miércoles, 29 de septiembre de 2010

Leña seca


Primero fue la pintada que fotografié ayer en la pared de una empresa que hay cerca de mi domicilio y que podéis ver en la cabecera de la entrada. Después fue la imagen de un encendido sindicalista que bramaba enfurecido frente a sus acólitos que no iban a cumplir los servicios mínimos acordados con la Administración para hoy sin aportar razón alguna aparente, salvo ese concepto tan nebuloso y progresista de "abusivo". Y, por último, la gota que ha colmado el vaso ha sido el aviso a navegantes que los piquetes informativos hicieron ayer a los trabajadores de Iberia a través del correo electrónico y en el que se recomendaba a quienes no tuvieran que prestar servicios mínimos que no arriesgaran su integridad física yendo hoy a trabajar. Michael Corleone hubiera podido firmar sin rubor el correo.

Mi idea era hoy, levantarme algo más pronto de lo normal y descargar toda la bilis que este asunto de la huelga general me provoca desde hace unas semanas, un breve pero intenso interludio en el prolijo relato de mis paseos por NUEVA YORK (va por ti, Otis) con el que os llevo asediando estas últimas semanas. Mi intención era soltar un par de mandobles furiosos a estos sindicatos de felpa que el Gobierno ha tenido la suerte de disfrutar (o la habilidad de manipular, nunca puede uno estar seguro de estas cosas), que se fuman un puro mientras las cifras del paro escalan posiciones día a día y que cuando quieren protestar y lanzar a la calle un mensaje de advertencia no pueden impedir que la imagen que se transmita sea la de un actor sustituto al que le anuncian, sin apenas tiempo para prepararse, que debe salir al escenario a suplir al protagonista de la opereta.

Tampoco iban a irse sin su dosis correspondiente de leña, los violentos e indignos piquetes informativos que, incapaces de asimilar que (más o menos) vivimos en democracia, atemorizan y coaccionan a quienes respetando el derecho de quienes deciden adherirse a la convocatoria de huelga, hacen uso de su condición de ciudadano y adoptan la medida de ir a trabajar, lo que, en el mejor de los casos, puede acarrearle una lluvia de humillaciones verbales, cuando no una paliza a mayor gloria de la solidaridad obrera. Desde donde quiera que esté Heinrich Himmler aplaude satisfecho el modo en el esta gentuza mantiene vivos los métodos que él ya hiciera populares en Alemania hace unas décadas.

No obstante lo anterior, el despertador no ha cumplido su parte del trato, y la descarga de bilis se ha visto truncada de raíz. Y la verdad, a estas alturas del día, habiendo podido comprobar en mis propias carnes que el poder de convocatoria de esta charada general ha rivalizado con la de un concierto de Peret en Alaska, se me quitan las ganas de hacer leña de este árbol sindical, podrido hasta la raíz más profunda. No es que no estuviera cantado, que el fracaso de la huelga tuviera oportunidad alguna de no producirse, pero, sinceramente, no imaginaba que a los trabajadores se la trajeran tan floja, las diatribas infantiloides de Méndez y Toxo, mucho más preocupados en que la foto les saque el perfil bueno (de haberlo) que convencidos del efecto que este lamentable episodio nacional pueda tener sobre el país. Dicen que lo que se hunde por su propio peso, tarda más en salir a la superficie, de modo que, ¿para que forzar la máquina?

martes, 21 de septiembre de 2010

Cameos


Para los amantes del cine, New York es el Paraiso en la tierra. Paseas por sus calles o acudes a sus parques y, de inmediato, acuden a tu mente, centenares de secuencias de películas a las que tu memoria rinde tributo habitualmente, en una catarata tan incesante que, en cualquier momento esperas ver aparecer una claqueta cortándote el paso. Dado que el cine es una pasión que consume tanto a un servidor como a la bella señora Winot, no son pocas las escaramuzas que hemos dedicado a descubrir los lugares más cinematográficos de la ciudad.

De hecho, a punto estuvimos de presenciar, desde la misma ventana del hotel, el rodaje de un episodio de la serie "White Collar", de la que, por cierto, nada sé, pero que no deja de ser un rodaje con toda la parafernalia de sillas de tijera, focos, grúas y caravanas que a los amantes del cine nos pone como una locomotora. Cuando llegamos, sólo quedaba en pie el cartel que anunciaba la prohibición de aparcar durante toda la tarde. Desde aquí, nuevamente, un afectuoso saludo a las madres de los controladores aéreos de Barajas que me privaron de este momento, probablemente irrepetible.

Con el tema de los actores famosos, tuvimos algo más de suerte y , así, pudimos comprobar las enormes dificultades que la compacta humanidad del gran Dennis Farina tiene para entrar en un taxi y que Kunal Nayyal, el "freak" indio de "The big bang theory", sólo teme hablar con las mujeres en la serie, a juzgar por el harén en el que exhibía locuacidad en el famoso "Pastis" donde las pijas de "Sexo en New York" toman el "lunch". Como no íbamos a ser menos que la exigua Sarah Jessica Parker , también los Winot nos dimos un cuidado homenaje gastronómico . Por cierto, que a pesar de lo poco que me atraen las historias de estas papanatas, aún tuvimos tiempo de volverlas a homenajear cuando caímos en las dulces redes de Magnolia Bakery, la pastelería situada en Bleecker Street, donde éstas degustan un pastelito antes de irse a la cama y donde la bella señora Winot y un servidor entramos como Godzilla y esposa para hacernos con no menos de media docena de delicias bañadas en chocolate que, con solo recordarlas, me sacian.

También pasamos por Fao Schwarz, la faraónica tienda de juguetes de la Quinta Avenida y rendimos homenaje a "Big", alucinando con los helicópteros teledirigidos que zumban sobre las cabezas de los clientes, los rompecabezas circulares y, por supuesto, el mítico piano sobre el que saltara Tom Hanks y al que nos privamos de subir, cortesía de un enorme y sonrosado dependiente que no parecía conocer los efectos de negar un antojo a una embarazada. Para evitar futuros problemas, nos trajimos a Madrid una versión reducida (de apenas dos metros) sobre la que la heredera descarga adrenalina y nos ameniza las tardes en una sinfonía desquiciante y, por el momento, inacabada.

Pero, sin duda, el momento más cinematográfico del viaje nos lo proporciono un sujeto, de nombre, Roy Preston que, con el atuendo con el que puede vérsele en la foto adjunta regenta una tienda en Thompson Street que es un santuario levantado a mayor gloria de "El gran Lebowski" la cinta que rodaran los hermanos Cohen en 1998.

Camisetas de todo tipo a mayor gloria de El Nota o de Jesus, tetrabricks para preparar "rusos", copias del guión.... Parece imposible que una película pueda generar tanto. El tipo, en sí mismo es un espectáculo, con su bata, sus alpargatas y sus gafas de sol. Le da exactamente igual que compres la camiseta o la jarra en cuestión, siempre y cuando, hables de la película o comentes con él alguna línea de diálogo. Pasamos casi por casualidad y, al final., nos tiramos casi media hora examinando los tesoros escondidos en los escasos treinta metros cuadrados que tiene esta tienda, inicialmente creada para vender souvenirs y que, a día de hoy, es uno de los sitios más pintorescos y divertidos de toda la ciudad.

sábado, 18 de septiembre de 2010

En el centro del Universo

New York es una ciudad de profundos contrastres. Por una parte, su continuada exposición pública a través del cine, las noticias, los libros o las revistas, genera, desde el primer momento en quienes la visitan una sensación de "dèjá vu" que no te abandona mientras permaneces en ella. Pero, por otra parte y como dijo el gran C.S. Lewis refiriéndose a otro tema absolutamente ajeno al que nos ocupa, pero perfectamente aplicable a éste, hay cosas que "hemos visto desde tantos ángulos, bajo tantas luces (...) que todas esas impresiones, se nos enmarañan simultáneamente, dentro de la memoria y quedan confundidas en un simple borrón".

Por esta curiosa dicotomía cuando uno pasea por las calles de New York cree reconocer en un primer momento todo cuanto le rodea, pero basta una mirada más atenta para comprobar que, en realidad, todo es muy diferente a lo que hemos visto en las pantallas o en las fotografías satinadas de las revistas. Y si hay un lugar en la ciudad en el que esto se haga especialmente patente, ese es, sin duda, el bullicioso, extravagante y camaleónico Times Square.

Faltan dedos en las manos para contar las veces que hemos visto este lugar en el cine o en la televisión. Y sin embargo, una vez allí, pareces estar en un universo alternativo en el que todo cambia de forma y color a voluntad, convirtiéndose en uno y su contrario en un pestañeo. Como al resto de los edificios y paisajes de la ciudad, todo cuanto rodea Times Square da contexto a las imágenes que permanecen en nuestra memoria. Pero, si a la mencionada diversidad le añades que los mismos edificios, enmoquetados de pantallas y carteles luminosos de todo tipo y tamaño, parecen alterar sin respiro su propia apariencia, el efecto es, sencillamente, paralizante.

Además, es indiferente que sea de día o de noche, que el sol vierta lava incandescente sobre el asfalto o que las nubes descargen como si se hubiera convocado el segundo diluvio universal. A pesar de su nombre, en Times Square, el tiempo no existe. El tráfico es el mismo a las doce de la noche o a las ocho de la mañana y el maremoto humano que recorre sus aceras no parece tomar respiro. La música que atrona en cada esquina, las consignas que se acumulan en las docenas de pantallas gigantes que pueblan los muros de los edificios y las bocinas de los miles de taxis que marchan en procesión confluyen con cientos de voces que intentan (infructuosamente, en ocasiones) elevarse por encima del huracán conformando una cacofonía que, teniendo todas las papeletas para hacerse insoportable, resulta, misteriosamente, relajante e, incluso, agradable.

La casualidad hizo que nuestro hotel (el también extravagante, camaleónico y bullicioso Gershwin Hotel. Otro día hablaré de él, porque, le verdad es que merece la pena detenerse un poco en tan estrámbotico lugar) distara apenas diez minutos a pie de este indescriptible lugar, por lo que tuvimos la suerte de recorrerlo en múltiples ocasiones y fusilarlo a fotografías. Contemplándolas ahora, me reafirmo en la extraordinaria variedad de sensaciones que Times Square genera en quien lo contempla y la facilidad con la que uno cae en el hechizo de sus bombillas de colores y sus descomunales marquesinas incandescentes. Si el universo tuviera un centro, sin duda, estaría aquí.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Obertura de New York


Los compositores de ópera acostumbran a introducir en las oberturas de sus composiciones, las melodías más relevantes que desarrollarán durante los distintos actos que las suceden. De esta manera y en solo unos minutos, el oyente puede hacerse una idea aproximada de lo que le espera durante las horas siguientes y si éstas van a pasar en un suspiro o, por el contrario, van a adquirir la forma de un calvario interminable. En el caso de nuestro viaje a New York, afortunadamente, este principio no se cumplió y el espantoso viaje que padecimos hasta depositar nuestros maltrechos huesos en Manhattan fue sólo un espejismo sin mayores repercusiones.

A pesar de ser desconvocada el día anterior a nuestra salida, los alegres miembros de la cofradía de controladores aéreos, sin duda molestos por no poder llegar a fin de mes con sus magros salarios, decidieron pasarse por el forro los derechos de todos los viajeros que volaban aquel día y montaron un circo en la T4 del Aeropuerto de Barajas, que ríete tú del de Ángel Cristo. Embarcamos en tiempo, pero a los pocos minutos empezó a quedar claro que algo no marchaba bien.

Con la misma gracilidad y garbo que un asno en patinete, el avión comenzó a trotar por las interminables pistas de Barajas, girando a derecha y izquierda sin motivo aparente y a una velocidad tan cochinera que más parecía un autocar interprovincial que una aeronave de seiscientas toneladas. Cuando ya pensábamos que la nave la pilotaba Manolo Escobar en interminable búsqueda de su carro, la vocecilla nerviosa del capitán informó a los pasajeros que, desde la torre, habían cerrado varias pistas de despegue por "motivos técnicos" y que todos los aviones (veinte, para ser exactos) debían despegar por la que quedaba libre. Nos invitó a estar tranquilos y a confiar en la pronta resolución del incidente, pero ni Zapatero en sus mejores momentos hubiera sido capaz de generar más incertidumbre.

La cantinela se repitió cada media hora durante más de dos horas en una pesadilla indescriptible en la que lo más curioso fue comprobar que el hombre es, en realidad, bondadoso y pacífico. Sólo eso explica que la tripulación no fuera asesinada en el interior del avión y éste introducido rectalmente a los bastardos de la torre de control. En nuestro caso, además de la espera desquiciante, existía un grave problema y es que el avión que debíamos coger en Londres con destino a New York, salía dos horas justas después de la llegada prevista del vuelto proviniente de Madrid. Nuestras posibilidades de llegar a tiempo, teniendo en cuenta el manicomio en el que se había convertido Barajas, unido a la tradicional puntualidad británica, eran escasas, por no decir nulas.

Como diría el gran Fernando Aramburu, cuando llegamos a Londres, valga la redundancia, el cielo estaba cubierto de nubes y amenazaba lluvia. Eso nos hizo abrigar esperanzas de retraso en el vuelo a New York y con vigor renovado salimos en estampida de nuestra prisión aérea con el corazón desbocado y al borde de un ataque de nervios. De poco nos valió la carrera y el infernal circuito de seguridad al que el aeropuerto de Heathrow somete a quienes tienen la desdicha de pasar por sus manos, porque no llegamos a tiempo y casi vimos perderse en la niebla el pájaro que nos hubiera llevado a nuestro destino.

Presos del desánimo y dominando apenas el impulso de estrangular al espantapájaros situado tras el mostrador de Iberia, que nos informó, con indolencia de papagayo de que, casi con toda seguridad, nos tocaría pernoctar en algún hotel cercano al aeropuerto para salir al día siguiente en otro vuelo, a punto estuvimos de asumir la situación y resignarnos a dormir en un hotel enmoquetado mientras la incesante lluvia londinense golpeaba las ventanas.

No obstante, en un movimiento maestro y aprovechando una pequeña ventana a la esperanza que el robot de Iberia nos proporciono a través de las, desde entonces, sagradas palabras, "lista de espera", dimos con esos arcángeles con uniforme de British Airways, de nombre Ben y Kevin que, apiadándose del embarazado estado de la bella señora Winot y de mis lastimeras súplicas, enredaron en el ordenador (en unos momentos de tensión que hubieran hecho aplaudir al maestro Hitchcock) hasta que unas maravillosas tarjetas de embarque para el vuelo que salía en dos horas hacia New York, con nuestro nombre impresos, salieron de una maquinita azul y a las que contemplamos como, imagino, hiciera Moisés cuando le fue presentada la Tierra Prometida.

El vuelo fue una balsa de aceite. Salió puntual, los asientos fueron excelentes y la amabilidad de la tripulación (da vergüenza comparar el trato exquisito que recibimos por parte de los empleados de British Airways con la vulgaridad y el poco entusiasmo con los que adornaban cada gesto la cuadrilla de Iberia) convirtió un viaje de seis horas en un oasis de paz tras la desesperante travesía desde Madrid. Aún tuvimos más problemas cuando aterrizamos en New York (maletas que se dispersan, policías especialmente escrupulosos en su trabajo....), pero, poco importaron ya. Estábamos en nuestro destino y teníamos por delante una andanada de días que no estábamos dispuestos a desperdiciar por mucho que los mafiosos que habitan las torres de control lo hubieran intentado durante las últimas horas.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Alejandr@


Antes de marcharme de vacaciones prometí que habría novedades a la vuelta de verano y, como uno es un caballero encopetado para quien la palabra dada es deuda de sangre, tengo el gran placer de anunciar en esta apertura de la cuarta temporada del ladrillo que a principios de abril del año próximo, el clan Winot va a contar con un nuevo miembro.

Sus apenas dos centímetros de tamaño aún no dejan discernir si nos encontramos ante otra preciosa heredera o ante un pequeño Tarquin. Lo que ya es una decisión tomada es que sea cual sea el modo en el que evacúe sus aguas menores, su nombre siempre podrá reducirse a un simpático Alex, detalle que facilita el hecho de que, de ser niño será Alejandro y, de no serlo, pasará a la historia como Alejandra Winot. Sobra decir que tendrán información actualizada y abundante sobre el devenir de este nuevo miembro del clan.

Por otra parte y por si la llegada de Alex Winot les ha parecido poca novedad, se perfila un cambio visual importante (dentro de mis posibilidades; es bien sabido que mis amorcillados dedos no casan bien con las delicadas teclas de los ordenadores), un intento serio de aunar cantidad y calidad, nuevas secciones y un aire, en definitiva, renovador y espero que fresco que, con toda sinceridad, creo que no ha tenido la temporada pasada.

Para empezar y, como aperitivo, ya les anuncio, mis queridos amigos, que los enemigos de los Estados Unidos de América, en general, y de New York en particular, van a aburrirse soberanamente durante el mes de septiembre, porque mi intención es dedicar este periodo a compartir con vosotros el viaje inolvidable que la bella señora Winot y un servidor han realizado este pasado mes de agosto por la ciudad que nunca duerme. Un placer volver a veros que, espero, sea recíproco. Empezamos.