jueves, 30 de agosto de 2007

Las que son y están


De todos es sabida la rivalidad existente entre el hombre de Neanderthal y un servidor en lo que a informática en general y blogs en particular se refiere. Hasta abrir este hueco en la red, términos como feed, post o unique hits eran para mí un enigma sin solución. Con paciencia y según pasan los meses, voy entendiendo algo más de todo esto, pero no pasa un día, sin que algo nuevo venga a buscarme. Lo último es el término meme, que he conocido recientemente gracias al ínclito Rodi que, en su blog Películas de culto, me invita junto a otros habituales de su página a continuar el mencionado meme redactando una lista de mis 25 películas favoritas e invitando a otros a escribir la propia para así no romper la cadena. En cierto modo, y si no lo he entendido mal, el meme viene a ser el equivalente en el ámbito de los blogs a las cadenas de correos electrónicos que recibes y, a su vez, debes remitir a otros para que no se rompa la argolla y las fuerzas malignas del universo convergan sobre tu cabeza.

A la gente parece molestarle hasta el hastío el que le metan en una de estas cadenas, pero debo reconocer que no es mi caso. Imagino que si llevara una docena de memes sobre mis espaldas y alguien me invitara a continuar uno sobre los 25 mejores libros de antiguas leyendas de deportes judíos, montaría en Cólera, mi caballo favorito y me negaría en redondo a pulsar una tecla sin la presencia de mi abogado. Pero, quizás por ser la primera vez que entro en una o bien porque la invitación proviene de alguien como el mencionado Rodi, que realiza un trabajo sumamente interesante y documentado en su blog, reconozco que no sólo no me molesta, sino que, incluso, me halaga.

Dos matices antes de colocar mi lista. De dos de ellas, "La huella" y "Harold y Maude" ya escribí sendas entradas hace unas semanas ("Rozando la perfección" y "Polos opuestos"). Por otra parte, dejo constancia de que me he permitido la licencia de considerar la trilogía de "El padrino" como una única obra. En mi opinión, las tres obras son un todo inseparable. Salvo en este caso, en todas las demás he colocado un enlace a la ficha de cada una de ellas en Filmaffinity, por si alguien quiere saber más de ellas. Las peliculas que incluyo a continuación son mis favoritas, están todas, no me dejo una sola. Si hubiera alguno que me gustara más, la hubiera incluido. Si no está, no lo es. Aquí esta la lista.

- Trilogía del Padrino.

Para que esto funcione, debo invitar a otros a seguir la cadena, de modo que, resaltando, de nuevo, el caracter voluntario de esta tarea me gustaría conocer qué tienen que decir Moriarty, Brujaimana, Hatt y Princesabacana sobre este tema. Con gusto quisiera conocer también la opinión sobre el asunto de Otis Driftwood y Jotaeme, pero aquél tiene abandonada su página (Ranking de fobias) cuando es uno de los sitios más geniales que he visitado y éste se niega a iniciar el blog para el que, claramente, ha nacido. Quién sabe, a lo mejor, el meme sirve también para otras cosas.

lunes, 27 de agosto de 2007

Efecto narcótico


El mejor momento para un insomne es el que da inicio los sábados y domingos a eso de las cuatro de la tarde y tiene lugar frente a la pantalla del televisor. Las noches en vela de la semana se difuminan hasta desaparecer cuando, concluido el telediario, el parte meteorológico y la docena reglamentaria de anuncios, una cuña publicitaria nos informa de que la película que viene a continuación está patrocinada por, pongamos por caso, Conservas La Fresquita. Desde ese instante, el insomne y, en realidad, cualquiera tiene aseguradas no menos de dos horas de siesta de las de pijama y padrenuestro, cortesía del telefilm de turno.

El poderoso efecto sedante de estos productos no lo produce la ínfima calidad de los actores que participan en las mismas, generalmente, repetidores compulsivos de primero de interpretación o viejas glorias que queman sus últimos barcos en el océano televisivo. Tampoco es culpa de sus efectos especiales generados a través de un Spectrum o la patente impericia de sus realizadores. Todo eso influye, qué duda cabe, pero no es la verdadera razón de que estas películas aburran a las cabras. La culpa de todo la tienen sus soporíferos guiones, tan previsibles y repetitivos que, apenas transcurren dos minutos de proyección y ya sabes, sin margen de error, cómo terminarán.

Tenemos, por ejemplo, el denominado, relato de superación. Normalmente, un antiguo deportista, que, por romperse una rodilla, suele caer en la bebida, dejarse barba, pegar a sus semejantes, tener un humor de mil demonios y vivir en una porqueriza llena de sus antiguos trofeos, encuentra a un antiguo amigo al que aún no ha pegado y que le ofrece entrenar a un grupo de inadaptados sociales. Como en la caravana en la que vive y de la que suele salir en camiseta y rascándose la entrepierna con un frenesí contagioso no caben más botellas de bourbon, acepta el trato no sin decir al menos cien veces que para él el deporte ya no es lo que era, que todo se perdió aquella noche de la lesión y que si la abuela fuma. El percal que se encuentra el hombre, la verdad, es desolador. Allí no falta nadie: el gordo inútil que come hamburgesas como si fueran pistachos, el desmadejado adolescente con unas gafas que serían la envidia de Rompetechos, el gigante con serios problemas de integración social que se mueve con la gracilidad de un elefante con tacones y, por supuesto, la estrella de la función, el macarra guaperas en el que el borrachín del entrenador, se verá reflejado y, desde ese momento, hará centro de sus más tediosas charlas. Empezarán los trabajos de coordinación del equipo, el entrenador se desesperará y saldrá de la pista dando un portazo poco antes de ganar un par de de encuentros y llegará la noche crucial en la que juegan el partido de su vida. El equipo contrario, en el que todos son unos chulos de cuidado, empezarán dándoles una paliza de matrícula de honor. Llegará el intermedio y con él, una plática de las que no se olvidan sobre el honor, la voluntad y el valor como no las soltaba Leónidas en las Termópilas. Sobra decir que, tras el descanso, el equipo de inadaptados gana en el último segundo gracias al guaperas, el entrenador supera sus problemas con el alcohol en particular y la humanidad en general, vende la caravana y si la película es especialmente mala, terminará con un plano fijo del sufrido entrenador, rodeado de sus sudorosos acólitos, con el rostro desencajado y el puño al aire.

En otras ocasiones, nos cuentan la historia de una divorciada con hijos, normalmente una adolescente inquieta y un niño de tres o cuatro años que suele pulular por la pantalla sin que nadie sepa exactamente qué hacer con él. Los tres viven felices y desayunan juntos aunque la adolescente se encuentra en plena fase de picores y busca su espacio. Es cuando entra en escena el nuevo novio de la madre, un tipo con la frase "chungo que te cagas" tatuada en la frente. Como tiene un pasado oscuro y perturbador, cuando piensa que nadie le ve, frunce mucho el ceño y mira en escorzo para que el pobre iluminador pueda crear sombras inquietantes en su rostro. La única que parece notar que el tipo no es de fiar, suele ser la adolescente. Entre que no le gusta un pelo el nuevo novio de su madre y que anda con las hormonas en marcha militar es muy habitual que pierda los nervios de cuando en cuando, generalmente durante las cenas y le suelte al villano de la función algo tan de cajón como que él no es su padre. Normalmente, la niña se levanta de la mesa y corre a su cuarto que, siempre está en el piso de arriba, seguida de cerca por su madre. Mientras, el malvado villano vuelve a fruncir el ceño. Es entonces cuando alguien muere (un vecino, un policía, un antiguo compinche del hombre ceñudo) y la adolescente que, casualmente, pasaba por ese solar a cincuenta kilómetros de la ciudad, presencia el hecho y corre a avisar a su madre que, incomprensiblemente, no hace el menor caso. Tras un par de días en los que hija y novio se hacen perrerías varias, la madre reacciona, entiende que un tipo con ese ceño no puede ser buena gente e intenta escapar mientras el novio recibe más palos que una piñata en una guardería, baja las escaleras de cabeza un par de veces y termina despeñándose por una ventana del desván, al que en un gesto completamente irracional se han subido madre e hija (del pequeño hace mucho que no se sabe nada) en su intento de escapar del malvado ceñudo. En una pirueta de guión poco habitual, es posible que el villano no se empale en la cerca del jardín y lo aprese la policía, lo que suele dar lugar a un plano desde la parte trasera del coche patrulla en la que volvemos a ver al vapuleado novio en su gesto favorito.

Por último, no pueden faltar las historias basadas en hechos reales. Generalmente se trata de hijos o cónyuges devorados por algún tipo de enfermedad desconocida que sufren de mala manera mientras abnegados y trabajadores familiares que no se sabe bien de donde sacan el dinero para tanto médico, pasean a su deteriorado enfermo por todo hospital activo en millas a la redonda. En todos ellos, doctores feos y desagradables, encogen los hombros y en sentido homenaje a Sandro Giacobbe les cantan aquello de "lo siento mucho, la vida es así. No la he inventado yo" mientras les entregan la tarjeta de la funeraria más cercana. Nuestros amigos, desesperados vuelven a casa donde una viejecita jovial que les tiene preparado un buen trozo de pastel de arándanos en la mesa, se esfuerza en consolarlos y les empuja a no desesperar. Cuando todo parece perdido y, casi por casualidad, aparece un joven médico, al que expulsaron por guapo de la Pasarela Cibeles que, sin perder un segundo y demostrando una humanidad que convierte a Michael Landon en un frívolo sin conciencia, el joven doctor empieza a trabajar en el caso de una manera febril, lo que suele traer problemas al buen hombre con su maciza esposa que, reticente al principio, termina por ser el ancla de nuestro heroico médico. De repente, un día aparece en la habitación del hospital donde los buitres ya hacen cola desde hace días y, deslumbrando a propios y extraños con su inmaculada sonrisa, anuncia que ha encontrado la solución, lo que además resulta ser cierto. Lo más habitual es que en ese momento y, seguramente por razones presupuestarias que impidieron alargar el rodaje, la película termine con un cartel que nos haga saber que el enfermo se recuperó por completo, reside actualmente en Utah, es dueño de una ferretería y que su hijo terminó casándose con la hija de los macizos.

viernes, 17 de agosto de 2007

La biblioteca de Robinson Crusoe

Siempre me han llamado las atención las preguntas que buscan averiguar los libros, discos o películas que uno se llevaría a una isla desierta, ya que, en principio, a una isla desierta no suele ir uno voluntariamente y con itinerario prefijado, sino que se llega. Generalmente, de improviso, sin avisar y arrastrado por las olas que, hace unos minutos acaban de hundir en las profundidades del mar tu velero bergantín . Imagino que si a Robinson Crusoe le hubieran avisado de lo que se le venía encima, quizás hubiera metido algo más en su maleta, pero seguro que hubiera sustituido el alimento espiritual por algo con más enjundia orgánica. De cualquier modo y como en esta vida nunca se sabe lo que puede pasar, yo ya tengo preparada mi lista de libros para llevarme a la mencionada isla y matar el tiempo mientras vienen a rescatarme.

LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO: Me puedo dejar alguno en la estantería de casa, pero seguro que no es esta obra maestra de Mario Vargas Llosa. A finales del siglo XIX, el carismático Antonio Conselheiro, fanático religioso de portentoso poder de atracción, revolucionó Brasil con sus encendidas proclamas y puso en serios aprietos al gobierno al crear un estado alternativo dentro del país regido por él mismo en el poblado de Canudos. Con un estilo menos experimental que en "La casa verde" o "Conversación en la catedral", el escritor peruano borda una auténtica maravilla literaria llena de personajes memorables en la que no hay un momento de respiro. Para el propio Vargas Llosa, su mejor obra.

LA CONJURA DE LOS NECIOS: John Kennedy Toole se tiró un buen puñado de años intentando convencer a las editoriales de que su obra merecía ser publicada. Cuando vio que no era posible, se suicidó y si no hubiera sido por el tesón de su madre que recogió el testigo y continuó su periplo hasta que logró verla publicada muchos años después, el mundo hubiera perdido a Ignatius J. Reilly , el increible protagonista de la novela y uno de los personajes más redondos de la literatura universal. El estrafalario Ignatius vive con su madre en un barrio de New Orleans sin mover su mastodóntico cuerpo fuera de la cama para otra cosa que no sea escribir una obra maestra que cambie el mundo hasta sus cimientos. Por circunstancias que es mejor no desvelar, Ignatius se ve obligado a trabajar y conocer desde dentro ese mundo que pretende cambiar. En su periplo, tiene tiempo de conocer a una galería de personajes de todo tipo y pelaje: Miss Trixie, el patrullero Mancuso y el inefable Burma Jones, entre otros. Genial obra maestra, llena de humor, ironía y sarcasmo por la que no pasa el tiempo.

CIEN AÑOS DE SOLEDAD: Poco queda por decir de esta piedra angular de la cultura universal que se saco de la manga Gabriel García Márquez en 1967 y que lleva vendidos 30 millones de ejemplares. Si digo que es una obra incomparable, me quedaré corto seguramente. Recuerdo que la primera vez que me enfrenté a ella, tuve que abandonarla a las cien páginas, enredado a morir en la telaraña de Aurelios, Aurelianos, Arcadios y José Arcadios que hila con apabullante habilidad el escritor colombiano. Varios años después y con el árbol genealógico de los Buendía a mano, reinicié la expedición a Macondo y descubrí los incontables tesoros que se ocultan en las páginas de este hito cultural. La edición que ha salido a la venta recientemente por menos de 10 euros, con las erratas corregidas y con interesantísimos artículos de, entre otros, Víctor García de la Concha o Mario Vargas Llosa, es de obligada adquisición.

MADAME BOVARY: Este clásico de la literatura universal no puede faltar en la biblioteca de todo náufrago que se precie. Flaubert alcanza su cumbre artística con el prolijo retrato de Emma Bovary, quizás el personaje femenino más influyente de la historia de las letras. Yo tuve la desgracia de leerlo en una edición traducida espantosamente por Carmen Martín Gaite y, a pesar de eso, me enganchó por completo la historia de esta mujer a contracorriente que no se resigna a morir de aburrimiento junto a su laborioso marido, medico en un pueblo francés. Ni sus aventuras amorosas ni el nacimiento de su hija logran aplacar la eterna insatisfacción de su alma. Al escritor le llovieron las críticas por esta novela, tremendamente escandalosa en su tiempo, e, incluso tuvo que hacer frente a un proceso por delitos morales.

LA TREGUA: Aunque ya tuvo su entrada propia hace unos meses ("Imprescindible"), nunca es mal momento para hacer campaña a favor de esta novela incomparable del uruguayo Mario Benedetti. Desde entonces he revisado algunos pasajes y me reafirmo en lo que dije entonces. Es completamente imprescindible.Como alguien decía el otro día en un foro, lo peor de esta novela es que es corta.

MI FAMILIA Y OTROS ANIMALES: En pocos libros como en éste es posible captar con tanto detalle la pasión del autor por lo que cuenta. Los recuerdos de su época en la isla griega de Corfú, a la que se trasladó su familia cuando él tenía diez años y en la que vivió durante cuatro años son la base de esta historia de amor entre su autor, Gerald Durrell, y la naturaleza. La cercanía de su estilo y el detalle con el que narra sus experiencias en la isla investigando la flora y fauna de la misma atrapan desde el primer momento. Pero Durrell no es únicamente un zoólogo de primera. La agilidad de la narración y el tronchante sentido del humor en la descripción de las relaciones con su estrambótica familia nos muestran a un escritor particularmente dotado para la ironía y la sátira. Si esta obra sabe a poco, siempre nos quedarán las otras dos novelas que componen la trilogía de Corfú, "Bichos y demás parientes" y "El jardín de los dioses".

AMERICAN PSYCHO: Que esta novela del norteamericano Bret Easton Ellis comparta espacio con las obras de Flaubert o de Vargas Llosa, puede parecer raro, pero no podría hacer una relación de mis libros imprescindibles y no incluir esta obra que tanto me impactó allá por principios de los noventa. Cuando se publicó en Estados Unidos, estalló un escándalo de proporciones bíblicas. La sociedad que vio nacer a Patrick Bateman, el protagonista de la novela, no estaba dispuesta a admitir que fuera capaz de crear monstruos como este ejecutivo refinado, amante del detalle hasta la locura y miembro respetado de una comunidad que únicamente valora la superficie y el dinero, que en sus ratos libres se dedica a despedazar personas, a practicar el sexo más gráfico que nunca se había leído en una novela no pornográfica y a reflejar con una agudeza de clarividente la podredumbre de una sociedad enferma. El libro es duro, muy duro. Con momentos que ponen la arcada en el disparadero de salida (la prostituta, la rata, la sierra..), pero hay algo hipnótico en el estilo frío y mecánico del escritor norteamericano que resulta indiscutiblemente atractivo.

MAÑANA EN LA BATALLA PIENSA EN MI: A pesar de que sus últimas novelas no me hayan gustado especialmente (aunque gente tan prestigiosa como Orhan Pamuk comparen estas obras con obras como "En busca del tiempo perdido") y que a nivel personal me parezca bastante cretino, Javier Marías es uno de los escritores más personales e inteligentes del panorama internacional. La novela, siempre en primera persona, da inicio con una premisa sorprendente: el protagonista cena en casa de una semidesconocida. Su marido está de viaje y el tono de la velada, marcadamente sensual y coqueto va alcanzando un alto contenido erótico. Antes de que nada ocurra y sin haber tenido contacto, la mujer muere entre los brazos del protagonista. A pesar de lo que pueda parecer, no se trata de una novela de misterio, ni de venganza. Las decisiones que adopta el protagonista de la novela, Víctor Francés, en esa noche invernal marcan un recorrido que atraviesa familias, sombras del pasado y figuras del presente hasta el estremecedor final bajo la lluvia de Londres. La escritura de este autor privilegiado no admite términos medios. O se le ama o se le detesta.

EL PALACIO DE LA LUNA: Quizás no sea su obra más redonda, pero desde mi punto de vista no hay mejor manera de empezar a explorar el particular universo del norteamericano Paul Auster que a través de la autobiográfica historia de Marco Stanley Fogg, imprevisto viajero que tras una infancia marcada por la ausencia del padre vagabundea sin itinerario por todo tipo de lugares y situaciones hasta localizar sus raíces en el lugar más insospechado no sin antes haber interactuado con la tradicional amalgama de personajes marcados por la casualidad y el azar que tanto explota el escritor de New Jersey. Algunas de las anécdotas que salpican esta magistral novela fueron aprovechadas por el propio Auster para el excepcional guión que escribió para esa pequeña joya del cine que es "Smoke". Si te gusta, no habrá problemas en encontrar nuevo material: en los últimos tres años ha publicado tres magníficas obras y ya está trabajando en una nueva que verá la luz en 2008.

EN DEUDA CON EL PLACER: Con saber que el protagonista de esta novela del escritor británico John Lanchester, se llama Tarquin Winot, ya os podéis hacer una idea de cuanto me gusta esta curiosa mezcla de libro de cocina, novela de misterio y autobiografía. No es bueno conocer mucho de este libro. Baste decir que el mencionado Winot es un aristocrático erudito, amante de los placeres de todo tipo y con una habilidad especial para los fogones. Entre divagaciones sobre los distintos tipos de estofado, las bondades del bacalao vasco y las múltiples aplicaciones del curry en la gastronomía inglesa, vamos descubriendo junto a sus invitados pequeños detalles de la vida de nuestro anfitrión que nos crean sombras donde antes había luces y que nos hacen pensar que no todo es lo que parece en esta obra fascinante de un escritor culto como pocos y que regala novelas a su entregado público con exasperante lentitud. Cualquier parecido entre un servidor y el protagonista de esta obra es pura casualidad. O no.

miércoles, 15 de agosto de 2007

El cubo negro


Aunque todavía hay países en los que tirar la basura es una alternativa al lanzamiento con honda, en sociedades como la nuestra, esta, aparentemente, sencilla actividad es un proceso largo, duro y difícil. Recuerdo que cuando me tocaba tirar la basura en casa de mis padres, era posible bajar las escaleras, atravesar el portal, abrir la puerta a la calle, llegar al cubo, depositar la bolsa y volver en menos de un minuto. Ahora no. Ahora puede pasar un buen rato hasta que consigues decidir en cuál de los varios cubos disponibles es preciso abandonar tus residuos sin que Al Gore venga a comerte la oreja y hacerte responsable del fundido de plomos del planeta.

Cartón, papel, restos orgánicos..... cada cosa tiene su sitio y lugar prefijado, perfectamente separado, compartimentado y etiquetado. Sin embargo, no hay sitio para cada cosa. A veces, surgen dudas. ¿Dónde tiramos una revista con las pastas de plástico y páginas unidas con grapas? ¿Y las botellas de cristal con sus etiquetas de papel y tapones de plástico? ¿Y las basuras humanas? Pongamos por caso a un verdadero ejemplo de basura humana como Jaime Peñafiel. ¿Dónde lo meteríamos?

En principio, parece lógico pensar que debería ser lanzado al cubo de los residuos orgánicos, ya que al parecer es un ser vivo que Granada tuvo la desdicha de ver nacer hace más de setenta y cinco años. Desde hace ya mucho tiempo, pasea su apaletada figura por toda revista, plató de televisión o emisora de radio que decide cargarse su mayor o menor prestigio y contratarlo para que suelte su repugnante papilla de memeces a la que condimenta con un buen puñado de inusitada prepotencia, maldad y sectarismo como es difícil encontrar. Lo peor no es que se arrogue la facultad de juzgar a todo aquel que se le cruza en el camino y no le ríe las gracias sino la presuntuosidad con la que lo hace. Los demás participantes en los circos mediáticos del corazón parecen reconocer en cierto modo su propia mediocridad y recitan su guión a grandes voces y haciendo el payaso de mala manera. El tipejo este, por el contrario, se repantinga en el sillón, se atusa el pañuelo y mientras se abanica con sus trasnochadas gafas de concha, destripa pausadamente al personaje que corresponda con unos aires de superioridad verdaderamente repugnantes, como si, en el fondo, estuviera allí, llenándose los bolsillos con vidas ajenas, por nuestro propio bien.

Pero a pesar de lo anterior, este personajillo no sólo tiene componentes orgánicos, sino que en su interior también se acumula el papel, el cartón e, incluso, el plástico. Y no me refiero a su rancio y desfasado aspecto de vividor de tercera o a sus presuntos retoques plásticos (cada uno envejece con la dignidad que le parece oportuna) sino a las centenares de acartonadas ideas y opiniones despreciables que se pudren en su interior. Afortunadamente, la mayor parte de sus valoraciones caen en saco roto y se convierten en papel mojado apenas salen de su boca o se imprimen en las revistas en las que colabora. De no ser así, si sus comentarios no fueran de todo punto intranscendentes y carentes de peso específico, este tipejo ya estaría en la cárcel o procesado. Porque las barbaridades que ha dicho este señor sobre la Familia Real en general y sobre Letizia Ortiz en particular son una colección de injurias y ofensas como es difícil encontrar. Por mucho menos, hace poco, han secuestrado una edición entera de "El jueves" y han llevado a los tribunales a media plantilla de la revista. Sólo si se consideran sus palabras como los desvaríos de un resentido insignificante es comprensible que no ande con un elegante traje de presidiario desde hace unos años.

No parece por tanto que ni gente como Peñafiel ni las botellas con etiquetas de papel tengan claro donde terminar. No se me ocurre nada para las botellas, pero si tengo una idea para este señor y para gente de similar ralea: un tipo especial de cubo de basura, uno estrecho y negro. Estrecho como sus mentes desoladas y negro, negrísimo, para estar a tono con su lóbrego y tenebroso interior. Y en el fondo del mar, si es posible.

martes, 7 de agosto de 2007

Rozando la perfección


Un gran vaso de pis. De tan escatológica y poco afortunada forma despachó Michael Caine a "Sleuth", la obra de teatro de Anthony Saffher que a principios de los setenta triunfaba en los escenarios de Londres. Ironías de la vida, pocos meses después, en 1972, el magnífico actor británico se llevaba su segunda nominación al Oscar por la adaptación cinematográfica de dicha obra de teatro que protagonizó junto a Laurence Olivier y que dirigió Joseph Leo Mankiewick ¿Por qué siendo "Detective" la traducción literal del inglés se estrenó en España con el absurdo título de "La huella", sigue siendo un misterio digno de un idem.

Yo siento adoración por muchas películas. No pasa un año sin que revise total o parcialmente "El padrino", "Un tranvía llamado deseo", "El guateque", "L.A. Confidencial", "Sed de mal", "Cantando bajo la lluvia", "Los puentes de Madison" y un buen puñado más de indiscutibles clásicos. Me gusta recrearme con escenas, diálogos, interpretaciones, momentos estelares y siempre hay algo nuevo que no recordaba claramente o que, con el transcurso del tiempo aprecio de una manera diferente. Pero "La huella" es algo más.

Durante una época la veía entera cada mes, tenía grabado el sonido de la película en una cinta magnetofónica y la ponía como música de fondo mientras leía o mataba marcianitos en el ordenador. Su excepcional banda sonora a cargo del músico británico John Addion se ha convertido en mi Santo Grial particular y continuo mi particular cruzada en descubrirla .Conozco cada movimiento de cámara, cada frase, cada plano, cada subida de tono. La he visto en castellano, en inglés ¡y en mejicano. En el cine y en el salón de mi casa, en DVD y en VHS. Incluso ahora, ya pasada esa etapa procuro verla, al menos dos veces al año. Dicen que no existe la perfección y yo no soy nadie para enmendarle la plana a tanto sabio que lo mantiene, pero, cinematográficamente hablando, "La huella" es lo más cercano que yo conozco a tan ideal estado.

No es bueno explicar mucho del argumento de esta película. Andrew Wyke, famoso escritor de novelas policíacas (Olivier) invita al pretencioso Milo Tindle (Caine) a pasar un fin de semana en su inmensa mansión. Al poco tiempo, descubrimos que este último, peluquero de profesión, mantiene una relación amorosa con la mujer del histriónico literato. Es el primero de los muchos y sorprendentes giros que regala el espléndido guión redactado a cuatro manos entre el autor del libreto teatral original y el director de la película, el siempre genial Mankiewicz, el cual no se limitó a teclear lo dictado por Shaffer sino que aportó algunas de las grandes ideas de la película, como el laberíntico jardín en el que se desarrollan los primeros minutos de la cinta, las habitaciones plagadas de juegos y autómatas que nos muestran el carácter infantil y perverso del personaje de Olivier o la reconstrucción del personaje de Michael Caine que pasa de ser un judío dueño de una agencia de viajes en el texto teatral original a peluquero italiano en la adaptación cinematográfica con la finalidad de darle un aire más seductor y cosmopolita.

Si el guión es una obra maestra, las interpretaciones no le andan lejos. Tanto Olivier como Caine estuvieron nominados al Oscar por sus interpretaciones y no tengo duda de que si cierto Vito Corleone no hubiera andado por allí el día en el que se dieron los premios, la estatuilla hubiera amanecido en la chimenea de uno de los dos. Cuenta Mankiewicz en sus memorias que, al principio del rodaje, ambos actores recelaban el uno del otro por su respectivo prestigio en el teatro (Olivier) y en el cine (Caine). Además, las largas parrafadas que ambos personajes tienen durante el metraje provocó más de un dolor de cabeza y lagunas de memoria que no ayudaron , precisamente, a relajar el ambiente. Parece que, finalmente, solucionaron sus problemas, a la vista del auténtico recital que ambos actores ofrecen en las más de dos horas de películas.

Nada de esto hubiera sido posible sin la labor tras la cámara de Mankiewicz en el que fue su último trabajo como director. Con sesenta años cumplidos, el autor de "Eva al desnudo", "Cleopatra" o "La condesa descalza" hace una labor sencillamente deslumbrante. Nadie ha sabido rodar la palabra como lo hizo el cineasta norteamericano. En todas sus películas, el dialogo es el elemento fundamental. Los personajes se desarrollan a través de la palabra. Sus actos son únicamente consecuencia de lo dicho. Ya lo demostró con creces en sus anteriores películas, pero nunca con mayor maestría que en "La huella". Conseguir que durante más de dos horas no puedas apartar la mirada de la pantalla para seguir a tan magro plantel de actores que además apenas dejan de hablar durante todo ese tiempo, sólo está al alcance de los genios.

Se anuncia ahora una nueva versión de esta obra maestra con el aliciente principal de ver a Michael Caine en el papel que, en su momento interpretó Laurence Olivier con Jude Law retomando el de aquél y Kenneth Branagh el de Mankiewicz. En principio, la idea, aunque innecesaria parece contar con buenos mimbres. Ahora bien, dado el carácter casí sagrado que, para mí, tiene esta película, me planteo seriamente si verla o no cuando la estrenen. Sobre todo sabiendo que la perfección no existe.