En uno de los debates televisivos que enfrentaron a Felipe González y José María Aznar, a principios de los noventa, el hombre de las abdominales de oro insistía en cada réplica en pedir a su contrincante unas difusas disculpas por un asunto cuyo contenido político no termino de ubicar, pero cuyo peso específico recuerdo como nimio y escaso. El rey de los Bonsais, por su parte, al ignorarlo por completo y no dignificar la petición con una respuesta, huía por los cerros de Úbeda y el debate concluyó, al igual que tantos otros desde entonces, sin que a los votantes, nada nos quedará claro de lo que realmente importaba, empeñados como estaban en lanzar y esquivar una y otra vez la misma pelota.
Recuerdo preguntarme durante los largos y asperos minutos que duró aquel combate porqué González no daba un golpe de efecto y le decía al aspirante al título algo así como, "veo que sigue insistiendo con este asunto. En mi opinión es algo irrelevante y creo firmemente que así lo piensa la mayoría de los espectadores. De modo que en su beneficio y con la finalidad de poder avanzar en el debate y poder así hablar de las cosas que realmente le interesan a los ciudadanos, le entrego esas disculpas que tanto parece necesitar y le insto a que podamos empezar, en serio, a tratar los temas por los que los ciudadanos pueden valorar si es usted un buen aspirante o, por el contrario, como hasta el momento han pensado, yo tengo el crédito suficiente para poder seguir siendo su presidente". Apocalipsis. Éxito inmediato. Estoy convencido que Aznar hubiera podido empezar mucho antes a hacer sus mil abdominales diarias y nos hubiéramos ahorrado también algunas cosas.
Los políticos no han alcanzado el bronce en la lista de temas que más nos preocupan por sus corruptelas y sus oscuros pactos de despacho. Tampoco por no disimular en absoluto que es mucho más importante alcanzar o, en su caso, mantenerse en el poder que intentar salvar la situación del país. No, todo eso influye, obviamente; colabora activamente en cimentar una imagen de farsa que parece imposible de eliminar. Pero lo que realmente nos preocupa, lo que logra que nuestros dirigentes (actuales y potenciales) anden a remolque del paro y de los problemas económicos es el convencimiento casi absoluto de que son gente mediocre, sin reflejos, encorsetados en los papeles que tienen asumidos o les han obligado a sumir sin, por las mismas razones, ser capaces de dar ni ejemplo ni sorpresas.
Todo ocurre según el guión, en un devenir perezoso y previsible que resta entidad a los que se dice y colma de sentido a lo que queda en el tintero. Cada vez que el presidente o el jefe de la oposición abre la boca, uno puede predecir casi palabra por palabra, lo que va a oír. Eso puede contentar a los convencidos, del mismo modo que uno compra el disco de su banda favorita a pesar de saber con exactitud las notas que va a encontrarse.
Pero se supone que los políticos no deben dirigirse a su "público", que su objeto no es simplemente, contentar a sus partidarios y encender los ánimos de sus contrincantes. Es por eso que añoro el elemento sorpresa en nuestros políticos, la frescura en los planteamientos, la capacidad de salirse del guión, de rectificar. Sería muy saludable que asumieran sus errores de cálculo y sus errores de bulto, que no tuvieran reparo en reconocer los méritos ajenos y fueran constructivos con las críticas. Sin duda, ayudaría mucho a superar la crisis que padecemos. Pero sobre todo, ayudaría mucho que los que piden un esfuerzo adicional, una última gota de sudor, arrimaran también el hombro e hicieran un esfuerzo real por entenderse, por negociar, por presentar un frente común ante esta realidad sin aprovechar cualquier resquicio para sacar el pasado en procesión ni vaciar los saleros sobre las heridas. Nos lo deben, pero sobre todo, nos lo merecemos.
Recuerdo preguntarme durante los largos y asperos minutos que duró aquel combate porqué González no daba un golpe de efecto y le decía al aspirante al título algo así como, "veo que sigue insistiendo con este asunto. En mi opinión es algo irrelevante y creo firmemente que así lo piensa la mayoría de los espectadores. De modo que en su beneficio y con la finalidad de poder avanzar en el debate y poder así hablar de las cosas que realmente le interesan a los ciudadanos, le entrego esas disculpas que tanto parece necesitar y le insto a que podamos empezar, en serio, a tratar los temas por los que los ciudadanos pueden valorar si es usted un buen aspirante o, por el contrario, como hasta el momento han pensado, yo tengo el crédito suficiente para poder seguir siendo su presidente". Apocalipsis. Éxito inmediato. Estoy convencido que Aznar hubiera podido empezar mucho antes a hacer sus mil abdominales diarias y nos hubiéramos ahorrado también algunas cosas.
Los políticos no han alcanzado el bronce en la lista de temas que más nos preocupan por sus corruptelas y sus oscuros pactos de despacho. Tampoco por no disimular en absoluto que es mucho más importante alcanzar o, en su caso, mantenerse en el poder que intentar salvar la situación del país. No, todo eso influye, obviamente; colabora activamente en cimentar una imagen de farsa que parece imposible de eliminar. Pero lo que realmente nos preocupa, lo que logra que nuestros dirigentes (actuales y potenciales) anden a remolque del paro y de los problemas económicos es el convencimiento casi absoluto de que son gente mediocre, sin reflejos, encorsetados en los papeles que tienen asumidos o les han obligado a sumir sin, por las mismas razones, ser capaces de dar ni ejemplo ni sorpresas.
Todo ocurre según el guión, en un devenir perezoso y previsible que resta entidad a los que se dice y colma de sentido a lo que queda en el tintero. Cada vez que el presidente o el jefe de la oposición abre la boca, uno puede predecir casi palabra por palabra, lo que va a oír. Eso puede contentar a los convencidos, del mismo modo que uno compra el disco de su banda favorita a pesar de saber con exactitud las notas que va a encontrarse.
Pero se supone que los políticos no deben dirigirse a su "público", que su objeto no es simplemente, contentar a sus partidarios y encender los ánimos de sus contrincantes. Es por eso que añoro el elemento sorpresa en nuestros políticos, la frescura en los planteamientos, la capacidad de salirse del guión, de rectificar. Sería muy saludable que asumieran sus errores de cálculo y sus errores de bulto, que no tuvieran reparo en reconocer los méritos ajenos y fueran constructivos con las críticas. Sin duda, ayudaría mucho a superar la crisis que padecemos. Pero sobre todo, ayudaría mucho que los que piden un esfuerzo adicional, una última gota de sudor, arrimaran también el hombro e hicieran un esfuerzo real por entenderse, por negociar, por presentar un frente común ante esta realidad sin aprovechar cualquier resquicio para sacar el pasado en procesión ni vaciar los saleros sobre las heridas. Nos lo deben, pero sobre todo, nos lo merecemos.
7 comentarios:
Buenas.
Totalmente de acuerdo, la clase política, al menos la que yo percibo en España y sin importar su ideología, son expertos en hablar sin decir nada, si a eso le añades que en vez de opositar dando soluciones y apuntándose tantos a la hora de hacer campaña, lo hacen intentando sacar los trapos sucios del contrario ó poniéndole palos en las ruedas,tan solo para que los resultados de su gestión sean los peores posibles, demuestran que lo único que desean es tener el poder y mangonear todo lo que puedan.
Siempre he pensado que hay cuestiones y necesidades que están por encima de las ideologías y las rencillas, ante las cuales debería primar la ayuda y la colaboración para conseguir la mejor solución para el mayor numero de personas, pero no hay manera, seguiremos sufriendo a una clase política egoísta, interesada, rencorosa, hipócrita y mentirosa.
Saludos.
Esta crisis es un buen ejemplo, Antonio. Además de la situación real, cuyos datos son incontestables, nos encontramos ante una crisis de confinza de tan enormes proporciones que, me atrevería a decir, supera a aquella en relevancia social. Digno de estudio, una vez secadas la lágrimas.
¿Que nos lo merecemos? Lo que nos merecemos son los políticos que tenemos, a imagen y semejanza de la sociedad a la que dicen representar.
Estoy de acuerdo con el comentario del usuario anónimo. Tenemos los políticos que nos merecemos. Todos y cada uno de ellos (salvo honrosas excepciones) son unos sinvergüenzas. Y nosotros, los ciudadanos de a pie, en vez de hacer algo al respecto los seguimos votando.
Buenas.
Exactamente Azid, tienes mucha razón, pero es que el problema es mucho más grave, por que la clase política, a nivel mundial, está totalmente "corrompida" de una ú otra manera, y un ejemplo de que esto es así desde hace mucho tiempo lo tenemos en un clásico de Frank Capra "Caballero sin Espada", la pena es que ese bello y esperanzador final donde la verdad y la honradez triunfan sobre los intereses de los "capitalistas" es absolutamente inverosímil.
Y soy de los pesimistas que no vemos solución, ni siquiera en una revolución, por que ya se encargarían los que tienen las riendas de no soltarlas, aunque tengan que ponérselas a otros caballos y si estos son salvajes ya se encargaran de domarles y adiestrarles a su conveniencia :-(
Saludos
Juro que al principio había leído "por el mismo trasero", y me parecía una buena metáfora de lo que nos están haciendo nuestros políticos.
Seguramente nos lo merezcamos, no lo sé, pero, ¿acaso si nos mereciéramos algo mejor, ésto se podría encontrar?
Juraría que no. La clase política está en niveles bajos, espero que mínimos.
Saludos
Sin duda, Anónimo, estoy obligado a padecerlos, pero al no haberlos votado, ni me representan ni, por supuesto, me los merezco.
Sí puedes hacer algo, María: no votarlos. No siempre hay que levantar barricadas o quemar contenedores para "hacer algo".
Ese, Azid, es otro debate. Que somos una generación conformista y con orejeras es un hecho. Pero no creo que no hagamos "nada". Con mayor o menor decencia, González y Aznar pagaron el tributo de la derrota por sus malas acciones. Estoy convencido que a ZP y sus secuaces, del mismo modo que esa gris cúpula del PP, les van a pasar la misma factura.
No creo que la revolución sea la rrspuesta, Antonio. Sinceramente, a pesar de la situación que vivimos, dudo que el país esté en tan precaria posición como para necesitarla.
¡¡Jajajajjajaja!! No se me había ocurrido, Möbius, pero hubiera sido todo un cierto.
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