Uno de los muchos descubrimientos literarios del recién fulminado 2014 fue el francés Emmanuel Carrère. Tras la lectura de "El adversario" y "De vidas ajenas", obras de cuya grandeza les hablé hace poco en el ladrillo (concretamente aquí), este nuevo ejercicio lector da el banderazo de salida con la que fue una de sus primeras novela y que lleva por título, "El bigote", la historia de un ejecutivo que tras años de lucir un frondoso bigote, decide afeitárselo solo para comprobar que nadie, su esposa, incluida, parece darse cuenta de tan destacable cambio.
¿Gracioso, verdad? Indudablemente, nos encontramos ante una novela de humor, una gansada absurda cuyo objeto es dilucidar las razones que explican tan descabellado punto de arranque, ¿no es cierto? Pues si piensan así, les aviso que van tan descaminados como el que suscribe, porque con "El bigote", Carrère se marca una novela que hubiera firmado Kafka sin dudar ni por un instante que pudiera desentonar en lo que a atmósfera se refiere junto a "El proceso" o "La metamorfósis". Y ya saben que las novelas del escritor checo no se caracterizan, precisamente, por ser un surtidor de carcajadas.
Con "El bigote" Carrère apuntala dos ideas que ya tenía formadas con las dos obras anteriores que han pasado por mis manos: a saber, que es uno de los mejores narradores que hay hoy en día en la literatura universal y que pocos hay tan capaces de escarbar en la mente del ser humano para sacar a la luz lo que anida a mayor profundidad.
La manera en la que la novela evoluciona desde su chistosa premisa inicial hasta su escalofriante conclusión es una clase magistral de técnicas narrativa que oscila entre ambos extremos, oscureciendo la broma que actúa como espoleta hasta convertirla en un lienzo de humor negrísimo (atención al momento en el que el protagonista se hace pasar por ciego para que un transeúnte le confirme si tiene o no el bigote en su sitio. Hilarante y terrible a la vez), para sobrepasarlo holgadamente en el tramo final y convertir la peripecia del protagonista en un pesadilla de tintes apocalípticos. Y todo ello, con un ritmo y una cadencia maestra, inconcebible e implacable en su densidad que se adapta con elegancia y suntuosidad a la imparable trayectoria de los acontecimientos.
Al igual que ocurriera en sus otras dos obras, en "El bigote", tan importante como lo que pasa son las razones que explican y justifican los hechos. En todo momento asistimos a los resortes y mecanismos mentales que ponen en marcha la trama y su desarrollo y es complicado, resulta difícil negar la obvia lógica que motiva al protagonista a tomar las decisiones que toma y a no compartir su creciente angustia ante una situación que parece indicar una inverosímil conspiración mundial contra su persona.
No es "El bigote" una obra fácil de asimilar (sí de leer. Una gozada. Sus apenas ciento setenta páginas se devoran en un par de sentadas). Sus posos permanecen en la memoria mucho después de guardarlo en la librería junto a sus hermanos y ya les adelanto que son unos restos amargos, de los que uno aparta agitando la cabeza y cerrando los ojos, obligando a la mente a olvidar que de un hilo tan sutil y suave puede surgir un ovillo tan denso y oscuro como aquellos que le gustaba destejer a acierto escritor checo que, sin la menor duda, ocupa un puesto de honor en la biblioteca de Emmanuel Carrère.