La calle Broadway arranca en la Zona Cero (desolador, por cierto, contemplar su estado actual y compararlo con lo que allí se alzaba hace apenas unos años) y atraviesa verticalmente Manhattan hasta hasta morir en su orilla norte. Eso la convierte en la arteria más larga de la isla y, casi con toda seguridad, la más larga de Nueva York. Sin embargo, es sólo un pequeño tramo, el que discurre entre la calle 41 y la 54, el que ha dado a esta calle fama internacional, cortesía de los más de cuarenta teatros que se allí se concentran y en los que diariamente, se representan sesudas obras de autor, clásicos teatrales de todo tipo y, sobre todo, musicales, musicales y, por supuesto, musicales.
Ir a Nueva York y no ver un musical en Broadwalk se nos antojaba tan inconcebible como encontrar sentido a un discurso de Leire Pajín. Por miedo a que, una vez allí, no fuera posible hacerse con unas entradas, planeamos comprarlas anticipadamente desde España, a través de Internet. Menos mal que mientras la buscábamos tuvimos la suerte de ver algunas bitácoras en las que desaconsejaban esa maniobra y recomendaban armarse de paciencia, comprar una botella de agua, aguantar la cola correspondiente y adquirir las entradas en TKTS, una taquilla en pleno Times Square donde, era posible hacerse con excelentes entradas y con un aún más excelente descuento de hasta un 70%. Mi saturada tarjeta de crédito agradece el consejo.
Además, al final, la espera no superó los tres cuartos de hora y, a pesar del calor y del piloso reventa que intentaba vendernos unas entradas para ver "Billy Elliot", cubrimos la cola con aceptable rapidez mientras comprobabamos que en Times Square no solo se anuncian espectáculos y compañías multinacionales, sino que, con la suficiente paciencia uno puede localizar consignas de todo tipo, incluida una diatriba contra el presidente de Irán, ciertamente curiosa. Ojito al detalle.
La oferta era enorme, pero, finalmente, optamos por el clásico entre los clásicos y nos hicimos con sendas butacas para "El fantasma de la ópera", el musical de Andrew Lloyd Webber que lleva más de veinticinco años de representación ininterrumpida en el teatro Majestic y al que nos dirigimos no sin antes rendir tributo a la pesadilla de todo diabético que es la tienda que M&M tiene muy cerca de TKTS y de la que salimos bien provistos para amenizar la velada teatral.
Tras pasar un control a las puertas del teatro que rivalizaba en minuciosidad con el del aeropuerto de Londres (mirada censora a la bolsa de M&M incluida), los Winot y otros mil turistas nos adentramos en las entrañas del teatro para recibir las robotizadas indicaciones de los empleados (es lo que tiene llevar 25 años con la misma obra en cartel) hasta aposentar nuestros traseros en unas butacas a las que Torquemada hubiera sacado todo su jugo hace unas centurias. Una vez adecuadamente sentados y tras ser avisados de que hacer fotografías durante la representación supondría la inmediata expulsión del recinto (en teoría, sin violencia, aunque por el tono del speaker, existía duda razonable), dio inicio el espectáculo y, con ella, un infierno gélido, cortesía del aire acondicionado más potente de Occidente. Afortunadamente, la orquesta (constreñida en un diminuto foso de inconcebibles dimensiones) y los intérpretes le echaron ganas y, a pesar del castañeteo generalizado de dientes, fue posible seguir la obra con interés e, incluso con emoción (ese "point of no return"....) entre escalofrío oseo y tiritona jamaicana.
Sobra decir que, según salimos del teatro, nos arrepentimos de inmediato de habernos decantado por esta obra un poco trasnochada y ochentera y haber perdido la oportunidad de ver al gran Kelsey Grammer (Fraisier Crane, para los amigos) interpretando "Una jaula de grillos" o "Wicked", que, por lo que he oido es lo mejor que se representa hoy en Broadway. Pero, soy consciente de que, en el caso, de haber optado por cualquiera de éstas, nos hubiéramos tirado de los pelos por haber visitado Nueva York y no haber visto "El fantasma de la Ópera" en el mítico Majestic . Es lo que tiene esta ciudad, que nunca se tiene suficiente y saciarse es misión imposible.
Ir a Nueva York y no ver un musical en Broadwalk se nos antojaba tan inconcebible como encontrar sentido a un discurso de Leire Pajín. Por miedo a que, una vez allí, no fuera posible hacerse con unas entradas, planeamos comprarlas anticipadamente desde España, a través de Internet. Menos mal que mientras la buscábamos tuvimos la suerte de ver algunas bitácoras en las que desaconsejaban esa maniobra y recomendaban armarse de paciencia, comprar una botella de agua, aguantar la cola correspondiente y adquirir las entradas en TKTS, una taquilla en pleno Times Square donde, era posible hacerse con excelentes entradas y con un aún más excelente descuento de hasta un 70%. Mi saturada tarjeta de crédito agradece el consejo.
Además, al final, la espera no superó los tres cuartos de hora y, a pesar del calor y del piloso reventa que intentaba vendernos unas entradas para ver "Billy Elliot", cubrimos la cola con aceptable rapidez mientras comprobabamos que en Times Square no solo se anuncian espectáculos y compañías multinacionales, sino que, con la suficiente paciencia uno puede localizar consignas de todo tipo, incluida una diatriba contra el presidente de Irán, ciertamente curiosa. Ojito al detalle.
La oferta era enorme, pero, finalmente, optamos por el clásico entre los clásicos y nos hicimos con sendas butacas para "El fantasma de la ópera", el musical de Andrew Lloyd Webber que lleva más de veinticinco años de representación ininterrumpida en el teatro Majestic y al que nos dirigimos no sin antes rendir tributo a la pesadilla de todo diabético que es la tienda que M&M tiene muy cerca de TKTS y de la que salimos bien provistos para amenizar la velada teatral.
Tras pasar un control a las puertas del teatro que rivalizaba en minuciosidad con el del aeropuerto de Londres (mirada censora a la bolsa de M&M incluida), los Winot y otros mil turistas nos adentramos en las entrañas del teatro para recibir las robotizadas indicaciones de los empleados (es lo que tiene llevar 25 años con la misma obra en cartel) hasta aposentar nuestros traseros en unas butacas a las que Torquemada hubiera sacado todo su jugo hace unas centurias. Una vez adecuadamente sentados y tras ser avisados de que hacer fotografías durante la representación supondría la inmediata expulsión del recinto (en teoría, sin violencia, aunque por el tono del speaker, existía duda razonable), dio inicio el espectáculo y, con ella, un infierno gélido, cortesía del aire acondicionado más potente de Occidente. Afortunadamente, la orquesta (constreñida en un diminuto foso de inconcebibles dimensiones) y los intérpretes le echaron ganas y, a pesar del castañeteo generalizado de dientes, fue posible seguir la obra con interés e, incluso con emoción (ese "point of no return"....) entre escalofrío oseo y tiritona jamaicana.
Sobra decir que, según salimos del teatro, nos arrepentimos de inmediato de habernos decantado por esta obra un poco trasnochada y ochentera y haber perdido la oportunidad de ver al gran Kelsey Grammer (Fraisier Crane, para los amigos) interpretando "Una jaula de grillos" o "Wicked", que, por lo que he oido es lo mejor que se representa hoy en Broadway. Pero, soy consciente de que, en el caso, de haber optado por cualquiera de éstas, nos hubiéramos tirado de los pelos por haber visitado Nueva York y no haber visto "El fantasma de la Ópera" en el mítico Majestic . Es lo que tiene esta ciudad, que nunca se tiene suficiente y saciarse es misión imposible.
2 comentarios:
No me imagino al gran Frasier Crane (quien también participó en Cheers) interpretando una jaula de grillos. No se, será que lo tengo encasillado en el papel de psiquiatra. Yo ví en Bradway 'La bella y la bestia'. Sencillamente me encantó. Y en el Radio City Music Hall la puesta en escena de los Rugrats.
Pues a pesar de estar más seco que el carisma de Rajoy, el tipo está triunfando de lo lindo, Maria. "La bella y la bestia" era otra de las opciones, peeeeero......
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