Una prolongada exposición a las novelas de Agatha Christie durante el lejano verano de hace quince años (ocho novelas en menos de tres semanas) me inoculó una consistente aversión hacia las historias con detectives aficionados o venerable inspectores con olfato sobredimensionado para descubrir al culpable, según el caso. Por ello, nunca le presté mucha atención a las novelas del sueco Henning Mankell, dedicadas a glosar las proezas deductivas del inspector Kurt Wallander, pero, mucho me temo que no tendré más remedio que darle una oportunidad y acercarme al personaje, una vez que he comprobado las (abundantes y estimulantes) cualidades literarias de Mankell a través de "El chino", su penúltima obra y mi primer acercamiento al mundo del sexagenario escritor sueco.
La historia arranca con el brutal asesinato de todos los ancianos de un pequeño pueblo perdido en las montañas suecas. Birgitta Roslin, antigua simpatizante comunista, mujer con grave crisis de identidad y juez en decadencia profesional, encuentra el rastro de un familiar entre los nombres de las víctimas publicados en los periódicos e inicia una investigación paralela a la policial que le lleva recuperar el aliento rebelde de su juventud y a enredarse en una oscura trama de venganza y odio cuyos orígenes se pierden en la China del siglo XIX pero cuyas consecuencias explotan en la actualidad y en escenarios tan dispares como Estados Unidos, Gran Bretaña, China y Zimbawe.
Aunque el fallecido Stieg Larsson con su trilogía "Millenium" es quien ha dado la puntilla a esa imagen generalizada de Suecia, como país de bellezas rubias, civilizadas costumbres y bienestar general, Mankell lleva años preparando el terreno a través de la exposición más gráfica de las interioridades de su país, homogeneizándolo con quienes lo rodean y en el que al igual que en los demás, la diversidad es la única regla.
En este sentido, Mankell utiliza la (absorbente) trama criminal de "El chino", para ajustar las cuentas con aquellos rebeldes de los sesenta y setenta que hoy en día, languidecen en sus despachos, incapaces de lograr encontrar esa llama que alumbró sus primeros y combativos pasos en la política, la justicia y el compromiso social. La obra ahonda en esos sentimientos de fracaso y aburguesamiento que rodean a aquellos que, como Roslin, tanto han apostado por una idea o un concepto vital para descubrir que, en realidad, ni poseen el carácter suficiente para consumar el ideario asumido más por inercia que por convencimiento, ni merece la pena hacerlo tras comprobar que el mito no es en realidad más que un globo pinchado que se pierde en el aire.
Pero "El chino" no es un retrato generacional ni un catálogo de idealismo político. "El chino" es, sobre todo, una trama policíaca deslumbrante que Mankell maneja con ritmo y habilidad y a la que, incluso se permite dotar de un aura de fantasía y política ficción apuntando la existencia de un plan a gran escala cuyo objetivo es renovar los principios fundadores del colonialismo. Excentricidades aparte, la maestría con la que el escritor sueco construye la investigación de la abnegada juez Roslin es asombrosa y crea una continua sensación de anticipación que logra en muchas ocasiones que el lector pierda el ángulo correcto y, pese a disponer de más información que la protagonista, comparta con Roslin el asombro que generan sus descubrimientos. Además, los saltos geográficos de la trama permiten a Mankell escribir varias novelas en una, tornándose frío y oscuro en su Suecia natal, ardiente y peligroso en los valles africanos y sencillamente escalofriante en la laberíntica y letal China de nuestros días. El descubrimiento del origen de una cinta roja hallada en el lugar del crimen, la escena en el hotel con la cámara de vídeo y el trepidante epílogo en Londres son sólo tres de las múltiples pruebas del virtuosismo narrativo de Mankell.
Tras esta primera toma de contacto, "Asesinos sin rostro", la primera de las novelas protagonizadas por el Inspector Wallander aguarda su turno para que pueda comprobar si los aciertos de Mankell pueden purgar el veneno que circula por mi organismo desde aquel verano de hace quince años. A la vista de lo presentado en "El chino", me temo que la recaída es inminente.
La historia arranca con el brutal asesinato de todos los ancianos de un pequeño pueblo perdido en las montañas suecas. Birgitta Roslin, antigua simpatizante comunista, mujer con grave crisis de identidad y juez en decadencia profesional, encuentra el rastro de un familiar entre los nombres de las víctimas publicados en los periódicos e inicia una investigación paralela a la policial que le lleva recuperar el aliento rebelde de su juventud y a enredarse en una oscura trama de venganza y odio cuyos orígenes se pierden en la China del siglo XIX pero cuyas consecuencias explotan en la actualidad y en escenarios tan dispares como Estados Unidos, Gran Bretaña, China y Zimbawe.
Aunque el fallecido Stieg Larsson con su trilogía "Millenium" es quien ha dado la puntilla a esa imagen generalizada de Suecia, como país de bellezas rubias, civilizadas costumbres y bienestar general, Mankell lleva años preparando el terreno a través de la exposición más gráfica de las interioridades de su país, homogeneizándolo con quienes lo rodean y en el que al igual que en los demás, la diversidad es la única regla.
En este sentido, Mankell utiliza la (absorbente) trama criminal de "El chino", para ajustar las cuentas con aquellos rebeldes de los sesenta y setenta que hoy en día, languidecen en sus despachos, incapaces de lograr encontrar esa llama que alumbró sus primeros y combativos pasos en la política, la justicia y el compromiso social. La obra ahonda en esos sentimientos de fracaso y aburguesamiento que rodean a aquellos que, como Roslin, tanto han apostado por una idea o un concepto vital para descubrir que, en realidad, ni poseen el carácter suficiente para consumar el ideario asumido más por inercia que por convencimiento, ni merece la pena hacerlo tras comprobar que el mito no es en realidad más que un globo pinchado que se pierde en el aire.
Pero "El chino" no es un retrato generacional ni un catálogo de idealismo político. "El chino" es, sobre todo, una trama policíaca deslumbrante que Mankell maneja con ritmo y habilidad y a la que, incluso se permite dotar de un aura de fantasía y política ficción apuntando la existencia de un plan a gran escala cuyo objetivo es renovar los principios fundadores del colonialismo. Excentricidades aparte, la maestría con la que el escritor sueco construye la investigación de la abnegada juez Roslin es asombrosa y crea una continua sensación de anticipación que logra en muchas ocasiones que el lector pierda el ángulo correcto y, pese a disponer de más información que la protagonista, comparta con Roslin el asombro que generan sus descubrimientos. Además, los saltos geográficos de la trama permiten a Mankell escribir varias novelas en una, tornándose frío y oscuro en su Suecia natal, ardiente y peligroso en los valles africanos y sencillamente escalofriante en la laberíntica y letal China de nuestros días. El descubrimiento del origen de una cinta roja hallada en el lugar del crimen, la escena en el hotel con la cámara de vídeo y el trepidante epílogo en Londres son sólo tres de las múltiples pruebas del virtuosismo narrativo de Mankell.
Tras esta primera toma de contacto, "Asesinos sin rostro", la primera de las novelas protagonizadas por el Inspector Wallander aguarda su turno para que pueda comprobar si los aciertos de Mankell pueden purgar el veneno que circula por mi organismo desde aquel verano de hace quince años. A la vista de lo presentado en "El chino", me temo que la recaída es inminente.
8 comentarios:
Mankell me entretiene un montón. Larsson no mucho, la verdad. Yo me he leído "el retorno del profesor de baile" o algo así y me lo pasé súper bien.
¡Creo que ya he pasado la Gripe A!
Yo ya he empezado con "Asesinos sin rostro" y, la verdad, es que tiene algo, el amigo Mankell. Me alegra que ya estés sana como una manzana, Cosmic, querida.
Yo estoy con el último libro de Millenium. Y me quedan aproximadamente unos veinte esperando a ser leídos.
Imagínate el trabajo que tengo. Aunque lo disfruto.
Es lo malo de leer, María, que nunca terminas de encontrar cosas interesantes, por lo que la bandeja de "pendientes", siempre anda a pleno rendimiento. Apúntalo y algún día me dirás si te ha gustado.
Lo que pasa es que yo tengo un problemón. Es pasar por una librería y entrar a ver si hay alguno interesante. Y se me van amontonando.
Alberto Q.
www.lacoctelera.com/traslaspuertas
Yo devoraba (literal) las novelas de Agatha C. y me encantaba Poirot. No obstante, con Mankell me pasa que le descubrí con "El cerebro de Kennedy" y luego pasé a "Zapatos Italianos" y ninguna es de misterio. Tengo que empezar con las obras de Wallander...
Saludos Tarquin!!
De esa enfermedad, María, mejor no curarse ;-DD.
Están más que bien, Alberto. Ya he terminado "Asesinos sin rostro" y me he quedado con ganas de otra.
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