Me lo avisaron cuando empecé a escuchar ópera y arremetía con vehemencia contra la insufrible, espesa y desquiciante música creada por el alemán Richard Wagner. "Es mejor así, Tarquin", me tranquilizaba mi wagneriano cuñado y erudito melómano, Lewis " No sabes lo que te ahorras sin entrar en su música". "Wagner", continuaba " es una droga que una vez que te engancha, no te libera jamás. Actúa además despacio, se toma su tiempo y, tal vez, un día, por casualidad, decidas escuchar alguna de sus obras y se active el veneno inoculado años atrás. Y, créeme, una vez que lo haces tuyo, ya nada será igual". La verdad es que no le tome en serio.
Es cierto que disfrutaba con la memorable obertura de "El holandés errante" y alcanzaba un éxtasis musical cuando el preludio del primer acto de "Lohengrin" sonaba en los altavoces. Pero cuando se trataba de los llamados "dramas musicales", cuando escuchaba "Parsifal", "Tristan e Isolda" o "Los maestros cantores de Nüremberg", con su melodía infinita, sin arias, sin duetos, con esos recitativos áridos y eternos, sepultados bajo la descomunal orquesta wagnerian, me resultaba, simplemente, imposible imaginar que algún día, las eternas partituras del temperamental y extremo compositor germano ocuparan lugar de honor en mi santuario musical privado. Pero la vida está llena de sorpresas, como todo el mundo sabe.
Ocurrió hace unos días tal y como lo anunció Lewis, años atrás. Una mañana tranquila. La heredera y la bella señora Winot paseando el palmito por la ciudad y "El oro del Rhin", la primera de las cuatro óperas que componen su celebérrima tetralogía "El anillo del Nibelungo" desenroscando los primeros acordes de la obra. De repente, sorpresa. Las notas no son apelmazadas y agotadoras, como lo parecieron años atrás. Por el contrario, se deslizan con suavidad, tejiendo una red de células musicales (de motivos conductores como se les conoce, a pesar de que Wagner jamas uso ese termino) que crean un mapa sonoro en el que los personajes, los sentimientos y los objetos, quedan vinculados a unas notas que como ocurre en la vida real mutan según las circunstancias en un ejercicio creativo sin precedentes. La escuche de un tirón. Las dos horas y media completas, libreto en mano y sin mover un músculo.
Después llegó "La Valkiria" con su arrebatada obertura y la celebérrima cavalgata que tanto ha desvirtuado el cine atronando en el último acto al que ponen punto y final los conmovedores "adioses de Wotan" que cuesta escuchar sin un nudo en la garganta. No pasó mucho tiempo hasta que tomara su puesto "Sigfrido", la historia del hombre nuevo que romperá las reglas milenarias para descubrir el amor y del que Hitler quiso apropiarse de modo infame en su perturbada cruzada aria, para llegar , finalmente, a "El ocaso de los dioses", el sobrecogedor punto y final de "El anillo", colofón de lujo para la que probablemente, sea la obra musical más ambiciosa de la historia y el intento más evidente de alcanzar la plenitud absoluta e inabarcable de la creación artística. Como escribió Thomas Mann a principios de los años treinta, "considerado como potencia artística, Wagner es algo casi inaudito, probablemente el mayor talento de la historia del arte". Y me lo creo, oiga.
LA WALKIRIA. ACTO I. PRELUDIO
Es cierto que disfrutaba con la memorable obertura de "El holandés errante" y alcanzaba un éxtasis musical cuando el preludio del primer acto de "Lohengrin" sonaba en los altavoces. Pero cuando se trataba de los llamados "dramas musicales", cuando escuchaba "Parsifal", "Tristan e Isolda" o "Los maestros cantores de Nüremberg", con su melodía infinita, sin arias, sin duetos, con esos recitativos áridos y eternos, sepultados bajo la descomunal orquesta wagnerian, me resultaba, simplemente, imposible imaginar que algún día, las eternas partituras del temperamental y extremo compositor germano ocuparan lugar de honor en mi santuario musical privado. Pero la vida está llena de sorpresas, como todo el mundo sabe.
Ocurrió hace unos días tal y como lo anunció Lewis, años atrás. Una mañana tranquila. La heredera y la bella señora Winot paseando el palmito por la ciudad y "El oro del Rhin", la primera de las cuatro óperas que componen su celebérrima tetralogía "El anillo del Nibelungo" desenroscando los primeros acordes de la obra. De repente, sorpresa. Las notas no son apelmazadas y agotadoras, como lo parecieron años atrás. Por el contrario, se deslizan con suavidad, tejiendo una red de células musicales (de motivos conductores como se les conoce, a pesar de que Wagner jamas uso ese termino) que crean un mapa sonoro en el que los personajes, los sentimientos y los objetos, quedan vinculados a unas notas que como ocurre en la vida real mutan según las circunstancias en un ejercicio creativo sin precedentes. La escuche de un tirón. Las dos horas y media completas, libreto en mano y sin mover un músculo.
Después llegó "La Valkiria" con su arrebatada obertura y la celebérrima cavalgata que tanto ha desvirtuado el cine atronando en el último acto al que ponen punto y final los conmovedores "adioses de Wotan" que cuesta escuchar sin un nudo en la garganta. No pasó mucho tiempo hasta que tomara su puesto "Sigfrido", la historia del hombre nuevo que romperá las reglas milenarias para descubrir el amor y del que Hitler quiso apropiarse de modo infame en su perturbada cruzada aria, para llegar , finalmente, a "El ocaso de los dioses", el sobrecogedor punto y final de "El anillo", colofón de lujo para la que probablemente, sea la obra musical más ambiciosa de la historia y el intento más evidente de alcanzar la plenitud absoluta e inabarcable de la creación artística. Como escribió Thomas Mann a principios de los años treinta, "considerado como potencia artística, Wagner es algo casi inaudito, probablemente el mayor talento de la historia del arte". Y me lo creo, oiga.
LA WALKIRIA. ACTO I. PRELUDIO
14 comentarios:
Errante, señor de la chistera. Se escribe errante. Siento volver por su blog para darle un tironcito de orejas, pero comprenderá que prefiero hacerlo antes de que se me meta un virus en el ordenador ante semejante error gramatical.
Dicho lo cual, tengo que decir que a mí Wagner pues como que no me entusiasma. Más bien es escuchar algo suyo y salir por patas. Me parece pesado, soporífero, con unas óperas demasiado largas para mi gusto. Aunque como somnífero vendría muy bien. Fíjese usted que prefiero ver toda la filmografía de Clint Eastwood antes que oirlo. Yo me quedo con Mozart. Es más alegre y dinámico.
Suya afectuosamente.
Marieta
Menuda metedura de pata. Gracias María. Corregido queda y bienvenida seas nuevamente. Y ya puestos, dada mi tendencia a quedar por encima, como el aceite, ¿no será un error ortográfico, más que gramatical? En cualquier caso, deplorable, por mi parte. Mil disculpas.
Fíjate, cuando no hablas de política y sí de música, aunque sea algo que no haya disfrutado yo hasta ahora, seguiré tu consejo y le daré una oportunidad a la ópera, a la de Wagner, digo. No diré lo de Woody Allen de que me entran ganas de invadir Polonia :-)
Ya hace muchos años que no tengo principios en temas musicales, desde que acepté que me gustaba el country ya no puedo ir por la vida de exquisito, soy ecléctico, qué le vamos a hacer.
Gracias por tu post.
Error ortográfico. Sí. Menudo despiste el mío. :P
No creo que la haya desvirtuado, le hada un toque distinto, como "Excalibur" con Sigfrido.
Vaya, que Wagner era un monstruo, con sus virtudes y sus defectos.
Saludos
Si realmente a uno le gusta la música (y me conta que a ti te gusta, Manuel) tienes que ser ecléctico y de mente abierta. Si no, sencillamente, no te guta la música.
Pasa en las mejores familias, María. Como he demostrado yo mismo ;-D.
Hace poco, Möbius, vi otra buena utilización cinematográfica de Wagner en "Reencarnación", donde usan el corte que he incluido en la entrada mientras la protagonista (Nicole Kidman) sufre una tormenta interior como pocas. Más exacto imposible.
En mi opinión Richard Wagner es, tras la Santísima Trinidad Beethoven-Mozart-Bach, el más grande compositor de todos los tiempos.
Su importancia en desencorsetar la música abriéndola al cromatismo, su empleo del leitmotiv y sus habilidades como orquestador son indiscutibles.
Y además es el primer director de cine de la Historia (y cuando no había cine), él lo llamó Gesamtkunstwerk.
La obetura de Rienzi es también imprescindible.
Mi Santísima Trinidad es Wagner-Haydn-Mozart, con todo el cariño para Beethoven y Puccini. También tengo una inexplicable debilidad por Rossini y Smetana y, sacrilegio, me da una enorme pereza la música de tu admirado Bach, Lombreze, aunque sé que todo es cuestión de tiempo.
Yo besé el pedestal de la estatua de Smetana a los pies del Moldava cuando visité Praga.
Toma confesión.
Tengo en mente desde hace tiempo dedicarle una entrada, Mr. Lombreeze, con la obertura de "La novia vendida" como acompañamiento. Próximamente en el ladrillo.
Mi querido Tarquin, no sabe la emoción que me produce al leerle estas lineas. Era cuestión de tiempo y por fin el momento ha llegado. Le envidio por todo lo que, a partir de este momento, va a descubrir y las emociones que va a sentir, totalmente desconocidas, se lo aseguro.
Los dramas musicales de Wagner (La Tetralogía, Tristán e Isolda, Parsifal y Los Maestros Cantores de Nuremberg) son, como apunta Mr. Lombreeze, auténticos films en los que Wagner indica fuera de partitura cómo deben de de actuar, gesticular, mirarse, etc. los cantantes. Conociendo este trabajo, el oyente puede visionar en su mente todo el movimiento escénico e imaginarse la escena.
Para muestra les dejo este link, en el que un aficionado wagneriano a tratado de animar La Walkiria, lástima que se haya abandonado tras el preludio.
www.perdigallos.com/walkure.html
Recuerdo que hace un buen puñado de años ya me hablaste y me enseñaste esa animación. De hecho, estuve buscándola por Internet para que fuera el video que adornara la entrada, pero no hubo forma. Finalmente, aquí está. De nuevo, gracias, Lewis. Por la animación Y por todo lo demás.
Señor Tarquin, mi Santísima Trinidad es Beethoven, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, uno y trino. Mis amadsos Desprez, Palestrina, Pergolesi, Bach, Haendel, Haydn o Mozart fueron sus profetas, y mis también amados Schubert, Brahms, Smetana, Janacek, Satie, Bartok, Shostakovich, Messiaen o Pärt, -por ponerle unos pocos ejemplos-, sus hierofantes.
Escuche su sonata Hammerklavier (necesitará, como mínimo, diez o doce audiciones) o su sonata nº 32, la última -da igual que la toquen Brendel, Gilels, Arrau, Richter o Pollini-.
Ya me contará.
Apunto la recomendación, amigo Beethoven. Y apunto también algunos nombres que mencionas y que permanecen fuera de mi mundo con la esperanza de incluirlos en breve.
Gracias por el comentario. Espero verte habitualmente por estos lares.
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