miércoles, 2 de diciembre de 2015

Volando voy: Dublin

Yo estaba destinado a visitar Dublin. Lo mucho o poco que sé de inglés se lo debo a la Ashford School of English, una modesta academia de idiomas a la que fui de adolescente y cuyo director, jefe de estudios, secretario y vaciador de ceniceros era un blanquecino irlandés, inagotable y peleón que año tras año se dejaba la vida intentando convencer a nuestros padres de que ir un verano a aprender inglés a su Dublin natal no era, como decían algunos, tan inútil como llevar a los niños a las montañas gallegas para aprender castellano de meseta. Los padres de algunos de mis compañeros dieron su brazo a torcer, pero Mister Winot Sr era, es y será por muchos años un hueso duro de roer y no hubo forma de sacar de su cabeza de apóstol que aquellos viajes eran una pérdida de tiempo y de dinero. No diré que ha sido un tema recurrente en mi cabeza ni que he hablado con mi terapeuta acerca de la base irlandesa de muchas de mis patologías, pero lo cierto es que cuando surgió la oportunidad de visitar Dublin no tarde ni un segundo en lanzarme de cabeza al asunto. Como ya saben, cuando el río suena....

La cosa ya prometía desde el aire...

Hay ciudades que enamoran a primera vista y otras que te ganan con el tiempo, con el contacto, pateándola e introduciéndose poco a poco en su atmósfera y estilo de vida. Dublin, sin la menor duda, pertenece al primer grupo, porque fue bajar del avión y ya me entraron ganas de nacionalizarme irlandés. El frío era polar (tuvimos la suerte de llegar a la ciudad en el día más gélido del año en aquellas tierras) pero el calor de todos aquellos con los que nos cruzamos desde entonces hasta nuestro envase- apenas cuarenta y ocho horas después-  en el vuelo de vuelta (si quieren empatizar con las sardinas en lata, no lo duden, Ryanair es su compañía)  hizo que los dedos se entumecieran menos y que la superposición de prendas se hiciera menos molesta. La tradicional amabilidad irlandesa no es un tópico inmerecido sino, probablemente, la seña de identidad más evidente que he detectado y que más me ha gustado en Dublin. Y no me refiero solo a la zona turística donde podría ser más compresible (aunque les invito a pasarse por la Plaza Mayor de Madrid para demostrarles que la amabilidad va en la sangre) sino que, perdidos como hemos estado en alguna ocasión por zonas poco recomendables, todo han sido amables indicaciones y buenas palabras. Elevo mi chistera con admiración ante el despliegue logístico de apoyo al turista del que hacen gala los dublineses y que tanto añoro en mi ciudad.

Me van a negar que no les está entrando ganas de tomarse una...

Hay muchas cosas recomendables que ver y hacer en Dublin. Personalmente, creo que no deben volver a España sin darse un largo paseo por la arrebatadora O'Conell Street, la zona del Trinity College (por cierto, uno de los mejores y más económicos banquetes del viaje nos lo dimos en esa zona, en un espectacular local llamado The Bank on College Green. No lo dejen pasar) y, por supuesto, uno no puede despedirse de la ciudad sin dedicar unas pocas horas (o muchas, eso depende de los que les guste la cerveza y el cachondeo) a vagabundear por las laberínticas callejuelas de la zona de Temple Bar, un eterno vía crucis tachonado de pubs y bares donde no terminar con una Guinness en la mano es misión imposible. Para amantes de lo friki, que alguno hay por aquí, aprovechen una pausa entre bar y bar para visitar Forbidden Planet y Sub City, dos magníficas tiendas de comics y merchandaising en los límites de esta zona tan etílica como arrebatadora.

Aquí la gente no se tira por la ventana, como pueden imaginar
Visita obligada es también darse un buen paseo por el descomunal Phoenix Park (el parque urbano más grande de Europa y uno de los más grandes del mundo) y, por supuesto, hay que pasar una mañana en el Vaticano Irlandes, el punto de convergencia de las almas de los poco más de 500.000 habitantes de Dublin, allí de donde nace el verdadero río de agua viva de la ciudad, el Guinness StoreHouse, un parque temático cervecero de la popular marca irlandesa (es difil mirar a cualquier punto en Dublin y no ver su celebérrimo emblema) que los herederos de Arthur Guinness tienen montado en la zona de Liberties y que si bien no deja de ser un sacacuartos para turistas, es un verdadero emblema ciudadano y además permite tomarse una buena pinta en su Gravity Bar, uno de los puntos más altos de esta ciudad sin rascacielos y desde el que, en consecuencia, tiene uno las mejores vistas de Dublin.

Kilmainham Gaol, la asignatura pendiente de este viaje
Tampoco deberían perderse, como hizo servidor, la Kilmainham Gaol, la cárcel donde se rodó "En el nombre del Padre" y en la que, realmente, vivieron su calvario muchos independendentistas irlandeses hasta que se cerró en la decada de 1920. A día de hoy es uno de los museos más populares de Dublin y es sumamente fácil quedarse fuera de los interesantísimos recorridos guiados que se suceden desde las 9 de la mañana. Lo sé de buena tinta, porque fui uno de los que se quedó con cara de portero goleado cuando mi petición de entradas a unos minutos del antepenúltimo pase del día, fue sancionada con una estruendosa carcajada y un muy español, "vuelva usted mañana".

Pues hombre, mañana, desgraciadamente, no voy a poder, pero esto es una excusa tan buena como cualquier otra para volver a cruzar el continente a saborear una cremosa Guinness o una no menos deliciosa Smithwicks roja (el gran descubrimiento del viaje, sin la menor duda) mientras me entran ganas, ahí es nada, de retomar el "Ulises", volver a ver "Michael Collins" o escuchar el "Jailbreak" de Thin Lizzy. Les dejo con "City full of ghosts"un magnífico tema de Mike Scott que siempre me ha animado la existencia y que es el mejor retrato musical de esta asombrosa e irresistible ciudad que, ya les aviso, volveré a visitar más pronto que tarde. Les animo a que sigan el ejemplo del Clan y se lancen a enmendar la plana a Mister Winot Sr y a demostrarle que a Dublin hay que ir aunque sea en Ryanair.


4 comentarios:

Mamen dijo...

¡Hola Tarquin!
Gracias a tu entrada me han dado más ganas aún de visitar esa ciudad tan bonita. Aunque no sé cuando podré ir. Lo del Inglés.... yo lo llevo regulín. Comunicarme con los lugareños será toda una aventura.
¡Saludos!

Tarquin Winot dijo...

Hombre, Éowyn, manejarse un poco con el inglés no va a perjudicar al entendimiento, pero con la buena gente que uno se encuentra por allí, las señas también pueden ser válidas como medio de comunicación, de ser preciso.

Holden dijo...

Yo me lo pasé como un enano las 2 veces que visité Dublin. En la Guiness hice la misma foto xD y me tomé 3 pintas con tiquetes que se le habían caído a la gente, casi salgo de allí haciéndo la croquetilla. En Phoenix Park logré acercarme mucho a la manada de ciervos gracias a mi astuto plan de llevar la mochila llena de pan y les grabé un vídeo memorable, y en Forbbiden me dejé mi dinero xD

Me enamoré de lo bohemia que es la ciudad y de la cantidad de músicos callejeros que se ven, y si puedo probablemente vuelva en un futuro ^^

Tarquin Winot dijo...

Yo también me he quedado con ganas de volver, Holden. Un par de días más hubiera sido perfecto, peeerooooo.....