
El aplauso suele ser el colofón de la mayor parte de las manifestaciones artísticas. Surge casi de manera espontánea tras una buena representación de teatro, una función de ópera especialmente memorable o un concierto musical de marcada calidad. Sin embargo, el cine no suele disfrutar de tan gratificante epílogo. Probablemente, el hecho de que el artista o artistas implicado en una película no estén presentes al finalizar la obra y no puedan disfrutar de tan afectuosa muestra de agradecimiento, así como el carácter enlatado de las películas, tan lejano de la inmediatez que tiene la representación "en directo", hacen que, habitualmente, encendidas las luces de la sala, el único modo de saber el grado de satisfacción de los espectadores tras la proyección, sea escuchar sus comentarios a la persona o personas que han compartido con ellos la experiencia.
Sin embargo, en ocasiones, se produce el milagro y el grado de conexión entre lo que muestra la pantalla y los asistentes a la proyección es tal, que la ovación, inesperada e inexorable, nace apenas comienzan los títulos de crédito. En mis ya considerables años de amante del cine, puedo contar con los dedos de una mano, las veces en las que he presenciado algo así. A primera sangre y sin afan de exhaustividad, recuerdo haber vivido ovaciones esplendorosas tras la proyección de "Cadena perpetua", "La vida es bella", "Spiderman", "El fugitivo" y "Los puentes de Madison". Pocas más, la verdad. No es necesario que sean obras maestras indiscutibles. Algunas los son, como la última mencionada, pero en general, se tratan de autenticas redes de sensaciones que atrapan de manera especial por el carisma de los personajes, la emoción de sus aventuras o la intensidad de sus sentimientos. Desde ayer, "El orfanato", de Juan Antonio Bayona se ha incorporado a tan selecto club de ovacionadas.
Laura (una Belén Rueda superlativa, inmensa, apabullante) regresa al orfanato donde pasó su infancia. La acompañan su marido, Carlos (Fernando Cayo) y su hijo, Simón (Roger Príncep) con la idea de crear una residencia para niños con deficiencias. La aparición de Benigna (Montserrat Carulla) una misteriosa mujer que parece conocer mucho de la vida de la familia, precipita los acontecimientos y, de modo sorpresivo, Simón desaparece sin dejar rastro, para desesperación de Laura y Carlos. Cuando las explicaciones naturales de los hechos pierden fuerza, se abren paso las sobrenaturales y algunos hechos acontecidos hace años en el orfanato parecen ganar puestos como causas de la desaparición de Simón.
La película de Bayona bebe, obviamente, de muchas fuentes. Se aprecian ecos de "Al final de la escalera", "Los otros", "La guarida", "The dark", "Frágiles" o "Suspense". Algunos han criticado por este lado la película, acusándola de refrito de tópicos del género, sin darse o sin querer darse cuenta de que tampoco Amenabar creó nada nuevo con "Los otros" ni Balagueró resolvió la cuadratura del círculo con "Frágiles". Bayona no ha vivido en Marte en los últimos años y, en este tiempo, ha visto cine (mucho, a tenor de la calidad de su propuesta), ha tomado datos, entresacado elementos y sobre ellos ha creado un plato en el que la calidad de los ingredientes, la exactitud en la medición de sus cantidades y un toque personal, convierten "El orfanato" en un manjar de primera magnitud.
La labor de Bayona tras las cámara es soberbia, elegante, precisa, con alguna concesión a la galería a través de innecesarios pero eficaces golpes de efecto, pero, en general, con un concepto del ritmo y la tensión verdaderamente sorprendente en una ópera prima. El manejo de las atmósferas inquietantes (la impecable secuencia con Geraldine Chaplin, Laura intentando ponerse en contacto con los espíritus a través de un juego infantil) y la maestría en el control de los resortes tradicionales del género (la aterradora primera aparición del niño del saco o la secuencia de Laura y Benigna en el cobertizo) acreditan la aparición de un talento especial en nuestro páramo cinematográfico que además cuenta con la ventaja de un guión modélico, compacto y perfectamente enlazado que ya hace diez años fue seleccionado para el Laboratorio de guiones del Instituto de Sundance y que viene firmado por Sergio G. Sánchez un nombre al que no conviene perder la pista y que a punto está de rematar "3993", un nuevo guión que ya prepara Guillermo del Toro.
En cuanto a los actores, es necesario detenerse aunque sea brevemente a ensalzar la labor de todos ellos. La interpretación de Belén Rueda es tan deslumbrante, tan llena de matices, tan arrolladora que eclipsa por completo a sus compañeros de reparto. Y sería injusto no comentar las excelentes interpretaciones de una recuperada y espléndida Geraldine Chaplin en un papel breve pero intenso y, especialmente, la de Fernando Cayo, impecable en su difícil tarea de comparsa y que aprovecha sus escasos minutos en pantalla para llenarla con su mirada comprensiva y desesperada que muta al escepticismo y el reproche con pasmosa facilidad. El jovencísimo Roger Prínceps en su primer papel para la gran pantalla, apunta maneras de gran actor que, espero, no se diluyan con la edad.
Sería una pena que esta espléndida película se archivara en el saco de las "españoladas" en el que mucha gente la ha metido sin ver un sólo fotograma. "El orfanato" es cine del bueno, que no tiene nada que envidiar a las películas que, actualmente, marchan por las carteleras de medio mundo. Efectivamente, es española. Desde el director, hasta el que enfría el botijo. Con actores españoles, montadores del sur del país, fotógrafo nacional y un realizador alumbrado en Barcelona. Y, por ser una magnífica película, hecha además en nuestro país la productora norteamericana New Line Cinema ha comprado los derechos sobre la misma cuando aún no se había estrenado. Si hay alguien al que esto le valga de acicate, bienvenido sea.