa poco o nada. De hecho, me jugaría la bolsa escrotal a que si uno mentara a la madre de quien publica la foto, el aludido pasaría el comentario por alto, pero no por seguir las enseñanzas de Amon Göth sino, fundamentalmente, por que las palabras han pasado por sus ojos con capa de invisibilidad. Y por ultimo, Twitter....... ¡Ay, Twitter!

Twitter, de primeras, para un servidor, era un bardal descontrolado sencillamente ininteligible. Entre las limitaciones que imponen sus 140 caracteres- más si, como es mi caso, padeces incontinencia verbal-  y el laberinto de arrobas y almohadillas que recorren el nido, era prácticamente imposible enterarse de lo que decía la gente y costaba un considerable esfuerzo entenderse y, lo que es peor, hacerse entender. Uno se deja llevar y, cuando se quiere dar cuenta sigue a un millón de personas que le invaden la pantalla de inicio con un aquellarre verbal al que es imposible sobrevivir. Por tanto y como uno ya está mayor abandoné el nido. Es lo normal y no descarto que mucha gente lo haga.

El mundo está tuiteado, quién lo desentuiteará........

Pero hagan un esfuerzo, no tengan prisa. Tómense su tiempo para pasar de un mensaje a otro. Tengan en cuenta que se envían más de diecisiete millones de mensajes diarios en todo el mundo, va a ser imposible leerlos todos, nacen muertos, sepultados por sus hermanos en un parto interminable que aumenta cada día. De modo que no corra, en estos tiempos, el idem es muy relativo. Si hay un enlace a otra página, pinchen sobre él, no lo pasen de largo. A lo peor es una parida, un chiste malo o una diatriba del sicótico de Hermann Tertsch, pero, hay tantas opciones. Y tantas buenas- hace poco he descubierto así la impresionante obra del hiperrealista Pedro Campos o el torrente sonoro de Queens of the Sone Age- que merece la pena probar.

Controlen adecuadamente a quien siguen. Aquí se lleva mucho el "quid pro quo", el teto virtual por así decir, "si me sigues te sigo. Si no, ya sabes por donde te puedes ir yendo". Es importante sembrar en Twitter, sobre todo al principio, cuando uno se encuentra como Superman en la Fortaleza de la Soledad, pero, llegado un punto, los arboles pueden impedirte ver el bosque y perder por el camino algo grande.

No se enganchen únicamente a las personas que admiran o que les caen bien. Sé que es más fácil decirlo que hacerlo- todavía me relamo pensando en una conversación musical que tuve hace poco con mi admirado J.M.de Matteis- pero merece la pena meterse en aguas pantanosas y acercarse a otro tipo de gente. Sean malos, no olviden seguir también a quienes detesten, personajes a los que siempre han tenido ganas de poner un bozal y nunca han podido. En Twitter es posible y, además, desde el nido, desde la cercania, se ve mejor la profundidad de su estupidez y lo paupérrimo de sus argumentaciones, cuando se ven cercados (lo de algunos políticos es para enmarcar, una vez se seca uno las lágrimas).

Tal vez sea la devoción del converso, el fogonazo que acompaña todo disparo, pero creo que Twitter es mucho más que "otra red social". Su dinamismo, su inmediatez, sus peculiaridades formales y la ausencia de candados y fosos, convierten el nido en una fuente inagotable de información que se nutre de su propia cercanía para llegar a todos y desde todas partes. El riesgo está en que el nido se convierta en un gallinero, en un tumulto, un caos, pero, eso, como casi todo en Twitter, depende de cada uno, lo que es muy tranquilizador, sinceramente.

miércoles, 5 de junio de 2013

Volando voy: Burdeos

Gracias a la infinita generosidad de los abuelos del clan, que acogieron a las herederas en su nido durante el último fin de semana, la bella señora Winot y el que suscribe, en inmejorable compañía (Monsieur Lewis y Monsieur Caro, ambos del brazo de sus deslumbrantes esposas. Casi nada) han pasado unos días de merecido descanso en la vecina Francia y, por ser más precisos, en la localidad de Burdeos. Un paraíso vinícola y cultural cuyo único pero es el estar habitado por esa especie semihumana, terriblemente estirada y de natural antipatía que es la de los franceses. Queda específicamente excluido de esta saturada, aunque irrebatible definición, el gran Jean Baptiste, que tan grato y divertido servicio nos prestó en uno de los inmejorables restaurantes de la ciudad y que, como era de suponer, no era francés al cien por cien.
Será mi francofobia, pero, ¿esto no les recuerda a la alerta biológica?
Desde un punto de vista cultural, la ciudad, una de las más importantes del país, es un vergel arquitectónico deslumbrante. La Basílica de San Miguel, la plaza del Parlamento, el Gran Teatro de Burdeos- colosal, de quedarse con la boca abierta- y, por supuesto, la resplandeciente y monumental Catedral de San Andrés son tal vez los ejemplares más llamativos, pero toda la ciudad desborda una elegancia que te lleva a ir con la vista dirigida al cielo y, en consecuencia, a tropezar con algún francés, con el elevado riesgo de contagio que eso lleva aparejado. Si, además, como fue nuestro caso, el Girondis de Burdeos gana nosequé trofeo futbolísitico, el riesgo alcanza nivel de epidemia.
La foto no es mía, ya quisiera. Mi arte no está a su altura. Gran teatro de Burdeos


Pero cuando uno ha superado los cuarenta y apenas dispone de 48 horas para desconectar antes de reenganchares en la rutina, la pregunta que, de verdad, determina si una ciudad merece la pena ser visitada o no es por supuesto, la que incide en la calidad de su gastronomía. Excepcionalmente, dado que Burdeos es capital de una de las zonas vinícolas más importantes del mundo la pregunta debe ampliarse para conocer si los cacareados vinos de la región merecen los sonoros elogios que reciben- no hay que olvidar que los franceses son especialistas en elogiar lo suyo, sea o no merecedor de los mismos. Por mucho que me duela, tratándose del país vecino, en ambos casos, la respuesta es sí: Burdeos, amigos, es La Meca de la gente del buen comer y el mejor beber. Y sorprendentemente, todo ello a muy buen precio.

Gracias a los contactos de Madoiselle Caro, tuvimos la fortuna de encontrar ubicación en los tres restaurantes más reconocidos de Burdeos: La Tupina, La Brasserie Bordelaise y Le Café du Port, tres monumentos gastronómicos de enjundia donde tumbamos no pocas botellas de vino y donde nos deleitamos con unas viandas maravillosamente presentadas, sabrosas y, ojo al dato, suficientes para alimentar a una compañía de la Legión en plenas maniobras. "Pobre Tarquin, sin duda debió tener que ampliar hipoteca para pagar la cuenta", se preguntarán consternados "Y si encima las raciones eran perceptibles a simple vista, ya no te quiero ni contar... Y con vino. Y mucho. Está condenado" Eso pensaba yo, sinceramente. De haber tomado estos platos en un restaurante normalito de Madrid, la comanda nos hubiera dejado los hígados fuera y la cartera rumbo al asilo. Pero, sin entrar en detalles, las cuentas de este fin de semana sin-pri-var-nos-de-na-da no han superado los cuarenta euros por cabeza en cada uno de estos locales sumamente recomendables. No es barato, por supuesto, pero no me negarán que, tomando los precios de Madrid y teniendo en cuenta la legendaria cicatería y sobreprecio de todo lo gabacho, es algo muuuuuuy razonable.

Si están buscando una escapada cercana (45 minutos de avión desde Madrid), culturalmente interesante (no se pierdan el Teatro, de verdad, merece la pena), y gastronómicamente imbatible (si hay que quedarse con uno, no se vayan sin pisar el Café du Porto, a orillas del caudaloso, anchísimo y sumamente sucio río Garona que divide la ciudad), si les gusta el buen vino a buen precio (hemos probado muchísimos y es difícil destacar uno, pero si lo encuentran, prueben el Chateau Floreal Laguens) y están dispuestos a controlar las ganas de estamparle un mazo en los morros a cuanto gabacho fatuo, petulante y agrio se cruce en su camino (son legión, se lo puedo asegurar), no lo duden Burdeos es el lugar que estaban buscando.