Vivo muy cerca del centro de Madrid tan cerca que, parafraseando a Groucho Marx, si estuviéramos más próximos, terminaríamos dándonos las espalda. Casi todo lo que me gusta, habita en el centro. Por eso, poder llegar caminando a cualquier cine, museo o restaurante es un lujo tan intenso que pago con gusto el peaje que suponen los atascos, el ruido y el evidente aumento de la densidad de población que existe en sus calles si lo comparamos con todo lo que se aloja fuera de esas lindes.
Vivir en el centro no es obviamente, una experiencia de gusto para todos los paladares. Pero tampoco lo es el pasar tus días en uno de esos barrios que se desarrollan a la sombra del núcleo urbano y que, a pesar de disponer de zonas comunes o estar implantados junto a faraónicos centros comerciales, a día de hoy son escenarios perfectos para el rodaje de los exteriores de "Soy leyenda II". Aunque cuando lo digo, hay personas que me contemplan como si acabara de comunicar mi pasión por la carne humana, prefiero vivir en sesenta metros cuadrados junto a la Puerta del Sol que en un piso de doscientos metros a quince kilómetros de Madrid.
Dicho esto, no obstante, hay veces, la verdad, que a uno le entran ganas de coger la recortada y avanzar por el centro de la ciudad despanzurrando viandantes hasta el pueblo más aislado de la sierra más recóndita de la provincia y aislarse de todo y, sobre todo, de todos. De todos los que aprovechan estas fechas para tomar el centro de la ciudad y convertirla en un lodazal por el que es imposible deambular sin un campo de fuerza protector.
Diciembre es una prueba de fuego para aquellos que, como yo, disfrutan de la razonable superpoblación del centro. Desplazarse por las calles que circundan Sol o Preciados exige un trabajo previo de zapador experimentado que permita evitar las hordas de energúmenos que adornan sus testas con apestosas pelucas afro, cuernos de alce o, la novedad de este año, cabezas de ciervo apeluchadas que incitan a la violencia más extrema. Ensimismados en el fulgor de la iluminación municipal navideña, el rebaño anda disperso y es perfectamente posible terminar con un matasuegras alojado en el fondo de la garganta mientras intentas que el desgraciado que fuma su cigarrito como si anduviera por un valle deshabitado no logre carbonizar a la heredera que, desde su carrito, nos observa con severa censura. No es posible trazar una linea recta. Moverse implica disponer de ubicuidad para no terminar arrasado por avanzadillas de jubilados aletargados, japoneses que bloquean las calles fotografiando todo cuanto queda encuadrado en el objetivo de sus cámaras, y pandas de adolescentes que se comunican en un extraño lenguaje de risotadas, empujones y, esporádicamente, palabras (incluso bisílabas, en ocasiones) que convierten una vuelta a la manzana en un capitulo del "Ulises".
Ayer por la tarde, tomé la equivocada decisión, de pasear mi palmito y el de la heredera por el Mercado de San Miguel, uno de los lugares más concurridos de este concurrido casco urbano. Cuando, oprimido entre bandejas con vino, bolsas de pan y platos de langostinos, me planteaba muy seriamente utilizar el carrito de la heredera como arma arrojadiza, me topé de frente con el actor Fernando Tejero que, a juzgar por su expresión se estaba planteando utilizar con similares intenciones una bolsa que cargaba en la mano derecha. Estuve a punto de soltarle que no andara con esa cara de mala leche, que él ya había vivido en sitios donde no se podía vivir y había sobrevivido, pero, respiré hondo y me mordí los morros. Le pedí paso para la heredera, me lo concedió, le di las gracias y volví a mi casa, mientras pensaba que el bendito siete de enero está a la vuelta de la esquina. Amen.
Vivir en el centro no es obviamente, una experiencia de gusto para todos los paladares. Pero tampoco lo es el pasar tus días en uno de esos barrios que se desarrollan a la sombra del núcleo urbano y que, a pesar de disponer de zonas comunes o estar implantados junto a faraónicos centros comerciales, a día de hoy son escenarios perfectos para el rodaje de los exteriores de "Soy leyenda II". Aunque cuando lo digo, hay personas que me contemplan como si acabara de comunicar mi pasión por la carne humana, prefiero vivir en sesenta metros cuadrados junto a la Puerta del Sol que en un piso de doscientos metros a quince kilómetros de Madrid.
Dicho esto, no obstante, hay veces, la verdad, que a uno le entran ganas de coger la recortada y avanzar por el centro de la ciudad despanzurrando viandantes hasta el pueblo más aislado de la sierra más recóndita de la provincia y aislarse de todo y, sobre todo, de todos. De todos los que aprovechan estas fechas para tomar el centro de la ciudad y convertirla en un lodazal por el que es imposible deambular sin un campo de fuerza protector.
Diciembre es una prueba de fuego para aquellos que, como yo, disfrutan de la razonable superpoblación del centro. Desplazarse por las calles que circundan Sol o Preciados exige un trabajo previo de zapador experimentado que permita evitar las hordas de energúmenos que adornan sus testas con apestosas pelucas afro, cuernos de alce o, la novedad de este año, cabezas de ciervo apeluchadas que incitan a la violencia más extrema. Ensimismados en el fulgor de la iluminación municipal navideña, el rebaño anda disperso y es perfectamente posible terminar con un matasuegras alojado en el fondo de la garganta mientras intentas que el desgraciado que fuma su cigarrito como si anduviera por un valle deshabitado no logre carbonizar a la heredera que, desde su carrito, nos observa con severa censura. No es posible trazar una linea recta. Moverse implica disponer de ubicuidad para no terminar arrasado por avanzadillas de jubilados aletargados, japoneses que bloquean las calles fotografiando todo cuanto queda encuadrado en el objetivo de sus cámaras, y pandas de adolescentes que se comunican en un extraño lenguaje de risotadas, empujones y, esporádicamente, palabras (incluso bisílabas, en ocasiones) que convierten una vuelta a la manzana en un capitulo del "Ulises".
Ayer por la tarde, tomé la equivocada decisión, de pasear mi palmito y el de la heredera por el Mercado de San Miguel, uno de los lugares más concurridos de este concurrido casco urbano. Cuando, oprimido entre bandejas con vino, bolsas de pan y platos de langostinos, me planteaba muy seriamente utilizar el carrito de la heredera como arma arrojadiza, me topé de frente con el actor Fernando Tejero que, a juzgar por su expresión se estaba planteando utilizar con similares intenciones una bolsa que cargaba en la mano derecha. Estuve a punto de soltarle que no andara con esa cara de mala leche, que él ya había vivido en sitios donde no se podía vivir y había sobrevivido, pero, respiré hondo y me mordí los morros. Le pedí paso para la heredera, me lo concedió, le di las gracias y volví a mi casa, mientras pensaba que el bendito siete de enero está a la vuelta de la esquina. Amen.
20 comentarios:
Yo no me di cuenta de la vorágine y el ajeetreo que azota las ciudades hasta que me trasladé a vivir a las afueras de la misma, a un apartado pueblecito. Pasado un tiempo, cuando volví a pisar el centro, casi muero del colapso.
Saludos y paciencia
Pues yo vivo en el centro (de mi ciudad), y tengo que reconocer que me encanta. Poder ir a la universidad a pata y tardar menos de diez minutos, tener toda la zona comercial a tiro de piedra, salir un sábado por la noche y tener todos los locales a la vuelta de la esquina (literalmente hablando)... y si alguna vez voy al Corte Inglés o al centro comercial, en lugar de coger el coche, me pillo el transporte público y así me ahorro más de un disgusto.
Y el mes de agosto me toca pasarlo en el campo. Que estrés, que poca vida, que..... todo. Tener que coger el cohe para ir a comprar tan sólo el periódico, ir a la playa con mucho tiempo de antelación.....
Que no, oiga que no. Que a mi me gusta el bullicio, ir por la calle y encontrarte con gente, entrar en una tienda sin preocuparte de que hay que coger el coche para ir a tu casa, poder salir un sábado por la noche sin la preocupación de teber que coger el coche.....
Yo estoy en las antípodas de donde es usted.Aquí al vecino lo saludas megáfono en mano para hacerse oir y son los coches y no las personas las que se cruzan por la calle sin riesgos de colisión ni zigzagueos.
Para los urbanitas micólogos tenemos un cariñoso apodo: "pixapins" (el "mea pinos" castizo),es ver una conífera y entrarle un apretón irreprimible,algo tan básico y natural es inconcebible en ciudad.
He vivido en ambos ambientes y volver al hormigón sería una involución par un servidor.
¿Cabezas de ciervo este año en sutitución de las pelucas afro?
¡Buff! Ya nos podemos ir preparando...
¡Saludos!
Relajémonos con una canción bonita: NOT ON TOP de Herman Düne. Si no te pones de buen rollito enseguida te devuelvo el dinero.
¡Qué razón tiene usted, señor Winnot!. Agobiante este Madrid decembrino...
Por cierto, pásese Vd. por mi blog elfogondemeg, porque le tengo una sorpresa preparada. Gracias y saludos.
Yo, sin embargo, Crowley, estuve un tiempito trabajando en un pequeño pueblo de Valladolid y cada vez que volvía a Madrid, me caían lágrimas de la emoción. No soy de campo, está claro.
Completamente de acuerdo, María. No depender del coche es un lujo y en el centro es el pan de cada día. Otra urbanita en el blog.
"Pixapins"...... me quedo con la copla, Mon. Mira que imaginaba yo que eras amante de la naturaleza como habitat natural. Yo lo he intentado y no paso de ser un "pixain" de tercera.
El problema, Mike, es que las melenas del 11811 no han sido sustituidas por las cabezas de ciervo...... cohabitan, que es peor.
Chula canción, Cosmic. Tienes todo un arsenal de buenas vibraciones en tu discoteca.
Un millón de gracias, Meg. Dame un par de días y respondo. Un beso.
¿Y buscar aparcamiento cuando vas a la ciudad? Si te toca entrar en un parking público, tener que preocuparte por lo que te tocará pagar después....
En los días que la ciudad está al completo y buscar aparcamiento es un trabajo muy arduo......
Jo, que chungo el Herman Dune y su Not on Top. Dan ganas de coger una segadora y dejarle como un Jarhead. I want my money back!
Estoy de acuerdo con María. Para mi vivir en el centro es un lujo.
Salu2!
Alberto Q.
http://traslaspuertas.wordpress.com
El centro de Madrid tiene algo especial (que se lo digan a Sabina que lleva allí toda la vida y no se muda). Yo soy de la zona sur y no lo percibo a diario, por desgracia.
Lo que está claro, Tarquin, es que en estas fechas agobia bastante. Al menos "la heredera" te ayudó a irte con una pequeña sonrisa y siempre te hará todo más alegre.
Saludos
Afortunadamente tengo ese problema resuelto, María, pero sin duda es el gran talón de Aquiles del tema.
Pues a mí, me ha hecho gracia, Kampa. Me recordaba al tío que cantaba en Spin Doctors, del que, por cierto, nunca más se supo. Una pena, porque pude verlos en directo y era un fenómeno.
Lo que no consiga la heredera, Alberto........ :-DD
El puente de diciembre, ya es sabido por todos que es el peor día para ir al centro en Madrid
Varios años cometí el mismo error de llevame a mi hijo para que disfrutara el ambiente navideño, y varios años volví si que el pobre no viera más que piernas y zapatos, me preguntara dónde estaban las luces y se agarrara con todas sus fuerzas a la mano de su mamá, a la que ni siquiera veía.
Este año no he cometido el mismo error. He ido sola. Y la verdad es que si me ha gustado el ambiente. Lo siento. Los gorritos de ciervo es verdad que es lo peor, en eso estoy de acuerdo, pero si se respira ambiente de fiesta. Es verdad que todo está hasta arriba, pero he cenado en restaurantes y me he podido tomar una copa tranquila. Y lo mejor, que entre tanta gente, me he encontrado un viejo amigo, al que hacía tiempo que no veía, y con el que he retomado contacto.
Así que yo estoy encantada con el centro de mi cuidad en estos días
Nikita
Herman Dune mola mil.
Valencia no es comparable en absoluto a los madriles, pero a dioR pongo por testigo que no voy a pisar el cortinglés en muuuuuchas semanas y cuando lo haga será pq se me han acabado las galletas y la mermelada y sólo las encuentro allí.
No he visto ningun gorro de ciervo. Será que no han llegado todavía a las provincias. Iré preparándome para lo peor ;-D
Salu2!
Señor Tarquin, mientras usted y su heredera lidiaban con la marabunta, descansábamos mi familia y yo en nuesttro humilde "movil home" -instalado en un cámping que esos días parecía un poblado del Oeste después de pasar Clint Eastwood- mecidos por un hermoso y galaico temporal del Sur, que entraba desbocado por la boca de la ría de Muros-Noia cual ejército de valkirias. Sólo de pensar que pdría verme en su lugar se me pone mi ya hirsuta cabellera más de punta.
Con un balance tan positivo del puente, Nikita, no me extraña que estés encantada del centro. Nada, nada. A disfrutarlo.
Totalmente de acuerdo, Cosmic. El amigo Herman tiene "algo" un poco potrosillo que, sin embaro, le da encanto.
Átate los machos, Kampa, porque han proliferado como las setas los gorritos de marras y es difícil controlar el impulso de quemarlos con gasolina.
Dicho así, amigo Beethoven, es difícl resistirse al encanto galaico, pero...... un ratito. No sea que en vez de valquirias, aparezcan Dagon y sus huestes y la liemos bien liada ;-DD
Pues todo esto me está recordando un chiste:
"Dice... tío, vas al cine y ya no quedan entradas. Vas al teatro, y como mucho te puedes sentar en la penúltima fila. Vas a los toros y no hay sitio para un alfiler... en el futbol olvídate. Los centros comerciales y la calle intransitable de gente que hay.
Y macho, llamas a uno al teféfono de su casa y ¡Joder... está en su casa¡"
¡Como la vida misma¡
Fdo. Flanching
Toda la razón, Flanching. Ni crisis, ni apatía inveernal, ni enclaustramiento navideño..... la humanidad ha salido del letaro y se lanza a la conquista de la calle. Clara victoria para ellos. Creo que es la primera vez que contamos contigo. Gracias y bienvenida.
Sr. Winnot, yo vivo en el centro de Madrid. Y es insufrible estos días entre las obras, las compras, los comercios y los niños y sus papás para ver al cartero ése.
Por cierto, señor Winnot, pásese Vd. por mil blog elfogondemeg.blogspot.com que tengo un regalito para vuecencia.
Agradecido y emocionado, solamente puedo decir, ¡ánimo!
Publicar un comentario