miércoles, 23 de mayo de 2018

Un poco de casta

Buenas noches a todos menos a los incoherentes. A esos, a los que te critican cuando ante las mismas circunstancias, uno entrega los mismos argumentos a favor o en contra y, atrapados en su error, son incapaces de recular, ajustándose aún más el nudo de la soga, a esos, a esos, ni agua.

Esta noche vengo a hablarles brevemente, del famoso proyecto familiar sobre 2.600 metros cuadrados de parcela de los destacados líderes de Podemos, Pablo Iglesias e Irene Montero. No voy a gastar ni un segundo en detallárselo porque me juego una hipoteca a treinta años de la Caja de Ingenieros a que todos ustedes conocen al dedillo la polémica generada en los últimos días por la pareja en sus primeros pinitos inmobiliarios.

Me niego a entrar a analizar si el precio pagado es elevado o no. Tampoco creo que lleguemos a algún lado intentando dilucidar si una vivienda de tan faraónicas proporciones es la única posibilidad para que un proyecto familiar de cuatro personas pueda salir adelante con normalidad y, llegados a este punto, es baladí, emboscarse a determinar si ha habido o no un trato preferente por parte de la entidad que les ha concedido la hipoteca aunque quizás sea lo más relevante y a lo que menos se está atendiendo por parte de la opinión pública. Entiendo que cada uno hace con su dinero lo que le parece y siempre he pensado que toda persona tiene derecho a tener su esfera privada por muy expuesto que esté durante la mayor parte de su vida al ojo ajeno. No, el problema no es ese. El problema de todo esto, reside en otra localización mucho más cercana: el famoso pero muy ignorado por los políticos Valle de la Coherencia.

Si has nacido en medio de una de las crisis económicas más agresivas de los últimos cien años y has señalado con mucho criterio al ladrillo y a su exorbitado precio como la espoleta de todos los males posteriores, si has gastado media vida política en criticar a los poderosos que se alejan de la gente y se aislan en sus torres de marfil y que no pueden dirigir un estado sin compartir sobaquina matutina en el suburbano, debes entender que, por simple coherencia, lo que es un defecto en unos lo es también en ti mismo. Puedes estar equivocado, pero si estos son tus principios, tu deber, como persona y, especialmente, como representante de una importante colectividad, es ahuyentar las disonancias y mantener el ritmo que tu mismo has marcado ad nauseam. Y si no lo haces, que estas en tu derecho como humano falible que eres, lo mínimo es reconocerlo o, por lo menos, no hacer el ridículo y admitir que hoy, el emperador va desnudo.

Y en lugar de eso, en lugar de aceptar la incoherencia y fundirse a negro, Pablo e Irene, involucionan, hacen un Cifuentes, cierran los ojos a la evidencia, contratacan en medio del cenagal y, por si fuera poco, en una perversión democrática inverosímil, pasan la patata caliente a sus afiliados que, sin culpa ni participación alguna en la representación, se ven obligados a legitimar colectivamente una decisión personal si no quieren dejar el barco sin mascarón de proa y rumbo a los arrecifes.

La jugada es maestra (O todos o ninguno. A Yoko Ono, no cabe opción, la lapidarían, pero a John, la verdad, lo dudo mucho. El chalet, en ningún caso, por supuesto) y no puede salir mal, pero dudo mucho que Podemos pueda recuperarse de este terremoto con epicentro en Galapagar. Sinceramente, lo lamento. Creo que la diversidad política es sana aunque no se coincida ni con los puntos aparte de sus idearios, pero con este asunto, me ocurre un poco como con los desengaños de mis sobrinos adolescentes, que no por esperados, son menos tristes y te obligan a comprobar de nuevo que todo, sin excepción, se repite. La casta, como la mierda, siempre sale a flote.

miércoles, 16 de mayo de 2018

En el principio

Buenas noches a todos, menos a los que el nombre de Jason Aaron les suena entre cero y menos uno. A esos, a los que ignoran que tras ese nombre se oculta uno de los guionistas más en forma que existen actualmente en el mundo del comic y, por tanto, en el mundo de arte, a esos, como decía, a esos, ni agua.

Esta noche vengo a hablarles, brevemente, como habrán imaginado, de Jason Aaron o, más exactamente, de "Los Malditos", su última obra publicada en España y que nos llega con un retraso de poco más de un año, lo que dada la no por conocida, menos irritante lentitud con la que llegan a nuestro pais las novedades que se producen al otro lado del Atlántico me parece razonable peaje a desembolsar.

No es la primera vez que este robusto muchachote de Alabama visita el ladrillo. Hace varios años ya lo traje a colación para alabar su maestría en "Scalped" (una verdadera obra maestra narrativa y gráficamente colosal sobre las reservas indias en Estados Unidos) y tampoco perdí la oportunidad de defender su brillante y controvertido paso por la vida de mi querido Frank Castle en los 22 números que le duró el personaje. Como no hay dos sin tres y la fecunda y brillante mente de este hombre parece disponer de un motor ilimitado para crear personajes y dotarlos de entornos atractivos como lector, me he permitido volver a invitarlo a pasear su savoir faire por la escombrera.

Jason Aaron es un ateo confeso. A pesar (o tal vez por) haber nacido en una comunidad profundamente religiosa (baptista, para ser exactos) es, al mismo tiempo, un explorador consumado de la Biblia y aledaños y ha dado muestras de ello en varias de sus obras más celebradas, espcialmente en "The other side" o más claramente en "Southern Bastards". En "Los malditos", tras haber enseñado la patita espiritual en los mencionados títulos se lanza de cabeza a revisar varios mitos judeo- cristinanos desde su peculiar perspectiva, siendo el elegido para el primer arco argumental de cinco números el primer asesino que pisó la faz de la tierra después de que sus padres la liaran parda en el Edén.

Mister Guera y Mister Aaron in a good mood
El lector avispado ya se habrá dado cuenta de que es Cain el elegido para abrir la saga y para mostrarnos en qué estado se encuentra la humanidad desde que el muchacho abriera la cabeza a su hermano Abel por un quítame allá ese sacrificio. Por "inventar el asesinato" (Aaron dixit) Dios lo condenó a vagar eternamente por el mundo, marcándolo para que nadie se atreviera a acabar con su vida y tenerlo así entretenido de forma permanente. Humor divino, ya saben.

El Cain que nos muestra Aaron es un hombre que busca la muerte para poder abandonar de una vez por todas un mundo de violencia y horrores que se explica con una cita del Génesis que aparece al principio del tomo:

"Y vio Dios que la maldad de los hombres era mucha en la tierra y que todo designio del pensamiento de ellos era, de continuo, solamente el mal. Y se arrepintió Dios de haber hecho al hombre en la tierra y le pesó en el corazón"

Cain, de camino a su cita con la muerte, luciendo sus mejores galas

Retorciendo el mito para adaptarlo a la epopeya que se nos viene encima, el Cain de "Los malditos" no esta marcado para que nadie tenga el valor de cortrle el cuello, sino que su condena es la de no poder morir, por mucho que lo intente. Y, en los cinco capítulos queda claro que lo intenta (y lo intentan) sin descanso. Por supuesto, no voy a desvelar si al final logra o no su objetivo (Noé tiene mucho que decir al respecto) pero lo que sì puedo decir es que, la mencionada cita del Génesis marca todo el relato y lo que queda en el pensamiento tras llegar a la última página es una reflexión del propio Cain que, francamente, no le alegra a nadie el día:

"Éramos los dos primeros niños engendrados en este puto mundo y no podíamos soportarnos entre nosotros. No hay mejor ejemplo de lo jodidos que estamos"

El encargado de poner en imágenes esta brutal epopeya bíblica es de nuevo el serbio R.M. Guera, con quien Aaron ya colaboró en "Scalped" y que aquí da una magistral de planificación, detalle y perspectiva. El mundo que nos presenta es una cloaca enfangada en sangre donde todo, desde la cuadrilla de niños perros (inolvidables, no se los pierdan) hasta la monumental Arca de Noe es extremo, abigarrado y excesivo. Ojito a las batallas (que son muchas) y al feismo extremo con el que los lápices prodigiosos del artista afincado en Barcelona retrata los infructuosos intentos de Cain por morir y dejar de hollar el planeta con la sombra de su crimen.

Es una lectura intensa, difícil por momentos (insisto, los niños perro lo dejan a uno baldado unos días) y cuya moraleja final es poco edificante y poco hace porque miremos al prójimo sin recelo, pero está maravillosmente escrita y mejor plasmada en imágenes. Si conocen a Jason Aaron no cambiará la idea que tengan de su talento (sea la que sea). Si no, "Los malditos" puede ser una buena forma de entrar en el mundo de uno de los guionistas más brillantes del panorama internacional. Ya me irán contando.