Hace unos días, paseando por Madrid, encontré el siguiente cartel pegado en el cristal de una cafetería: "Se necesita camarero/a. Con o sin experiencia".
Viendo el interior del local, uno de esos bares estrechos, traslúcidos, con encimeras negras espolvoreadas de blanco y vitrinas de cristal en general vacías, que suelen agonizar en las calles de mi ciudad, no pude dejar de sentir una punzada de tristeza ante el hombre que, tras el mostrador, pasaba las hojas del periódico con la lentitud con la que, para él, debían pasar las horas en ese solitario y gris lugar.
Seguro que, unas horas después, el bar estaría a rebosar de gente tomando el menú del día, el aperitivo o el café de después de comer. Y, sin duda, el camarero (o el dueño. No pregunté al solitario lector su condición) se vio obligado a colgar ese anuncio por no poder dar a basto con el exceso de trabajo que genera el negocio. Por eso, le es igual que sea hombre o mujer, joven o mayor, con o sin experiencia......necesita ayuda y la necesita ahora, ya que, si no, ese negocio se le va a ir de los manos y morirá de exito. Seguro que el cartel lo colgó por eso.
Sin embargo, mientras veía entrar y salir gente del Rodilla que está pared con pared y observaba las obras para el nuevo Vip's que estaban a punto de abrir enfrente, no podía dejar de pensar que ese cartel era un mensaje en una botella, una llamada de auxilio, una paloma mensajera, una señal de humo, un por favor, un nunca imaginé, un no puedo, un quién sabe, un no es posible. Un quizás.
Como el tiempo apremiaba, me quedé sin averiguar cuál de las dos percepciones fue la buena.
Pero el café me supo riquísimo.
Viendo el interior del local, uno de esos bares estrechos, traslúcidos, con encimeras negras espolvoreadas de blanco y vitrinas de cristal en general vacías, que suelen agonizar en las calles de mi ciudad, no pude dejar de sentir una punzada de tristeza ante el hombre que, tras el mostrador, pasaba las hojas del periódico con la lentitud con la que, para él, debían pasar las horas en ese solitario y gris lugar.
Seguro que, unas horas después, el bar estaría a rebosar de gente tomando el menú del día, el aperitivo o el café de después de comer. Y, sin duda, el camarero (o el dueño. No pregunté al solitario lector su condición) se vio obligado a colgar ese anuncio por no poder dar a basto con el exceso de trabajo que genera el negocio. Por eso, le es igual que sea hombre o mujer, joven o mayor, con o sin experiencia......necesita ayuda y la necesita ahora, ya que, si no, ese negocio se le va a ir de los manos y morirá de exito. Seguro que el cartel lo colgó por eso.
Sin embargo, mientras veía entrar y salir gente del Rodilla que está pared con pared y observaba las obras para el nuevo Vip's que estaban a punto de abrir enfrente, no podía dejar de pensar que ese cartel era un mensaje en una botella, una llamada de auxilio, una paloma mensajera, una señal de humo, un por favor, un nunca imaginé, un no puedo, un quién sabe, un no es posible. Un quizás.
Como el tiempo apremiaba, me quedé sin averiguar cuál de las dos percepciones fue la buena.
Pero el café me supo riquísimo.
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