El escritor irlandés Roddy Doyle ha creado una serie de magníficas obras que comparten el gusto por las historias más cotidianas de su país, llenas de familias numerosas de clase media a un paso de la baja, trabajadora, con tendencia al extremo, más amiga del exabrupto que de la decisión meditada. Gente que toma siempre una cerveza más de la cuenta, de gustos sencillos en vidas complejas en las que el peso de los peniques es mucho mayor que el de las libras. Y que, no por eso, dejan de mirar las cosas del día a día con un cristal especial que les permite tamizar sus vivencias, sacando lo mejor de cada pequeña alegría y difuminando el negro hasta convertirlo en un gris o, incluso en un blanco sucio.
Esta habilidad para borrar hasta hacerlas casi imperceptibles las fronteras entre el drama y la comedia, el llanto y la carcajada alcanza su máxima expresión en la espléndida "La mujer que se daba con las puertas", una de las pocas novelas del irlandés que aún no ha sido llevada al cine (Antes lo hicieron y con bastante éxito, por cierto, "The Commitments", "La furgoneta" o "Café irlandés"). Lograr que un tema tan delicado y susceptible de vanalizar a través de los extremos como el de los malos tratos sea tratado con rigor y sentido común, está al alcance de unos pocos. Iciar Bolliaín lo logró en el cine con "Te doy mis ojos" y Roddy Doyle alcanzó idéntico registro para la letra escrita con esta novela.
"No me gusto demasiado, pero ya no estoy segura de ser una estúpida". De tan breve pero acertada manera se define la protagonista del libro, Paula Spencer, en las primeras páginas de la novela. Casada con Charlo Spencer desde su más temprana juventud, ronda en la actualidad los cuarenta años, "si le dan un espejo, algo de maquillaje y media hora, consigue parecer una treintañera. Si se la ve recién levantada parece que tiene cincuenta". Trabaja como asistenta desde hace años y es madre numerosa. La vida no le ha dado grandes oportunidades y las que le ha dado, ha preferido obviarlas o, en su caso, retrasarlas. Sin embargo, es razonablemente feliz. Disfruta de su marido que la adora, de sus hijos y de las pequeñas cosas que en su sencilla vida le iluminan el camino. Hasta que empieza a caerse por las escaleras con rara facilidad. Y a golperarse con las puertas en la cabeza. Y a pillarse los dedos con los cajones de la cómoda. Y a apagarse los cigarrillos en las palmas de las manos. Y a perder el pelo a manojos. Éstas y otras razones son las que esgrime Paula en las urgencias de los hospitales para justificar las hemorragias, los cardenales, los huesos astillados, el cabello arrancado. Como queda claro casi desde el principio, obviamente las razones de tantos percances no residen en la falta de equilibrio de Paula, ni en su torpeza ni en el champú que utiliza. Lo que tan claramente aparece para el lector, es oscuridad absoluta para su entorno. "El médico ni me miró siquiera. Me examinó por partes, pero sin verme nunca entera. Ni siquiera me miró a los ojos".
La curiosa estructura escogida por el escritor irlandés, que cuenta la historia de Paula intercalando su presente con su pasado permite que la obra no sea un catálogo de monstruosidades y que la violencia gráfica explote sólo de manera esporádica aunque con una crudeza terrible. La novela se vertebra a partir de la muerte de Charlo, abatido a tiros por la policía tras un robo perpetrado por éste. Alrededor de este tronco central y de sus consecuencias, Doyle enrosca con habilidad una multitud de historias del pasado de los protagonistas que sirven de base a los acontecimientos del presente y que permiten entender las motivaciones de los actos que se producirán en el futuro. No hay un orden en estas historias, saltan de modo anárquico de la infancia a la adolescencia y de vuelta en la infancia otra vez. Eso permite que, en todo momento, la lectura sea una aventura y no sea posible imaginar qué viene a continuación. Igualmente, esta estructura cerrada pero desordenada, permite pasar de momentos verdaderamente tronchantes (el primer encuentro entre Paula y Charlo) a escenas que se gravan a fuego en la memoria por su terrible crudeza (las visitas de Paula a los médicos, su paulatino hundimiento en la culpa, la descripción de sus años en el instituto).
El desarrollo de los personajes es modélico y si, por supuesto, es el de Paula el más rico y detallado, Doyle dedica tiempo y esfuerzo para no caer en los tópicos ni en el retrato de los niños ni en el del brutal Charlo. Pero, como he comentado, es Paula el gran hallazgo de esta obra. A lo largo de las poco más de trescientas páginas de la novela, la inmensa presencia del personaje lo empapa todo. La sentimos respirar, amar, odiar, sangrar. Nos reímos con ella, lloramos con ella. Entendemos sus miedos ("Pasaban meses sin que sucediera nada, pero la amenaza se cernía siempre en el horizonte. Como una promesa"), compartimos sus momentos de felicidad ("Dejé de ser una cualquiera el día que bailé con Charlo Spencer") y asistimos al terrible desarrollo de su desgracia que inicia el vuelo desde la autoinculpación ("Él lo era todo, yo no era nada. Le provocaba. Yo era una estúpida"), pasando por la desesperación ante la ceguera general ("Les habría contado todo. Sólo tenían que llevarme detrás de la cortina, sólo tenían que hacerme la pregunta adecuada"), la muerte como persona ("Esa era mi vida. Recibir una paliza, esperar una paliza. Recobrarme. Olvidarlo todo") y la resurrección en una nueva ("No sé distinguir lo cercano de lo distante. Un día me casé. Otro le eché de casa. Ocurrió entre medias. Eso es todo").
Si fuera Ministro de Educación, incluiría esta obra en la nueva y polémica asignatura de Educación para la Ciudadanía, como óptimo medio para controlar la lacra de los malos tratos y para aprender una serie de conceptos como la honestidad, la valentía, el esfuerzo o el coraje, de escaso calado todos ellos en la sociedad que nos ha tocado vivir. Como no lo soy ni pretendo serlo, me conformo con dedicarle esta lineas a esta novela valiente y necesaria como pocas. A ver si cunde el ejemplo.
7 comentarios:
Adoro de "The Commitments" y "Café Irlandés".
Conozoco sus adaptaciones al cine, no sabía que proviniesen de novelas del mismo autor. Da por seguro que el domingo en la fnac serán buscadas.
Y si me gustan es porque los personajes son absolutamente extraordinarios, y extraordinariamente vulgares.
Son... gente.
Y ríen, y hacen bromas de esta perra vida; y se emborrachan y están jodidos en general, pero contentos. Supongo que por eso me gustan.
Hola Tarquin lo que cuentas de este escritor parece muy interesante. La verdad y espero que sepas disculparme es que lo desconocía. Luego de semejante post voy a buscar algo de él. Saludos!
Puestos a recomendar novelas protagonizadas por gente corriente y que combinen humor y drama, me quedo con las de Nick Hornby, en su mayoría también llevadas al cine. Mis preferidas: "Alta fidelidad" y "En picado".
Lo cierto es que no hay mejor definición para los personajes que surgen de la mente de este hombre que la de "gente". No hay grandes aventuras ni amores imposibles, ni pasiones arrebatadas. Hay vida, historias, personas. Sin duda, ahí reside su encanto.
Me pongo feliz como una perdiz cuando alguien me dice que va a animarse a leer o a ver o a escuchar algo de lo que he hablado. Espero que no te defraude, Budokan.
Inmenso Nick Hornby. La película es tremenda (memorable paliza imaginaria a Tim Robbins), pero el libro es aún mejor. Seguro que Roddy Doyle también te gusta.
Dificilísimo de encontrar en la fnac s. Agustín (VLC), haber había, pero no lo encontrábamos. Mañana pruebo en "La casa del libro"
La última vez que lo vi, fue en El Corte Inglés y de eso hace ya unos meses. El libro tiene sus años, pero, seguramente podrán pedirlo. No me consta que esté descatalogado.
Ando a tres centímetros del suelo desde que he leido tu comentario, Azid. Un millón de gracias. Cosas así, motivan a seguir escribiendo
Espero que te gusten las aventuras del ínclito Winot. Si te engancha Lanchester, intenta localizar otra obra suya que se llama "El puerto de los aromas" y que es otra gozada. Ya me contarás.
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