
Lo que diferencia a un buen cocinero de un ensuciasartenes es el control del tiempo. Una patata cocida durante un minuto menos del debido se convierte en piedra pómez y si lo que hacemos es dormirnos durante sesenta segundos tras el punto exacto de cocción, el resultado es un amasijo incomestible. Y esto no sucede solo en la cocina.
En los deportes, en los negocios y en la política, entre otras muchas disciplinas, quien domina el tiempo tiene muchas opciones de lograr su objetivo y los proyectos más nobles e interesantes pueden ser momentos para recordar o comida para perros según la posición de las manecillas de un reloj. El tiempo, con la inestimable ayuda de una considerable candidez es lo que ha condenado al fracaso un movimiento como el que desde hace semanas se estanca en la Puerta del Sol del Madrid.
Inicialmente la toma del centro de la capital por un numeroso grupo de personas el pasado 15 de mayo me produjo un rechazo fulminante. Más por la apatía de los responsables a la hora de impedir la ocupación (Ni pensar quiero en lo que habría pasado de ser las impolutas huestes de Génova las que tomaran la plaza) que por los sujetos mismos. También es cierto que su autoproclamación como "indignados" a colación del panfletillo de Stéphane Hessel así como el marcado carácter "progresista" en su sentido más peyorativo de sus primeras consignas y declaraciones no ayudaron precisamente a que su imagen mejorara ante mis ojos.
Sin embargo, pasado el primer impulso, comencé a sentir cierta simpatía por ellos. Para empezar por el hecho en si mismo: tan acostumbrados como estamos a mirarnos el ombligo (servidor el primero), es ilusionante ver que hay límites, al menos en algunos, a la hora de digerir ruedas de molino. Respecto a los mensajes, si bien en su manifiesto se conservan paridas recurrentes tales como recortar el gasto del Ministerio de Defensa o la obligatoriedad de que los políticos hagan un informe de con cuanto entran en cargo público y con cuanto salen, no es menos cierto, que la reforma de la Ley Electoral, que los directivos de las entidades financieras no huelan un euro más del que les corresponde sin antes devolver el pastizal que hayan podido obtener del Estado o la extirpación de la política del cuerpo judicial son planteamientos sumamente razonables y muy necesarios.
No es que augurara futuro alguno al movimiento tal cual fue concebido, no soy tan cándido, pero reconozco que llegó a parecerme una iniciativa con un importante factor aglutinador que, de poder estructurarse adecuadamente, abría de devenir en una opción electoral a tomar en cuenta. Sin embargo, como ya he mencionado antes, la candidez y el buenismo de los acampados de Sol ha terminado por costarles el cuello.
Si bien, sus planteamientos son serios y razonables, no es menos cierto que ya hay partidos políticos, como UPD que defienden esas posturas y otras similares. Tirar de artillería poética y proclamas a pie de calle no deja de tener un sesgo tan humanista como inútil. Si lo que se pretende es cambiar el sistema, o se ataca desde fuera con algo más sólido que minutos de silencio o aplausos mudos o, lo que es más razonable, se intenta el cambio desde dentro. Si una vez terminada la jornada electoral, con medio mundo atento a la pantalla, la popularidad por las nubes y el prestigio intacto se hubieran retirado a estructurar sus planteamientos para presentar una opción política alternativa de peso, no estaríamos asistiendo al lento e inexorable desmoronamiento de todo lo bueno que de allí pudo surgir.
El tiempo, el implacable reloj de arena que domina la actualidad y que convierte las cosas en noticias, en recuerdos o, en el peor de los casos en la propia arena que lo nutre, ha terminado por arrasar estos principios no por evidentes e indiscutibles. A día de hoy, las consignas políticas más interesantes apenas tienen peso específico y las estupideces más asombrosas campan a sus anchas por un campamento que se ha convertido en un zoco lleno de comités, directorios, asambleas, consejos y demás quincalla burocrática. Además, la organización ha perdido por completo los papeles y los laberintos de lonas se ven ocupados por una horda de maleantes y pordioseros que, sin tener nada que ver, muy probablemente con la organización, se han puesto de zapadores en el desfile sin que nadie haya sabido sacarlos por la puerta de atrás o desmarcarse de ellos.
Mañana, tras largas, tediosas e innecesarias asambleas, parece que el grupo de indignados de la Puerta del Sol abandona su campamento y marcha a los cuarteles para decidir sus próximos movimientos. Me temo que es demasiado tarde, que el tiempo ha cumplido su parte del trato y que lo que podría haber sido un buen vino se ha convertido en lo que el chascarrillo dice acerca de los caldos que servía una tal Asunción en su taberna: que ni son blancos, ni tintos, ni tienen color.