Primero fue la pintada que fotografié ayer en la pared de una empresa que hay cerca de mi domicilio y que podéis ver en la cabecera de la entrada. Después fue la imagen de un encendido sindicalista que bramaba enfurecido frente a sus acólitos que no iban a cumplir los servicios mínimos acordados con la Administración para hoy sin aportar razón alguna aparente, salvo ese concepto tan nebuloso y progresista de "abusivo". Y, por último, la gota que ha colmado el vaso ha sido el aviso a navegantes que los piquetes informativos hicieron ayer a los trabajadores de Iberia a través del correo electrónico y en el que se recomendaba a quienes no tuvieran que prestar servicios mínimos que no arriesgaran su integridad física yendo hoy a trabajar. Michael Corleone hubiera podido firmar sin rubor el correo.
Mi idea era hoy, levantarme algo más pronto de lo normal y descargar toda la bilis que este asunto de la huelga general me provoca desde hace unas semanas, un breve pero intenso interludio en el prolijo relato de mis paseos por NUEVA YORK (va por ti, Otis) con el que os llevo asediando estas últimas semanas. Mi intención era soltar un par de mandobles furiosos a estos sindicatos de felpa que el Gobierno ha tenido la suerte de disfrutar (o la habilidad de manipular, nunca puede uno estar seguro de estas cosas), que se fuman un puro mientras las cifras del paro escalan posiciones día a día y que cuando quieren protestar y lanzar a la calle un mensaje de advertencia no pueden impedir que la imagen que se transmita sea la de un actor sustituto al que le anuncian, sin apenas tiempo para prepararse, que debe salir al escenario a suplir al protagonista de la opereta.
Tampoco iban a irse sin su dosis correspondiente de leña, los violentos e indignos piquetes informativos que, incapaces de asimilar que (más o menos) vivimos en democracia, atemorizan y coaccionan a quienes respetando el derecho de quienes deciden adherirse a la convocatoria de huelga, hacen uso de su condición de ciudadano y adoptan la medida de ir a trabajar, lo que, en el mejor de los casos, puede acarrearle una lluvia de humillaciones verbales, cuando no una paliza a mayor gloria de la solidaridad obrera. Desde donde quiera que esté Heinrich Himmler aplaude satisfecho el modo en el esta gentuza mantiene vivos los métodos que él ya hiciera populares en Alemania hace unas décadas.
No obstante lo anterior, el despertador no ha cumplido su parte del trato, y la descarga de bilis se ha visto truncada de raíz. Y la verdad, a estas alturas del día, habiendo podido comprobar en mis propias carnes que el poder de convocatoria de esta charada general ha rivalizado con la de un concierto de Peret en Alaska, se me quitan las ganas de hacer leña de este árbol sindical, podrido hasta la raíz más profunda. No es que no estuviera cantado, que el fracaso de la huelga tuviera oportunidad alguna de no producirse, pero, sinceramente, no imaginaba que a los trabajadores se la trajeran tan floja, las diatribas infantiloides de Méndez y Toxo, mucho más preocupados en que la foto les saque el perfil bueno (de haberlo) que convencidos del efecto que este lamentable episodio nacional pueda tener sobre el país. Dicen que lo que se hunde por su propio peso, tarda más en salir a la superficie, de modo que, ¿para que forzar la máquina?
Mi idea era hoy, levantarme algo más pronto de lo normal y descargar toda la bilis que este asunto de la huelga general me provoca desde hace unas semanas, un breve pero intenso interludio en el prolijo relato de mis paseos por NUEVA YORK (va por ti, Otis) con el que os llevo asediando estas últimas semanas. Mi intención era soltar un par de mandobles furiosos a estos sindicatos de felpa que el Gobierno ha tenido la suerte de disfrutar (o la habilidad de manipular, nunca puede uno estar seguro de estas cosas), que se fuman un puro mientras las cifras del paro escalan posiciones día a día y que cuando quieren protestar y lanzar a la calle un mensaje de advertencia no pueden impedir que la imagen que se transmita sea la de un actor sustituto al que le anuncian, sin apenas tiempo para prepararse, que debe salir al escenario a suplir al protagonista de la opereta.
Tampoco iban a irse sin su dosis correspondiente de leña, los violentos e indignos piquetes informativos que, incapaces de asimilar que (más o menos) vivimos en democracia, atemorizan y coaccionan a quienes respetando el derecho de quienes deciden adherirse a la convocatoria de huelga, hacen uso de su condición de ciudadano y adoptan la medida de ir a trabajar, lo que, en el mejor de los casos, puede acarrearle una lluvia de humillaciones verbales, cuando no una paliza a mayor gloria de la solidaridad obrera. Desde donde quiera que esté Heinrich Himmler aplaude satisfecho el modo en el esta gentuza mantiene vivos los métodos que él ya hiciera populares en Alemania hace unas décadas.
No obstante lo anterior, el despertador no ha cumplido su parte del trato, y la descarga de bilis se ha visto truncada de raíz. Y la verdad, a estas alturas del día, habiendo podido comprobar en mis propias carnes que el poder de convocatoria de esta charada general ha rivalizado con la de un concierto de Peret en Alaska, se me quitan las ganas de hacer leña de este árbol sindical, podrido hasta la raíz más profunda. No es que no estuviera cantado, que el fracaso de la huelga tuviera oportunidad alguna de no producirse, pero, sinceramente, no imaginaba que a los trabajadores se la trajeran tan floja, las diatribas infantiloides de Méndez y Toxo, mucho más preocupados en que la foto les saque el perfil bueno (de haberlo) que convencidos del efecto que este lamentable episodio nacional pueda tener sobre el país. Dicen que lo que se hunde por su propio peso, tarda más en salir a la superficie, de modo que, ¿para que forzar la máquina?