domingo, 28 de septiembre de 2008

El novio de mi tía


En mi familia, Paul Newman siempre fue el novio de mi tía Maribel. Se le extraviaba la vista cuando hablaba de él y corría a casa cada vez que emitían una de sus películas por televisión, de lo que le informaba con un puchero de celos fingidos su marido que, incluso, le preguntaba si quería que se fuera a dar una vuelta, para que estuvieran más cómodos. Jamás llegó a conocerlo y, en realidad, de haberlo hecho, nunca nada hubiera pasado. Mi tía besaba por donde pisaba su marido y el gran Paul sólo tenía ojos para su adorada esposa, Joanne Woodward, con la que ha estado casado durante cincuenta años y hasta el mismo momento de su muerte, en uno de los matrimonios más estables de la historia del cine.

No es de extrañar que mi tía se rindieran a sus encantos. Como escribe Maruja Torres, Paul Newman era "guapo a morir". Y lo fue durante toda su vida, desde sus deslumbrantes treinta hasta sus interesantes setenta, sabiendo envejecer con dignidad y sin nunca pretender detener el tiempo. Mientras sus compañeros de generación permitían a sus cirujanos plásticos comprarse mansiones en las Bahamas, él se dedicaba a sus coches, a sus películas, a su mujer y a sus hijos, que tenían la suerte de contemplar cada día sus legendarios ojos azules, aquellos en los que, como decía su novia madrileña, "una se podría bañar toda la tarde".

Su filmografía es, tal vez, la más redonda de de entre las de sus contemporáneos. Resulta complicado encontrar una película que no esté a la altura. Muy al contrario, la mayoría son clásicos absolutos del cine, como "Marcado por el odio", "El largo y cálido verano", "Dos hombres y un destino", "El buscavidas"o "Veredicto final", entre otras. Tuvo que esperar a realizar uno de sus trabajos menos destacables en "El color del dinero" para que la Academia le otorgara el premio que llevaba años negándole, y se marchó del cine por la puerta grande, dosificando sus últimas participaciones en el cine hasta concedernos en su última interpretación un trabajo inconmensurable, apabullante y, nuevamente despojada de premios en esa pequeña obra maestra que es "Camino a la perdición", donde el novio de mi tía, con casi ochenta años y poco más de media hora en pantalla, logra deslumbrar con abrumadora energía.

Al final, al igual que le ocurrió hace muchos años a su ignorada novia española, el maldito cáncer le ha lanzado por la borda mucho antes de lo debido y, por supuesto, sin permitir que mi tía lograra su sueño de conocerlo. Quizás ahora que ambos están muertos y que comparten causa, pueda ella, finalmente, hacer esa foto con la que soñó toda su vida. Les deseo suerte a ambos de todo corazón.

jueves, 25 de septiembre de 2008

En su presencia

No creo en Dios. Si tuviera que definir de algún modo mis ideas religiosas, debería definirme como agnóstico, aunque, en realidad, es un tema que no me preocupa. Pero, si me equivoco, si realmente existe y, en algún momento tengo que presentarme ante Él para rendir cuentas, tengo la certeza de que "Beim Schlafengehen ", de Richard Strauss, sería la música idonea para acopañar ese encuentro. Strauss es, aquí y sin discusión alguna, Dios. Y Elisabeth Schwarzkopf su profeta. Música como esta no puede ser de este mundo, sólo divina.

domingo, 21 de septiembre de 2008

20.000 euros


El diario británico "Telegraph" publicó hace unos días un reportaje que recogía los veinte mejores montajes fotográficos que han aparecido en los últimos años en diversos medios de comunicación, ya sean escritos o digitales. Por cortesía del Photoshop, allí estaban recogidas, entre otras, imágenes magistralmente trucadas de unos submarinistas a punto de ser devorados por un colosal tiburón, al primo del escualo atacando un helicóptero en pleno vuelo o, quizás la que más dudas ha suscitado acerca de su carácter amañado, la que recoge al unicelular de George Bush siguiendo atentamente la lectura de un libro colocado al revés en sus manos.

Al parecer, es intención del diario hacer este reportaje con periodicidad anual. Por eso, cuando hace unos días, vi el cartel que recoge la fotografía que acompaña esta entrada en la Parroquia de Tomás Moro, en Majadahonda, intenté ponerme en contacto con ellos para que la incluyeran en la edición del año que viene. Pero, por increíble que parezca, no se trata de un montaje.

Helmut Newton y yo nunca coincidimos en clase y eso se nota en la pésima calidad de la instantánea. No obstante, creo que el mensaje se lee con facilidad. Sobre una imagen de la parroquia a medio construir, se puede leer el siguiente mensaje: "Tenemos que pagar 20.000 € mensuales del préstamo. ¡Necesitamos tu suscripción!" No me he puesto a hacer números, pero, para semejante cuota, debe tratarse de una deuda considerable.

Eso sí, hay que reconocer que, como ocurre en las películas de gran presupuesto, cada euro gastado en la obra luce con descaro: diseño vanguardista y contenido en el recinto, capillas separadas por enormes paneles acristalados e insonorizados, madera de primera calidad en todo el suelo, bocas de ventilación y/o calefacción bajo los asientos, servicios para los feligreses, etc, etc. Reparar, lo que se dice reparar en gastos, han reparado poco. Y, en realidad, eso me parece bien, por mucho que se pasen el seminal tema de la austeridad y la pobreza tan arraigado en sus principios por el mismísimo arco del triunfo. Con su dinero, cada uno hace lo que quiere. El problema es que, por lo que parece, no disponían del suficiente.

Y bien está que uno pida lo que necesita para sobrevivir a aquéllos en quienes confía o, como en este caso y mejor dicho, a aquéllos que confían espiritualmente en ellos, pero mucho me temo que no es la necesidad, en esta ocasión, lo que ha llevado a esta gente a apelar a la conciencia de sus fieles para colocar los cimientos de este delirio de grandeza. Del mismo modo que Jesús expulsó a los mercaderes del templo, no tengo dudas de que, esta gente pondría de patitas en la calle a un mendigo que en sus inmaculadas y modernas instalaciones, como decía el gran humorista Eugenio en uno de sus chistes más celebrados, pidiera a los que por allí recalan, solomillo en lugar de limosna con la excusa de ser aquél el día de su cumpleaños.

Poca diferencia veo en el carácter gratuito e insolente de ambas peticiones. Ambas me parecen excesivas, indecentes y corruptas de raíz. Y, si alguna existe, es que el indigente no tiene fe a la que apelar perversamente y, por tanto, nunca logrará lo que busca, cosa que, por lo visto si han conseguido los que vienen reuniendo esos 20.000 € mensuales, a los que, sin ser demasiado piadoso, es fácil imaginar no pocos fines mejores a los que ser destinados.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Placido Domingo para un puñetero lunes


Aunque el ego le juega a veces malas pasadas y le lleva a grabar esperpénticos discos de rancheras, a dar cuerpo al nuevo y alucinógneo himno del Real Madrid o a sentar las bases de engendros como Il Divo o The Ten Tenors con aquel infumable sacacuartos que fue el invento de los Tres Tenores, sería una tremenda injusticia no reconocer que Plácido Domingo ha sido uno de los tenores más importantes de la historia. De hecho y como recogió recientemente la encuesta encargada por BBC Music, el mejor, por mucho que mi rendida admiración por el gran Carlo Bergonzi al que ya hace unos meses rendí homenaje, aquí me lleva a no suscribir por completo el veredicto. Pero, es indudable que nos encontramos ante uno de los grandes.

Y no sólo por su voz que ya maravilló en su debut como barítono hace casi cincuenta años. Además de eso, nos encontramos con un actor de carácter, expresivo y especializado en papeles de hombres devorados por la pasión (el Canio de "Payasos" o su impecable Don José en ese torrente de emociones que es "Carmen"). Por si fuera poco, el hombre es, además, un más que solvente director de orquesta (la "Madame Butterfly" que protagonizó desde el foso del Teatro Real hace un año y de la que también di buen a cuenta en este rincón fue esplendorosa) y un verdadero todoterreno musical que nunca ha rechazado un reto, lo que le ha permitido enfrentarse a Verdi, Bizet, Puccini e, incluso a Wagner y Tchaikowsky, con lo que eso implica en cuanto a idioma, tesitura y expresividad vocal y física.

Septiembre es mes de buenos propósitos. Todos dejamos de fumar, rellenamos la ficha de algún gimnasio, enterramos los alimentos que más nos gustan (y que suelen coincidir con los menos beneficiosos para nuestro organismo) y empezamos alguna colección que, con toda seguridad dejaremos inconclusa. Este año no es una excepción y las tiendas se llenan con toneladas de cartón que encierran en un muro de plástico todo tipo de libros, piezas de construcción, vasos, muñecas y soldaditos de plomo. Entre todas,destaca la que Altaya ha dedicado a los grandes momentos operísiticos del gran Plácido. Algunos de los tesoros más grandes de la música del siglo pasado ( "Il trovatore", con Karajan a la batuta, "Carmen", junto a Elena Obraztsova, su incandescente interpretación en "Sansón y Dalila" junto a Olga Borodina) se encuentran agazapados en esos DVD que intentan hacerse un hueco en la desmesurada oferta de este incio de curso. Sería una pena dejarla escapar. Un poco de Plácido, cada lunes, ayuda a pasar la semana.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Caviar para cerdos


Lo dicen sin sonrojo, a pecho descubierto. Miran a la cámara en el plató correspondiente cada viernes o sábado noche y afirman ser periodistas. No sólo eso. Además, no les tiembla la voz a la hora de decir que el haber obtenido una foto de la Duquesa de Talycual haciendo aguas mayores en un parque u obtener las declaraciones de un individuo que dice que el famoso Pepito Pérez le ha querido petar el caca es, ni más ni menos que periodismo de investigación. Casi nada.

Cuando se me pasa la risa (o la indignación, según el día), acostumbro a ojear nuevamente "Cabeza de turco" la obra que escribió hace veinte años el, éste sí, periodista alemán Günter Wallraff y me resulta difícil resistir la tentación de enviárselo a estos menesterosos miserables para que comprendan finalmente qué es aquello a lo que se refieren tan habitualmente y con tan poca puntería.
Porque el amigo Wallraff, intentando poner de manifiesto la explotación a la que eran sometidos los inmigrantes turcos en la próspera y envidiada Alemania de los ochenta y, al mismo tiempo, denunciando los inconcebibles abusos a los que las grandes empresas multinacionales sometían a sus empleados menos beligerantes, asumió durante dos años la falsa personalidad de Alí, un inmigrante turco dispuesto a realizar cualquier tipo de trabajo y en cualquier clase de condiciones.

Ya en el prólogo, el autor deja claro lo vivido en aquellos meses. "En plena República Federal he vivido situaciones que, de hecho, sólo están descritas en los libros de historia del siglo XIX". Con Wallraff camuflado tras los rasgos de Ali, asistimos a un verdadero catálogo de los horrores en los que todo queda al descubierto: el racismo, la miseria, el integrismo católico (Alí intenta, sin éxito bautizarse en una docena de iglesias sin que encuentre sacerdote que lo acepte), el abuso inconcebible de poder por parte de las empresas (el capítulo dedicado a las viviencias de Alí en la cadena de hamburgueserías, Mc Donald's es sobrecogedor) y el escaso valor de la vida de aquellos a los que llamamos iguales, pero que hacen buena aquella máxima orwelliana de que todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros.

La obra es excepcional, apasionante, valiente y causó una tormenta periodística en Alemania de las que no se recuerdan. A un lado, los que vieron lo que estaba ante sus ojos y no lograban distinguir. En el otro, los que vieron sus bolsas de basura abiertas de par en par e intentaron cerrarlas para evitar que el mal causado siguiera expandiéndose. Y en el medio, un Wallraff enfermo, agotado y, sobre todo, humillado y asqueado por aquello que no parecía existir. "Aun no he llegado a saber cómo asimila un extranjero las humillaciones cotidianas, los actos de hostilidad y de odio, pero sí sé ya lo que tiene que soportar y hasta que extremos puede llegar en este país el desprecio humano."

Descatalogado desde hace años, hace poco he vuelto a verlo en la colección de Compactos de Anagrama. Si no fuera porque dudo que sepan leer y, en caso de saber, no creo que lo entiendan, se lo enviaba a todos los patiños y mariñas de la televisión para que moderen su vocabulario, amplíen sus conocimientos y aprendan de una vez por todas que para hacer periodismo de investigación, lo primero es ser periodista y no mamporrero de tercera regional.