lunes, 25 de mayo de 2009

El sistema Isofix y la madre que lo parió


Cuando te falta poco tiempo para ser padre, recibes consejos de toda índole. Algunos son lanzados con cierto carácter revanchista, como si los que te los dieran, en realidad disfrutaran al informarte de los infortunios que la paternidad acarrea, obviando a sabiendas todo aquello positivo o ilusionante. Otros, por su parte, y, sin duda con la mejor de las voluntades, pretenden no crear en los futuros padres, idea alguna de continuidad cotidiana, pero requiebran su honorable naturaleza y se convierten en una suerte de profecías malignas que pintan el futuro de negro azabache.

En general, lo recomendable es mantener una cómoda distancia respecto al contenido de los consejos, quedarse con la esencia (la paternidad lo cambia todo) y mantenerse impermeable al resto, con lo que una muy querida y embrujada amiga llama "cara de paisaje". De lo que nadie nunca te avisa, lo que permanece oculto bien sea por pudor o por vergüenza en la trastienda olvidada de los consejos es el severo y contundente golpe a la autoestima que supone ser padre.

Uno, que sin tenerse ni mucho menos por una mente privilegiada, camina con cierta seguridad intelectual por el mundo, nunca hubiera supuesto que la horma de su zapato se la fuera a proporcionar algo tan inofensivo, en apariencia, como una silla de paseo, una cuna de viaje o un esterilizador de biberones. Tengo el convencimiento de que algo tenebroso y oscuro se maquina en las empresas que fabrican estos elementos.

Tal vez, espolvorean el germen de la dislexia sobre las instrucciones de montaje que acompañan sus productos y por eso, resultan un laberinto lingüístico en el que las palabras se mezclan o pierden su significado por el camino. Lo ignoro, pero lo cierto es que , tras varios minutos de esfuerzos con la cuna de viaje "Baby happy", compruebas horrorizado que empujas de donde hay que tirar y que levantas sin tino alguno lo que debe estar horizontal.

Puedes gastar una mañana"empujando suavemente" la silla "Chiqui Chupi" (por supuesto, homologada, autorizada por el Ministerio correspondiente y adaptada al sistema de fijación universal Isofix. Faltaría más) y morirás en el intento sin haber logrado moverla un milímetro. Es preciso deslomarse durante media hora en el reducido espacio del asiento trasero para lograr escuchar el "clac característico" que indica la correcta ubicación del elemento, aunque a esas alturas, dudes de si el "clac" lo ha hecho la silla al encajar o tu espinazo al quebrarse.

Cuando, tras horas de titánica lucha, el carrito de paseo "Running in the streets", que, por lo que comenta el fabricante se monta en "cinco pasos sencillos", yace moribundo a tus pies, sobre un amasijo de correas, con las ruedas sobre la capota y el forro para la lluvia colgando tristemente sobre el manillar, sabes que has tocado fondo. Y no solo porque gimoteas como un perro apaleado con una hebilla en la mano, cuyo origen, por cierto, desconoces por completo, sino porque eres plenamente consciente, que en pocos minutos, alguien aparecerá por la puerta y con la suficiencia que otorga la mayor inteligencia, preguntará las razones por las que no has quitado el pasador (de rojo chillón por lo general, pero invisible a tus ojos) que habría evitado sangre, sudor y lágrimas. Desgraciadamente, una pregunta sin respuesta.

martes, 19 de mayo de 2009

Punto y final: Mario Benedetti


El poeta ovetense, Antonio Gamoneda, que escribe cosas como "ha venido tu lengua; está en mi boca / como una fruta en la melancolía. / Ten piedad en mi boca: liba, lame, / amor mío, la sombra" se ha saltado las más elementales normas de protocolo y, apenas unas horas después de su fallecimiento, ha calificado al escritor uruguayo Mario Benedetti de "poeta menor". Al parecer, su lenguaje era un lenguaje "normalizado" y su obra confunde la esencia de la poesía, que no es "reflexiva o crítica", sino "otra cosa".

Pues quizás sea así. Tal vez, Gamoneda lleve razón y todos los que hemos disfrutado con el deslumbrante lenguaje del uruguayo hayamos dado palos de ciego durante estos años (pocos en mi caso, pero intensos, sin duda) sin acertar nunca con la verdadera esencia poética. Ni lo sé, ni mucho menos me importa y no pienso dedicar ni un minuto a discutir de este tema. Me faltan conocimientos, criterio y, sobre todo ganas.

Pero una cosa sí sé y es que el único libro de poesía que he leído sin mediar imperativo académico ha sido "Antología poética", de un caballero llamado Mario Benedetti. Y he disfrutado cada palabra con el fervor de un converso, admirado y entregado de pies y manos. Y también sé que desde que leí su novela "La tregua", nunca jamás he vuelto a dudar cuando alguien me ha pedido la recomendación de un libro o que cite mi obra literaria favorita. En este sentido, no tengo la certeza pero sí la seguridad de que si no fuera por que decidió escribirla en prosa, "La tregua" sería el poema más hermoso de toda la literatura hispanoamericana.

Mayor. Menor. El tamaño sólo importa a quien desea tomar medidas y cerciorarse de cuál sea su propia talla pero, en realidad poco importa cuando uno pasa por la vida tocado por el genio. Así anduvo Mario Benedetti por el mundo durante casi noventa años, sin tomar a nadie la medida y dando siempre la talla. Gracias por ello y buen viaje.


"¿Cómo compaginar
la aniquiladora
idea de la muerte
con este incontenible
afán de vida?

¿Cómo acoplar el horror
ante la nada que vendrá
con la invasora alegría
del amor provisional
y verdadero?

¿Cómo desactivar la lápida
con el sembradío?
¿La guadaña con el clavel?

¿Sera que el hombre es eso?
¿Esa batalla?

Esa batalla
"Cotidianas", 1978-1979
Mario Benedetti (1920- 2009)

domingo, 17 de mayo de 2009

Entregados


El periodista alemán, Hellmuth Karasek entrevistó en varias ocasiones durante sus últimos años de vida al genial cineasta Billy Wilder. El resultado de aquellas conversaciones debidamente condensadas y pulidas por Karasek dieron como resultado una suerte de biografía anárquica irresistible que fue publicada bajo el nombre de "Nadie es perfecto" y que sigue siendo, a día de hoy, uno de los libros más brillantes, divertidos y didácticos que se han escrito sobre el mundo del cine.

Para Wilder, que no solo fue un consumado maestro de la dirección sino también un guionista deslumbrante y superdotado, el secreto del éxito consiste en "agarrar al público por el pescuezo desde el principio y no soltarlo jamás". En este sentido, "un hombre que se arregla para salir y se mete en el bolsillo el pañuelo y la cartera es mucho más aburrido que uno que abre un cajón, saca un revolver y se lo mete en el bolsillo. Un principio así es una promesa de emociones". Al genio vienés no le falta un ápice de razón.

Cuando el arranque de una película es brillante, cuando la historia atrapa desde el primer fotograma, los responsables de la obra tienen, efectivamente, al espectador en sus manos, si bien, es obvio que el resto debe de estar a la altura para que no ocurra lo mismo que cuando una buena película tiene un pésimo final como las que recopilé aquí hace unos meses bajo el nombre de "Gatillazos cinematográficos". Wilder fue un maestro en este tema y casi todas sus películas disponen de un atractivo e hipnótico comienzo, pero no fue el único; aunque no todos lograron mantener el nivel, los que le acompañan a continuación, tampoco lo hicieron nada mal. Hay muchos, pero creo que con uno para cada día de la semana, es suficiente por el momento.

EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES (BILLY WILDER, 1950): La voz de William Holden anuncia al espectador que un crimen acaba de cometerse en la mansión de una vieja estrella de cine. Cuando la policía llega a la casa, encuentra un cadaver (el propio William Holden) cosido a balazos flotando en la piscina. "Pobre idiota", continua la voz, "siempre quiso tener una piscina y parece que, al final consigió lo que quería". La idea original de Wilder era rodar esta escena en una morge en la que los muertos conversaban entre ellos comentado las circunstancias que los habían llevado a yacer allí, pero, la verdad es que visto el resultado, mejor hizo cambiando de idea. (Ver escena).

SED DE MAL (ORSON WELLES, 1958): Alguien conecta el temporizador de una bomba y la introduce en el maletero de un coche aparcado en la acera. Segundos después, una pareja con dos tequilas de más en el cuerpor, suben al automovil, ignorantes de cuanto se ha producido en su ausencia. El coche arranca y con él, el plano secuencia más asombroso de la historia del cine, cuya maestría técnica, cincuenta años después, aún no ha sido superada y al que la espléndida música compuesta por Henry Mancini para la ocasión, pone la guinda en el arranque nunca igualado de esta trama fronteriza de corrupción y crimen que constituye una de las cumbres del gran Welles. (Ver escena).

EL PADRASTRO (JOSEPH RUBEN, 1987): Antes de convertirse en John Locke y extraviarse en la isla con mayor densidad de tarados de todo el mundo en la televisiva serie"Perdidos", el actor que lo interpreta, Terry O'Quin, dio vida al inquietante Jerry Blake en este pequeña joya de los ochenta, cuyos primeros minutos presentan al personaje ensimismado en su aseo personal: toma una ducha, se corta el pelo y escoge un elegante traje mientras entona una melodía alegre y pegadiza. Observamos como sale del cuarto de baño, recoge un maletín, ordena los juguetes de una habitación infantil y como desciende las escaleras de una vivienda hasta la calle. Y, mientras eso sucede, también comprobamos que Jerry Blake está muy lejos de ser un simple oficinista felizmente casado rumbo al trabajo. (Ver escena)

MAXIMO RIESGO (RENNY HARLIN, 1993): Hace ya muchos años, existía en los cines lo que se llamaba "sesión continua". Si las circunstancias lo aconsejaban era posible gastar la tarde en el cine viendo la misma película ya que se iniciaba nuevamente una ver terminada sin necesidad de volver a pasar por taquilla. La primera vez que vi "Máximo riesgo" lo hice en una de estas sesiones y con la película ya empezada, justo en un momento en el que su protagonista, Sylvester Stallone mostraba un severo sentimiento de culpa por algo que había ocurrido en el pasado. Gracias a la bendita sesión continua, un servidor pudo asistir al espeluznante acontecimiento al que se hacía referencia y que se produce en los primeros y adrenalíticos diez primeros minutos que mi impuntualidad me había hecho perder. Desde entonces padezco vértigo sobrevenido (Ver escena).

SALVAR AL SOLDADO RYAN (STEVEN SPIELBERG, 1998): El talento de Spielberg se desata en todo su esplendor durante el atroz inicio de esta historia ambientada durante la II Guerra Mundial. En algo menos de veinte minutos y con el desembarco de Normandía como fondo temático, el atónito espectador asiste paralizado a los desastres de la guera con una crudeza como pocas veces han sido vistas. El silbido de las balas, sus efectos sobre la carne blanda y desprotegida de los soldados, el caos, la confusión, el estruendo atronador de las bombas. La secuencia es un portento de montaje y fotografía cuyo ritmo Spielberg consigue dominar hasta casi el final, donde, nuevamente, su tendencia al final lacrimógeno y anticlimático sale a relucir. (Ver escena)

OPERACION SWORDFISH (DOMINIC SENA, 2001): Una de las mejores películas de acción de los últimos tiempos. Barroca, excesiva y arrabatadoramente increible, con una Halle Berry alcanzando el cénit de la sensualidad y un John Travolta, desquiciado, con el peinado más estrafalario del siglo XXI. En su primera secuencia, que bebe de las enseñanzas de Tarantino hasta saciarse, un Travolta tranquilo y confiado comenta a cámara sus impresiones acerca del cine que se hace hoy en día y analiza las contradicciones de la película de Sidney Lumet, "Tarde de perros". Los movimientos de cámara muestran poco a poco el auditorio al que Travolta se dirige, pero nada hace presagiar lo que se avecina El resto se mueve entre lo risible y lo sobrecogedor, pero este arranque vale por filmografías enteras. (Ver escena)

AMANECER DE LOS MUERTOS (ZACK SNYDER, 2004): El creador de "300" y "Watchmen" debutó en el largometraje con esta revisión de "El día de los muertos", de George A. Romero. La cinta es, a día de hoy, una de las grandes cumbres del cine de terror de los últimos años y a ella he hecho referencia en varias ocasiones. Sin embargo y a pesar de su modélico desarrollo y de su incuestionable calidad, nunca logra superar la intensidad y la tensión que el joven director norteamericano plasma en sus primeros diez minutos en los que un paradeo, un segundo, marca el inicio del fin con una visita inesperada que dará el pistoletazo de salida a la pesadilla que imaginó Romero hace más de tres décadas. Si hay un modo mejor de introducir el elemento sobrenatural en lo cotidiano que el utilizado por Snyder con un simple reloj digital, servidor no lo conoce. (Ver escena)

sábado, 9 de mayo de 2009

Incontinencia verbal


Existen dos modos básicos de indicar que los personajes de una novela van a comer antes de continuar trabajando. Una de ellas sería, por ejemplo:

"Interrumpieron la tarea unos minutos para tomar un bocado y siguieron trabajando"

Sucinto, directo, sintético y eficiente. Una frase sencilla y precisa para transmitir una idea igualmente sencilla y precisa. Pero no es menos cierto que también puede comunicarse la misma idea de una manera muy distinta, como por ejemplo, la siguiente:

"Interrumpieron la tarea unos minutos para tomar un bocado (en el bar situado bajo la ventana del despacho en el que trabajaban y en el que dieron buena cuenta de un par de bocadillos de torreznos con picadillo, dos cervezas frescas y espumosas que bebieron de un trago, un generoso trozo de pastel de zanahorias y un café con leche en vaso que terminaron llevándose en uno de plástico tras comprobar lo tarde que se había hecho) y siguieron trabajando"

Fiel amigo de la síntesis y miembro numerario de la Asociación contra la Incontinencia Verbal, en general, la segunda alternativa me provoca un agarrotamiento mental fulminante que suele culminar con el libro en la estantería, en casa de un amigo o, incluso, en el interior de una bolsa de basura si el caso es extremadamente grave. En este sentido, es una pena que el sueco Stieg Larsson, autor de la exitosa trilogía "Millenium", haya optado por esta farragosa alternativa, porque lo que no puede negársele es que sabe muy bien cómo narrar una historia y hacerla interesante para el público. Así lo atestiguan los diez millones de ejemplares que por el momento (en breve será publicada la tercera y última parte de la saga) han sido vendidos en todo el mundo de los dos primeros volúmenes de la misma, “Los hombres que no amaban a las mujeres” y “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina”.

Por si alguien ha vivido congelado en un contenedor aislado del mundo por varios centímetros de hormigón en los últimos meses y no ha oído hablar de la obra, simplemente comentar que “Millenium”, narra las andanzas de un intrépido periodista de una imaginaria revista sueca de homónima denominación, que responde al nombre de Mikael Blomkvist y al que las circunstancias llevan a enmarañarse en complejas y enrevesadas investigaciones criminales. Simultáneamente y sin dejar de cruzar su historia con la de Blomkvist, Larsson nos presenta el gran hallazgo de la trilogía, la asocial y perturbadora Lisbeth Salander, bisexual, implacable, de infancia perturbadora y métodos expeditivos, con una extraordinaria habilidad con los ordenadores que la convierten en el más temible pirata informática del mundo. Sobrevolando todo ello, una galería de secundarios desbordante, inabarcable y excesiva, en la que es fácil perderse, pero que otorga a la obra la cantidad de oxígeno necesaria para evitar que “Millenium” se convierta en un dúo de solistas.

Larsson acredita disponer de un talento narrativo extraordinario. Tiene sentido del ritmo, imaginación vertiginosa y mediante repentinos giros, modifica los puntos de vista a su antojo para crear una continua tensión en el desarrollo de la trama. No es (excesivamente) tramposo, dosifica con mesura las sorpresas y sabe dotar a sus personajes de presente, pasado y, sobre todo futuro, evitando así, convertirlos en huecos estereotipos que se alejan del lector. Tiene, además, la fortuna de contar con Lisbeth Salander, una heroína de primera, diseñada con todo mimo y detalle que se convierte en el principal atractivo de la obra, hasta el punto de que, en muchas ocasiones, es casi más interesante lo que de ella se cuenta que la trama policíaca propiamente dicha.

No obstante todo lo anterior, “Millenium tiene un problema, más patente en el primer volumen que en el segundo, y es que Larsson confunde cantidad con calidad. El sueco, ya desde los kilómetros títulos de las obras, deja claro que no domina la elipsis. Lo que no escribo, no existe, parece pensar y, en ese sentido, Larsson malgasta centenares de palabras en innecesarias descripciones, multitud de detalles sobre qué, dónde y cómo comen o visten los personajes y desconcertantes pasajes trufados de especificaciones técnicas que convierten por momentos a “Millenium” en un extracto del catálogo informático de cualquier gran almacén. A pesar de su extraordinario sentido del ritmo, esta catarata de palabras inútiles que asolan de manera inclemente importantes tramos del libro, rompen la continuidad, desconectan la atención por completo y, en ocasiones, hacen mirar con cierta pereza las páginas que faltan para terminar la obra, además de alargar el libro hasta unas innecesarias setecientas páginas que, perfectamente, hubieran podido caber en cuatrocientas.

No es lo mismo ser un buen escritor que un buen narrador. Todos los escritores son buenos narradores pero no ocurre lo mismo cuando se trata del caso contrario. El problema es cuando el sujeto en cuestión ni sabe escribir ni, además, es capaz de llevar a buen puerto la historia. Es entonces cuando nos encontramos con abominaciones como “La heredera”, el innombrable tostón de la norteamericana Elisabeth Kostova que me regaló hace un par de años un familiar con el que, por cierto, aún no he reanudado las relaciones diplomáticas. A juzgar por la velocidad endiablada a la que uno pasa sus páginas, no es éste, a pesar de los pesares , el caso de Larsson y “Millenium”. Lisbeth Salander puede dar fe de ello

domingo, 3 de mayo de 2009

El sopor del ganso rosa


Cuando, en 1985, Sting publicó "The dream of the blue turtles", su primer trabajo en solitario tras la disolución de The Police, mi primera reacción fue la de enviarle a su Newcastle natal una cabeza de caballo cocinada al estilo Corleone. Luego me di cuenta de que en la cabecera del disco ponía "Sting" y no "The Police", me quite la capucha de la intolerancia y pude disfrutar del que, a día de hoy considero uno de los mejores trabajos discográficos de los ochenta. Me resulta digno de alabanza que la maniobra de Sting fuera tan radical y que, en ningún momento, nadie pudiera llamarse a engaño. Lamentablemente, no puedo decir lo mismo de "Chinese democracy", el trabajo que, hace unos meses publicó Axl Rose ocultando su nombre bajo el de Guns n' Roses y que constituye uno de los despropósitos musicales más importantes de los últimos años.

De Guns n' Roses, la banda de rock nacida en Los Angeles a finales de los ochenta y que dinamitó el panorama musical de la época, pueden criticarse múltiples detalles: que su música no aportó gran cosa y se limitaba a beber del rock duro de los últimos setenta, que su vocalista y líder natural, Axl Rose, era un paleto racista y perturbado que había visto demasiados videos de Mick Jagger y Jim Morrison, que el greñudo y encopetado guitarrista, Slash, andaba siempre demasiado drogado y ausente como para arañar dos acordes medianamente afinados..... Criticar siempre es fácil y ellos allanaron mucho el terreno con su actitud desquiciada y extrema. Pero sobre la mesa hay un disco que es un clásico eterno del rock, a la altura de cualquiera que queramos elegir ("Appettite for destruction") y un buen puñado de canciones que cualquier banda de rock hubiera matado por tener en su repertorio. Pero nada queda en la actualidad de todo aquello que hizo de ellos una banda inimitable.

Por no quedar, no quedan ni siquiera sus miembros, que no han querido tener nada que ver con este bochornoso retorno a la escena musical por el que sólo Axl parecía apostar. Y teniendo en cuenta que, por mucho que pese al interesado, Guns n' Roses nunca fueron "la banda de Axl Rose", sino un delicado mecanismo de poleas que compensaba el gusto por lo extravagante de Axl con las influencias del punk , el rock sureño y el "rhythm and blues" que aportaban los demás miembros del grupo, es fácil entender que, con su ausencia, el desquiciado vocalista ha hecho lo que ha querido sin nadie que lo controle.

Baladas que grupitos como Evanescence firmarían con gusto ("This I love"), temas que calcan las estructuras de gente como Marilyn Manson o NIN ("Sorry" o "Shackler´s revenge"), influencias del pop de los setenta ("If the world" podria haberla interpretado Barry White hace una década) o fotocopias con toner bajo de temas propios como ese "Street of dreams" que podía haberse llamado "November rain. Part II" sin el menor sonrojo. Todo ello convive con escasos y difusos apuntes de calidad como "Chinese democracy" o "Riad n' the bedouins" desenfocados por completo, gracias a una inadecuada, descomunal e innecesaria producción millonaria. En "Chinese democracy", todo huele a prefabricado, a previsible, no hay espacio para la sorpresa ni para la ansiosa anticipación. Al grupo "se lo ve venir" en todo momento y cuando la música de una banda se hace obvia y predecible, es claro que no hay nada nuevo que añadir a lo ya dicho anteriormente.

En su época dorada, Guns n' Roses abarrotaban estadios por todo el mundo, vendían millones de copias de sus trabajos y se ganaban a pulso el sobrenombre de "The most dangerous band in the world" enfrentándose abiertamente a colosos del negocio musical como lla revista Kerrang o la todopoderosa MTV, a la que agradecían sus premios poniéndolos a parir en las galas de entrega de premios a las que acudían en lamentable estado de ebriedad. A día de hoy, Guns n' Roses son el juguete de un cuarentón con rastas que ha contratado a media docena de músicos expulsados de otras tantas bandas para dar rienda suelta a su inagotable ego a costa de destruir la herencia pasada. Está por supuesto en su derecho, pero, para la próxima vez, conmigo que no cuente.

SWEET CHILD O' MINE (GUNS N'ROSES, 1988)



CHINESE DEMOCRACY (GUNS ´N ROSES, 2008)