miércoles, 9 de diciembre de 2015

Las hojas del rábano

Dos cosas han quedado claras tras la madre de todos los debates habidos y por haber en éste y otros universos, multiversos y realidades alternativas varias de este pasado lunes. La primera es que a la hora de vender un producto, no hay nadie como los muchachos de Antena 3. Ya sea un partido de fútbol de quinta regional, el campeonato de comedores de chipirones en su tinta o un debate político, los mil tentáculos del grupo A3 Media, llevan a cabo tal despliegue de artillería comercial que es casi imposible ponerse a cubierto del continuo bombardeo de anuncios, especiales, preludios y epílogos con el que asedian al desarmado televidente. Puede uno no verlo, pero también es inevitable pensar que al día siguiente ira cojo a las tertulias matinales. 

La segunda y no menos indiscutible es que el pasado lunes fue difícil determinar quién fue el ganador del debate, pero no hay duda alguna de quien terminó de poner el último clavo a su ataúd político y ese no es otro que el actual presidente del gobierno, Don Mariano Rajoy Brey, que con su ausencia ha demostrado que como todos los mediocres, hay que rodearse de iguales para poder destacar.

Con el marrón que le soltó a su voluntariosa vicepresidenta, Soraya Saez de Santamaría (que bastante hizo la pobre con los dos mihuras que le esperaban en el escenario) el presidente se salvó de una muerte segura a manos de Alber Rivera y de Pablo Iglesias y eso que ninguno estuvo en su versión más brillante. Pero, al mismo tiempo, ciñó la cuerda a su mortaja política en un ejercicio de escapismo que haría palidecer al mismo Houdini y que me recordaba horrores a otro suicidio público perpetrado por Zapatero cuando tomó la decisión de mandar a otra mujer voluntariosa, Elena Salgado, a defender los Presupuestos Generales más indefendibles de la democracia (Hable de ello largo y tendido en esta su escombrera, si les apetece pueden recordarlo aquí). Si aquello le costó la mayor parte de su escaso crédito al ex presidente- y Don Mariano se lo echó merecidamente en cara entonces- es de cajón de pino pensar que lo mismo va a pasarle ahora y que ni aquéllas ni estas excusas van a valerle ahora para evitar la sangría de votos que va a suponerle su acobardada actitud y el definitivo desplome de su posición como líder de un partido y de un país que, lo que menos se puede esperar es que le truquen la vara de medir cuando se la dan tan de vez en cuando.

Sabedor como es de que al pobre Pedro Sánchez, le quedan menos vidas que a mí en el Candy Crush, Don Mariano se ha citado con el líder socialista el próximo lunes para quitarle los pocos empastes que le quedaban intactos tras los vapuleos de hace 48 horas. Se escuda en que con el único con el que está obligado a debatir un presidente del gobierno es con el líder de la oposición y no le quito la razón. Pero a un hombre que se ufana de haber sacado al país de la crisis con su firmeza y su habilidad para escalar promontorios de heces socialistas, lo menos que se le puede pedir es que arriesgue, que no se esconda, que no coja el rábano por las hojas y que haga como la mujer del César, que sea, de verdad, un hombre convencido de su legado y que no tenga miedo de discutirlo con quien sea. O al menos que no lo parezca.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Volando voy: Dublin

Yo estaba destinado a visitar Dublin. Lo mucho o poco que sé de inglés se lo debo a la Ashford School of English, una modesta academia de idiomas a la que fui de adolescente y cuyo director, jefe de estudios, secretario y vaciador de ceniceros era un blanquecino irlandés, inagotable y peleón que año tras año se dejaba la vida intentando convencer a nuestros padres de que ir un verano a aprender inglés a su Dublin natal no era, como decían algunos, tan inútil como llevar a los niños a las montañas gallegas para aprender castellano de meseta. Los padres de algunos de mis compañeros dieron su brazo a torcer, pero Mister Winot Sr era, es y será por muchos años un hueso duro de roer y no hubo forma de sacar de su cabeza de apóstol que aquellos viajes eran una pérdida de tiempo y de dinero. No diré que ha sido un tema recurrente en mi cabeza ni que he hablado con mi terapeuta acerca de la base irlandesa de muchas de mis patologías, pero lo cierto es que cuando surgió la oportunidad de visitar Dublin no tarde ni un segundo en lanzarme de cabeza al asunto. Como ya saben, cuando el río suena....

La cosa ya prometía desde el aire...

Hay ciudades que enamoran a primera vista y otras que te ganan con el tiempo, con el contacto, pateándola e introduciéndose poco a poco en su atmósfera y estilo de vida. Dublin, sin la menor duda, pertenece al primer grupo, porque fue bajar del avión y ya me entraron ganas de nacionalizarme irlandés. El frío era polar (tuvimos la suerte de llegar a la ciudad en el día más gélido del año en aquellas tierras) pero el calor de todos aquellos con los que nos cruzamos desde entonces hasta nuestro envase- apenas cuarenta y ocho horas después-  en el vuelo de vuelta (si quieren empatizar con las sardinas en lata, no lo duden, Ryanair es su compañía)  hizo que los dedos se entumecieran menos y que la superposición de prendas se hiciera menos molesta. La tradicional amabilidad irlandesa no es un tópico inmerecido sino, probablemente, la seña de identidad más evidente que he detectado y que más me ha gustado en Dublin. Y no me refiero solo a la zona turística donde podría ser más compresible (aunque les invito a pasarse por la Plaza Mayor de Madrid para demostrarles que la amabilidad va en la sangre) sino que, perdidos como hemos estado en alguna ocasión por zonas poco recomendables, todo han sido amables indicaciones y buenas palabras. Elevo mi chistera con admiración ante el despliegue logístico de apoyo al turista del que hacen gala los dublineses y que tanto añoro en mi ciudad.

Me van a negar que no les está entrando ganas de tomarse una...

Hay muchas cosas recomendables que ver y hacer en Dublin. Personalmente, creo que no deben volver a España sin darse un largo paseo por la arrebatadora O'Conell Street, la zona del Trinity College (por cierto, uno de los mejores y más económicos banquetes del viaje nos lo dimos en esa zona, en un espectacular local llamado The Bank on College Green. No lo dejen pasar) y, por supuesto, uno no puede despedirse de la ciudad sin dedicar unas pocas horas (o muchas, eso depende de los que les guste la cerveza y el cachondeo) a vagabundear por las laberínticas callejuelas de la zona de Temple Bar, un eterno vía crucis tachonado de pubs y bares donde no terminar con una Guinness en la mano es misión imposible. Para amantes de lo friki, que alguno hay por aquí, aprovechen una pausa entre bar y bar para visitar Forbidden Planet y Sub City, dos magníficas tiendas de comics y merchandaising en los límites de esta zona tan etílica como arrebatadora.

Aquí la gente no se tira por la ventana, como pueden imaginar
Visita obligada es también darse un buen paseo por el descomunal Phoenix Park (el parque urbano más grande de Europa y uno de los más grandes del mundo) y, por supuesto, hay que pasar una mañana en el Vaticano Irlandes, el punto de convergencia de las almas de los poco más de 500.000 habitantes de Dublin, allí de donde nace el verdadero río de agua viva de la ciudad, el Guinness StoreHouse, un parque temático cervecero de la popular marca irlandesa (es difil mirar a cualquier punto en Dublin y no ver su celebérrimo emblema) que los herederos de Arthur Guinness tienen montado en la zona de Liberties y que si bien no deja de ser un sacacuartos para turistas, es un verdadero emblema ciudadano y además permite tomarse una buena pinta en su Gravity Bar, uno de los puntos más altos de esta ciudad sin rascacielos y desde el que, en consecuencia, tiene uno las mejores vistas de Dublin.

Kilmainham Gaol, la asignatura pendiente de este viaje
Tampoco deberían perderse, como hizo servidor, la Kilmainham Gaol, la cárcel donde se rodó "En el nombre del Padre" y en la que, realmente, vivieron su calvario muchos independendentistas irlandeses hasta que se cerró en la decada de 1920. A día de hoy es uno de los museos más populares de Dublin y es sumamente fácil quedarse fuera de los interesantísimos recorridos guiados que se suceden desde las 9 de la mañana. Lo sé de buena tinta, porque fui uno de los que se quedó con cara de portero goleado cuando mi petición de entradas a unos minutos del antepenúltimo pase del día, fue sancionada con una estruendosa carcajada y un muy español, "vuelva usted mañana".

Pues hombre, mañana, desgraciadamente, no voy a poder, pero esto es una excusa tan buena como cualquier otra para volver a cruzar el continente a saborear una cremosa Guinness o una no menos deliciosa Smithwicks roja (el gran descubrimiento del viaje, sin la menor duda) mientras me entran ganas, ahí es nada, de retomar el "Ulises", volver a ver "Michael Collins" o escuchar el "Jailbreak" de Thin Lizzy. Les dejo con "City full of ghosts"un magnífico tema de Mike Scott que siempre me ha animado la existencia y que es el mejor retrato musical de esta asombrosa e irresistible ciudad que, ya les aviso, volveré a visitar más pronto que tarde. Les animo a que sigan el ejemplo del Clan y se lancen a enmendar la plana a Mister Winot Sr y a demostrarle que a Dublin hay que ir aunque sea en Ryanair.