Vaya por delante que no tengo hijos, de modo, que es muy posible que esa falta de experiencia me haga incurrir en errores injustificables y convencimientos viciados, pero, no puedo explicarme la noticia de la que se ha venido hablando esta semana sobre los padres de una adolescente asturiana que han solicitado al Principado que se haga cargo de su tutela. Al parecer la niña, con trece primaveras a sus espaldas, es un punto filipino que desaparece de casa cuando la entran ganas, roba sin medida todo cuanto se le pone por delante, reparte guantadas a familiares y amigos y atesora ya unas cuantas denuncias por amenazas, agresión y robo. Esta misma mañana, la he visto en la televisión, escupiendo y llamando "hijo de puta" al periodista que la tomaba una foto con una agresividad devastadora. Vamos, una mala bestia como pocas.
Sus padres, desesperados, y tras un último año en el que, al parecer, la muchacha ha perdido el norte definitivamente, han optado por solicitar que la pieza sea internada durante seis meses en un centro educativo de los Servicios Sociales para intentar enderezar su rumbo en la vida. Viendo el percal, el ayuntamiento ha dado la callada por respuesta y, durante un mes, se ha dedicado a marear la perdiz y a extraviar el expediente por los laberintos administrativos confiando en aburrir a los solicitantes.¡Craso error! En una pirueta inesperada, los padres han acudido a los medios de comunicación y, ahora, hasta la alcadesa media en el conflicto.
Sin ser ningún especialista en la materia, dudo mucho que esta cría fuera un modelo de virtudes hasta una mañana en la que, inesperadamente, endosara dos bofetadas a su madre a modo de buenos días. Una niña que con trece años roba a sus compañeros de colegio o se marcha de casa cuando se le pone en las narices, con dos abriles ha debido de arrancar los juguetes de las manos de sus amigas a mordiscos y con cinco ha debido manifestar su fobia a las verduras estampando el plato de la comida contra la pared. Seguro que con siete arrasaba todo a su paso si sus padres la decían que no podía levantarse de la mesa hasta que terminara de comer y, con diez, directamente, abofetea a sus padres por que no la deja vivir su vida. Algo así se ve venir y lo que debe ser imposible a estas alturas es enderezar trece años de mala gestión.
Y es que, aunque esta niña sea agresiva, rebelde y puñetera hasta extremos inauditos, no me es posible imaginar que dos adultos y un entorno familiar que presumo normal no hayan sido capaces de reconducir siquiera hasta la urbanidad más básica a una niña de dos, de cinco o de siete años. Esos padres, bien por dejadez, por pereza o, quién sabe, quizás pensando que estaban haciendo lo correcto, han debido consentir actitudes y comportamientos que no deberían haber pasado de una línea muy marcada que es la del respeto. Los niños son depredadores de la debilidad y, en cuanto la detectan, nada les detiene. Siempre saben quiénes se doblan a sus deseos y quiénes no. Si no se pone coto a eso, si un hijo averigua que, de un modo u otro, siempre se sale con la suya, esos padres están acabados.
Después de varios años de dejarse devorar por su hija, ahora, le quieren pasar la patata caliente a otro y como si se tratara de un maquina averiada, buscan a alguien que se la repare, que le cambie las piezas que están mal y se la devuelvan con un lazo. Para eso, piden que encierren a su hija durante seis meses en un reformatorio, como si seis meses en manos expertas fueran a borrar trece años de un plumazo. Y, además, por si fuera poco movilizan a los medios de comunicación para, de esta manera, presionar al Principado sin darse cuenta de que, con todo este circo, lo más probable es que los problemas de esta niña no hagan sino arraigarse al ser presentada como la mala de esta película.
Si consiguen que un centro de asistencia social se quede con la niña, no estaría de más que, mientras, a sus padres también les dieran unos cuantos cursillos. Por si sale recuperada.