
Si tu película no toca algún tema de trascendencia social (no demasiado delicado, por supuesto), no tienes en tu reparto uno o dos actores hambrientos por demostrar lo bien que lloran o lo capaces que son de cambiar de registro o aspecto y no eres un antiguo gran director quemando tus últimos cartuchos o un nóbel deseando celebridad, tus posiblidades de lograr una estatuilla en la próxima edición de los Óscar se reducen notablemente. Esa mínima probabilidad queda pulverizada hasta la nada si te llamas Edgar Wright y has escrito y dirigido algo tan difícil de definir como "Hot fuzz" ( "Arma fatal" en su paleta e insufrible adaptación al castellano), por mucho que, probablemente, tu película sea la mejor del año.
Nicholas Angel (Simon Pegg, también co-guionista) es el mejor agente de policía de Londres. Tan enorme es la diferencia entre Angel y sus compañeros de profesión que, con la finalidad de evitar que les siga dejando en evidencia, sus jefes no dudan en trasladarlo al remoto pueblo de Sanford donde la tranquila vida rural atempere al recto y exigente agente de la ley. Su estricto sentido del deber (en su primera noche medio pueblo es arrestado por diversas faltas) choca con las mucho más laxas normas de su nuevo jefe, el inspector Butterman (Jim Broadbent) que, con el fin de apaciguar su encendida personalidad, no duda en poner como compañero del recién llegado a su hijo Danny (Nick Frost), la otra cara de la moneda. Cuando el bucólico y aburrido ambiente de Sanford empieza a mellar la resistencia del sargento Angel, unos sangrientos acontecimientos rompen la tranquilidad de un pueblo que esconde mucho más de lo que parece.
Aunque "Arma fatal" es, indudablemente, una comedia, una inteligente parodia de las películas de acción de los noventa (de manera más o menos explícita se homenajea a cintas como "Le llaman Bodhi" o "Dos policías rebeldes") hay algo que la hace excepcional y que, simultaneamente, la aleja de otras películas de similares pretensiones, pero muy inferiores resultados como las series de "Hot shots", "Scary Movie" y demás fauna: Edgar Wright y Simon Pegg, máximos responsables del proyecto son ingleses. Y eso, a la hora de ser diferente, es casi indispensable.
Tal y como ya hicieron con el género de zombies en su anterior película, la espléndida "Shaun of the dead" ("Zombies party" en su, de nuevo, lamentable traducción al castellano), director y guionista trazan una linea sólida, pero muy fina entre la parodia y el homenaje que evita la burla sin ingenio y la fotocopia cariñosa, pero poco nutritiva. Casi todos los tópicos del cine de acción aparecen a lo largo del metraje (el policía obsesionado con su trabajo, el compañero torpe que, finalmente, se convierte en indispensable soldado salvador, los tiroteos a cámara lenta) pero limpios de polvo y paja, secados al sol de la campiña inglesa y rociados con una buena taza de té.
Pero "Arma fatal" no es tan solo una nueva articulación en clave de humor de las clásicas películas de acción de los noventa adaptadas al sentido del ritmo británico del siglo XXI, cortesía del espectacular talento visual de Edward Wright (atención a la primera reconstrucción de los hechos en el supermercado). Como ya hiciera en su momento, la mítica productora Ealing y tomando como base los relatos de Agatha Christie, el complejo y perfectamente estructurado guión de Pegg y Wright se presenta salpicado de acertados detalles costumbristas acerca de la vida en las pequeñas poblaciones británicas (la primera mañana de Angel en Sanford) que contrastan con brutales latigazos de humor negro (el "accidente" en la iglesia) que congelan la sonrisa en el rostro del espectador y que le hacen cuestionarse si, en realidad, no estaremos ante una película de terror en lugar de una comedia costumbrista. ¿O era una adaptación de las novelas negras del siglo XIX? Esa alternancia de registros logra que, en todo momento, la película resulte sorprendente, fresca, llena de matices e interesantes giros argumentales y, sobre todo, tremendamente entretenida (sus últimos treinta minutos son, sencillamente, prodigiosos).
Respecto a los actores son ingleses y, con eso, todo queda dicho. Espléndidos, sin excepción, desde el absoluto protagonismo de Simon Pegg hasta los cortos pero jugosos papeles de Bill Nighy o Steve Coogan, pasando por un recuperado Timothy Dalton que, literalmente, devora la pantalla en cada una de sus apariciones como el misterioso dueño del supermercado más importante de Sanford (memorable su última y "penetrante" conversación con el sargento Angel) y el camaleónico Jim Broadbent como el paternal y permisivo responsable de la peculiar y surrealista comisaría de Sandford.
Sin duda, "Arma fatal" pasará sin formar demasiado alboroto por los cines del mundo y mucho menos llamará la atención de los que deciden las teóricamente mejores películas del año. Es demasiado inteligente, transgresora y brutal para los cajones que utilizan los archiveros cinematográficos oficiales. Me juego un lirio japonés de la paz a que eso, a Edward Wright y Simon Pegg les importa muy poco y se conforman con que, al igual que ya ocurrió con su anterior película, será el tiempo el que coloque esta magnífica obra en el lugar que le corresponde. Ventajas de ser inglés.