A colación de las aportaciones de Lughnasad y Mister Lombreeze al meme "Diez mitos del cine que no soporto", reactivamos la sección "Desde el desvan" para recuperar "Vértigo" una entrada publicada originalmente en 2008 y en la que repasaba cinco tordos incomprensiblemente admirados por la comunidad cinéfila internacional.
Dado que el meme exige diez películas, permanecen en el debe del ladrillo cinco obras a destripar a las que no doy aquí cobertura por no romper con la idea original de la sección- recuperar entradas ya publicadas por las que siento especial predilección con un somero lavado de cara, en caso de ser necesario- y por no convertir el asunto en un Nilo desbordado a lo que la idea estaría inevitablemente destinada si tenemos en cuenta mi legendaria incontinencia verbal. Queda pues pendiente una segunda entrega de tostones sobrevalorados cuya puesta en escena emplazo para dentro de unas semanas.
El vértigo es una disfunción cerebral que impide asimilar la contradictoria información obtenida de nuestros sentidos. Parados al borde de una azotea, los pies transmiten una sensación de firmeza y seguridad que es desmentida por los datos que proporcionan nuestros ojos que solo contemplan un absoluto vacío donde debería haber tierra firme. Eso explica las nauseas, los desvanecimientos, los mareos de diversa intensidad y otras sensaciones francamente desagradables.
Dado que el meme exige diez películas, permanecen en el debe del ladrillo cinco obras a destripar a las que no doy aquí cobertura por no romper con la idea original de la sección- recuperar entradas ya publicadas por las que siento especial predilección con un somero lavado de cara, en caso de ser necesario- y por no convertir el asunto en un Nilo desbordado a lo que la idea estaría inevitablemente destinada si tenemos en cuenta mi legendaria incontinencia verbal. Queda pues pendiente una segunda entrega de tostones sobrevalorados cuya puesta en escena emplazo para dentro de unas semanas.
Vértigo (06/06/2008)
El vértigo es una disfunción cerebral que impide asimilar la contradictoria información obtenida de nuestros sentidos. Parados al borde de una azotea, los pies transmiten una sensación de firmeza y seguridad que es desmentida por los datos que proporcionan nuestros ojos que solo contemplan un absoluto vacío donde debería haber tierra firme. Eso explica las nauseas, los desvanecimientos, los mareos de diversa intensidad y otras sensaciones francamente desagradables.
Algo
similar padezco cuando observo con estupor lo que aficionados en
general y críticos en particular manifiestan acerca de determinadas
películas que gozan de un incomprensible crédito y cuyas virtudes quedan
para un servidor en entredicho cuando las recuerda o, lo que es peor,
guiado por la entusiasta acogida, se anima a descubrir el tesoro
escondido para descubrir que de lo escuchado o leído a lo presenciado,
media un abismo de imposible superación. No tendría duda a la hora de
elegir los truños más sobrevalorados de la historia del cine. Sin duda
serían éstos.
MEMORIAS DE AFRICA, DE SIDNEY POLLACK (1985):
Sí, la banda sonora es un clásico indiscutible y John Barry es un gran
compositor, a pesar de plagiarse con apasionado esmero. Pero casi tres
horas de postales africanas, con el acartonado Robert Redford en plan
Coronel Tapioca, un Klaus María Brandauer con expresión perpetua de
estreñimiento crónico y una Meryl Streep que se pasa la película
ostentando su habilidad para lograr acentos imposibles, es mucho para un
servidor. Quizás debería guardar un poco de luto por el fenecido
Pollack, pero nunca pude perdonarle este tostón aburrido, pretencioso y
soporífero que, no obstante goza de un incomprensible prestigio público.
"Yo tuve una granja en África" ¿Y?
2001: UNA ODISEA EN EL ESPACIO, DE STANLEY KUBRICK (1968): Capaz de lograr monumentos eternos al cine como "Senderos de Gloria" o "Atraco perfecto", el
megalómano Kubrick supo vivir del cuento durante toda su vida y creo
alrededor de su filmografía un halo de inveterada santidad que impedía
calificar como lo que son, horrores rancios y petulantes, artefactos
infumables como "Barry Lyndon", "Eyes wide Shut" y,
por supuesto, la insoportable e incomprensible sucesión de imágenes que
componen esta odisea en la vacuidad absoluta, que es "2001". Si Richard Strauss supiera que su magistral "Así habló Zaratrusta"
será recordado para siempre por ilustrar unas imágenes de monos
poniéndose las pilas a ritmo de hueso homicida seguro que pediría
explicaciones.
TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO, DE ALAIN CORNEAU (1991): Algún sujeto sublime y a muchos años luz de mi aborregada y grumosa mente ha escrito en Filmaffinity que esta película es "una verdadera delicia para el estado meditativo"
(¿quizás quiso decir vegetativo?). No contento con eso, anuncia que
esta tópica y típica historia entre maestro y alumno aplicado es "un regalo para los que gustan de la música serena, introspectiva, clásica, barroca".
Y, ahí, no le quito la razón, la banda sonora de la película, compuesta
por obras de Lully o Couperin es espléndida y de obligada audición,
pero....... ¿era necesario poner todas esas imágenes amaneradas y
artificiales que aburren sin remisión e impiden disfrutar de lo que
realmente tiene valor? Creo que no.
EL PIANO, DE JANE CAMPION (1993):
Además de contener uno de los gazapos más memorables de la historia del
cine, (en el que no entraré por si queda alguien en algún bosque
perdido del Amazonas que no haya visto la película, pero que incluye el
milagro de hacer leer a los analfabetos), la película de la gélida Jane
Campion pretende llenar la pantalla de pasión animal y lo que logra es
que nos subamos el cuello de la chaqueta y apañemos un sueñecito
mientras la odiosa Holly Hunter y su repelente hija, cortesía de la
oscarizada Anna Panquin le perturban la siesta al caracartón de Sam
Neill con una música a cargo de Michael Nyman que no sólo resulta
anacrónica sino, directamente, insoportable y que fue escuchada hasta en
lo pasillos del tanatorio durante el año de su estreno, lo que no ayudo
a hacerla más llevadera.
EL ÚLTIMO TANGO EN PARIS, DE BERNARDO BERTOLUCCI (1973):
Imagino que fue el calentón que se vivía en este país por aquella época
lo que llevaba a los españolitos de los setenta a dejarse medio sueldo
en viajar a Francia para ver este despropósito absoluto del
sorprendentemente admirado Bertolucci (responsable de algún otro
engendro como "El último emperador") con un Marlon Brando en
las últimas declamando frases de parvulario e intentando inútilmente
crear un mínimo de química con María Schneider, de la que poco se supo
desde entonces. Entiendo que fuera saludada en la época como una obra
maestra de turbio erotismo; con la pasta que se dejaron viajando a
París, como para reconocer que era un ladrillo de primera categoría
bañado en bromuro.