viernes, 25 de abril de 2008

Inseguridad asegurada


El Diccionario que desde hace siglos edita la Real Academia Española de la Lengua (institución que, por cierto, luce más joven y esplendorosa que nunca desde que el gran Javier Marías recorre sus pasillos) define "anuncio", entre otras acepciones como "soporte visual o auditivo en que se transmite un mensaje publicitario", entendiéndose a estos efectos por publicitario, que busca "atraer a posibles compradores, espectadores o usuarios". Si estos es así, las compañías aseguradoras deberían dejar de encargarles las campañas a sus actuales empresas o departamentos porque, indudablemente, no están haciendo bien su trabajo.

Si ya el segmento económico en cuestión es bronco y desapacible, minado de enfermedades, muertes, accidentes, mutilaciones y robos que no invitan, precisamente a la charla contemplativa y amistosa con quien pretende vendernos un seguro, las espantosas campañas de publicidad que diseñan sus especialistas o asesores, convierten el terreno en un lodazal de imposible tránsito. ¿Exageraciones? No lo creo.

Empezar por mi entrañable amigo Rizo, el erizomierda más popular de este blog, es casi una obligación. Ya le dediqué sus minutos de gloria hace unos meses aquí y no voy a concederle muchos más. Pero en una entrada sobre este tema es casi imposible no emborronar un par de lineas volviendo a insistir en la repulsión primitiva que provoca este repipi redomado con más pluma que las almohadas de mi abuela y cuyo única labor es recorrer la geografía mundial tostando las orejas de quienes tienen la desgracia de coincidir y no poder escapar a tiempo de sus consejos y de sus gracias de verbena barata. Prefiero vivir en perpetua incertidumbre antes que contratar un seguro con Génesis y ver su cara de rata traicionera cada vez que me pare un policía. Yo me multaría sólo por eso.

Los linces de Direct Seguros al menos son honestos y reconocen, abiertamente, que te van a dar por donde la espalda pierde su bello nombre tan pronto tengan tu firma al final de los seis tomos de condiciones generales de sus seguros. Con su temible campaña "Ahí me han dado", la empresa supera, y era ímproba la tarea, casi todas las cotas de zafiedad existentes en este y otros sectores. La quiebra comercial de la compañía está garantizada a menos que detengan al arquero justiciero que va taladrando el recto de sus clientes con flechas de punta hueca y vacía de contenidos.

Tampoco podemos dejar de lado el simpático telefonito con ruedas de Línea Directa, todo un clásico con una mochila de años a sus espaldas que, sorprendente no han motivado la desaparición de la empresa. Lo único que puede explicar su longevidad es que, en el fondo está bien pensada la estrategia. Conducir tranquilamente por la autovía, escuchar en la radio la odiosa tonadilla que anuncia la llegada del teléfono con ruedecitas y chocar contra lo primero que se cruce en tu camino es todo uno. Entre tanto accidentado, algún sordo habrá que firme con ellos.

Por último, no faltan los que siguiendo la moda de la cercanía y el trato distendido, en precario equilibrio, por cierto, con la mala educación, intentan atraer al cliente con mensajes presuntamente amistosos que ayuden a tender un puente entre el receloso asegurable y quien pretende colocar la correspondiente póliza, sin darse cuenta del colosal muro que terminan edificando entre ambos. Así, mientras te lavas los dientes por la mañana, una vez chillona y sin duda aquejada de golondrinos bronquiales interrumpe tu meditación y te comunica que si contratas ahora con Pelayo tu póliza de ............ (a rellenar por el consumidor) te la puedes llevar el primer año............ ¿"baidefeis"? Sin entrar en el genocidio ortográfico, me gustaría saber quien ha engañado a los señores publicistas y les ha convencido de que este modo de tratar a los clientes es "cool", "mola mazo" o es "enrollado".

Entran ganas de huir a una isla desierta donde no exista riesgo alguno de sufrir algo que sea susceptible de asegurar, no vaya a ser que nos entre el miedo y decidamos dar a estas compañías una segunda oportunidad. Aunque viendo como las pasan los protagonistas de la serie "Perdidos", ni siquiera allí estaríamos a salvo de esta panda de descerebrados.

miércoles, 23 de abril de 2008

Un tipo con encanto


Siempre le odié. Las chicas que me gustaban, mi madre, incluso mi abuela, que apenas podía moverse, sacaba fuerzas de flaqueza y me apartaba a manotazos para que no le tapara la televisión cuando salía en la pantalla. Yo, con sinceridad, no le veía la gracia. Me parecía un grandullón, descompensado, pelín albarcazas y con menos entendederas que un pez de yeso, pero, había que rendirse a la adversidad y aceptar lo que era un hecho consumado: Ted Danson era un tipo con encanto.

Y, a pesar de que esta animadversión no se ha diluido con el tiempo, debo reconocer, aunque me duela, que, después de verle en "Un toque de infidelidad", la encantadora comedia romántica que rodó junto a Isabella Rosellini a finales de los ochenta bajo la batuta de Joel Schumacher, las entiendo y, si me fuera ese rollo, yo también apartaría a mandobles a quien me tapara la visión mientras está en pantalla. Y es que es imposible tener mejor carácter, ser más galante y seducir con más acierto que como lo hace el eterno Sam Malone de "Cheers" en esta película.

A grandes rasgos, todo tiene su inicio en una concurrida boda, en la que coinciden Larry y Tish Kozinski (Ted Danson y una volcánica Sean Young) con el matrimonio formado por Tom y María Hardy (una encantadora Isabella Rosellini y el televisivo William Petersen, muchos años antes de aburrir al personal en "CSI"). En un despiste, Tish y Tom desaparecen de la fiesta para retornar bastante tiempo después con la palabra infidelidad escrita en la cara. Aunque Larry y María son perfectamente conscientes de lo que ha ocurrido, deciden no optar por el reproche y pactan encender las llamas de los celos de sus infieles parejas para castigarlos, simulando una relación que, inicialmente nace del dolor que genera la pérdida de confianza en sus respectivas parejas, aunque, tanto va el cántaro a la fuente que, finalmente, caen enamorados perdidamente el uno del otro, mientras se suceden bodas, bautizos y otros acontecimientos familiares que insisten en complicar las cosas.

Nueva versión de la película francesa "Primo, prima", con "Un toque de infidelidad", el irregular Joel Schumacher borda una de las comedias románticas más frescas, ágiles y redondas de los últimos tiempos. El esplendido guión, minado de sorpresas no siempre divertidas, que firman a dos manos Stephen Metcalf y Jean Charles Tachella es tratado con delicadeza y elegancia por un Schumacher que, afortunadamente controla su tendencia al plano imposible y a la pirotecnia visual para mover la cámara con un clasicismo encomiable y ciertamente, inesperado.

La galería de personajes principales es de primera fila y, en pocas ocasiones es posible encontrar tanta química entre los actores (ver la secuencia en la estación de tren entre Larry y María o la conversación entre Tom y Tish en el centro comercial donde trabaja ésta última) como en esta película. Los secundarios no quedan a la zaga y algunos de los mejores momentos son cortesía de actores como Lloyd Bridges o la encantadora Norma Leandro que destilan complicidad y carisma en los minutos que permanecen en pantalla.

La guinda de este pastel ligero y delicioso la pone el compositor Angelo Badalamenti, habitual del cine de David Lynch y que entrega una banda sonora lírica y desgarradora que se nutre del vals, el jazz o el swing y que es, sencillamente insuperable y disco de cabecera de un servidor desde hace más de quince años.

El mundo es hostil y desagradecido, preñado de injusticias y de horrores y es labor del cine, como manifestación artística, mostrar y denunciar el deplorable estado en el que se encuentra esta sociedad en la que vivimos. Pero también es una fábrica de sueños poblada por gente con encanto que encuentra el amor y la felicidad en una realidad alternativa y luminosa y, para ello, no viene mal que de vez en cuando aparezcan películas como ésta que sin pretender engañar a nadie, nos permitan abrir una ventana para que entre el aire fresco y podamos dormirnos con una sonrisa.

domingo, 13 de abril de 2008

El dedo en la llaga



En su libro "Política para Amador", Fernando Savater distingue entre quien es ecologista y quien es ecólatra. La diferencia entre ambos es la misma que existe entre quienes defienden un trato humanitario para los animales y los que prefieren ver morir un torero antes que al toro o entre los que auguran un cercano y apocalíptico futuro de devastación climática que acabará con la humanidad en un suspiro y quienes consideran que, sin menospreciar su importancia, en el tema del cambio climático hay mucho de demagogia y no poco de interés mercantil. A este último grupo pertenece el danés Bjorn Lomborg, que con su libro "En frío: La guía del ecologista escéptico para el cambio climático" ha puesto en negro sobre blanco las inconsistencias y medias verdades de esa ecología de salón que capitanea entre otros el oscarizado y popular ex- vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore.

El planteamiento del escritor danés parte de una base muy clara y es aceptar la existencia de un problema que se llama "cambio climático" y que, en gran medida ha sido causado por el hombre. Sin embargo y, aquí se encuentra la piedra angular de su razonamiento, dicho problema no tiene, ni mucho menos, la descomunal y atemorizante intensidad que pretenden hacernos creer. En consecuencia y, como se parte de afirmaciones extremas y exageradas, las medidas propuestas son igualmente extremas y exageradas, además de colosalmente onerosas y asombosamente ineficaces. Existe una atestada despensa de problemas que afectan a la humanidad (malaria, hambre, sed, SIDA.....) a los que podría darse solución con el diez por ciento de lo que supondrá la aplicación del Protocolo de Kyoto y con unos sorprendentes resultados en el corto plazo que hacen palidecer por ínfimos e ineficaces los teóricos logros "climáticos" que defienden, y perdón por el chiste fácil, los agoreros "algorerianos"

Para cimentar todo este planteamiento, en las más de doscientas veinte páginas del libro, Lomborg disecciona cada uno de los pilares del ecologismo más populista y lo enfrenta con la realidad para acreditar el modo atroz e interesado en el que el globo ha sido hinchado. Y, para ello, no utiliza oscuros libros de difícil acceso, escritos por extremistas iluminados y desconocidos sino las mismas fuentes informativas (ONU, IPCC, UNESCO, etc) que nutren los obras más conocidas sobre el tema como el oscarizado documental, "Una verdad incómoda".

El deshielo de los glaciares, la desertización del planeta, el desbordamiento de los ríos. Todos y cada uno de los tópicos del ecologismo más vacuo es volteado y puesto cabeza abajo a manos del escritor danés, en un trabajo lleno de lógica y sentido común, exhaustivamente documentado y, febrilmente apasionado.

En mi opinión, no cabe duda alguna de que, de las miles de balas lanzadas por Lomborg en su libro, un considerable número de ellas han dado en el blanco o han errado por poco. Así, el afamado Al Gore, paladín de la ecología de salón y flamante Premio Nobel, se escabuyó en el último minuto de un debate televisivo al enterarse de que el autor de "En frío" estaría presente en el mismo. Las detalladas y minuciosas réplicas que Lomborg colgó en su página web en contestación a las críticas lanzadas contra él desde revistas tan prestigiosas como Scientific American (que dedicó 11 páginas a demonizar la obra del danés) , o Nature (que vilipendió a la editorial por haber publicado el libro), han tenido que ser eliminadas a petición de dichas publicaciones por una dudosa cuestión de derechos de autor. Los pacíficos y comprometidos ecologistas, a falta de argumentos más sólidos, reciben las conferencias y coloquios del autor de "En frío" estampándole tartas de crema en la cara en un pataleo soberbio y enfurruñado, propio de una guardería infantil.

Por alguna razón, me viene a la mente, en este tema, las palabras de Jonathan Swift que John Kennedy Toole cita al principio de su libro "La conjura de los necios", en virtud de las cuales, "cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él".

lunes, 7 de abril de 2008

Doce meses

Hace hoy un año, inició su trayectoria este pequeño rincón construido en auténtico y genuino "ladrillo visto". Lo que, entonces, empezó como un tímido experimento de corta proyección y limitadas posibilidades de supervivencia se ha convertido hoy, doce meses después, en un sano y robusto muchachote con sesenta y nueve entradas escritas, que son sesenta y ocho más de las que imaginé sería capaz de llevar a cabo, cerca de nueve mil visitas y un variado, interesante y creciente número de participantes y comentaristas que lo dotan de toda la enjundia e interés que precisan este tipo de lugares.

Siempre me gustó escribir. En algún lugar de casa deben estar sepultados por varios centímetros de tiempo los numerosos folios que recogen un buen manojo de proyectos iniciados y abandonados al poco en un indiscutible triunfo de la falta de constancia que siempre ha caracterizado mi escritura errática y poco disciplinada. Sin embargo, desde aquella primera y, hoy leída, presuntuosa y un tanto hueca, entrada, he conocido un inmenso y desconocido placer en dotar de una extraña pero incuestionable continuidad de la que no disfrutaron mis anteriores proyectos, a la larga (a veces demasiado) cadena de pensamientos, reflexiones, noticias, comentarios y apuntes de todo tipo que han poblado las páginas de este personal cuaderno de notas.

Y digo extraña continuidad porque a pesar de ser el intento más logrado de escribir con cierta cohesión y perseverancia que he llevado a cabo, de lo único que puedo presumir es de haber intentando que la diversidad de contenidos y tonos sea la norma general. En estos meses han pasado por estas páginas grandes mitos de la música como Roy Orbison o Haydn y personajes públicos de diverso calado e importancia como Al Gore o Miguel Sebastián. Con mayor o menor tino se han planteado y debatido temas candentes como la pena de muerte, la libertad de expresión o la educación de los hijos. Se han redactado listas de todo pelaje (libros, discos, películas) y hemos fantaseado con la resurrección de Mozart y la definitiva y mortal desaparición de Rizo, el erizo. Todo ha estado permitido y jamás ha habido censura alguna en estas páginas. Y así seguirá siendo.

Porque tengo la intención de continuar con esto. Y es mi deseo que dentro de un año pueda, nuevamente, hacer un imposible resumen de otros doce meses y que, de nuevo, me sienta feliz y satisfecho con el trabajo realizado. En este segundo periodo, además tendré un censor de lujo, una hermosa princesa, de nombre Patricia, que aparecerá en mi vida y en la de mi mujer a finales de julio aunque ya está entre nosotros y en cuyo honor y futuro interés corregiré lo que no ha funcionado con la intención de que dentro de un tiempo pueda leerlo y se sienta orgullosa. Os ruego que me acompañéis en esta nueva etapa. Gracias anticipadas a todos.