jueves, 23 de julio de 2009

Polvos y lodos


El artículo décimo del Tratado de Utrech establece que España, "cede a la Corona de la Gran Bretaña, la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensa y fortaleza que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre". Tal vez se pueda decir más alto, pero nunca más claro.

Y quien lo dijo, no fue un chisgarabís de pacotilla, sino el primer Borbón de nuestra historia monárquica, el amigo Philippe de Bourbon, a la sazón, Duque de Anjou y que ha pasado a los libros de historia como Felipe V. El alegre muchacho (por algo era conocido como "el animoso") no tuvo más salida que firmar lo antedicho en 1713 para contentar a los británicos, que alegremente financiaban y apoyaban al Archiduque Carlos de Austria en la guerra de Sucesión española que generó el fallecimiento del pobre Carlos II y que enfrentó a los partidarios de ambas casas reales. Si hizo bien o no, es difícil de dilucidar, pero, lo cierto es que lo hizo y a estas alturas de la partida, negarlo es tener ganas de discutir o disponer de mucha energía para provocar el tabardillo en quienes escuchan, lo que, unido al sopor que provocan los calores veraniegos es mezcla letal. Gibraltar no es español, señores, asúmanlo y céntrense en otros temas, que tela para cortar, no falta.

Cierto es que los hijos de la Gran Bretaña se tomaron la libertad de interpretar a su antojo el Tratado y con la imprescindible pasividad de nuestras autoridades, fueron tomando territorios cercanos aquí y allá e, incluso, se permitieron construir un aeropuerto que entraba de lleno en la Bahía de Algeciras. En ese aspecto, bien está que le toquen las colgantes a su Graciosa Majestad y se exiga a sus autoridades y a los monos que los rodean que reculen y se circunscriban a lo estrictamente "gibraltareño".

Pero como no hacemos más que insistir en que "Gibraltar es español" y ponemos a caldo tibio al ministro Moratinos por intentar cambiar el compás y abandonar la técnica del "ahora voy y no respiro" a través de un intento de mediación diplomática ("La foto de la vergüenza", titulaba indignado "El Mundo" con su habitual gusto por la fanfarria y el amarillismo por la foto del ministro con Fulton y Caruana, como si Moratinos estuviera posando con Bin Laden y Ahmadineyad), pues, es normal que no nos hagan el menor caso. Y así, ni ciudad, ni verja, ni istmo, ni puñeteras ganas de cambiar de bando que infundimos en los veintipocos mil gibraltareños que ni en un millón de años abandonarán una de las economías más estables de Europa (ventajas de los paraísos fiscales) para entrar a formar parte de un país que hace casi cuatrocientos años utilizó sus apenas siete kilómetros cuadrados como moneda de cambio. Y no me extraña, la verdad.

miércoles, 15 de julio de 2009

Durmiendo con niños


Hace unos meses confesé en estas páginas ("Cada miércoles") mi insalubre adicción a la temporada 2008 del programa de Telecinco "Operación Triunfo". Dos fueron las razones que crearon tan extravagante vínculo.

La primera de ellas tenía forma de concursante y respondía al nombre de Virginia Maestro. Reservada, introvertida y dotada de un voz que gustará más o menos pero que, indudablemente, derrocha personalidad, tuvo que cargar toda la edición con la losa de no ser un "ruiseñor del andamio" sino una niña bien con tendencia al jazz y al blues y que actuaba poco para la galería. Justa ganadora del concurso, a pesar de todas las trabas que le fueron impuestas por no ser "clasificable" se ha convertido ahora en "Labuat" y bajo ese nombre ha firmado un disco homónimo que es a su vez, el mejor trabajo pop español que ha visto la luz en los últimos años. La segunda razón tenía forma de miembro del jurado y se hacía llamar Risto Mejide.

Risto es grosero, brutal, presuntuoso, provocador. Su apariencia física, con sus imposibles cazadoras de cuero, sus gafas malvas y la rapada testa brillando bajo los focos, son elementos que incitan a la violencia verbal y si me apuran hasta la física. Risto no respeta a nada y a nadie. En algún momento de su vida perdió la capacidad de tratar a los demás con tacto y cordialidad y aún no lo ha encontrado. Probablemente ni haya empezado a buscarlo. A Risto siempre le han perdido, en definitiva las formas. Lo llamativo, lo escandaloso lo que hacía mesarse los cabellos a los defensores de lo políticamente correcto, ha sido siempre el continente, el marco que rodea la pintura que dibujaba con sus latigazos verbales. Y es una pena que haya cargado las tintas en este aspecto, porque en el fondo, en el contenido real, es dificil quitarle la razón.

El prestigioso publicista catalán (no hay que olvidar que el muchacho ha sido director creativo de agencias de la talla de Bassat Ogilvy & Mather o Saatchi & Saatchi ) no ha hecho más que lanzar verdades como puños con cada veredicto escupido desde su cómoda poltrona actuando a la vez como juez y parte. Con cada directo al estómago del concursante ignorante de la desmesurada suerte que supone presentarse ante millones de espectadores cada semana sin tener que patear las discográficas con una triste maqueta bajo el brazo, Risto ha tejido su propia mortaja en un ejercicio de cinismo inigualable que ha concluido ayer con la expulsión del polémico personaje a tres galas de concluir la temporada y después de discutir con Jesús Vázquez por un "quítame allá ese orificio".

Con su salida del programa, Telecinco condena "Operación Triunfo" a morir (de aburrimiento) y acredita que, a pesar de los aires de renovación y pretendida modernidad que aparecen por doquier, a día de hoy es imposible presentar un mensaje novedoso en televisión, por muy brutal, descarnado o, posiblemenente, innecesario que sea. Aunque bien mirado, podría ser una estrategia preparatoria del desembarco de Christian Gálvez en la franquicia para próximas temporadas, con la reaparición estelar de Risto y sus "ristadas". Espero que sea por esto último, porque si la expulsión se ha producido por las cosas que Risto ha dicho en esta edición y en otras pasadas, es que estos tipos no saben con quién estaban tratando. Para bien y para mal.

lunes, 6 de julio de 2009

Dionisio, el cretino


Si el descubridor de la vacuna contra el Sida y Belén Esteban coincidieran a la entrada de un restaurante y tan sólo quedara una mesa libre, mucho me temo que sería la escuálida musa de la prensa rosa la que desdoblaría la servilleta. Pero, si en lugar de coincidir con la verdulera catódica, al pobre hombre le tocara en suerte disputar mantel y cubierto a "El Dioni", más le valdría acercarse al mesón más cercano a por un pincho de tortilla si no es su deseo acostarse con el estómago vacío. Para el resto de los clientes también sería mejor que fuera la Esteban la agraciada y así se ahorraban codazos cómplices y comentarios admirativos de los vecinos de mesa del estilo, "mira, es "El Dioni", menudo ojo tiene éste" o "Dioni, que grande eres. La próxima vez me llamas".

Nunca he entendido el entusiasmo y la complicidad de la que este vulgar chorizo parece disfrutar entre un amplio sector social: Sabina le dedica canciones y Santiago Segura lo invita a participar como invitado en casi todos sus proyectos cinematográficos y televisivos; el tipo ha grabado varios discos, concede entrevistas a medios de cualquier pelaje (lo que implica que alguien solicita el encuentro) y de no haber sido porque la autoridad judicial correspondiente se lo impidió, hubiéramos tenido que soportar, hace unos pocos años, su estrábica mirada en más de un programa televisivo. Aunque al final de poco sirvió y nos lo encontramos a cada momento en casi todas las cadenas.

La gente parece olvidar que Dionisio Rodríguez Martín no es más que un ladrón al que un día le tocaron las colgantes en su trabajo a finales de los ochenta y robó un furgón de la compañía de seguridad en la que prestaba sus servicios, largándose a Brasil con casi trescientos millones de pesetas. Allí y mientras con su "hazaña" provocaba la quiebra de su empresa y el despido de todos sus trabajadores, el personajillo en cuestión se fundió la pasta a ritmo de samba, montándose unas fiestas de primera y difrutando de la buena vida a la salud de todos los que nos quedamos en España con la boca abierta. La policía terminó capturándolo y tras unos añitos en la cárcel, le dieron fumata blanca para que siguiera puliéndose el percal que no lograron que devolviera ( unos cien milloncitos de nada) y que según se empeña en afirmar el muy cretino fue entregado a unos amigos de los que nunca ha vuelto a saber nada. A menos que me hayan cambiado en estos días el Diccionario de la RAE, el único nombre que le cuadra a este sujeto es el de delincuente, en cualquiera de sus acepciones.

Y sin embargo, este payaso, recibe reportajes de dos páginas como el publicado ayer por "El Mundo" glosando el aniversario de su machada con un tono de reproche más que diluido y dándole cobertura para decir sandeces como que "yo no robé, le quite el dinero a los más poderosos, a los bancos, que son los que nos lo quitan a nosotros", que, en realidad es un alma cándida ya que "no me llevé 43 millones de pesetas en billetes, que era la nómina de una empresa que limpiaba aviones en Iberia. Como era viernes pensé en que si me lo llevaba les iba a fastidiar las vacaciones a más de uno" o, la mejor de todas, que "si me preguntas si me volvería a llevar un furgón, diría que estoy en ello, porque con la golfería de políticos y empresarios que actualmente hay, me animan a ello".

Me encantaría que se cumplieran sus deseos y volviera a intentarlo. Ojalá sus seguidores le dieran el último empujón y decidera volver a robar. Sólo así podrían volver a pillarlo y meterlo en la cárcel por reincidente durante una buen pila de años, con peluca y todo. Incluso, con un poco de suerte, podría conocer allí a algún dulce y cariñoso admirador que le enseñara, de verdad lo que es "reventar un furgón". Me temo que no caerá esa breva. Este imbécil es un tipo con suerte.

sábado, 4 de julio de 2009

El hombre sin nombre


De seguir al mismo ritmo este oscuro y tristón ejercicio que llevamos, para finales de año, de mi panteón de divinidades y admirados varios no va a quedar ni rastro y me voy a ver obligado a tener que colgarle un cartel de "en venta" muy similar al que se balancea desde hace meses en los balcones de miles de pisos de nuestro país: Benedetti, Vicente Ferrer, Bea Arthur, Michael Jackson . Por si no teníamos bastantes cadáveres ilustres hace apenas un par de días, el nonagenario Karl Malden también ha iniciado el camino hacia el más allá. Y apenas llevamos medio año.

Posiblemente como consecuencia de su extraordinario parecido con mi abuelo materno (estatura aparte) siempre sentí hacia este grandullón de estrafalaria nariz (fruto de los intensos y belicosos partidos de baloncesto que disputaba en su adolescencia) un aprecio y cariño especiales, a pesar de no caracterizarse por interpretar personajes especialmente afables y encantadores. Recuerdo que la primera vez que vi a Malden, fue dando la réplica como implacable y tenaz director de una penitenciaría a un extraordinario Burt Láncaster en esa maravilla que rodó John Frankenheime en 1962 y que lleva por nombre el de "El hombre de Alcatraz". Resultaba inquietante y temible, pero, a la vez, cándido y de buena madera, un hombre de una pieza, capaz de todo en según que circunstancias. Como mi abuelo.

Lo mejor de si mismo lo dio junto a otro genial narizotas, Elia Kazan, que lo enfrentó en dos ocasiones con esa bestia escénica que fue Marlon Brando y salió victorioso, bordando sus papeles en "Un tranvía llamado deseo" y "La conspiración del silencio". Tan intenso y creíble, tan sensible y elegante estuvo en la primera que la Academia no pudo sino rendirse a su categoría y entregarle un merecido premio por su creación del sufrido Mitch que antes de que plasmara Kazan en imágenes ya imaginara Tenesee Williams en su original teatral. Luego vendría "Baby Doll", "La conquista del Oeste", "Patton" y como ocurre con tantas estrellas, el olvido. La televisión lo recupero transitoriamente gracias a la serie "Las calles de San Francisco", que rodó a principios de los setenta y en los que "el narizotas", como lo llamaba mi abuela, andaba como pez en el agua en su papel de veterano detective y obstinado mentor de un novato oficial de policía con los rasgos barbilampiños de Michael Douglas.

Ayer en una viñeta que publicaba "El Mundo" se le veía a las puertas del cielo mientras era anunciado como "el actor de la nariz grande". "Es lo que tiene ser un secundario", suspiraba, "que, al final, nadie recuerda tu nombre". Puede ser, pero que no recuerden tu nombre no implica que no le recuerden a uno o que no le identifiquen sin sombra de duda entre un millón de personas. Ya quisieran muchos nombres disfrutar de eso. Karl Malden, sin duda, lo hizo. Y durante casi cien años, nada menos. Siendo así, ¿quién necesita realmente un nombre?.