Lo triste no es que según un informe publicado ayer, los ciudadanos españoles estemos en en pelotón de los torpes dentro de la Unión Europea en lo que se refiere a conocimientos de inglés: lo estamos ya en tantos aspectos que uno más o menos importa poco. Además, no es muy difícil llegar a esa misma conclusión simplemente contemplando el horizonte.
Uno visita cualquier país europeo de habla no inglesa y en cualquier colmado del barrio más recóndito al que nuestros pies nos lleven es posible la comunicación a través del inglés. Si uno hace lo propio en su homólogo hispano, las posibilidades de pedir una barra de pan y salir con un bote de judias aumentan exponencialmente. Y la cosa no cambia si nos ubicamos en una zona más turística.
En mis paseos por el centro de Madrid, he asistido a situaciones dantescas en las que sonrosados extranjeros parapetados tras sus mapas se las veían y se las deseaban para pedir una botella de agua, preguntar por una dirección o localizar el autobús más cercano en pleno centro neurálgico del turismo madrileño. El estupor, la sorpresa y el mutis por el foro, sin olvidar el desdén y la mala educación han sido la habitual moneda de cambio ofrecida por el aborigen madrileño en estos trueques internacionales de conocimientos.
Sí, todo esto es, sin duda, muy triste, una lamentable laguna cultural y una grieta peligrosa de nuestro sistema educativo. Pero con todo y con eso, insisto en que no es lo más penoso. No, lo más penoso es que parecemos encantados de pilotar el coche escoba y por lo visto ayer en los experimentos realizados por los medios de comunicación para comprobar la veracidad del informe, candidatos a conducir el tren de la incultura con la mejor de las sonrisas no van a faltar.
Adolescentes de bigote incipiente, universitarias con el uniforme de progre completo, ejecutivos de engominada melena, taxistas de pelo en pecho, camareros de patillas jurásicas. Ni uno solo, insisto, ni uno solo tuvo la decencia de llorar ante las cámaras a la hora de reconocer que solo las visitas a El Corte Inglés lo acercaban a la lengua de Oscar Wilde y que semejante carencia en pleno siglo veintiuno debería estar penada con meses de cárcel. En lugar de esta razonable actitud, todos los entrevistados reconocían su estupidez con carcajadas, codazos cómplices al compañero o guiños de taberna patibularia.
Ser un patán parece ser a día de hoy un fin en lugar de una consecuencia. Cuando mayor incultura uno reconozca, mayor peso social adquiere y parece contar con respaldo confeso el no tener ni puñetera idea de nada. Una persona aparece en televisión reconociendo que no sabe una palabra en inglés o que ignora donde está la península ibérica y, automáticamente, quienes la rodean se ven invadidos por un jolgorio que, francamente, no acabo de comprender. A este paso, la incultura va a ser una vara de medir con tan enorme peso específico que lo suyo ya no será preguntar a la gente si han leído tal o cual libro sino, más precisamente, si saben leer. Con esta tendencia, al final, ni Shakespeare ni Cervantes ni nada de nada.
Uno visita cualquier país europeo de habla no inglesa y en cualquier colmado del barrio más recóndito al que nuestros pies nos lleven es posible la comunicación a través del inglés. Si uno hace lo propio en su homólogo hispano, las posibilidades de pedir una barra de pan y salir con un bote de judias aumentan exponencialmente. Y la cosa no cambia si nos ubicamos en una zona más turística.
En mis paseos por el centro de Madrid, he asistido a situaciones dantescas en las que sonrosados extranjeros parapetados tras sus mapas se las veían y se las deseaban para pedir una botella de agua, preguntar por una dirección o localizar el autobús más cercano en pleno centro neurálgico del turismo madrileño. El estupor, la sorpresa y el mutis por el foro, sin olvidar el desdén y la mala educación han sido la habitual moneda de cambio ofrecida por el aborigen madrileño en estos trueques internacionales de conocimientos.
Sí, todo esto es, sin duda, muy triste, una lamentable laguna cultural y una grieta peligrosa de nuestro sistema educativo. Pero con todo y con eso, insisto en que no es lo más penoso. No, lo más penoso es que parecemos encantados de pilotar el coche escoba y por lo visto ayer en los experimentos realizados por los medios de comunicación para comprobar la veracidad del informe, candidatos a conducir el tren de la incultura con la mejor de las sonrisas no van a faltar.
Adolescentes de bigote incipiente, universitarias con el uniforme de progre completo, ejecutivos de engominada melena, taxistas de pelo en pecho, camareros de patillas jurásicas. Ni uno solo, insisto, ni uno solo tuvo la decencia de llorar ante las cámaras a la hora de reconocer que solo las visitas a El Corte Inglés lo acercaban a la lengua de Oscar Wilde y que semejante carencia en pleno siglo veintiuno debería estar penada con meses de cárcel. En lugar de esta razonable actitud, todos los entrevistados reconocían su estupidez con carcajadas, codazos cómplices al compañero o guiños de taberna patibularia.
Ser un patán parece ser a día de hoy un fin en lugar de una consecuencia. Cuando mayor incultura uno reconozca, mayor peso social adquiere y parece contar con respaldo confeso el no tener ni puñetera idea de nada. Una persona aparece en televisión reconociendo que no sabe una palabra en inglés o que ignora donde está la península ibérica y, automáticamente, quienes la rodean se ven invadidos por un jolgorio que, francamente, no acabo de comprender. A este paso, la incultura va a ser una vara de medir con tan enorme peso específico que lo suyo ya no será preguntar a la gente si han leído tal o cual libro sino, más precisamente, si saben leer. Con esta tendencia, al final, ni Shakespeare ni Cervantes ni nada de nada.
7 comentarios:
En cuanto al tema de la incultura y el catetismo loado, como en lo de hablar inglés, en todas partes cuecen haba. Los concursantes del Grande Fratello creen que Americo Vespuccio dio nombre a la Vespa.
Por cierto, ¿en qué idioma me tengo que dirigir a un amable tendero londinense para que me venda una botella de agua?
Lo que cuentas sobre no entender o no tener ganas de entender y tratar al turista con desplicencia y hasta mala educación se puede experimientar varias ocasiones en cualquier visita a la ciudad más turística de europa: París.
Que sí, que tenemos mucho que aprender y mejorar, que lo del inglés nos limita una barbaridad, pero también nos chifla lo de fustigarnos.
Baci e abbracci
En lo de la mala educación, Madame, te concedo que patanes hay en todas partes, pero donde más abundan es en París. Pero en lo del inglés, la verdad es que del páramo hispano no he encontrado replica comparable por esos mundos de Dios.
En el año 1992 una abuelita me explicó, en perfecto inglés, cómo llegar a un determinado pub de Praga. Yo flipé porque mi inglés apenes me llegó para agradecerle a esta señora, que parecía sacada de una película sobre la guerra fría, su amabilidad.
En el año 2007 estuve en Japón, un país cojonudo en el que, sin embargo, no habla inglés ni cristo!!!. Que alguien me lo explique...
¿Seguro que es solamente una cuestión de que burricos los españoles somos unos burricos?, ¿no habrá algún ingrediente más en la fórmula?, ¿algo cultural pero no el el mal sentido?. yo tengo mis dudas.
Eso sí, los esfuerzos que hace un japonés por intentar entenderte y que tú les entiendas rozan lo increíble. En eso de la cortesía con el turista sí que estamos a la cola.
Madame de Chevreuse, yo de chiquitín estaba enamorado de Esther.
La verdad es que la incultura que nos invade es de llorar. Pero en cuanto a displicencia con los extranjeros, me adhiero a lo dicho por Mme. de Chevreuse y por Mr. Lombrize: en toda partes cuecen habas, y los franceses se llevan el premio.
Te puedo aportar cómo docente que los conocimientos de Inglés van acorde al resto de materias. Se lleva no hacer nada, no dar palo al agua. Los medios de comunicación así lo sostienen, el mensaje que la politica y algunas artes dan a los jóvenes provocan el resultado actual. Lo peor estará por llegar. Un saludo.
Un dato: en Gran Bretaña la lengua extranjera no es obligatoria en la educación secundaria. Muchos ingleses se sorprenden de que alguien no hable su lengua, de hecho parecen pensar que todo el mundo tiene la obligación de saberla, razón que explica la sirtuación de la enseñanza de lenguas en su currículo escolar.
Es más según datos del eurobarómetro ñlos habitantes de las islas británicas se ciuentan entre los que menos lenguas europeas conocen. Eso sí, el inglés lo dominan a la perfección.
Me sorprendes con lo de Japón, amigo Lombreeze. Nunca hubiera imaginado esa carencia en los nipones.
El tema es más el idioma que la educación, Meg. En esta última, son sin duda los pupilos del marido de Carla Bruni los más emparaguadados y distantes.
Me aterras, Emilio. No es que no lo intuyera por las barbaridades que uno escucha diariamente en los adolescentes, pero viniendo de alquien que conoce el tema de primera mano, la impresión es devastadora.
Los británicos están encantados de haberse conocido, Yorick. Si a eso le añades que su lengua es la que se aplica a nivel internacional para casi todas las cosas importantes, , la ecuación cuadra al fonema.
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