martes, 24 de enero de 2012

Desde el desván: Vertigo

A colación de las aportaciones de Lughnasad y Mister Lombreeze al meme "Diez mitos del cine que no soporto", reactivamos la sección "Desde el desvan" para recuperar  "Vértigo" una entrada publicada originalmente en 2008 y en la que repasaba cinco tordos incomprensiblemente admirados por la comunidad cinéfila internacional.

Dado que el meme exige diez películas, permanecen en el debe del ladrillo cinco obras a destripar a las que no doy aquí cobertura por no romper con la idea original de la sección- recuperar entradas ya publicadas por las que siento especial predilección con un somero lavado de cara, en caso de ser necesario-  y por no convertir el asunto en un Nilo desbordado a lo que la idea estaría inevitablemente destinada si tenemos en cuenta mi legendaria incontinencia verbal. Queda pues pendiente una segunda entrega de tostones sobrevalorados cuya puesta en escena emplazo para dentro de unas semanas.

Vértigo (06/06/2008)


El vértigo es una disfunción cerebral que impide asimilar la contradictoria información obtenida de nuestros sentidos. Parados al borde de una azotea, los pies transmiten una sensación de firmeza y seguridad que es desmentida por los datos que proporcionan nuestros ojos que solo contemplan un absoluto vacío donde debería haber tierra firme. Eso explica las nauseas, los desvanecimientos, los mareos de diversa intensidad y otras sensaciones francamente desagradables.

Algo similar padezco cuando observo con estupor lo que aficionados en general y críticos en particular manifiestan acerca de determinadas películas que gozan de un incomprensible crédito y cuyas virtudes quedan para un servidor en entredicho cuando las recuerda o, lo que es peor, guiado por la entusiasta acogida, se anima a descubrir el tesoro escondido para descubrir que de lo escuchado o leído a lo presenciado, media un abismo de imposible superación. No tendría duda a la hora de elegir los truños más sobrevalorados de la historia del cine. Sin duda serían éstos.

MEMORIAS DE AFRICA, DE SIDNEY POLLACK (1985): Sí, la banda sonora es un clásico indiscutible y John Barry es un gran compositor, a pesar de plagiarse con apasionado esmero. Pero casi tres horas de postales africanas, con el acartonado Robert Redford en plan Coronel Tapioca, un Klaus María Brandauer con expresión perpetua de estreñimiento crónico y una Meryl Streep que se pasa la película ostentando su habilidad para lograr acentos imposibles, es mucho para un servidor. Quizás debería guardar un poco de luto por el fenecido Pollack, pero nunca pude perdonarle este tostón aburrido, pretencioso y soporífero que, no obstante goza de un incomprensible prestigio público. "Yo tuve una granja en África" ¿Y?

2001: UNA ODISEA EN EL ESPACIO, DE STANLEY KUBRICK (1968): Capaz de lograr monumentos eternos al cine como "Senderos de Gloria" o "Atraco perfecto", el megalómano Kubrick supo vivir del cuento durante toda su vida y creo alrededor de su filmografía un halo de inveterada santidad que impedía calificar como lo que son, horrores rancios y petulantes, artefactos infumables como "Barry Lyndon", "Eyes wide Shut" y, por supuesto, la insoportable e incomprensible sucesión de imágenes que componen esta odisea en la vacuidad absoluta, que es "2001". Si Richard Strauss supiera que su magistral "Así habló Zaratrusta" será recordado para siempre por ilustrar unas imágenes de monos poniéndose las pilas a ritmo de hueso homicida seguro que pediría explicaciones.

TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO, DE ALAIN CORNEAU (1991): Algún sujeto sublime y a muchos años luz de mi aborregada y grumosa mente ha escrito en Filmaffinity que esta película es "una verdadera delicia para el estado meditativo" (¿quizás quiso decir vegetativo?). No contento con eso, anuncia que esta tópica y típica historia entre maestro y alumno aplicado es "un regalo para los que gustan de la música serena, introspectiva, clásica, barroca". Y, ahí, no le quito la razón, la banda sonora de la película, compuesta por obras de Lully o Couperin es espléndida y de obligada audición, pero....... ¿era necesario poner todas esas imágenes amaneradas y artificiales que aburren sin remisión e impiden disfrutar de lo que realmente tiene valor? Creo que no.

EL PIANO, DE JANE CAMPION (1993): Además de contener uno de los gazapos más memorables de la historia del cine, (en el que no entraré por si queda alguien en algún bosque perdido del Amazonas que no haya visto la película, pero que incluye el milagro de hacer leer a los analfabetos), la película de la gélida Jane Campion pretende llenar la pantalla de pasión animal y lo que logra es que nos subamos el cuello de la chaqueta y apañemos un sueñecito mientras la odiosa Holly Hunter y su repelente hija, cortesía de la oscarizada Anna Panquin le perturban la siesta al caracartón de Sam Neill con una música a cargo de Michael Nyman que no sólo resulta anacrónica sino, directamente, insoportable y que fue escuchada hasta en lo pasillos del tanatorio durante el año de su estreno, lo que no ayudo a hacerla más llevadera.

EL ÚLTIMO TANGO EN PARIS, DE BERNARDO BERTOLUCCI (1973): Imagino que fue el calentón que se vivía en este país por aquella época lo que llevaba a los españolitos de los setenta a dejarse medio sueldo en viajar a Francia para ver este despropósito absoluto del sorprendentemente admirado Bertolucci (responsable de algún otro engendro como "El último emperador") con un Marlon Brando en las últimas declamando frases de parvulario e intentando inútilmente crear un mínimo de química con María Schneider, de la que poco se supo desde entonces. Entiendo que fuera saludada en la época como una obra maestra de turbio erotismo; con la pasta que se dejaron viajando a París, como para reconocer que era un ladrillo de primera categoría bañado en bromuro.

miércoles, 18 de enero de 2012

Aparatosa simplicidad



Huyo del los elogios desmesurados, lo he comentado varias veces. Como regla general, aplicados a una película, un libro o cualquier otra expresión artística, colocan el listón a tan elevada altura que es difícil no tirarlo cuando finalmente nos atrevemos a dar el salto. Hay excepciones, por supuesto, pero, lo más normal es que terminada la proyección, si de cine, hablamos, uno vuelva a casa con la extraña sensación de haberse perdido algo o de haber entrado en la sala contigua a aquélla en la que proyectaba esa maravilla de la que todos hablan.

La última en incorporarse a esta lista de decepciones anunciadas a sido la celebrada "Drive", del danés Nicolas Winding Refn, Palma de Oro en el último Festival de Cannes, thriller de referencia para generaciones venideras y acontecimiento cinematográfico del año y casi del siglo, por no decir de la historia del cine- no me invento una coma, en Filmaffinity puede uno leer calificativos similares- y que, para quien esto escribe, es un artefacto presuntuoso, saqueador y terriblemente previsible.


Y es que la historia de "Drive" da para poco. Un joven con talento especial para los coches (Ryan Gosling, confundiendo la contención con la parálisis facial) se mete en líos con un grupo de mafiosos por intentar echar una mano al marido imbécil (no hay más que verlo para saber que es incapaz de andar y pestañear a la vez) de una vecina (Carey Mulligan, ella sí, impecable) por la que se siente atraído casi a primer requerimiento. Poco más, la verdad; cualquiera que haya visto un par de películas en su vida sabe casi al detalle lo que va a ocurrir y no hay que estar licenciado por la Sorbona para saber los personajes que van a comer el turrón y los que van a terminar en el cementerio más próximo. Por si fuera poco, ya a finales de los setenta, Walter Hill había contado- y mucho mejor, por cierto- gran parte de lo que aquí se cuenta en la rescatable "Driver", con la que la película de Renf guarda no pocas similitudes.



Si en el fondo, la cinta peca de tópica y previsible, en la forma, tampoco puede uno decir que "Drive" sea la cuadratura del círculo: mucha cámara lenta y mucha violencia heredera de Sam Peckimpack, silencios y eternos planos fijos que harían emocionarse a Sergio Leone, un tratamiento de la noche heredero de Ridley Scott; nada nuevo bajo el sol.

Y todo esto sería disculpable de no ser por ese aire de estoyencantadodehabermeconocido que el director danés inocula en cada secuencia, en cada encuadre. De no ser por ese envoltorio de pretenciosidad y pedantería con el que el compatriota de Michael Laudrup rodea su película, estaría dispuesto a reconocerle la gracia a algunas ideas como la chaqueta con el escorpión o la carencia de nombre del protagonista, a pesar de que Neil Jordan y Walter Hill, respectivamente, ya activaran mucho antes esas espoletas.


Pero seamos justos: no todo es decepcionante en "Drive". La dirección de Refn, a pesar de su pretenciosa frialdad, logra momentos brillantes (la escena inicial o la excelente aunque inverosímil secuencia en el ascensor, perfecta mezcla entre la belleza y el horror) y buenas interpretaciones como la de Carey Mulligan o Ron Perlman (Albert Brooks tampoco lo hace mal, pero sale tan colocado de botox que no sé si el mérito es suyo o de su cirujano plástico). El aire a película de los ochenta también se agradece (esos títulos de crédito, esa música de sintetizadores) y el tramo final, para los amantes de las emociones fuertes, hay que reconocer que cumple su cometido de impresionar al espectador. Escaso botín para una cinta que aspira a convertirse en la esencia del cine moderno.

El problema de "Drive", en definitiva es el altísimo concepto que la película tiene de si misma. En lugar de fabricar una serie B discreta, ligera y disfrutable, que es lo que la historia pide a gritos, los responsables de la cinta han pretendido enmendar la plana a Ingman Bergman convirtiendo una trama clásica de buenos y malos en un producto lastrado por su propia trascendencia que no tarda en naufragar y, dada su vacuidad, hundirse en el tiempo sin dejar rastro. Triste, sin duda, pero también inevitable. Y merecido.

martes, 10 de enero de 2012

En otras palabras: María


Inauguramos la cosecha 2012 de "En otras palabras", con María, ilicitana de oro, seguidora incansable de este rincón, anglófoba reconocida y motor de arranque del blog Cajón desastre quien cede desinteresadamente al ladrillo un texto inédito, para el disfrute de todos aquellos que nos acompañan habitualmente y de quienes la red haya depositado en esta orilla de la blogosfera, con el asfixiante paro que vivimos como motivo conductor del mismo.

Aprovecho para recordaros que quien quiera participar en esta sección de "firma invitada" sólo tiene que enviar el texto y las consideraciones que estime oportunas para su publicación a clanwinot@hotmail.com. Tan pronto como haya un hueco, la colaboración aparecerá publicada en el ladrillo a mayor gloria de su autor.

                             ¿Qué hace una chica cómo yo en una situación como ésta?

Me llamo María, tengo 28 años y soy licenciada en Periodismo por la Universidad Cardenal Herrera Ceu. 

Mi única experiencia laboral en el campo de la comunicación se limita a dos becas de verano en dos medios de comunicación. Aunque debí acabar mi carrera hace un tiempo, como a muchos (o algunos) se me atravesaron unas asignaturas que me costó quitarme de encima. Pero con paciencia y tesón, conseguí finalizar mis estudios el pasado mes de julio.

Tras un verano de merecido descanso, en septiembre puse rumbo a Inglaterra para perfeccionar el idioma durante dos meses. Y desde mi vuelta a España, he empezado a buscar un trabajo.

El problema está ahí. Aunque estamos en una situación bastante complicada, creo que en mi caso, encontrar un trabajo en mi sector lo es mucho más. Me explico.

Estoy registrada en diversos portales de Internet para buscar trabajo. Ya sea en comunicación corporativa, publicidad o en los medios de comunicación. La mayoría de las ofertas que hay, piden una experiencia demostrable de tres a cinco años, o que el candidato tenga vehículo propio.

Si pincho en la opción de que no se requiere experiencia, muchas de las ofertas hacen referencia a comerciales. Y si de una beca se trata, es imprescindible que el candidato sea de la provincia del puesto vacante. Y si no importa que el candidato sea de una ciudad u otra, te pagan 500 € y el contrato es de una duración determinada.

También me he paseado por los medios de comunicación de la provincia, pero más que darme la opción de entrevistarme, lo único que he recibido es un ‘muchas gracias’.

Aunque eso de buscar trabajo por Internet lo tengo más que rastreado, también me he planteado la posibilidad de estudiar un master o en un posgrado. Pero ahí también veo muchas dificultades. Tendría que trasladarme de ciudad, buscar un piso, pagar el alquiler del mismo, y pagar el curso en cuestión que, por cierto, no sale barato: un posgrado me cuesta entre 4000 y 6000 €, mientras que el precio de un máster oscila entre los 8000 y los 10000.

Ante tan incierta relación, me asalta unas dudas: ¿Qué hace una chica como yo en una situación como ésta?

Sí, lo se. La situación laboral y económica no está para echar cohetes. Y parece ser que para los recién licenciados, como yo, menos aún.

martes, 3 de enero de 2012

Punto y seguido


Uno debería ya estar acostumbrado a que la desfachatez y el cinismo sean rasgos imprescindibles para dedicarse a la política. Que lo que hoy se defiende con ardor sea abandonado a su suerte al poco tiempo o que lo antes era un mantra, sea ahora un anatema está a la orden del día y si eso provoca arrobo o excita el pudor y la vergüenza ajena de quien cambia de opinión según sople el aire, con franqueza, lo disimula con maestría

Por estas razones, servidor no tenía duda de que el gobierno nacido de las pasadas elecciones llegaría a defender exactamente lo contrario de lo que defendió en su periodo de primer partido de la oposición, pero, sinceramente, pensaba que tras un equipo gobernante previo en el que la cuadratura del círculo y los Cerros de Úbeda se convirtieron  en inconfundible escudo de armas, los que acababan de llegar iban a tardar algo más en pasarse el programa electoral por el forro y convertir la munición real en cartuchos de fogueo. 

Y, sin embargo, al presidente y a su equipo le han durado sus convicciones menos de dos días y en su primer Consejo de Ministros, el nuevo gobierno ha adoptado una serie de medidas cuyo único objetivo parece ser tirar abajo todo aquello que el hoy presidente utilizó de mascarón de proa durante su campaña electoral: recortes atolondrados, cero medidas para estimular el empleo, una puñalada impositiva en pleno pulmón: si no fuera porque sé que las elecciones las perdió el Partido Popular, estas decisiones diría que han sido tomadas  por el anterior equipo de gobierno:

Que las medidas adoptadas por el Ejecutivo son el otro lado del espejo utilizado durante sus años de oposición , se puede ver aquí, por ejemplo, pero existen cientos de referencias en la red a este asunto que utilizan el mismo principio activo. Y de poco me vale que nos las vendan como una corrección temporal- si algo no es la solución para un problema no lo es ni ahora ni dentro de dos años ni dentro de un siglo- ni como resultado de un déficit distinto al esperado- inverosímil candidez la de los señores ministros si esperaban que tras pasar por las garras del anterior gobierno, las cuentas iban a estar cerradas en firme. En cualquier caso, tampoco escuché durante la campaña que subir los impuestos o bajarlos dependiera de lo que se encontraran tras el traspaso de poderes o de si aquella  magnitud o este porcentaje estaban de esta manera o de otra bien distinta. 

Tras tantas disputas y tanta suficiencia, después de tanto debate y tanta clase magistral, tras tantos gestos despreciativos y tanta crítica altanera, resulta que quienes venían llamados a corregir el estropicio, en lugar de tirar abajo el palacete, apuntalan las paredes y contratan al mismo constructor que ya demostró su impericia apenas hace unos meses y le pasan la factura a los mismos. Ciertamente, si éste es el cambio que nos prometieron, que Odin nos pille confesados.