Los más veteranos ya conocen mi inquebrantable admiración por la música del maestro Haydn. Aquí y aquí, entre otras ocasiones, he hecho referencia a las múltiples hazañas del padre de la sinfonía. Y ganas no han faltado de glosarlo en más ocasiones, pero uno sabe que incluso una botella de buen vino todos los días desemboca inevitablemente en el alcoholismo.
Nunca debe uno cerrarse en banda. Hay compositores que entran a la primera y otros exigen una mayor atención, una experiencia más dilatada o un determinado estado de ánimo para ser disfrutados en su justa medida. Con la inestimable colaboración de José Luís Pérez de Arteaga y su excelente y muy amena biografía de Gustav Mahler he logrado finalmente adentrarme en el descomunal edificio musical del marido de Alma Schindler y gracias a una interpretación monumental de su cuarta sinfonía, cortesía de Otto Kemplerer y la Philarmonia Orchestra, se han disuelto los tapones de mis oídos y he caido rendido a los pies del gran Anton Bruckner.
Pero por mucho que uno viaje, al final, donde mejor se está es en casa y, cuando de música se habla, mi hogar siempre es el inacabable (solo sus sinfonías ocupan más de treinta discos compactos), ejemplar y apasionante catálogo del compositor de "La Creación", un monumental legado cultural inigualado en la historia donde todos los géneros tienen representación y donde, a cada paso, aparece una estructura novedosa, un hallazgo melódico o una armonía deslumbrante. En compañía de Haydn, no hay lugar para el tedio o la monotonía.
Mi último descubrimiento ha sido la sobrecogedora sinfonía número 49, "La Passione", compuesta con motivo de las festividades de Semana Santa y que, al parecer, causó tal conmoción el día de su estreno que, en un brevísimo lapso de tiempo, transcripciones de la misma llegaron a sitios tan alejados como Padua o estas tierras ibéricas sobre las que nos hayamos a día de hoy y por el momento. Su primer movimiento, un sorprendente adagio de belleza incomparable acompaña mis tardes y las de la heredera desde hace una semana. Que la disfruten.
Nunca debe uno cerrarse en banda. Hay compositores que entran a la primera y otros exigen una mayor atención, una experiencia más dilatada o un determinado estado de ánimo para ser disfrutados en su justa medida. Con la inestimable colaboración de José Luís Pérez de Arteaga y su excelente y muy amena biografía de Gustav Mahler he logrado finalmente adentrarme en el descomunal edificio musical del marido de Alma Schindler y gracias a una interpretación monumental de su cuarta sinfonía, cortesía de Otto Kemplerer y la Philarmonia Orchestra, se han disuelto los tapones de mis oídos y he caido rendido a los pies del gran Anton Bruckner.
Pero por mucho que uno viaje, al final, donde mejor se está es en casa y, cuando de música se habla, mi hogar siempre es el inacabable (solo sus sinfonías ocupan más de treinta discos compactos), ejemplar y apasionante catálogo del compositor de "La Creación", un monumental legado cultural inigualado en la historia donde todos los géneros tienen representación y donde, a cada paso, aparece una estructura novedosa, un hallazgo melódico o una armonía deslumbrante. En compañía de Haydn, no hay lugar para el tedio o la monotonía.
Mi último descubrimiento ha sido la sobrecogedora sinfonía número 49, "La Passione", compuesta con motivo de las festividades de Semana Santa y que, al parecer, causó tal conmoción el día de su estreno que, en un brevísimo lapso de tiempo, transcripciones de la misma llegaron a sitios tan alejados como Padua o estas tierras ibéricas sobre las que nos hayamos a día de hoy y por el momento. Su primer movimiento, un sorprendente adagio de belleza incomparable acompaña mis tardes y las de la heredera desde hace una semana. Que la disfruten.