miércoles, 30 de noviembre de 2016

Cinco razones para leer a Eduardo Mendoza




















1.- Es el flamante Premio Cervantes de 2016: Y aunque se lo merece desde hace años, lo es desde hace apenas unas horas. Habrá opiniones para todos los gustos, pero creo que existe un consenso bastante unánime en que el septuagenario escritor barcelonés es unos de los mejores novelistas que actualmente existe en lengua castellana. Entendiendo novelista, como ha escrito hace poco Sergio del Molino, como "alguien capaz de aunar talento y oficio, de componer obras de arte sin descuidar la artesanía y de escribir para una variedad enorme de lectores, con estilo, elegancia, amplitud de registros y humor". Y eso que hace unos años realizó unas delirantes declaraciones en las que anunciaba la muerte de la novela como género literario que sólo puedo explicar desde el abuso del alcohol o por la razón quinta para leer a este hombre y a la cual les remito.
 
2.- Ha escrito "La verdad sobre el Caso Savolta": Siempre será mi referente a la hora de hablar de la vanguardia y la exprimentación en lo que a literatura se refiere. Recuerdo que el año que yo estudiaba Selectividad, incluían esta maravillosa obra como el punto de arranque de la novela moderna en nuestro país. Con una estructura desmantelada intencionadamente y una catarata de estilos que van desde el puramente narrativo al recorte de prensa pasando por la prescripción médica, el monólogo interior y el lenguaje frío y meticuloso de los textos judiciales. Y hablamos de la que fue su primera novela. Es lógico que gente como Feliz de Azua escribiera que "con la apasionante historia de los antecedentes y consecuencias de la extraña muerte del empresario (el Savolta del título) apareció (Mendoza) en el firmamento literario como el cometa Halley: no venía de ningún lugar conocido, nadie sabía a dónde se dirigía, y sin embargo marcaba una dirección. Orientaba. Una verdadera obra maestra"

3.- Sería capaz de hacer reír al mismísimo Buster Keaton: Solo hay dos autores que puedan provocarme la carcajada incontrolada sin que la presencia de terceros sea un eficaz cortafuegos. Uno es Gerald Durrell (la fiesta final de "Mi familia y otros animales" es el mejor estimulante vital de celulosa que puede uno llevarse al cuerpo) y el otro es Eduardo Mendoza. El humor está en toda su obra. En las más serias y formales, como "La ciudad de los prodigios" o "La verdad sobre el caso Savolta" aparece en forma de fogonazos que tardamos en percibir y que están esparcidos por los momentos más tensos, dejando al lector totalmente fuera de juego por lo inesperado de su aparición. En las abiertamente cómicas, como "Sin noticias de Gurb" o "El misterio de la cripta embrujada" , la imaginación del escritor barcelonés es un pozo sin fondo en el que el lenguaje, los personajes y las situaciones se confabulan para provocar que quienes te rodean en el autobús te señalen con el dedo o cuchicheen a tu alrededor, en el fondo, muertos de la envidia por empezar el día con semejante estado de ánimo. 

4.- Es el creador del mejor detective de la literatura española: Tras cinco novelas ("El misterio de la cripta embrujada", "El laberinto de las aceitunas", "La aventura del tocador de señoras" "El misterio de la bolsa y la vida" y "El caso de la modelo extraviada")  aún desconocemos la identidad de ese detective sobrevenido, con tendencia a la verborrea y a la desnudez que a pesar de sus intentos de pasar desapercibido en la Ciudad Condal se ve envuelto en los casos más estrafalarios mientras deja al descubierto todas las vergüenzas de la sociedad con unas dosis de cinismo cáustico que no dan respiro La galería de secundarios que pululan por las cinco novelas (muchos aparecen y desaparecen en las distintas entregas) es deslumbrante, pero me quedo, sin dudarlo con Cándida, la hermana del héroe, cuya descripción en "El misterio de la cripta embrujada" es, sin duda alguna, una de las cumbres de la literatura del último medio siglo.

5.- Tiene más de setenta años: Y si eso, en la vida de cualquiera es barra libre para opinar sobre todo sin medir las palabras, lo es aún más para una persona como Don Eduardo que siempre se ha caracterizado por decir lo que se le pasa por la cabeza sin darle mayor importancia. Ya he comentado antes sus declaraciones hace unos años poniendo la lápida en el género literario con el que se gana la vida, y a principios de este año cargó, furibundo, contra los talleres de escritura. También dijo que su primera novela, "Soldados de Cataluña" era  un novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza y la lió parda en 2010 llamando analfabeto al Papa Benedicto XVI. También ha transmitido en muchas ocasiones su posicionamiento claro contra la independencia de Cataluña y contra los libros que se publican actualmente. La verdad, no le veo haciendo el payaso como Bob Dylan o Fernando Trueba, pero ardo en deseos de escuchar el discurso de aceptación del premio. Seguro que hay guinda.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Schubertior

Por suerte o por desgracia, en Madrid, el ruido te rodea. En ocasiones son las sirenas, el barullo infernal del trafico desquiciado. Tambien hay convesaciones ruidosas, exabruptos, niños llorando o riendo, padres en alerta roja, martillos pilones o camiones descargando y cargando a cualquier hora del día o de la noche. En ocasiones también hay musica. Espantosa la mayor parte de las veces. Sorprendente, hermosa y desconocida en algunas contadas ocasiones, como la que salía de una ventana hace unos días y que gracias a San Shazam pude saber que era una de las seis piezas que componen los Moments Musicaux o Momentos Musicales del compositor austriaco Franz Schubert.

En un Post-it a una cara podría escribir todo lo que conozco de la obra de ese artista: el archiconocido quinteto de "La trucha", el Ave María y poco más. Imagino que si me pongo el "grandes éxitos" de turno de Spotify alguna melodía más reconoceré. De su vida conozco algo más (no mucho, en cualquier caso) por la defensa colosal de su vida y obra que hace James Rhodes en su libro "Instrumental" (por cierto, una obra redonda que no deberian perderse si aman la vida y la música). Bajito, acomplejado, siempre a disposición de la caridad de sus amigos para sobrevivir, con un talento y una creatividad asombrosa (cientos de canciones, ocho sinfonías, dos decenas de sonatas para piano, etc) para una vida que apenas superó los treinta años y que estuvo dirigida por el desprecio, la falta de reconocimiento y una naturaleza enfermiza y quebradiza que terminó arrasada por la sífilis. Como ven, un magro botín de conocimientos cuando se habla de una obra tan descomunal y, al parecer, tan hermosa y brillante como la que creó este hombre. Mea culpa. 

Los seis Momentos Musicales que han puesto en primera fila de mis intereses al amigo Franz son composiciones ya tardías (se publicaron poco antes de su muerte), de una libertad formal absoluta y completamente diferentes entre ellas. Son obras para piano que van desde los apenas dos minutos del tercero de ellos a los casi ocho del último. Los hay con ritmo moderado, diabólicamente acelerados y algunos que convierten los adagios tradicionales en speed metal. Son obras con melodías amplias que no parecen repetir motivos y que sin embargo lo hacen bajo unos ropajes que uno tarda en digerir pero que cuando lo hacen asombran por su inocente complejidad. 

Me tienen loco desde hace una semana, la bella Señora Winot y las herederas pueden dar fe de ellos, especialmente el segundo de ellos, el que me asaltó a plena luz del día y me dejó en cueros musicales en una calle de Madrid aparentemente segura, el sitio menos proclive a ser el escenario de una epifanía melódica que uno pueda imaginar, el que aquí les dejo en la interpretación inmejorable del maestro Alfred Brendell. Dedíquenle los poco más de cinco minutos que dura (el día dura 24 horas, seguro que se lo pueden permitir), no se me duerman (aunque el autor ya se encargará a media pieza de que vuelvan de las tierras de Morfeo si se ha dado el caso) y descubrirán algo muy superior a la media. Disfrútenla.


martes, 15 de noviembre de 2016

Clonando lombrices

Decía Celtas Cortos en una de sus canciones más conocidas que ya no queda casi nadie de los de antes y que los que hay, han cambiado. Si esto es indiscutible en la vida real, en la blogosfera, donde la esperanza de vida de las bitácoras presenta datos profundamente medievales esta máxima adquiere proporciones casi celestiales. Afortunadamente, hay excepciones.

El gran Mister Lombreeze, que desde hace más de ocho años, ilumina a sus fieles, desde "De gusanos y lombrices" es el perfecto ejemplo de que en ocasiones, queda alguien de los de antes que no solo no ha cambiado sino que además. como el buen vino, se sublima. De la obra del amigo Lombreeze me gusta todo: cine, política, música, historia, unas gotas de laicismo, mortíferos combates contra la estupidez, alguna que otra teta y sobre todo, una cruzada perpetua por interesar, por compartir y por pasarlo bien en compañía de otros sin el clasismo intelectual tan propio de esta época. 

Y una de mis secciones favoritas es "Estrellando cine", sabiduría cinéfila gusana resumida en cuatro lineas con sus correspondientes estrellitas. Uno puede decidir que película ir a ver este fin de semana únicamente con repasar estas delicatessen mañas que tan buenas obras me ha descubierto en los últimos años. De modo que, en parte homenaje y en parte fusilamiento puro y duro, inicio hoy en la escombrera una suerte de remake de tan insigne bitácora con la que espero poder descubrirles algunas buenas películas, muchas decentes y, desgraciadamente, no pocos tordos (Hay cinco estrellas máximo de modo que hagan sus cuentas). Espero estar a la altura, pero, en cualquier caso, el original, ya saben donde encontrarlo.

Blood Father: Muy estimable vuelta de Mel Gibson al cine comercial. Familias desestructuradas, hijas díscolas con malas compañías, padres rudos pero amorosos, villanos de manual y veinte minutos finales francamente brillantes. El prólogo perfecto para la nueva película del amigo Mel, "Hacksaw Ridge" cuyo muy prometedor trailer pueden ver aquí. (***)

Elle: Una decepción inesperada. A mi, del perturbado y perturbador Paul Verhoeven me gustan hasta los andares. Isabelle Huppert es una actriz de reverencia y su primera hora es sencillamente redonda. Como fotografía de una sociedad miserable y enmascarada, la película funciona como un reloj. Como thriller, aburre a las cabras (**).

Huppert en la mejor escena del año.
 Doctor Strange: En Marvel siguen en racha y la película de Scott Derrickson deja el listón muy alto para la próxima entrega. Una historia interesante hasta para los que el tema superheróico le queda lejos, efectos visuales de primera categoría y por encima de todo, dos bestias pardas como Benedict Cumberbatch y Mads Mikkelsen bordando sus papeles. Recuerden, no se vayan de la sala hasta el final. Hay DOS (sí, dos) escenas durante los créditos que no se pueden perder. Quedan avisados. (****).

Jason Bourne: Pues yo fui de los que disfrutaron con Jeremy Renner tomando el relevo de la saga, de modo que la vuelta de Matt Damon me resbaló bastante. De hecho, creo que la película hubiera sido igual de buena con Renner. En realidad, cualquiera de la saga, porque aquí, el que corta el bacalao es Paul Greengrass. Qué tío. Tiene todo lo que odio en un director de cine y, sin embargo, su montaje esquizofrénico, su cámara al hombro y sus primerísimos planos, que a nadie perdono, aquí, me entusiasman. La mejor de la saga y la persecución en Las Vegas, junto a la secuencia en Londres de la tercera entrega, de lo mejor que ha dado el cine de acción en los últimos quince años (****).

Cafe Society: Las películas de Woody Alllen son como las conversaciones con nuestros amigos más añejos: no aportan nada nuevo, pero se disfrutan. Nuevamente Hollywood, nuevamente un actor joven imitando a Woody Allen cuando se ponía delante de la cámara, nuevamente diálogos brillantes y, nuevamente, una dirección que da en las espinillas de los más vanguardistas con elegancia, sabiduría y experiencia más que demostrada. Una pena que la pavisosa de Kristen Stewart arruine la función con su inexistente talento, porque iba para tres estrellas (**)

Don't breath: Los 85 minutos más angustiosos de lo que llevamos de año. Madre, lo que uno puede hacer en tan poco tiempo con talento y sin bañar en sangre al espectador. Un robo que se complica, una víctima que no se deja esquilmar, un perro con malas pulgas y un necesario silencio que pone los pelos de punta. De no ser por la "sorpresa", que es de un mal gusto que espanta, se llevaba cuatro estrellitas (***).

No me chilles que no te veo. Mejor aún, no respires.
 El infiltrado: Bryan Cranston ya es una razón para acercarse a esta cinta con el temible "basada en hechos reales" incrustado en el frontal. Pero desgraciadamente es la única. Ambientada en los años 80 narra una compleja operación montada por la DEA para encarcelar a la plana mayor del narcotráfico hispano. Prometedor y lleno de buenas intenciones, pero aburrido como un discurso de investidura (*).

Peter y el Dragón: Logradísimo remake de "Peter y el dragón Elliot", una entrañable película setentera que el tejano David Lowery adapta a los tiempos modernos con mucha brillantez. Cine familiar serio, bien interpretado, emotivo, emocionante y con un despliegue de efectos especiales que no emborrona la necesaria, pero nada azucarada moraleja. De lo mejor del año (****)

¿Que aún no ha ido a ver mi película? Atónito me dejas.
No soy un asesino en serie: Cuatro duros (quizás menos) para contarnos la historia de un chaval que además de trabajar en una funeraria, tiene pasión (y tendencia a convertirse en uno) por los asesinos en serie. Cuando empiezan a amontonarse cadáveres, la gente, claro, empieza a mirarlo raro. Encomiable ciencia ficción de serie B con unas gotas de horror lovercraftiano que además de para pasar un buen rato nos sirve para recuperar a Christopher Lloyd que, por cierto, está de Oscar (***)

El duelo: Buena prueba de que el que mucho abarca, poco aprieta. Western interesante, estudio de personajes de primero de infantil, presunta trascendencia de la que da mucha risa y un toque sobrenatural que sin ser de lo peor, no pega ni con cola. Si, como a un servidor, les gusta ver a Woody Harrelson en una pantalla de cine, pues adelante. Si no, se la pueden ahorrar (*).

martes, 4 de octubre de 2016

El corazón y la estatura

Aunque me gusta presumir de la variedad temática del ladrillo, no es menos cierto que si uno se pone a pasear por sus casi diez años de historia, es fácil localizar una inquietante tendencia a recomendar y alabar películas, libros o comics dedicados a temas retorcidos cuando no profundamente truculentos. Creo que una de las cumbres del cine es "Los puentes de Madison" y no tengo problemas en reconocer que lloro como una niña tonta cuando llego al tramo final "La tregua" o escucho el Adagio de Barber, pero negar que la sangre y el lado oscuro de las cosas ejercen una poderosa influencia en mis gustos culturales sería absurdo y, además mentira. 

Y como el absurdo me erosiona la paciencia y no me gusta mentir, a pesar de dedicarme a lo que me dedico, hoy les voy a recomendar la lectura de "Big man plans", otra historia gruesa y escabrosa, de esas que tanto me gustan y que ya desde la portada, la cual pueden contemplar a su izquierda, hacen arquear la ceja a la bella y estupefacta Señora Winot.

¿Que de qué va "Big Man Plans"? Pues, básicamente, de venganza y de justicia, entendiendo esta última en el más estricto sentido del ojo por ojo y, sobre todo (lo entenderán cuando lean el comic) del diente por diente. Ni Eric Powell ni su colega Tim Wiesch, por tanto, han descubierto la fórmula de la gaseosa. Pero hay un detalle que diferencia este cuento atroz y vacío de esperanza como pocos del resto de sus numerosos compañeros de cuarto. Aquí el fumigador de cólera no es un ex-marine trastornado ni un honrado padre de familia agujereado por el dolor. Aquí quien se erige en juez, jurado y martilleante ejecutor, es un enano (del que ni siquiera llegamos a saber el nombre) con una infancia y una juventud de novela de Dostoyevski y que en Vietnam sirvió a su país masacrando Charlies en sus propios túneles (ventajas de medir menos de metro y poco). Una carta, cuyo contenido solo se conoce en las últimas páginas, es el detonante de una furia asesina que concluye en un tramo final apto solo para estómagos de cemento.

Rodillas, dedos, narices... Todo vale.

Que nadie se acerque a este comic en un mal día. Posiblemente, en este formato, "Big man plans" es la historia más correosa, deprimente y salvaje con la que me he topado. En el guión de Eric Powells y Tim Wiesch no hay ventanas por las que sacar la cabeza para escapar de la brutalidad y la violencia que desde la primera página ataca al lector. No hay humor de ningún tipo, ni luz, ni espacio abierto, ningún sendero que conduzca a la esperanza. Uno tiene la sensación de estar en unos de esos túneles por los que la "versión diminuta de la muerte" (así llaman los Charlies a nuestro peculiar héroe durante la guerra) campó desatado en la selvas vietnamitas, pasando páginas como si reptara entre el polvo y la oscuridad camino de una inevitable y espantosa muerte. El magistral dibujo del propio Powell complementa a la perfección esta atmósfera irrespirable que les comento con un realismo de una truculencia insoportable en ocasiones (atención a la escena en el hospital. Difícil de olvidar). Incluso en las fases en las que nuestro hombre no está repartiendo martillazos, generalmente recordando y dando pistas al lector de la fuente de su ira, los tonos ocres y los trazos agresivos y disonantes de Powell, no conceden tregua.

Cada uno tiene sus gustos, sus parcelas, sus zonas de comodidad. Pero, a veces, hay que hacer un esfuerzo y sacar la patita fuera del círculo, forzarse a mirar al otro lado de la calle, más allá de la farola. Como les decía al principio, no hay géneros incompatibles, ni compartimentos estancos cuando hay calidad en la propuesta. Y "Big man plans" es un buen ejemplo de ello. Muy bueno, de hecho. Por mucho que parezca escrito en una noche de pesadilla con la sangre que borbotea de una cabeza machacada a martillazos.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Desde el desvan: Cinco razones para leer a Fernando Aramburu

Cuando leo las obras de los grandes autores, me siento, que diría Rocío Jurado, "como una ola". Como una ola que al aparcar en mi playa, arrasa hasta los cimientos el valor de mis propios textos. El peso monumental de las palabras de los escritores con mayúsculas perfora mis techos literarios y arroja al más inmenso desierto lo poco o mucho de satisfacción que me hayan podido producir los pobrecitos. Tabula rasa. Sin embargo, imagino que a causa de la resaca, rebuscando entre los cascotes de mi derruido concepto literario y, sin duda, iluminado por los tesoros que la ola no ha podido llevarse, se produce un efecto, digamos, centrífugo y  la mezcla de lo leído con lo poco salvado del desastre reactiva los motores y vuelve a poner en marcha mi autoestima que no por dirigirse a un seguro desastre deja de dar pedales.

Fernando Aramburu es uno de esos grandes autores a los que me refiero, tal vez el más grande que tenemos hoy en día en nuestro país y su última obra, "Patria", publicada hace un par de semanas es la última ola colosal con la que me he topado.

Hace ya algunos años (cinco para ser exactos) en plena resaca de su "Viaje con Clara por Alemania", dedique al donostiarra de oro una entrada inflamada que hoy, con motivo de la reciente publicación de la mencionada "Patria" recupero en la sección de arqueología enladrillada, "Desde el desván". Todo ello, por supuesto, sin perjuicio de dedicar en el futuro una entrada completa a esta obra maestra una vez concluida su lectura (apenas he devorado doscientas de las casi setecientas que tiene el libro). Como siempre, los más curiosos pueden ver la entrada original aquí, pero a diferencia de otras ocasiones, no les invito a que lean el verdadero contenido de la entrada que siempre está en los comentarios: de la etapa dorada de esta escombrera, es la única que se quedó sin comentarios, la pobre.


CINCO RAZONES PARA LEER A FERNANDO ARAMBURU (28 DE MAYO DE 2011)


1.- Es un todoterreno temático: Afincado en Alemania desde hace más de 25 años, el donostiarra Fernando Aramburu es uno de los grandes tesoros de nuestra literatura. Además de un estilo personal y fluido, heredero en muchos aspectos del mejor Eduardo Mendoza, el autor vasco domina la práctica totalidad de las asignaturas literarias: poesía, teatro, relato corto, novela, libros para niños. Parece imposible que la misma persona que describe con maestría la asfixiante atmósfera que se respira en los pueblos de Euskadi que viven bajo el terror etarra, sea capaz con similar habilidad de convertir un libro de viajes en un relato de humor desquiciado y memorable. Su sentido del ritmo y de las proporciones hace que cada libro de Aramburu respire de un modo distinto y que uno no sepa si tras pasar la página, llorará, reirá a carcajadas o, sin más, quedará sin palabras ante el despliegue lingüístico de su autor.

2- Diseña personajes en tres dimensiones:
Del mismo modo que existen personas a las que basta observar su rostro para albergar recelo, creo firmemente que existen seres humanos a los que su escaparate facial no les traiciona, y que transmiten en alta definición una honradez y una pureza de espíritu que dista mucho de resultar hueca o inexacta sino fiel reflejo de lo que alberga su interior. Fernando Aramburu es una de esas personas y lo que transmite tiene calado en su obra. Sus personajes se pueden "tocar", respiran, son físicos, reales, parecen elevarse de la letra impresa y acompañar al lector durante su paseo por las páginas. El modo en el que se expresan, sus reacciones la manera de interconectarse; todo fluye con naturalidad y el que asiste a semejante espectáculo solo puede enmudecer asombrado y seguir leyendo.


3.- Es el autor del mejor libro del año pasado: Me atrevería a decir, incluso, que es uno de los enclaves indispensables a visitar si uno desea conocer las obras literarias más redondas de lo que llevamos de siglo, pero más vale no crear demasiadas expectativas y arriesgarse al desencanto sobrevenido. "Viaje con Clara por Alemania" es un libro de viajes en el que se explora la geografía matrimonial con el mismo detalle con el que se describe a los alemanes, a sus costumbres y a sus ciudades más emblemáticas. Además de su habitual dominio del lenguaje y la narrativa, Aramburu se revela como un maestro del humor más estrambótico, provocando una sonrisa continuada durante la lectura de sus muchas e insuficientes páginas cuando no un torrente de carcajadas. Desde que lo terminé es uno de mis regalos recurrentes y pocas de mis amistades no cuentan con un ejemplar en sus estanterías. Espero que, como poco, les haya generado tanto placer como a un servidor.

4.- Sus novelas se adaptan a la pantalla...... ¡¡y funcionan!!: No es nada habitual, en la relación entre la literatura y el cine español, pero Aramburu goza de una muy interesante versión para la gran pantalla de una de sus novelas más brillantes."Bajo las estrellas", dirigida hace unos años por Félix Viscarre, adapta muy dignamente "El trompetista de Utopía", su tercera novela. Aunque suavizando sensiblemente los aspectos más crudos de su modelo escrito, la película recoge con éxito el guante de dar carne y hueso al indescriptible protagonista de la obra, Benito Lacunza (excelente Alberto San Juan) y obtiene alta puntuación a la hora de recrear esa atmósfera a medio camino entre la tragedia y la comedia en la que Benito y su hermano se mueven tras la llegada de aquél desde su fracasada carrera musical en Madrid para hacerse cargo de la herencia del padre de ambos. Excelente novela y no menos excelente película.

5.-Lucha con las mejores armas contra el terrorismo y el nacionalismo más radical: Con el libro de cuentos "Los peces de la amargura", Aramburu aplica un foco de inusitada potencia sobre las grises y los marcadamente oscuros esquinazos de lo que significa vivir en el País Vasco y hervir junto a pistoleros y partidarios de pistoleros en el caldo del día a día. A través de una decena de relatos de los que resulta imposible quedarse sólo con uno, Aramburu ofrece una visión terrible y amarga de lo que supone en Euskadi no coincidir ni en forma ni en fondo con quienes asesinan, ni con aquellos que señalan a los que aprietan el gatillo. Como es de imaginar, Aramburu recibe pocas invitaciones para participar en los foros abertzales, pero, como también es de imaginar, esto le importa bastante poco. Han pasado ya cinco años desde la publicación de "Los peces de la amargura", pero poco ha cambiado en el pensamiento de su autor: hace un par de semanas, sin ir más lejos, preguntado acerca de su opinión sobre la situación política en el País Vasco y su aparente calma tras la legalización de Bildu, Aramburu ha seguido demostrando que se afeita la lengua a diario al responder que "nunca he visto un caimán vegetariano. Son animales que comen carne y hoy en día han decidido comer vainas y acelgas democráticas".

jueves, 8 de septiembre de 2016

Diane en la sombra

El objetivo estaba claro: la peliaguda y criticada "Escuadrón Suicida". Herederas colocadas por varias horas, bella Señora Winot sudando la camiseta en El Retiro preparando la Spartan y servidor con dos bolsas rebosantes tras un paseo por FNAC de los que crean adicción y la perspectiva de ver a los chicos de DC en su nuevo intento de ganar terreno en esta desigual batalla que mantienen con Marvel por el cetro de las películas superherócias. No me negarán que el plan era perfecto y apetitoso, un manjar para una mente como la mía, indudablemente. Así que se pueden hacer una idea de mi apocalíptica expresión de incredulidad cuando llegué al cine para descubrir que la cinta de Jared Leto y Will Smith acababa de emigrar y había sido sustituida en la cartelera por "Ben- quefaltahaciascriatura- Hur".

¿Y que iba a hacer? ¿Volver a casa vencido y desarmado? Imposible, las carcajadas de la bella Señora Winot se hubieran oído hasta en casa de José Manuel Soria. No, había que cambiar de planes y, la verdad, las opciones eran pocas. Descartada "Ben- Hur" por imperativo moral, me quedaba, "Mascotas" (ya vista), la última de Carmen Machi (antes me hago vegano) y una desconocida cinta de terror de la que curiosamente, no tenía noticias y que respondía al nombre de "Nunca  apagues la luz". ¿Imaginan donde acabé, verdad? Pues que sepan que fue todo un acierto y que, bien por la falta de expectativas, bien por la de personas en la sala o bien por ambas cosas, no eché de menos ni por un instante a los desquiciados miembros del Escuadrón Suicida.


Ya les aviso que el debut del realizador David Sandberg no es la cuadratura del círculo y que fantasmas vengativos (la amiga Diane, en este caso) que se muestran reacios a que los demás vivan tranquilos los hay a puñados en la historia del cine. Pero ese arranque que te clava a la silla, esa Diane que apenas se intuye en cada sombra, o ese acorde final con contundente giro final, logra que "Nunca apagues la luz" coja altura y destaque sobre sus compañeras de genero. Hay además, conflictos generacionales, un manejo bastante digno de las relaciones fraternales, un romance creíble, múltiples guiños a los comics de DC y un mcguffin coherente que permite entender sin suspender excesivamente la credibilidad porqué pasan las cosas que pasan en la película.


No se puede negar, además, la existencia de una buena dirección de actores, destacando especialmente una María Bello vibrante y esplendorosa en su laberinto y la química innegable entre la australiana Teresa Palmer y el botarate de Alexander Di Persia que, contra todo pronóstico bordan sus personajes (protagonista casi absoluta y consorte con recursos, respectivamente). La labor de Sandberg es muy artesana, con estilo, con ausencia casi absoluta de sangre, sin ángulos innecesarios ni excesiva tendencia a los golpes de efecto (Atentos a la primera aparición de Diane. Me suda la nuca solo de recordarla) y con una malsana pero eficaz habilidad para la construcción de atmósferas desasosegantes. El producto de se le va un poco de las manos en el ultimo cuarto pero ese gancho de derecha que el director sueco logra mandar en los últimos segundos para poner el lazo al pastel hace que esperemos con mucho interés su próxima película.

No marcará sus vidas, pero lo que si les garantizo es que durante un tiempo más o menos largo después de ver "Nunca apagues la luz" (que por cierto, se basa en un cortometraje de apenas tres minutos del propio Sandberg) van a mirar con desconfianza hacia las sombras que les rodean. ¿Quién sabe lo que podría ocultarse dentro? ¿Lo oyen? ¿Escuchan como cruje la madera? ¿Que hacen aún ahí? ¡Huyan, insensatos! Como diría, la pequeña Caroline, caminen hacia la luz o están perdidos.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Por ahí no paso

La crisis económica y la virulenta corrupción política ha polarizado el país de forma indiscutible. No hay espacio para el diálogo y el que no está conmigo está contra mí. Cada decisión, cada palabra que uno suelta es diseccionado por "los otros" hasta dejarla en el tuétano con el único afán de ridiculizar al contrario, ganar un titular o poner los andamios necesarios para culminar el debate con un "ya te lo decía yo" que solo sirve para enconar aún más los ánimos hasta la próxima ocasión que, desgraciadamente se presenta casi sin que haya dado tiempo a limpiar los destrozos de la bronca previa. Las cosas están así. Nos gustará más o menos, pero diariamente tenemos ocasión de comprobar que no exagero un ápice. 

Por lo que a mi respecta, intento encontrar siempre algo de sentido en lo que dicen los demás por muy alucinógeno que me parezca y sin que importen las hectáreas ideológicos que pueda haber entre un servidor y las personas con las que se relaciona pero hay veces... Hay veces en las que las ruedas de molino se me atascan en la campanilla y me veo obligado a deshacerme del barniz aristotélico y proclamar que no. Que no, que por ahí no paso.

Escucho hoy a una representante de la CUP espetarle con una mueca de desprecio indescriptible al Director General de los Mossos d'Esquadra si se considera capacitado para ejercer su cargo y si le parece de recibo la brutalidad con la que la policía ha actuado contra los Okupas que llevan varios días convirtiendo las noches del Barrio de Gracia de Barcelona en un desfile de destrozos, incendios y disturbios variados. Al parecer, han desalojado a un grupo numeroso de esta tribu de una sucursal bancaria en la que llevaban viviendo desde 2011 y no parecen habérselo tomado muy bien. Demasiado templado y demasiado bien le ha respondido el aludido para lo que sin duda le pedía el cuerpo.

Tiene bemoles que una muchacha que ampara el que la gente se meta en propiedades ajenas, robe los suministros a los vecinos y convierta en estercoleros todo lo que toca, le pida explicaciones a un tipo que dirige a unos hombres y mujeres que se ven obligados a sacar de las calles a una manada que los triplica, al menos, en número y, que sin la menor duda, los pulverizarían a garrotazos al menor tropiezo. No he estado allí y por eso me baso en la información que facilitan los medios de comunicación, pero me cuesta ver a los Mossos incendiando contenedores y motos, qué quieren que les diga. Yo solo he visto a energúmenos asediando periodistas y colocando la cara a un centímetro de los cascos de los agentes mientra le mentan la madre en el mejor de los casos. Las tiendas que han destrozado, no las han destrozados los Mossos sino los afables vecinos que miran por encima del hombro a los que nos dejamos los cuernos para pagar una hipoteca mientras piensan lo imbéciles que somos por ir a trabajar cada mañana cuando uno puede meterse bajo un techo como Corcuera, con una buena patada en la puerta. 

No sé, igual soy un sucio fascista vendido al sistema que pasa su vida engañado por lo medios de comunicación. Pues igual... no te digo que no. Pero yo, al menos, cuando defiendo mis derechos no lo hago con antorchas ni repartiendo leña. Yo, mis derechos los defiendo donde toca, dentro del sistema, dentro de ese sucio y fangoso sistema que permite a estos tipos defender un derecho que no tienen y, que da a quienes los apoyan la oportunidad de presentarlos como victimas, en un rocambolesco giro ético que cuesta digerir. Pues mira, no. Por ahí, amigo mío, no paso.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Cinco razones para ver Capitán América: Civil War

1.- Adapta uno de los mejores comics publicados de los últimos años: Y me atrevería a decir que incluso lo mejora. La saga escrita por Mark Millar y dibujada por David McNiven en 2006 ofrece el tan recurrente y orwelliano tema del sacrificio de la libertad en beneficio de la seguridad polarizando el mundo de los superheroes en torno al Capitán América y, al otro lado del cuadrilátero, Iron Man. Todos los habitantes del Universo Marvel deberán escoger bando y enfrentarse con todos aquellos que se encuentren al otro lado de la cinta. Siendo como es un magnífico producto, plagado de momentos memorables, acción a chorros y jugosos diálogos, siempre me ha parecido que el tránsito de la amistad al odio entre los bandos era apresurado, torpe y poco creíble. En la espléndida película de Joe y Anthony Russo, los guionistas, Christopher Markus y Stephen McFileey, pulen esa arista y completan una obra tan redonda como el escudo de Steve Rogers.

2.- Es una película de Marvel Studios: Y, a día de hoy esto es el Fondo de Garantía de Depósitos de las películas. Excepción hecha de la infumable adaptación de Los Cuatro Fantásticos, cada obra que sale de esta factoría es de una solidez pasmosa. Cierto es que, la que nos ocupa hoy, "Los Vengadores", "Ant Man" o esa obra maestra que es "Deadpool" destacan especialmente, pero no es menos cierto que el resto de la producción aguanta un análisis riguroso en casi cualquier aspecto cinematográfico. Siempre habrá alguno que diga que estas cintas con "poco creíbles" (lo he oído, palabrita), que no soportan la comparación con el cine de Aki Kaurismaki o Theo Angelopoulos y que tanto efecto especial, pervierte la fuente artística de la que nació el cine (Idem. Un señor muy estirado lo proclamó a la salida de "Ant Man"). El que tenga oídos, que oiga. 

Al de la armadura que nadie lo toque... que diría El Fary

3- No hay que soportar a Ben Affleck maltratando a Bruce Wayne: Una de las claves del éxito de las películas Marvel es la excelsa labor de casting que los responsables de la compañía han llevado a cabo. A día de hoy, no tengo la menor duda de que en otra vida, Robert Downey Jr ha sido Tony Stark y que cuando Joe Simmons creo al Centinela de la Libertad, se asomó al futuro y vio a Chris Evans. La química entre los actores es prodigiosa y el modo en el que se apropian de sus personajes hacen que a uno se le llenen los ojos de lágrimas cuando comparan el estilazo que Chadwick Boseman otorga a la Pantera Negra o la letal sensualidad que exuda la Viuda Negra de Scarlett Johansson con el patético Ben Affleck ridiculizando Batman o el caracartón de Henry Cavill intentando inútilmente no provocar la risa floja.

4.-Contiene la que desde ahora será "la secuencia de acción": A pesar de un montaje francamente malo en la primera algarada en Nigeria, "Capitan América: Civil War" es un festival de acción ininterrumpida rodada con estilo, maestría y un evidente buen gusto. Echo de menos, los virtuosos (y tramposillos) planos secuencia de Joss Whedon, pero a cambio, los hermanos Russo, nos ofrecen la que, a día de hoy, es el non plus ultra en lo que a escenas de acción se refiere. Me cuesta encontrar, desde la batalla del Abismo de Helm en "Las dos torres", una secuencia que aguante el tipo frente a los casi veinte minutos adrenalítiticos, contenidos aquí, en los que los partidarios del Capi y los de Iron Man reparten tortas como si se fueran a acabar con un aeropuerto como telón de fondo. Cada plano, cada pelea, cada solución visual es mejor que la anterior ( y hay muchas). Todos los personajes tienen su momento (ya verán, ya verán. No le quiten ojo a Ant Man) y es fascinante ver como el recelo a enfrentarse va dejando paso a la rabia pura, mientras vuelan las maletas, se destruyen aviones o se tumban torres de control a puñetazo limpio. Un listón dificilmente superable.

5-Aparece el Spiderman definitivo: En los días previos al estreno de "Capitan América: Civil War" se anunció que mi adorado Spiderman tendría su momento de gloria antes de protagonizar su propia película. Siendo como es mi personaje favorito de Marvel y a la vista del extraordinario momento de forma de la compañía, no tenía duda de que el personaje interpretado por un colosal Tom Holland sería un acierto, pero nunca imaginé que sería el Spiderman definitivo, la verdadera encarnación del personaje (en su versión Ultimate, cierto es). Apenas aparece media hora, pero cuando lo hace, revienta la pantalla y oscurece todo a su alrededor. Con permiso de "Doctor Extraño", la película Marvel má
s esperada por el que esto suscribe. Nota final: ¿La contundente MILF de Marisa Tomei como Tía May? ¡¡Excelsior!!

martes, 29 de marzo de 2016

Mundo Haydn: La Creación


 - ¿Cariño?

- ¿Sí?

- Creo.... creo...

- ¿Qué crees? Y no me digas "una cosita" que me sé de uno que dormiría hoy en el salón.

- No, te digo que creo. Que creo, que creo en Dios y en su divinidad de manera incontestable. Él es el creador de todo lo que nos rodea. No hay resquicio para la duda.

- Perdona, ¿tú quien eres? Mi Tarquin es agnóstico emérito. Ni se plantea estas memeces ni, mucho menos, se las cree. ¿Qué habéis hecho a mi maridito? Malditos ultracuerpos.

- Que no, que no, que soy yo, cariño, tu Tarquin de toda la vida. No hay vaina alguna en cien metros a la redonda. Créeme, que sabes que yo con estas cosas no bromeo.

- Pues ya me puedes ir explicando este cambio de tercio, porque francamente no entiendo nada.

- Ya quisiera yo explicarlo, pero no se puede. Ya sabes, lo que dicen, que si lo puedes explicar no es Dios. Es algo que tengo dentro desde el concierto y no logro sacarlo. Es como si...

- ¿El concierto? ¿De qué concierto hablas? Si la última vez que fuiste a un concierto fue al debut de Los Brincos. No sé de que me estas hablando. De verdad que me cuesta ent... Espera un momento... ¿Un concierto?.. ¡Ay, que ya veo la luz!

- ¿Cómo que qué concierto? ¿Pues cual va a ser, muchacha?, el de hace dos semanas en el Auditorio Nacional, el de la Orquesta Santa Cecilia y el Coro Excellentia, el que presentó a su privilegiado público, entre el que mi chistera y yo nos encontrábamos, una interpretación sublime de esa magna obra que es "La creación", el magistral oratorio que compusiera durante casi tres años el maestro entre los maestros, es decir...

- ¡Haydn! ¡Cómo no! Tu amante bandido, tu Toblerone musical, el hombre con el que pasas más tiempo casi que con tus hijas. No podía ser otro. De verdad que lo tuyo con este tipo es para hacérselo mirar. El día que te enteres que lleva más de 200 años muerto esto va a ser un velatorio de exposición.

- Cuando uno es un genio entre los genios, la muerte es sólo el pórtico a la vida eterna, cariño. Nada puede importar menos que estar bajo tierra cuando en vida, compones, entre otras maravillas este manjar que da forma musical al Génesis bíblico. Si el propio maestro dijo que nunca se había sentido tan devoto y que todos los días oraba y pedía a Dios que le atiborrara de longanizas para acabar la obra, ¿cómo no va a generar el mismo efecto en el que escucha? ¿Cómo no creer cuando él cree?

- ¿Quieres que te dé las razones por orden alfabéticos o en riguroso orden de caída? Mira, cielo, no conozco la obra y no discuto su valía (sé que podría costarme el divorcio), pero una cosa es la obra y otra muy distinta el artista.

- No estoy de acuerdo. El artista se entrevela con su obra y lo que hay dentro se ve por fuera. Es un hecho. Uno escucha el magistral tema que da inicio a la obra, la plasmación en pentagrama del caos originario  existente antes de que viniera Dios y subiera los plomos, el coro con el que se cierra la primera parte o el dúo de Adan y Eva del tercer acto en el que ambos agradecen al Creador toda su obra y es inevitable inflamarse, plantearse si a la vista de estas maravillas, es posible que aquello que lo motiva puede no existir, ser una mentira universal, un caleidoscopio de imágenes prefabricadas para domesticar nuestra tendencia a matarnos los unos o los otros. Te propongo una cosa. Escucha el aria de la creación de las tierras y los mares y luego me cuentas. 



- Bueno, ¿que me dices?

- ...

- ¿Cariño?

- ...

- Oye, ¿te encuentras bien? Tienes la misma cara que se te hubiera quedado de haber visto a Paquirrín recitando a Shakespeare.

- ¿Cariño?

- ¿Sí?

- Creo.... creo...

- ¿Qué crees?

- Una cosita.

- ¿Con qué letrita?

- Con la hache.

- La tengo.

jueves, 17 de marzo de 2016

Sir Michael

El pasado lunes cumplía 83 años el actor británico Michael Caine. La repercusión mediática de su onomástica ha estado a la altura de la operación de lavado de colon a la que sometieron al sobrino de la prima de quien fuera mi vecina en casa de unos amigos de mis padres, es decir, entre poca y nula. Sí, yo tampoco puedo encontrar una explicación.

Este abandono informativo de quien es, sin duda alguna, el mejor actor vivo que existe en este y otros universos paralelos, es completamente inadmisible, un insulto para quien representa todo lo bueno que es posible de un trabajo como es el de la interpretación, en el cual, Sir Michael da magistrales. De modo que sin que nadie me lo pida y autoerigiéndome en celador de su merecida fama e  incuestionable valía, es hora de que en esta su escombrera se le rinda el tributo que, sin duda se merece.

Y se lo merece, entre otras cosas, por haber nacido con el rocambolesco nombre de Maurice Joseph Micklewhite y haber sobrevivido 83 primaveras a semejante estigma. Más que de su agente, estoy convencido de que su transformación en Michael Caine fue una recomendación de su terapeuta. 

Se lo merece también por haber interpretado no menos de 80 papeles en no más de 50 años de carrera, lo que supone más de una película al año, con periodos, como en los sesenta y ochenta en los que salía el hombre a unas tres o cuatro por año. Y no hablamos de cualquier cosa, no se crean. Por ejemplo, en la decada de los 70, Sir Michael participó en 13 cintas del calibre de "El hombre que pudo reinar", "Un puente lejano", "Contrato en Marsella" y, por supuesto, LA PELÍCULA, la piedra angular que divide el cine entre ella y las que vinieron después o estuvieron antes. Los más veteranos ya saben a cual me refiero. Los que no, pueden pinchar en esta antiquísima entrada del ladrillo "Rozando la perfección" sabiendo que si no han visto esta obra total y lo hacen ahora, tengan por seguro que su vida cambiará para siempre.

Añadir leyenda, me dice Blogger... yo soy la leyenda

También se lo merece porque no hay actor más versátil y con más capacidad para hacer de lo que sea con todas las garantías: seductor de jovencitas, asesino travestido, madurete enamorado de adolescentes con picores, mayordomo de superhéroes, militar sin escrúpulos, timador con los escrúpulos que no tenía el militar anterior. Ha sufrido ataques de abejas y de tiburones, naufragado en barcos insumergibles e, incluso ha visto como su propia mano se volvía contra él. Nadie ha encarnado como él al espía más tradicional y tampoco hay competencia a la hora de hacer reir al público con una vena, la cómica, que debería explotar más (ahí está "Que ruina de función" o "Dos seductores" para acreditarlo. Por el amor de Zeus, si hasta ha salido indemne de compartir planos con Steven Segal luciendo uno de los tintes de pelo más nefastos que se recuerdan. Si esto no es capacidad de adaptación, no sé qué podría serlo.

Para qué seguir. Tiene dos Oscars por sus brillantes trabajos en "Hanna y sus hermanas" y "Las nórmas de la casa de la sidra" (que levante la mano al que no se le obture la garganta cada vez que escucha aquello de "Buenas nohes, principes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra"), dos Globos de Oro y dos Bafta (uno por la espléndida "Educando a Rita". No se la pierdan). Ha trabajado con gente de la categoría de John Huston, Joseph Leo Mankiewicz, Oliver Stone, Peter Bogdanovich, Woody Allen, Christopher Nolan o Alfonso Cuaron y en sus planos ha tenido la osadía de tratar de tú a tu a pesos del calibre de Sean Connery, Martin Landau, Laurence Olivier, Mia Farrow, Kate Winslet o Julie Walters... Larga vida tenga usted, Sir Michael y siga haciendo lo que sabe hacer de manera tan magistral durante muchos, muchos años más. Yo no faltaré a mi cita. Aunque comparta plano con Jack Black. Con eso no digo nada y lo digo todo.

miércoles, 24 de febrero de 2016

El hombre que pasaba las páginas

Tantos años enarbolando la bandera de la francofobia más visceral y en apenas doce meses, miro las estanterías apelmazadas de libros de mi casa y podría pasar perfetamente por uno de esos amanerados y ampulosos seres que viven detrás de los Pirineos. Y como dirían Les Luthiers (otro franchutismo, no, si ya te digo yo que...) la cosa sigue siguiendo y tras Emmanuel Carrère, Ettiene Davodeau y Michelle Houllebecque, toma posiciones un nuevo gabacho en mi "pole" de escritores favoritos. ¿Su nombre? Pierre Lemaitre y el motivo de su incorporación a mi selecta colección de libros la que fue su segunda novela, "Vestido de novia" que es de la que les voy a hablar hoy en esta su escombrera favorita.

Y no es tarea fácil la que pretendo emprender hoy porque "Vestido de novia" es de esos libros de los que cuanto menos se sepa, más se disfrutan. Una sinopsis detallada podría llevar al curioso a desecharla con un lapidario "más de los mismo" y una ausencia total de información convierte el interés que pueda generar la obra en un tuit mediocre al que sepultan sus desenfrenados hermanos. Me limitaré a decirles que en sus páginas van a tener la suerte (o la desgracia) de conocer a Sophie, una joven parisina que parece sacada de las páginas del guión de "Memento" a cuyo alrededor la vida (la suya y las de los demás) se desmorona cada vez que sus ojos se cierran. No sé si es poco o mucho, pero no pienso decirles más del argumento. Y no les recomiendo que indaguen mucho por la Red, hay mucho incontinente verbal en la blogosfera y pueden salir trasquilados de la experiencia.

La novela se estructura en dos partes bien diferenciadas separadas a su vez en otras dos mitades cada una. La primera de ellas sirve a Lemaitre para presentar a Sophie y es, en pocas palabras, magistral. Hay imágenes poderosas, una atmósfera claustrofóbica, ritmo, un personaje que se gana al lector desde el primer momento y las suficientes sombras como para seguir buscando el interruptor de la luz. La segunda es un cambio de ritmo que ni John Bonham en plenitud de facultades hubiera podido igualar. No digo nada más. El lector se queda en medio de una isla desierta, sin asideros, contemplando como el infierno se desata sobre la pobre Sophie y con más de 150 páginas por delante que no hay modo de anticipar. Solo cuando nos vamos acercando al final de esta parte contemplamos ojipláticos la trampa sublime del amigo Lemaitre.

La tercera y cuarta parte, mucho más convencional, pero igualmente absorbente se acelera, quiebra y requiebra y conduce hasta un final en el que todo encaja (título de la obra incluido) pero que desgraciadamente, no puedo calificar de redondo por esa manía que le ha entrado últimamente a todo el mundo de rizar el rizo rizado con la rizadora de rizos en las últimas secuencias o, como es el caso, en las últimas páginas con el único y, en ocasiones como esta, estéril intento de sorprender aunque sea de forma gratuita hasta el telón. Un borrón que deja un regustillo amargo pero que no le quita un ápice de grandeza a la titánica labor que lleva a cabo mi nuevo mejor amigo afrancesado.

Con su habitual habilidad para comprimir conceptos y salir airosos, los anglosajones han creado un término que le va como anillo al dedo a "Vestido de novia": page turner. Y esa, ni más ni menos, es la definición perfecta para este thriller angustioso y apasionante que hoy les recomiendo,  un volteador de páginas, un correpáginas, un placer literario, un libro de esos tan queridos por los aficionados en los que lo que te tortura no es saber el número de páginas que te faltan, sino que sean tan pocas.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Bajo el microscopio: Una palabra suya

Cuando uno contempla la violencia explícita que le rodea, supone un esfuerzo importante, cuesta asumir que las palabras puedan generar mucho más dolor, una angustia sensiblemente más intensa que las patadas y los puñetazos. Las marcas físicas pueden llegar a desparecer en el tiempo, pero las palabras son como las sanguijuelas: una vez que se adhieren a la piel cuesta un descomunal esfuerzo despegarlas de quien las alimenta.

La gran ventaja que tienen las palabras es que son reversibles y del mismo modo que pueden demoler el mundo de quienes son destinatarios de las mismas, también contienen el poder de apuntalar un edificio en ruinas, de hinchar las velas de quienes han quedado a la deriva o a los que las fuerzas y las ganas han abandonado a su suerte. 

Sobre esta poderosa arma que es la palabra es sobre lo que trata el pequeño relato que hoy les traigo. Espero que les guste.
 

Una palabra suya

Contempló la bóveda de estrellas y subió el otro pie.


 - ¿¡Amor!?

 Fue como la primera vez que la escuchó, mucho antes de convertirse en la voz que daba cuerda a su vida. Ni siquiera giró la cabeza para contemplar su rostro. Sin pensarlo, bajó del alféizar y decidió darse una nueva oportunidad.

Dedicado a las voces que cambian vidas. Yo conozco una.

miércoles, 27 de enero de 2016

M.A.T.E.O (que te veo): Hombre rico, hombre pobre.

Desde finales de los setenta y, si me apuran hasta casi la actualidad, su nombre ha sido utilizado por los más viejunos del lugar como sinónimo de maldad absoluta, como compendio de todo lo cruel, inhumano y miserable que un cuerpo de carne y hueso es capaz de albergar.

Yo recuerdo haber acudido de la mano de mi padre al Estadio Santiago Bernabéu con mis lustrosos nueve o diez años y haberme quedado atónito mientras la grada al completo mentaba la madre al arbitro y no contenta con eso, colgaba (figuradamente, por supuesto) del cuello del colegiado la deshonrosa tablilla que contenía su nombre, diez letras que descargaban sobre el aludido todo el peso de un odio rabioso, constreñido e insalubre y que seguramente dejarían al pobre arbitro al borde del suicidio en el vestuario: FALCONETTI.

¿Que quién era Falconetti y cual era la razón de que medio mundo deseara su muerte y de que la otra mitad no tuviera en mente mover un dedo para oponerse? Pues, resumidamente, Falconetti, Anthony Falconetti, fue el primer gran villano que nos presentó la televisión, un tipejo rastrero y miserable que con sus argucias y bajezas se empeñaba, capítulo tras capítulo, en amargar la existencia de los protagonistas de la mítica serie de los setenta "Hombre Rico, Hombre Pobre".

Con su mítico parche, el actor que lo interpretó, William Smith, creo un icono cultural que a día de hoy sigue siendo reconocible y que en la época causó auténtico furor. Los espectadores por supuesto, acudíamos puntuales a la cita con el capítulo semanal para ver cómo le iba la vida al triunfador Rudy Jordache (el caracartón de Peter Strauss) y qué nueva desgracia le caía encima a su hermano Tom (Nick Nolte, en su papel habitual de bruto con sentimientos), un hombre que siempre se clavaba la aguja cuando iba al pajar. Por allí también pululaban viejas glorias del calibre de Ed Asner o el muy marveliano Bill Bixby que daban lustre a una serie bastante transgresora para la época y a la que el tiempo ha respetado bastante.

Pero por encima de todos ellos, Falconetti brillaba con luz propia. Las fascinación por el mal tuvo en sus sucias maniobras una de las sus primeras muestras televisivas y tras aparecer en un papel muy secundario, se convirtió en el emblema de la serie y en todo un fenómeno social que alcanzó su cénit en uno de los últimos capítulos de la serie en el que el muy ladino llegaba a asesinar a su odiado Tom Jordache en una mítica secuencia en la que con su ojo bueno y sin inmutarse lo más mínimo, Falconetti presenciaba la muerte de su enemigo a manos de una panda de sicarios que le ajustaban las cuentas hasta el céntimo. Inenarrable.

Pero aún quedaba más y este candidato a M.A.T.E.O (para más datos acerca del concepto, pueden visitar aquí la entrada que inaguró la sección y en la que se aclara el acrónimo) se veía superado a los pocos capítulos en la secuencia final de la serie y que, consiguió desencajar más mandíbulas aún que la imagen de Tom Jordache agonizando en el muelle. No se pierdan este genuino M.A.T.E.O. y luego me cuentan.

martes, 5 de enero de 2016

Un mundo para ser leído

Si por algo pasará a la historia el año pasado en lo que a libros se refiere será por la consolidación en su pedestal de Emmanuel Carrère, a cuya obra (sólo me falta "El Reino" que aguarda turno)  he dedicado no pocas horas del finado ejercicio 2015 y que se atrinchera en el puesto número uno en mi lista de escritores favoritos.Pero no solo de autores dolientes y geniales vive el hombre de la chistera. En este recién clausurado año han pasado por mis ojos un buen número de comics (si me animo haré la lista en unos días. Si no, que quede claro que a la vista de lo leído este año, el puesto de Carrère en lo que a comics se refiere lo tiene en nuda propiedad en irlandés Garth Ennis, que con "The Boys", "Battlefields" y "Equipo Rojo" deja claro que lo de "Predicador" no fue casualidad) y un respetable puñado de libros de todo pelaje (ventajas de usar el transporte público, que alguna debía de tener) de entre los que les destaco, en riguroso orden de caída, los diez siguientes.

Espero que alguno les interese. Si alguno lo logra, acuda a su librería más cercana y cómprelo, por favor, deje el e-book para los hipsters y pélese los dedos pasando páginas de papel, aunque sea reciclado y no olvide que el mejor e-book es el que no se compra.


- Las leyes de la frontera, de Javier Cercas: También ha caído "El impostor", del mismo autor, pero me decanto por esta apabullante muestra de genio de este hombre cuya habilidad para crear personajes "que respiran" no tiene parangón ni dentro ni fuera de nuestras fronteras. Tere, El Gafitas y el Zarco conforman uno de los triángulos amoroso- amistoso- criminal más perfectos de nuestra literatura.

- Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson: Más de 600 páginas que despiertan el amor a la ciencia hasta en la mente más cerrada para el tema como puede ser la de un servidor. Desde la formación del universo hasta los orígenes del hombre contado con todo el humor, la prolijidad y el gusto por el detalle del mejor divulgador científico que hay sobre la faz de la tierra. Un libro para tener siempre a mano si uno ve factible ser riguroso sin aburrir a las ovejas. 

- Postales desde la tumba, de Emir Suljavic: Preparen cuerpo y mente para una experiencia literaria tan brutal como desasosegante. La masacre de Sbrenica contada desde dentro, sin esquinamientos ni maniqueos prejuicios. Atención al penúltimo capitulo "La caída", que no lo van a olvidar. Hechos puros y duros que conforman un libro maravilloso de muy lenta digestión y que acecha en la mente muchos meses después de leído.

- Bajo el signo de Marte, de Fritz Zorn: Reflexiones de un enfermo de cáncer criado en una familia alemana sin carencia material alguna y que nada en un absoluto vacío de sentimientos. Un canto a la vida y  a luchar por lo que uno desea aunque se sepa perdedor desde el primer momento. La radiografía furiosa de una sociedad de consumo que se viste con las telas de la vanidad para no ver lo que le rodea. La gran frase del año pone colofón a esta obra tan brillante como demoledora: "Me declaro en estado de guerra total". 

- Flashman y el gran juego, de George McDonald Fraser: Los más veteranos ya conocen mi predilección por el gran Harry Flashman, a quien ya dedique hace años una entrada en el ladrillo ("El ogro verde del ejercito británico"). Este año ha sido el turno del noveno volumen de sus aventuras, ambientado en el motín de los cipayos de 1857. Como siempre, aventuras, fornicio, bajezas morales y magistrales de historia de la mano del malandrín más encantador de la literatura inglesa. No se lo pierdan.

- Sumisión, de Michelle Houllebecq: Nueva entrega del franchute más desquiciado del firmamento literario. En esta ocasión es el Islam el que cae bajo el microscopio de partículas elementales del amigo Houllebecq en un ejercicio de política ficción magistral en el que aquí y allá aparecen las habituales- y geniales- reflexiones sociológicas del autor. Ha causado bastante controversia su final extrañamente poético pero quien vea aquí un canto a favor del Islam creo que debería graduarse la vista. 

- El olvido que seremos, de Hector Abad Faciolince: Palabras mayores, amigos. El retrato que el escritor colombiano realiza de su padre, Abad Gómez que fue asesinado en 1987 por sus continuos desafíos a las autoridades (políticas, militares y universitarias) y por su implacable labor social (gracias a su labor, el agua corriente llegó a Medellín) es desgarrador. Literalmente, te cambia la vida, te plantea dudas acerca de tu forma de actuar y te demuestra que en esta vida lo difícil es permanecer, porque pasar, pasamos todos.

- Así empieza lo malo, de Javier Marías: Le han caído las críticas más severas de su carrera pero debo reconocer que no ha sido mi caso. Me interesa la historia de ese director tuerto y su esposa, me atrapa el triángulo que forman junto al narrador y me asombra el giro final marca de la casa. Las mismas filias y fobias que siempre, el gusto por las perífrasis inabarcables que recorre la obra del autor y la sombre inmensa de "Tu rostro mañana" que todo lo cubre y que hace imposible usar correctamente la vara de medir.

- La suerte de Jim, de Kingsley Amis: El padre de Martin Amis era, al parecer, escritor y, antes de morir en 1995 había dejado un legado literario más que respetable en el que se incluía esta divertida sátira universitaria con regustillo amargo que invita más a la sonrisa cómplice que a la carcajada y que gana con el tiempo, como las grandes obras.

- Hombres buenos, de Arturo Pérez Reverte: Los libros de este hombre no me entran. Prefiero la inmediatez de sus artículos a las buenas ideas mal desarrolladas de sus novelas. Sin embargo, en esta ocasión, tengo que quitarme el sombrero e incluir entre los mejor del año este relato aventurero con La Enciclopedia ilustrada como Mcguffin y que entremezcla pasado y presente con incuestionable buen gusto y base histórica. Carne de celuloide, se lo digo yo.