lunes, 11 de marzo de 2013

Un tiempo para cada cosa


Soy monárquico por nacimiento y por pereza. Por nacimiento porque, a pesar de venir al mundo con Franco en la poltrona, su muerte me pilló con una edad en la que lo único importante eran las chuches, las croquetas y los dibujos animados de Tom y Jerry. Por consiguiente, toda mi vida no contemplativa ha transcurrido bajo el reinado de Juan Carlos I y ostentando éste la Jefatura del Estado. También lo soy por pereza ya que, si bien, carece de sustento que en pleno siglo XXI sobreviva una institución tan añeja y anclada en el pasado como la monarquía, no es menos cierto, que cambiar la forma política a estas alturas de la película se me antoja una empresa tan agotadora y laboriosa como ineficaz y ornamental. Como ya comenté aquí hace unos años (por cierto, intensísimo y muy interesante debate el que se produjo entonces. Les recomiendo que lo echen un ojo), poco va a cambiar la vida de los españoles si lo que ostenta el cargo de Jefe del Estado es un Rey o un Presidente de la República. Puestos a hacer modificaciones troncales se me ocurren otras muchas, infinitamente más urgentes y de efectos inmediatos.

Todo ello no impide que, a la vista de los acontecimientos que rodean a la Familia Real y a muchos de quienes les circundan, uno se plantee muy seriamente si no sería el momento, tras tantos años en el cargo, de que el Rey recule sobre sus pasos y desaparezca de la escena para dar paso a su hijo y evitar que sus viajes estrambóticos, sus aficiones, sus inesperados desplomes y sus sollozantes disculpas terminen de hundir la Institución. Aunque, creo que con eso solo no valdría, sin duda, podría ayudar a arrancar el tranvía.

Con Urdangarín en la cárcel, las Infantas apartadas de la vida pública- divorciadas preferiblemente, recluidas, donde se las vea poco-  y Don Juan Carlos y Doña Sofía cumpliendo con su papel de comparsas cuando la ocasión lo requiera, la Corona podría recuperar el brillo que tantas y tan sonadas meteduras de pata le ha venido sisando en los últimos meses. En este momento, en el que solo falta que el chofer del Rey y el que le enfría los botijos se hayan llevado crudos los billetes de quinientos, los Príncipes de Asturias parecen vivir en una realidad paralela y, a pesar de intentarlo, no he logrado encontrar contra ellos cacerolada o diatriba con fundamento que los coloque a la misma altura que sus vapuleados compañeros de foto familiar. Con la abdicación de Don Juan Carlos, además de ahorrarnos el triste espectáculo de verlo tambalearse sobre sus muletas con el rostro abotargado y la vergüenza supurando por cada poro de su piel, la Institución podría salir del laberinto en el que se encuentra y desvincularse del lodazal en el que se mueve de un tiempo a esta parte.

Y en nada afectaría una salida a tiempo al enorme y valiosísimo legado que el monarca ha dejado en la historia de nuestro país. Fueran cuales fuesen sus motivaciones iniciales para aceptar la Corona y las razones que le llevaran a tomar algunas de decisiones en los principios de su reinado, lo cierto es que en estos casi cuarenta años ostentando el cargo, el Monarca ha llevado a cabo una titánica tarea- simbólica, efectivamente, carente de tuétano sin duda. Pero necesaria, también sin duda, imprescindible, me atrevería a decir- para que el nombre de nuestro país resuene con fuerza en el extranjero- ahora también lo hace, pero la canción es otra muy distinta, desgraciadamente. De izquierdas o de derechas, nacionalistas y no nacionalistas, incluso si me apuran, demócratas y no demócratas: todos han reconocido al Rey su valor como elemento cohesionador de extremos, el perejil de todas las salsas. Por muy grande que sea la decadencia que rodea hoy al Jefe del Estado, la historia no puede sino hacer justicia con él y reconocer lo diferente que podría ser hoy nuestro país, de no haber estado el Rey a la altura de las circunstancia.

Me reconcome coincidir con el criterio de alguien tan flácido como Pere Navarro, el líder- con perdón- de los socialistas catalanes que hace unos días realizó unas manifestaciones pidiendo poco más o menos lo mismo. Sin embargo y como soy un hombre positivo, prefiero no pensar en inquietantes coincidencias y quedarme con el detalle de que si, incluso, para alguien con tan paupérrimo peso intelectual y político como el del amigo Navarro, la renuncia del Rey es irrebatible, va a ser que, efectivamente, Majestad, ha llegado el momento de hacer las maletas.

5 comentarios:

Cotu dijo...

Madre mia qué agustito te has quedado con su majestad, me sorprende ver a un monárquico pedir la abdicación a la vez que el alaba, un curioso post sí señor

Tarquin Winot dijo...

Bueno, yo creo, Cotu, que como indica el título de la entrada, cada uno tiene su momento de gloria. Si Messi se emperrara en seguir jugando cuando fuera un cincuentón, ninguno de los ridículos en los que sin duda incurriría borrarían sus triunfos pasados ni, mucho menos, perjudicaría al fútbol. Con el Rey, a día de hoy, pasa, poco más o menos lo mismo, desde mi punto de vista.

P. dijo...

Cuando dices que no encuentras en los Príncipes de Asturias nada que los sitúe en el mismo plano que a sus familiares, me da mucha pena comprobar lo bajas que andan las expectativas del ciudadano medio español. Vivimos en una país donde el paro anda por las nubes, los derechos laborales han sido pisoteados, roba hasta el apuntador y los bancos se hacen ricos con nuestro sufrimiento y lo aceptamos con resignación y dando gracias de los Príncipes no se vean salpicados por la polémica de su cuñado.

¿Tan triste es el panorama? ¿Lo máximo a lo que se puede aspirar hoy en día es a que los Príncipes nos salgan "normales"? Creo que se nos olvida que la monarquía cuesta mucho dinero a los españoles y que, ya que parece que desafortunadamente va a seguir siendo así por mucho tiempo, lo mínimo que podemos hacer es EXIGIR que cumplan con las funciones para las que se les educa desde que nacen (o se arrejuntan, en el caso de la Leti)

Un saludo y te invito a pasarte por mi blog, aunque comparado con el tuyo, está en bragas ;

Lughnasad dijo...

Bueno, como podrás imaginar yo no soy monárquico.

Tengo varias razones: es una institución premedieval en pleno siglo XXI; se hereda, independientemente de lo crápula, rastrero o miserable que seas, si eres el primogénito del rey, serás rey; el rey es inviolable, lo cual en pleno siglo XXI es otra barbaridad (podría matar a su señora esposa y no pasaría nada); su figura en España es oscura, no sabemos nada de su patrimonio, chanchullos y demás; fue puesto por el dictador como sucesor; los gastos los pagamos todos y por supuesto, mantenemos a su, por desgracia, extensísima familia.

En fin, que no encuentro razones para seguir manteniendo esta historia, así que a ver si hay suerte y abdica...en nadie.

Saludos

Tarquin Winot dijo...

Tal y como está la opinión publica con la Corona, P, no encontrar proclamas incendiarias de algún miembro de la Familia Real ya es un record. Cuando los ánimos están tan levantados, la valoraciones objetivas pierden sustento. Si las subjetivas no son malas, creo que una rebaja de tensión sería suficiente para comprobar que, en genral, se piensa que el heredero es algo más normal. Por cierto, bienvenido al blog. Primera de muchas, espero.

Lo intuia, mi querido Lugh, lo intuía. Estoy de acuerdo contigo en lo arcaico de la institución y lo aberrante que resulta su naturaleza hereditaria, pero sigo pensando que nada aporta en esta materia un cambio, ni siquiera en el más importante en estos momentos, el económico: el presupuesto de la Casa Real es modesto, comparado con el de los presidentes de la República gfrancesa o italiana, por poner un ejemplo. Por si fuera poco, soltamos cantidades indignas de dinero a cualquiera que haya pretado un cargo público de peso hasta que las estrellas se congelen (JMS dixit). La pasta nos la van a sacar de cualquier manera. Sinceramente, no le veo ventaja alguna a cambiar la forma política del estado.