La crisis económica y la virulenta corrupción política ha polarizado el país de forma indiscutible. No hay espacio para el diálogo y el que no está conmigo está contra mí. Cada decisión, cada palabra que uno suelta es diseccionado por "los otros" hasta dejarla en el tuétano con el único afán de ridiculizar al contrario, ganar un titular o poner los andamios necesarios para culminar el debate con un "ya te lo decía yo" que solo sirve para enconar aún más los ánimos hasta la próxima ocasión que, desgraciadamente se presenta casi sin que haya dado tiempo a limpiar los destrozos de la bronca previa. Las cosas están así. Nos gustará más o menos, pero diariamente tenemos ocasión de comprobar que no exagero un ápice.
Por lo que a mi respecta, intento encontrar siempre algo de sentido en lo que dicen los demás por muy alucinógeno que me parezca y sin que importen las hectáreas ideológicos que pueda haber entre un servidor y las personas con las que se relaciona pero hay veces... Hay veces en las que las ruedas de molino se me atascan en la campanilla y me veo obligado a deshacerme del barniz aristotélico y proclamar que no. Que no, que por ahí no paso.
Escucho hoy a una representante de la CUP espetarle con una mueca de desprecio indescriptible al Director General de los Mossos d'Esquadra si se considera capacitado para ejercer su cargo y si le parece de recibo la brutalidad con la que la policía ha actuado contra los Okupas que llevan varios días convirtiendo las noches del Barrio de Gracia de Barcelona en un desfile de destrozos, incendios y disturbios variados. Al parecer, han desalojado a un grupo numeroso de esta tribu de una sucursal bancaria en la que llevaban viviendo desde 2011 y no parecen habérselo tomado muy bien. Demasiado templado y demasiado bien le ha respondido el aludido para lo que sin duda le pedía el cuerpo.
Tiene bemoles que una muchacha que ampara el que la gente se meta en propiedades ajenas, robe los suministros a los vecinos y convierta en estercoleros todo lo que toca, le pida explicaciones a un tipo que dirige a unos hombres y mujeres que se ven obligados a sacar de las calles a una manada que los triplica, al menos, en número y, que sin la menor duda, los pulverizarían a garrotazos al menor tropiezo. No he estado allí y por eso me baso en la información que facilitan los medios de comunicación, pero me cuesta ver a los Mossos incendiando contenedores y motos, qué quieren que les diga. Yo solo he visto a energúmenos asediando periodistas y colocando la cara a un centímetro de los cascos de los agentes mientra le mentan la madre en el mejor de los casos. Las tiendas que han destrozado, no las han destrozados los Mossos sino los afables vecinos que miran por encima del hombro a los que nos dejamos los cuernos para pagar una hipoteca mientras piensan lo imbéciles que somos por ir a trabajar cada mañana cuando uno puede meterse bajo un techo como Corcuera, con una buena patada en la puerta.
No sé, igual soy un sucio fascista vendido al sistema que pasa su vida engañado por lo medios de comunicación. Pues igual... no te digo que no. Pero yo, al menos, cuando defiendo mis derechos no lo hago con antorchas ni repartiendo leña. Yo, mis derechos los defiendo donde toca, dentro del sistema, dentro de ese sucio y fangoso sistema que permite a estos tipos defender un derecho que no tienen y, que da a quienes los apoyan la oportunidad de presentarlos como victimas, en un rocambolesco giro ético que cuesta digerir. Pues mira, no. Por ahí, amigo mío, no paso.