
El mundo en el que vivimos se asienta sobre una asombrosa pluralidad de paradojas. Por mencionar solo un par de ellas, me parece indiscutible que en plena era de Facebook, Twitter y demás redes sociales, es muy posible que el hombre viva su periodo de mayor soledad y desarraigo desde hace siglos. Y eso, a pesar de estar más rodeado de semejantes que en ningún otro momento de la historia. Por otra parte, una época tan aficionada a marcar la diferencia, a cumplir un anhelo de éxito e individualidad que no goza de precedente, no puede evitar tender a homogeneizar, clasificar y despersonalizar a todo y a todos usando para ello una multiplicidad de excusas que parecen (y solo lo parecen) perseguir justo lo contrario: la prioridad del individuo frente al grupo.
Algunas de estas paradojas y otras muchas tienen espacio en el magnífico, perturbador, y deslumbrante discurso visual que Jaume Balagueró acaba de presentar en "Mientras duermes", a la espera de "No habrá paz para los malvados", la mejor película española del año y una de las citas imprescindibles en general para los aficionados al cine de este 2011.
César (Luis Tósar) es el portero de un edificio de vecinos en Barcelona. Reparte su vida entre visitar a su madre enferma, hacer su trabajo de la mejor manera posible y ayudar a los vecinos con sus problemas diarios, especialmente a Clara (Marta Etura) por quien siente una especial predilección. Pero César no es feliz. Y no le gusta que la gente que le rodea lo sea.

Y a este hombre deshabitado y vació que solo vive a través de las vidas de quienes le rodean, le otorga Luis Tósar una intensidad cegadora con su apropiación del personaje creado por el guionista y escritor Alberto Marini obsequiando al espectador con una interpretación mayúscula, colosal, solo al alcance de los más grandes. Sin duda, la mejor interpretación de su carrera, aunque, dada la capacidad de este hombre para superarse no parece que vaya a durar mucho tiempo en el pedestal. Sus compañeros de reparto, Marta Etura o Carlos Lasarte cumplen muy dignamente y resultan creíbles en sus personajes, pero la calidad de la interpretación del actor gallego, unido a una presencia casi continuada en pantalla hacen difícil fijarse en otra cosa que en su recital. No quiero acabar este apartado interpretativo sin mencionar a a Alberto San Juan, por quien sentí una profunda aversión en sus primeras películas y que, poco a poco se va convirtiendo en un actor muy a tener en cuenta como demuestra en su breve pero crucial papel en "Mientras duermes".

Y es tal vez en ese desbordamiento final, terrible, sin concesiones, a corazón abierto cuando la película de Balagueró alcanza su más alta calidad, cuando tras tanta paradoja, la conclusión a la que uno llega no deja hueco a la disputa o a la interpretación : si en algo el hombre no ha cambiado en estos siglos que lleva sobre la tierra es en su capacidad de infligir dolor a sus semejantes. En eso, parece que no hemos llegado al límite de nuestras posiblidades. En eso, Balagueró ha sido muy brillante, pero también muy explícito.