Durante una importante y larga época de mi vida, fui un asiduo de las salas de cine más alternativas de Madrid. Era suficiente con que la cinta que preyectaran fuera rusa o polaca o que hubiera recibido media docenas de premios en Cannes o Sundance para que me precipitara en la sala con mi gesto más intenso y mis gafas de pasta a disfrutar del nuevo tesoro que habían legado a la cultura universal gente como Aki Kaurismaki, Lars Von Trier, Theo Angelopolulos o aquel polaco
de nombre impronunciable y que de tanto elogio como recibió por su
trilogía de los colores, no ha vuelto a levantar cabeza.
Yo creo que con la edad, uno se vuelve perezoso y huye de los esfuerzos que no son absolutamente imprescindibles para la supervivencia. Y, tal vez por eso- no lo creo, pero me educaron en la prudencia y sólo por eso, me planteo la duda- por el reblandecimiento cerebral que provocan los años apilados sobre nuestras espaldas, todas esas "obras maestras", vistas hoy, se me antojen vacías, pretenciosas y llenas de una soberbia inverosímil que me lleva a alejarme de ellas como de la peste.
Por estos malditos prejuicios a punto he estado de perderme "Shame", de Steve Mc Queen (unos cachondos sus padres, ciertamente). Menos mal que la bella Señora Winot tiene la cabeza como un apóstol y finalmente me convenció para sentarme a verla. De no haberlo hecho, me hubiera perdido una de las grandes películas de los últimos años y, sin duda, la mejor del pasado 2011.
Y mira que la cinta del director británico cumple con la práctica totalidad de los tópicos "gafaspasteros", a saber, tema polémico (adicción al sexo, en este caso, aunque la película va mucho más allá), una dirección intensa, multipremiada y plenamente integrada en el estilo miraqueplanostanlargosytanbuenosruedo, socorrida música clásica puntando la acción aquí y allá (las maravillosas Variaciones Goldberg de Bach, en esta ocasión), actores con el aura de "independientes", premios en los festivales más temibles del circuito (Venecia, Sevilla, etc) en fin, para echarse a temblar.
Y, sin embargo y a pesar de todo esto, de tener todas las papeletas para ser otra plomiza película "para listos", como dice mi señor padre, tengo que reconocer que la historia de Brandon (Michael Fassbender) me atrapa y sobre todo me interesa. Logra que me pregunte qué ocurre en la cabeza de este prototipo de triunfador (guapo, adinerado, atractivo para las mujeres, excelente compañero de copas para los hombres) para que su vida sea tan mecánica y carente de brillo, para que ni siquiera el sexo (a cuya práctica, bien a solas, bien en compañía de terceros está entregado de manera compulsiva) logre sembrar de luz las sombras que lo rodean.
También me embauca la aparición de su hermana (Carey Mulligan) y el modo en el que su presencia trastoca por completo su existencia. La relación entre ambos es forzada, agobiante, imposible de determinar. Algunos han captado aires incestuosos entre ambos y no es descartable. También he oído por ahí algo sobre una posible violación e, incluso, la presencia de un padre agresivo o una madre prostituta. Por mi parte, creo que se trata simplemente de la inevitable tensión que nace en la relación existente entre un adicto al sexo con aversión al amor y al compromiso y una enamorada del amor que utiliza el sexo como un cepo, sin considerarlo un fin sino un medio. La película no lo aclara y, en realidad, no es preciso ni relevante para entender el devenir de estos personajes aislados en la multitud.
Resulta inadecuado que "Shame" haya saltado a la palestra con el marchamo de película subida de tono, "de tetas y culos" por decirlo brevemente.Es cierto que el sexo lo cubre todo y que salen "tetas y culos" (también penes, descomunales, por cierto), pero, en pocas ocasiones el cine ha mostrado el sexo de manera tan explícita como en "Shame" y en ninguna su visión ha resultado tan poco excitante. Ni siquiera en los momentos más tórridos (la famosa secuencia del trio o el encuentro con la prostituta en el piso del puerto) es posible "ponerse a tono" ya que la espectacular interpretación de Fassbender (descomunal, de lo mejor que he visto en mucho tiempo) convierte el orgasmo en un grito de dolor, en una necesidad frustrada de encontrar una salida a ese mundo frío y aséptico, viciado por la adicción y en el que cualquier muestra de calor o de luz (amor, cariño, compromiso o un simple juego de llaves) está condenada al fracaso. Quien vaya a la sala buscando una buena erección, va a salir viéndolas venir, ya se lo digo yo.
La historia de Brandon y su hermana no es, sin duda, de las que te alegran la mañana. Es demasiado real, demasiado transparente y el modo en el que Steve Mc Queen nos pone el espejo frente a los ojos genera un reflejo poco atractivo del mundo en que vivimos. Hay vergüenza en la mente de Brandon, no es un hombre feliz ni aprecia lo que es. Es consciente de su situación emocional y trata de ocultarla tras una fachada de normalidad que puede llegar a inquietar pero que, en ningún caso, provoca rechazo entre quienes lo rodean. Si uno se lo cruzara en el metro o en el autobús, nada podría indicarnos que quien nos sonríe desde el asiento de enfrente es un adicto (¿al sexo?, ¿al juego?, ¿al trabajo? Poco importa) y que arriesgaría cualquier cosa por perpetuar su espacio y evitar que algo o alguien ajeno, se introdujera en la burbuja. Puede tener altibajos, ciertamente, momentos en que la vergüenza pueda más que la adicción, pero, al final, lo que uno es termina por salir a la superficie más o menos maquillado. No suena a ciencia ficción, ¿verdad?
Y, sin embargo y a pesar de todo esto, de tener todas las papeletas para ser otra plomiza película "para listos", como dice mi señor padre, tengo que reconocer que la historia de Brandon (Michael Fassbender) me atrapa y sobre todo me interesa. Logra que me pregunte qué ocurre en la cabeza de este prototipo de triunfador (guapo, adinerado, atractivo para las mujeres, excelente compañero de copas para los hombres) para que su vida sea tan mecánica y carente de brillo, para que ni siquiera el sexo (a cuya práctica, bien a solas, bien en compañía de terceros está entregado de manera compulsiva) logre sembrar de luz las sombras que lo rodean.
También me embauca la aparición de su hermana (Carey Mulligan) y el modo en el que su presencia trastoca por completo su existencia. La relación entre ambos es forzada, agobiante, imposible de determinar. Algunos han captado aires incestuosos entre ambos y no es descartable. También he oído por ahí algo sobre una posible violación e, incluso, la presencia de un padre agresivo o una madre prostituta. Por mi parte, creo que se trata simplemente de la inevitable tensión que nace en la relación existente entre un adicto al sexo con aversión al amor y al compromiso y una enamorada del amor que utiliza el sexo como un cepo, sin considerarlo un fin sino un medio. La película no lo aclara y, en realidad, no es preciso ni relevante para entender el devenir de estos personajes aislados en la multitud.
Resulta inadecuado que "Shame" haya saltado a la palestra con el marchamo de película subida de tono, "de tetas y culos" por decirlo brevemente.Es cierto que el sexo lo cubre todo y que salen "tetas y culos" (también penes, descomunales, por cierto), pero, en pocas ocasiones el cine ha mostrado el sexo de manera tan explícita como en "Shame" y en ninguna su visión ha resultado tan poco excitante. Ni siquiera en los momentos más tórridos (la famosa secuencia del trio o el encuentro con la prostituta en el piso del puerto) es posible "ponerse a tono" ya que la espectacular interpretación de Fassbender (descomunal, de lo mejor que he visto en mucho tiempo) convierte el orgasmo en un grito de dolor, en una necesidad frustrada de encontrar una salida a ese mundo frío y aséptico, viciado por la adicción y en el que cualquier muestra de calor o de luz (amor, cariño, compromiso o un simple juego de llaves) está condenada al fracaso. Quien vaya a la sala buscando una buena erección, va a salir viéndolas venir, ya se lo digo yo.
La historia de Brandon y su hermana no es, sin duda, de las que te alegran la mañana. Es demasiado real, demasiado transparente y el modo en el que Steve Mc Queen nos pone el espejo frente a los ojos genera un reflejo poco atractivo del mundo en que vivimos. Hay vergüenza en la mente de Brandon, no es un hombre feliz ni aprecia lo que es. Es consciente de su situación emocional y trata de ocultarla tras una fachada de normalidad que puede llegar a inquietar pero que, en ningún caso, provoca rechazo entre quienes lo rodean. Si uno se lo cruzara en el metro o en el autobús, nada podría indicarnos que quien nos sonríe desde el asiento de enfrente es un adicto (¿al sexo?, ¿al juego?, ¿al trabajo? Poco importa) y que arriesgaría cualquier cosa por perpetuar su espacio y evitar que algo o alguien ajeno, se introdujera en la burbuja. Puede tener altibajos, ciertamente, momentos en que la vergüenza pueda más que la adicción, pero, al final, lo que uno es termina por salir a la superficie más o menos maquillado. No suena a ciencia ficción, ¿verdad?