lunes, 28 de marzo de 2011

En procedimiento concursal


El fin de semana tiene muchos alicientes: descansar del ritmo de conga que domina la semana, disfrutar del tiempo en compañía de la bella señora Winot y la heredera, leer, escuchar buena música, reconectar con los amigos, dormitar con las películas de la tarde y, por supuesto, acudir a mi cita dominical con el gran Crowley y su concurso cinematográfico del fin de semana.

Se pueden contar con los dedos de una mano las veces que servidor ha logrado esclarecer el enigma que, cada semana, nos plantea el hombre que, teniendo boca no puede gritar. Pero es todo un placer acudir cada domingo a sus dominios para enfrentarse a ese fotograma perdido que ilustra la entrada y devanarse los sesos intentado averiguar de qué recóndita película ha sido extraído y presentado en sociedad para su estudio, clasificación y embalsamamiento definitivo.

Ese mismo placer del que hablaba antes es el que espero que encontréis en el ladrillo ya que, siguiendo la estela marcada por Crowley, en breve dará aquí inicio un concurso de similares características en las que el fotograma misterioso dará paso a la melodía enigmática; concretamente a unos pocos segundos, los treinta o cuarenta primeros del tema principal de una película que habrá que averiguar.

La estructura será similar a la marcada por Crowley y otros bloggeros como Scotty o Lughnasad que también dinamizan la red con sus adictivas pruebas cinematográficas: una vez publicada la entrada se abrirá un periodo de tiempo para que intentéis averiguar a qué película corresponde la melodía seleccionada y si deseáis participar, identificarla con vuestros comentarios que, excepcionalmente, estarán sometidos a aprobación. Únicamente se publicarán aquellos que no hayan acertado, por un lado por si se animan a probar otra vez y, por otra por mantener la intriga. En un par de días según andemos de tiempo, se resolverá el acertijo y se publicarán los comentarios que falten.

El primero en dar con la respuesta correcta obtendrá cinco puntos, el segundo, tres y el tercero, dos, quedando con un punto los demás acertantes. Tendrá bola extra el que quede primero durante tres entregas consecutivas del concurso ya que añadirá otros cinco puntitos adicionales a su marcador . Al final del año, los tres primeros obtendrán alguna bagatela por determinar para estimular el espíritu competitivo de los participantes.

De modo que mientras yo me decido por el nombre a otorgar al concurso (se admiten sugerencias), carguen las pilas, estudien y escuchen muchas bandas sonoras porque no pienso ponérselo fácil. Ahí va ese guante, señores. Espero que lo disfruten,

miércoles, 23 de marzo de 2011

Zenkiu


Lo triste no es que según un informe publicado ayer, los ciudadanos españoles estemos en en pelotón de los torpes dentro de la Unión Europea en lo que se refiere a conocimientos de inglés: lo estamos ya en tantos aspectos que uno más o menos importa poco. Además, no es muy difícil llegar a esa misma conclusión simplemente contemplando el horizonte.

Uno visita cualquier país europeo de habla no inglesa y en cualquier colmado del barrio más recóndito al que nuestros pies nos lleven es posible la comunicación a través del inglés. Si uno hace lo propio en su homólogo hispano, las posibilidades de pedir una barra de pan y salir con un bote de judias aumentan exponencialmente. Y la cosa no cambia si nos ubicamos en una zona más turística.

En mis paseos por el centro de Madrid, he asistido a situaciones dantescas en las que sonrosados extranjeros parapetados tras sus mapas se las veían y se las deseaban para pedir una botella de agua, preguntar por una dirección o localizar el autobús más cercano en pleno centro neurálgico del turismo madrileño. El estupor, la sorpresa y el mutis por el foro, sin olvidar el desdén y la mala educación han sido la habitual moneda de cambio ofrecida por el aborigen madrileño en estos trueques internacionales de conocimientos.

Sí, todo esto es, sin duda, muy triste, una lamentable laguna cultural y una grieta peligrosa de nuestro sistema educativo. Pero con todo y con eso, insisto en que no es lo más penoso. No, lo más penoso es que parecemos encantados de pilotar el coche escoba y por lo visto ayer en los experimentos realizados por los medios de comunicación para comprobar la veracidad del informe, candidatos a conducir el tren de la incultura con la mejor de las sonrisas no van a faltar.

Adolescentes de bigote incipiente, universitarias con el uniforme de progre completo, ejecutivos de engominada melena, taxistas de pelo en pecho, camareros de patillas jurásicas. Ni uno solo, insisto, ni uno solo tuvo la decencia de llorar ante las cámaras a la hora de reconocer que solo las visitas a El Corte Inglés lo acercaban a la lengua de Oscar Wilde y que semejante carencia en pleno siglo veintiuno debería estar penada con meses de cárcel. En lugar de esta razonable actitud, todos los entrevistados reconocían su estupidez con carcajadas, codazos cómplices al compañero o guiños de taberna patibularia.

Ser un patán parece ser a día de hoy un fin en lugar de una consecuencia. Cuando mayor incultura uno reconozca, mayor peso social adquiere y parece contar con respaldo confeso el no tener ni puñetera idea de nada. Una persona aparece en televisión reconociendo que no sabe una palabra en inglés o que ignora donde está la península ibérica y, automáticamente, quienes la rodean se ven invadidos por un jolgorio que, francamente, no acabo de comprender. A este paso, la incultura va a ser una vara de medir con tan enorme peso específico que lo suyo ya no será preguntar a la gente si han leído tal o cual libro sino, más precisamente, si saben leer. Con esta tendencia, al final, ni Shakespeare ni Cervantes ni nada de nada.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Cuchillos atómicos


En casa hemos decidido dejar de utilizar cuchillos. Reconocemos su utilidad y la facilidad con la que ciertas tareas que serían desquiciantes se convierten en sencillas gracias a su intervención. Provoca cierto vértigo pensar en cómo vamos ahora a pelar la fruta, cortar los filetes o rebanar el pan, pero, la decisión está tomada y no hay marcha atrás en este proceso.

Quiero dejar claro que siempre hemos sido conscientes del peligro que supone su uso. A pesar de su incuestionable utilidad y del impagable servicio que sus filosas hojas nos han proporcionado a lo largo de nuestra vida, no hay duda de que de no mediar una máxima concentración y unas estrictas medidas de seguridad, es muy posible que el filo amigo termine traspasando la blanda carne de quien lo empuña.

Cada incidente, cada error de cálculo, nos ha llevado a analizar con el mayor detalle las circunstancias que han rodeado cada caso concreto y fijar los parámetros para que no vuelva a suceder, perfeccionado simultaneamente los protocolos de actuación. Así, hemos pasado de utilizarlos con las manos desnudas a implantar el uso obligatorio de guantes de malla metálica . La placa que recubre el cajón donde se guardan normalmente tiene ahora un cierre de seguridad adicional y desde hace unos meses, fundas de plástico reforzado recubren sus hojas, evitando así los cortes accidentales que la limpieza de sus mangos puede provocar.

Pero hace unos días, el pasado 11 de marzo, para ser exactos, los acontecimientos han demostrado la ineficiencia de estas medidas y todos los planes de acción se han convertido en comida para perros: la mesa donde cortaba el bizcocho para el desayuno, una mesa de roble macizo que lleva en mi familia varias generaciones cedió por alguna extraña razón, partiéndose en dos y provocando, además de un profundo corte sanguinolento, un cataclismo de proporciones faraónicas en el que todo cuanto había sobre la mesa quedo reducido a escombros.

Sé que es muy posible que nada de esto vuelva a ocurrir o que, probablemente, la mesa hubiera quebrado en cualquier otro momento y por cualquier otra circunstancia. Pero el golpe ha sido duro, devastador; tardaremos mucho tiempo en recomponer el cenagal que el incidente ha provocado, pero es preciso encontrar algo o alguien a quien culpar, un argumento para no admitir que todo lo que esta sujeto es susceptible de derrumbarse y que, por definición, vivimos en precario, a expensas de una espantosa casualidad que nos mande a todos a la tumba. Sayonara.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Punto y final: Mark Twain


Durante los últimos cuatro años, el volumen de mi equipaje cultural ha crecido considerablemente y a una velocidad que supera con creces mi media vital. Internet es el Amazonas por el que circula hoy en día todo aquello que enriquece la mente y sus orillas se agrandan cada minuto que pasa para permitir el transito de su imparable caudal. De no haber existido la red y de no haber podido leer vuestros comentarios o visitar vuestras páginas, pocas, por no decir nulas posibilidades hubiera tenido yo de descubrir la maestría incomparable de Benedetti, el cinismo corrosivo de Warren Ellis o los tesoros que "Don Carlo" guarda en su partitura, por no mencionar las virtudes del cine coreano, o el sabor incomparable de la secallona.

Y de no haberlos yo conocido, difícilmente podría haber transmitido mi entusiasmo a terceros que, en ocasiones, han coincido conmigo y han prolongado la polinización. Internet, en definitiva y por mucho que se empeñe la ministra Sinde es lo mejor que le ha podido pasar a la cultura y pretender controlar este flujo monstruoso es un despropósito innecesario, caro e involucionista, además de una tarea que haría palidecer la mismo Sísifo.

Mi ultimo hallazgo en este proceso de equipamiento intelectual es cortesía de mi querido Beethoven, blogero en ciernes, erudito musical e historiador contumaz que con su privilegiado olfato literario me ha descubierto un diamante que responde al nombre de Mark Twain y del que, confieso avergonzado, solo sabía a través de las adaptaciones al cine de sus novelas sobre Tom Sawyer y por su famoso telegrama al periódico que anunció erróneamente su fallecimiento y en el que exponía que las noticias sobre su muerte habían sido muy exageradas.

Tras la lectura de sus "Escritos irreverentes" que tan fervorosamente me fue recomendado, no puedo por menos que declararme "twaingano" hasta el tuétano y jurar sobre mi ejemplar de esta obra deslumbrante, cínica, mordaz y terriblemente divertida que desmembra cada uno de los pilares del catolicismo, que no me convertiré en comida para perros sin haber dado buena cuenta de todas y cada una de las obras que salieron de su increible talento. No dejen de llevar el libro a cualquier curso prematrimonial o charla religiosa si su idea es salpimentar la velada con pasajes como el que aquí se incluye.


"Un hombre se volvió religioso y preguntó a un sacerdote qué podía hacer para volverse digno de su nuevo estado. El sacerdote dijo: “Imita a Nuestro Padre que está en el Cielo,aprende a ser como Él”. El hombre estudió la Biblia con atención, diligente, concienzudamente, y luego de haber rogado al Cielo que lo guiara, inicio sus imitaciones.

Hizo caer por las escaleras a su mujer, que se rompió la columna, dejándola paralítica por el resto de sus días; entregó a su hermano en manos de un estafador, que le robó cuanto poseía y lo dejó en el asilo; inoculó parásitos intestinales a uno de sus hijos, la enfermedad del sueño a otro, y gonorrea al tercero; hizo que su hija se contagiara escarlatina y llegara así a la adolescencia sorda, ciega y muda para siempre; y, después de ayudar a un canalla a que sedujera a la menor, le cerró la puertas de su casa y la hija murió maldiciéndolo en un prostíbulo.

Luego se presentó ante el sacerdote, que le dijo que esa no era la forma de imitar al Padre Celestial. El converso preguntó en qué había fallado, pero el sacerdote cambió de tema y le preguntó cómo estaba el tiempo en su pueblo."


Mark Twain- Cartas de Satán desde la Tierra.
Los escritos irreverentes (1870- 1909)