viernes, 30 de mayo de 2008

Salir del armario


Miguel Gila ha sido uno de los grandes humoristas de este país. Su humor absurdo y surrealista, que desarrollaba, no obstante, en un ambiente cercano y cotidiano ha sido inspiración de muchos de los que hoy triunfan en nuestro país y fuente inagotable de diversión para el que suscribe. Observador incansable de la realidad y con ojo de lince para las buenas historias, de haber seguido vivo, hubiera tomado buena nota de la noticia que paso a comentar y, sin duda, la hubiera incluido en alguno de sus números.

Como diría la encantadora Sophia Petrillo de "Las chicas de oro", imaginen ustedes: Japón. Año 2008. Un ciudadano de la localidad de Fukuoka, inquieto por la preocupante e inexplicable desaparición de los alimentos que almacena en la nevera de su domicilio, decide colocar una cámara de vídeo en su cocina con la esperanza de localizar la causa del desaguisado. Con los ojos tan como platos como le permite su fisonomía, comprueba que, en su ausencia, una mujer recorre su apartamento dando buena cuenta de todo lo comestible que encuentra a su paso. Como es normal, informa a la policía y, juntos, retornan a la vivienda en busca de pistas que aclaren la identidad de la intrusa. Sorprendentemente, en lugar de pistas, lo que encuentran es a la intrusa, propiamente dicha que, desde hacía más de un año, vivía refugiada en lo alto de un armario de la casa del perplejo propietario y que aprovechaba sus ausencias para alimentarse y, supongo, asearse en la medida de lo posible.

En realidad, la noticia no tiene ninguna gracia. Imagino que pasar doce meses en lo alto de un armario, con la única compañía de un colchón y unas botellas de agua no fue su sueño de niñez hecho realidad. Tampoco se trata de una niña traviesa o una adolescente con sobredosis de rebeldía que reclama su lugar en el mundo. Si, como parece, ha sido la necesidad y no la locura o la falta de escrúpulos la que ha encaramado a la inesperada inquilina en aquel armario es, más una tragedia que una anécdota ciertamente divertida y sorprendente. De cualquier modo y que me perdonen los más sensibles por no centrarme en el lado humano de la noticia, me entra el tabardillo cuando imagino la cara del estupefacto propietario asistiendo al periplo de su desconocida polizonte por los pasillos de su casa dando buena cuenta de sus provisiones para regresar a su refugio y hacer la digestión en condiciones. Menos mal que tengo armarios empotrados.

domingo, 25 de mayo de 2008

La luz de las lámparas fundidas



Muchos años después supe que no fue mi secreta y aún hoy desconocida admiradora de la adolescencia la que imaginó aquellas hermosas y evocadoras palabras que encontré sobre mi pupitre escolar una mañana perdida en el tiempo. Si bien fue ella quién las deslizó sobre aquel papel tan cuidadosamente doblado, fue la nunca suficientemente valorada Gloria Fuertes quien encontró el hilo que inspiró y otorgó contenido a estas palabras que no me resisto a transcribir:



Te vi,
se rompieron nuestras soledades,
se alborotó el instinto,
se llenaron de luz las lámparas fundidas.
Se murieron del susto, nuestros primeros padres,
y tu pena y mi pena,
se suicidaron juntas
la tarde
de nuestro encuentro


No he podido evitar pensar en estos versos, mientras ponía doloroso punto y final a la lectura de las poco más de ciento veinte páginas que componen "La nieta del señor Linh", extraordinaria novela del escritor francés Philippe Claudel y a la que tenido acceso por cortesía del asombroso buen criterio a la hora de regalar libros de mi amiga Mar, ocasional y lúcida comentarista en este rinconcito y perpetua candidata a construirse el propio.

Con origen en algún desconocido país, presumiblemente asiático, un barco cargado de refugiados que huyen de la guerra, atraca en un puerto extranjero. Entre sus pasajeros, se encuentra el anciano señor Linh y su nieta, Sang Diu, una niña de seis semanas, que junto a una pequeña maleta en la que guarda algo de ropa, una fotografía devorada por el sol y un saquito con tierra de su país, constituyen el único asidero al que agarrarse en el nuevo hogar que le acoge con tibia cortesía. Sus esfuerzos por adaptarse a la nueva situación le llevan a deambular por los alrededores del centro donde es internado junto con otros compatriotas, con la vana esperanza de encontrar algo que le resulte familiar y le haga perder esa sensación de soledad que le atenaza el pecho.

Es entonces cuando el azar guía a esta extraña pareja hasta un parque público donde su senda y la de su nieta se cruzan con la del entrañable señor Bark, un hombre devastado por la muerte de su esposa a la que rinde diario homenaje sentándose a fumar frente al tiovivo que regentaba antes de su fallecimiento. El lenguaje no les une. Tampoco lo hacen sus costumbres o sus creencias. Y sin embargo entre estos dos personajes arrasados por el dolor surge una chispa milagrosa que logra hacer brotar, nuevamente en su vida la luz de la ilusión y la esperanza. De repente y ante la impasible presencia de la preciosa Sang Diu, ambos se convierten en faro del otro, recíproca motivación, minúsculo acicate mutuo para continuar la senda que pocos días antes amenazó con extraviarlos.

La soledad, la sensación de "nacer por segunda vez" que provoca lo desconocido, la posibilidad de encontrar la aguja en el pajar y el infinito amor entre las personas que este mundo ramplón y cruel aún no han logrado pulverizar son los ejes en torno a los que gira esta tremedamente lírica y agridulce novela llena de espacios vacios que el escritor francés colma de contenido a través de pequeños gestos y palabras sin significado que solo adquieren sentido cuando llegan a su destinatario.

El estilo con el que Claudel desgrana esta extraña relación de silencio y términos cotidianos (el habitual "buenos días" nunca volverá ser lo mismo tras leer la novela) es, sorprendentemente, frugal, directo, sin barroca ostentación. Pocas palabras, pero escogidas con exquisito mimo y cuidado, con una asombrosa capacidad para generar imágenes en el lector y con una habilidad de artesano curtido para tallar personajes que se graban en la mente por siempre jamas. El primer encuentro del anciano protagonista y su nieta con el grandioso señor Bark o la conversación sin palabras entre ambos en el puerto asombran por su desnuda emoción y la extraordinaria fuerza de la imágenes que logran evocar.

En una época rica en escritores que ambicionan escribir "la novela" por definición, confundiendo cantidad con calidad, lenguaje con literatura y popularidad con populismo, obras tan etéreas y delicadas, tan llenas de vida y esperanzadora fe en el individuo, como "La nieta del señor Linh" son especialmente bienvenidas y disfrutables, un manjar ligero y sabroso que permanece indeleble en el recuerdo y al que nadie debería dejar pasar de largo.

viernes, 16 de mayo de 2008

Fama colateral


El lenguaje evoluciona en paralelo a la realidad que le toca vivir. Las distintas situaciones mutan las palabras y los conceptos y nunca cesan en su labor creativa y camaleónica. De un modo u otro a todo hay que poner nombre y, si bien, la palabra novedosa y sin raíces está completamente extinguida, no así lo está la que surge de términos ya existentes que alcanzan nuevos significados al vincularse a otros aparentemente ajenos.

Así, por ejemplo, los acontecimientos vinculados a la solicitud de protección judicial para su intimidad, formulada por Telma Ortiz, hermana de la Princesa de Asturias y que ha sido considerada una "declaración de guerra" por los medios de comunicación contra la que se dirigía , ha generado una nueva figura a la que podríamos denominar, siguiendo la terminología bélica apuntada por la prensa, como "famoso colateral".

Podríamos definir la fama colateral como el suplicio innecesario al que la carroña perfumada de la prensa rosa somete a aquellas personas que, por parentesco, amistad o cercanía a una persona famosa, han caído, por casualidad ante algún foco, micrófono o cámara de televisión con ocasión de un hecho específico y puntual. El famoso colateral queda desde ese instante, atrapado en el fuego cruzado entre prensa y famoso y al igual que ocurre con las víctimas colaterales en los conflictos bélicos, lo que era hogar e intimidad pasa a ser territorio enemigo y ya no es posible ir a la compra o llevar a los niños a la escuela sin sentir el aliento de un francotirador en el cogote.

Ojala un grupo de desconocidos estúpidos, maleducados y provocadores empezaran a seguir a todas partes al hermano de María Patiño o a la madre de Jesús Mariñas, enarbolando sus micrófonos y pervirtiendo la presunción de inocencia, obligándola a demostrar que no ha hecho esto o aquello o que no son ciertos los rumores que apuntan a la presencia de golondrinos vaginales en su cuerpo. Me gustaría entonces ver a toda esa panda de violadores de derechos que despellejan diariamente a quienes se cruzan en el camino de sus pueriles e insignificantes vidas, golpeándose el pecho y enarbolando el derecho a la libertad de expresión y el derecho a la información.

Porque si famoso es quien sale en los medios de comunicación, ellos también cumplen ese requisito y, aplicando el mismo criterio, serían igualmente susceptibles de acoso y derribo. Pero no, ellos no funcionan del mismo modo porque en una asombrosa presunción, la basura rosa se siente investida de una grandeza trascendente que les hace ser cruzados con un objetivo más solemne y respetable que es el deber de informar. Los acosados y vejados son la otra parte de la ecuación, el objeto de tan sagrada obligación y, en consecuencia, son imposibles titulares de los mismos derechos, como si, por alguna extraña razón, una persona popular careciera de la legitimidad necesaria para rodear de alambradas su vida, por mucho que en momentos concretos y por voluntad propia, hayan decidido renunciar de manera parcial y temporal a su derecho a la intimidad, mostrando parcelas concretas de su existencia y cobrando por ello lo que a otros, no lo olvidemos, les ha parecido oportuno pagar. Mucho menos si, como es el caso, en la fama de Telma Ortiz (cinéfila referencia, sinónimo de lucha y espíritu batallador) ni un euro ha cambiado de mano.

sábado, 10 de mayo de 2008

La certeza de lo improbable


Seré lapidado hasta la muerte, por lo que voy a decir, pero no me gusta Alan Moore. El, para muchos, mejor escritor de comics de la historia, me resulta, en general, pesado, pretencioso y aburrido. Sin duda dotado de un talento especial para plantear puntos de partida interesantes, carece, casi por completo, de sentido del ritmo y sus voluminosos comics se van diluyendo en su desarrollo hasta desplomarse de puro afán de trascendencia en unas resoluciones con mucho artificio y volatín vistoso, pero, que no logran detener una poco gratificante sensación de alivio al cerrar el tomo y guardarlo en su estante.

Por eso me cuesta tanto creer que una obra tan redonda, apasionante y genial como "From Hell", que supera el concepto de comic para sumergirse de lleno en el verdadero significado de novela gráfica, haya salido de las mismas manos y de la misma mente que lograron conducirme en más ocasiones de las previstas al borde del sopor con "Watchmen" o "V, de vendetta", cuya adaptación cinematográfica, por cierto, me resulto mucho más interesante y adictiva que su original gráfico.

En "From hell", Alan Moore y el dibujante Eddie Campbell trazan los caminos que llevaron al origen, desarrollo y finalización de los escabrosos crímenes cometidos en Londres a finales del siglo XIX por el popular Jack el Destripador. Aunque los asesinatos nunca fueron resueltos, los autores, tomando como base las teorías que apuntan a un bastardo del Príncipe Albert Victor, nieto de la propia Reina Victoria y a una orden directa de esta última, como semilla germinal de los terribles acontecimientos, eluden acudir al suspense y desde el primer momento conocemos la identidad del terrible asesino que no es otro que el afamado médico real William Gull, masón, intelectual y virtuoso cirujano que cumple con creces el encargo, asumiéndolo como una misión casi divina. Los acontecimientos que espolean los hechos, los hechos en si mismos y las consecuencias de los mismos son narrados con un excepcional trabajo de documentación a lo largo de más de quinientas apasionantes páginas a las que hay que añadir el extenso apéndice de notas del propio Moore, indispensable para acceder a la verdadera esencia de la obra.

Porque el gran triunfo de Alan Moore es lograr que tan sangrienta y salvaje historia no pueda ser definida sin más como una novela de terror. A pesar de la brutalidad del argumento, que no ahorra detalles escabrosos y nada cómodamente en un océano de sangre y sexo, el escritor británico logra que el verdadero horror se sienta, no al mirar el objeto, sino al fijar la vista en su contexto. En realidad, los crímenes de Gull son solo la excusa para mostrarnos una sociedad que se desarrolla alrededor del insondable abismo que separa unas clases de otras. El cuchillo del asesino se hunde con atroz violencia en sus víctimas para demostrar que lo que habita bajo la superficie es la misma materia, una materia sucia y corrupta, que se adhiere con tenacidad en cada tribunal, cada comisaría, y cada noble mansión con la misma intensidad con la que se acumula en las rincones de las tabernas y en los patios traseros de los barrios más miserables de Londres. Nadie esta a salvo. Los héroes no existen y cuando las nubes deciden ocultar el sol y sumergir en la oscuridad y el olvido la realidad, nada existe sobre la tierra capaz de detener su acción.

Si brillante es la labor de Alan Moore como guionista e ideólogo de la obra, no es menor la del dibujante Eddie Campbell a la hora de plasmar en imágenes tan enrevesada y ambiciosa trama. En desasosegante blanco y negro, sobre un Londres fantasmagórico, repleto de símbolos y manifestaciones arcanas, Campbell constituye uno de las obras más deslumbrantes y sorprendentes que han visto la luz en el ámbito del cómic. Se aprecia en su trabajo un interés especial en establecer en su dibujo, las mismas diferencias sociales que Moore pone en palabras, retratando a través de un trazo febril y furioso los acontecimientos que se desarrollan en el ambiente hosco y viciado de los bajos fondos, mientras que el dibujo académico y formalista es reservado para los hechos que tienen lugar en los palacios, clubes y salas de reunión en la que deambula la alta sociedad victoriana. El paseo de Gull y su cochero por Londres (Capítulo 4) , el terrible desarrollo de la muerte de Mary Kelly, última víctima del Destripador (Capítulo 10) o el onírico y asombroso último capítulo, son verdaderos monumentos gráficos todavía insuperados.

Si todavía existe gente que considera los comics como un divertimento para jóvenes adolescentes que intentan compensar su falta de madurez con mundos imposibles y fantasiosos, les aconsejo que se sumergan con cuidado en esta obra apabullante y exigente y que no pierdan de vista una de las múltiples citas que el propio Alan Moore trae a colación en su obra y que recoge la definición de verdad que acuñó Arthur Conan Doyle, en virtud de la cual "excluido lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, tiene que ser la verdad".

martes, 6 de mayo de 2008

Más palomitas, por favor

En sus adaptaciones al cine, los personajes del mundo del comic han sufrido suerte dispar. Así, junto a adaptaciones modélicas como "Hellboy", "Spiderman" o "Blade II", conviven productos francamente fallidos que, a pesar de contar con aciertos aislados, como es el caso de "Superman Returns" o "Los cuatro fantásticos", apenas rozan el aprobado. Otros, sencillamente, se deslizan sin remisión al precipicio de la mediocridad, pudiendo citar aquí los despropósitos perpetrados sobre personajes como Daredevil, el Motorista Fantasma o ese horror sin nombre que fue "La liga de los hombres extraordinarios".

La mayor parte de los intentos que se han realizado en los últimos años han entrado con honores en las dos últimas y poco favorecedoras categorías. Héroes muy queridos por un servidor, como Spiderman o los X-men padecieron entregas cinematográficas aburridas, esquemáticas y muy decepcionantes. Poco esperaba por tanto de un proyecto como "Iron man", que no solo se basaba en uno de los personajes que menos me interesan del universo Marvel sino que, además, empezó su promoción con un tufo a Daredevil que tumbaba de espaldas. Los avances que fueron anunciando su estreno fueron cambiando poco a poco mis impresiones iniciales y, hoy, una vez visto el producto final, no tengo otro remedio que quitarme el sombrero de copa que adorna mi testa y reconocer que lo visto en la pantalla entra de lleno en la categoría de adaptaciones modélicas.

Cuando el megalómano, brillante, seductor y ciertamente amoral fabricante de armas Tony Stark (Un Robert Downey JR portentoso) es secuestrado por terroristas afganos para obligarle a construir un misil de apocalíptica potencia, su sentido de la supervivencia y su ilimitada inventiva le llevan a construir una sofisticada armadura que le permitirá escapar de su cautiverio y operará en su personalidad un cambio profundo que le lleva a replantearse las prioridades de su empresa armamentística, lo que no es visto con buenos ojos por su socio y mentor, Obadiah Stane (Jeff Bridges). De vuelta a su hogar, Stark decide continuar el perfeccionamiento de su armadura y luchar contra el crimen con ella, para lo que contará con la complicidad y el apoyo de, Virgina "Pepper"Potts, (Gwyneth Paltrow), su secretaria personal y el Teniente Coronel James Rhodes (Terrence Howard).

Esto no hay quien se lo crea", dijo alguien mientras salíamos de la sala. Pues sí, lamentablemente es así. Aquí, hay armaduras que vuelan más rápido que los aviones de combate, batallas inimaginables entre robots gigantes, bombillas que mantienen vivo un corazón .... Sí, por si alguien no se había enterado, en "Iron man" hay pocas cosas creíbles. Es lo que tienen los superheroes y lo que les otorga el sufijo que los distingue de Ulises. Para el que ya sabía eso, que se prepare para asistir a un espectáculo demoledor y adrenalítico, con unos actores que se calzan con precisión personajes bien trazados y que interactúan como si llevaran toda la vida trabajando juntos.

Estamos ante una de las mejores adaptaciones que se han realizado sobre un personaje de comic, con unos treinta minutos iniciales que son un prodigio de síntesis y respeto por el personaje como no se veía desde el primer "Spiderman" y otros noventa plagados de guiños al comic (incluido uno genial tras los título de crédito. Que nadie se levante hasta que concluyan) en los que no falta el humor (Stark probando su nueva armadura en el garaje), el romanticismo (Stark y Pepper en la terraza de un hotel) ni, por supuesto, la acción pura y dura (Iron Man probando su nueva armadura contra un grupo de terroristas, nuevamente, afganos) que el director, Jon Favreau, maneja con soltura y habilidad a pesar de ciertos excesos innecesarios de montaje que resultan poco favorecedores en la inevitable (y algo confusa) batalla final.

Gran parte del acierto de la película se encuentra en el ajustado y bien elegido reparto en el que hasta la habitualmente sosa y desdibujada Gwyneth Paltrow resulta creíble e, incluso inocentemente seductora en algunas secuencias, como la que acontece en la fiesta tras la vuelta de Stark desde Afganistan. Jeff Bridges (y van....) está perfecto, además de irreconocible en su papel de Obadiah Stane , oscura némesis de Stark con el que comparte algunos de los mejores momentos de la película (la conversación es la escalinata del hotel o la del robo en casa de Stark). Lo de Robert Downey JR es caso aparte. No es que esté impecable como Tony Stark. es que ES Tony Stark. El problemático actor hace suyo al personaje hasta un punto tal que es imposible imaginar a otro interprete en el papel. La personalidad compleja, adictiva e, incluso, autodestructiva del personaje de Marvel es acogida como propia por el actor norteamericano que se consagra en el cine de acción con un papel que puede significar para él lo que Indiana Jones fue para Harrison Ford. Un trabajo de Óscar al que, por supuesto, no tendrá opciones de acceder.

Un trabajo redondo, divertido y espectacular en el que no cabe el sentido común. Todo aquel que busque, exclusivamente, historias cercanas y cotidianas en una película, que no pierda el tiempo y haga cualquier otra cosa. Si, a pesar de mis advertencias, insiste en entrar en la sala, que, por favor se acerque antes al puesto de palomitas de la entrada y me traiga otra caja de las grandes. La voy a necesitar.