martes, 30 de diciembre de 2008

Los mejores deseos


La retórica navideña me resulta tremendamente indigesta. Mientras gastamos el dinero del que no disponemos en los centros comerciales y organizamos o asistimos a encajonados rituales festivos, contamos los días que faltan para desprender las guirnaldas que enrejan las paredes de nuestras casas y nos morimos de ganas de enterrar nuevamente en su ataúd de cartón a la plantilla completa del Belén navideño.

En realidad, nos agota tanta novedad, por conocida que ésta sea. Anhelamos el momento en el que nuestra rutina habitual vuelva a llamar a la puerta reclamando su puesto de piedra angular y no vemos el momento de acogernos nuevamente a nuestros cálidos y familiares hábitos. Es una época del año equívoca y desconcertante, en la que repartimos con una mano lo que con la otra quitamos. Tan íntima por una parte y tan expuesta al exterior por otra que no es raro que sea la época del año en la que más depresiones se diagnostican. En general, estamos acostumbrados a que lo incoherente habite fuera de nosotros y, por eso, en estas fechas en que descubrimos que, en realidad, la frontera entre uno y otro lado se difumina hasta desaparecer, no es extraño que nos venza el desconcierto y, en ocasiones, un hastío incombustible.

Para bien o para mal, ésta ha sido siempre mi visión de la Navidad. Pero este año algo ha cambiado. He dejado de lado este escepticismo navideño y he enterrado bajo cien metros de tierra mis pensamientos más lóbregos. En esta Navidad y , como por arte de magia, lo que antes era negro más o menos intenso es hoy de un blanco luminoso, níveo. A lo sumo, algún detalle gris. Pero no marengo, como mucho, perla ¿Cual puede ser la razón? Alguna idea tengo. Y viste de rojo. De parte del Clan Winot..... ¡¡FELIZ AÑO 2009 PARA TODOS!!

sábado, 20 de diciembre de 2008

La segunda primera impresión


Si digo que el hombre cuyo retrato acompaña esta entrada tiene serios problemas con el alcohol, es muy probable que nadie me contradiga. Del mismo modo podría afirmar sin miedo a la réplica que el artista que pintó el cuadro encontró al modelo desvariando incoherencias y resguardándose del frío en cualquier hueco cálido de cualquier ciudad, envuelto en múltiples capas de ropa harapienta y abigarrada por la suciedad, junto a un ajado carrito sustraído de algún supermercado. Más dificultades para imponer mi criterio tendría si tuviera que convencer a mi interlocutor de que se encuentra ante el retrato de uno de los grandes genios musicales del siglo XIX.

Pero así es. La vida del compositor ruso Modest Mussorgsky, que no otro es el retratado , viene a ser como una trayectoria en barco por un mar tormentoso. Un compendio inasumible de bandazos que tan pronto amenazan con lanzar la carga por la borda como invitan a la contemplación de un plácido atardecer sentado en la cubierta.

Epiléptico, alcohólico y con insondables abismos de depresión jalonando sus cuarenta y dos años de vida, Mussorgsky era curiosamente también un ser dotado de una extraordinaria sensibilidad, un genio autodidacta, disciplinado y de desatada creatividad cuya inestabilidad le llevó a dejar incompleta la mayor parte de su producción, con composiciones empezadas y abandonadas con mayor o menor rapidez que dejan un panorama desmadejado y genial por el que a pesar de la prudencia que el caos aconseja es difícil no adentrarse.

Su enloquecido genio que, en ocasiones generó creaciones tan adelantadas a su tiempo que fueron concebidas como carencias compositivas, legó a las generaciones venideras obras mayúsculas como "Cuadros de una exposición", concebida como obra para piano y que fue popularizada por Maurice Ravel a través de una ajustada orquestación de la partitura, el poema sinfónico "Noche en el monte pelado", de extraordinaria energía y su racial e inconmensurable ópera "Boris Godunov" de la que dejo un breve fragmento cuya belleza e intensidad es difícilmente superable. Mi adorada señora Winot suele decir que no hay una segunda oportunidad de causar una primera buena impresión, pero, en el caso de Mussorgsky, creo que habría que hacer una excepción

sábado, 13 de diciembre de 2008

Élisabeth y Denise


La II Guerra Mundial acabó con el 2% de la población mundial. Junto a esos casi sesenta millones de personas, murieron todos sus sueños y proyectos, todo aquello que hubieran podido lograr y lo que aquellos que hubieran podido ser engendrados por ellos podrían proporcionar al mundo. Y el no saberlo, el ignorar lo que pudo ser, ayuda a sobrellevar tanta muerte y tanto dolor inabarcable. Sin embargo, hay ocasiones, aun más dolorosas en las que sí hubo tiempo, personas que, a pesar de ver su vida segada de un tajo tuvieron tiempo de acreditar su grandeza y presentar su instancia para la posteridad. Una de estas personas fue la escritora franco ucraniana Irène Némirowsky. Con su ejecución en Auschwitz en 1942, no solo murió la mejor y más brillante escritora del siglo XX, sino que perdimos para siempre la que estaba llamada a ser una de las obras maestras de la literatura europea de todos los tiempos, "Suite Francesa".

Estructurada en orígen como una obra en cinco partes, de las que la autora sólo tuvo tiempo de completar dos antes de ser detenida por los nazis en julio de 1942, "Suite francesa" es una panorámica de la sociedad francesa durante la ocupación alemana desarrollada en pleno apogeo de la II Guerra Mundial. "Los hechos históricos, los revolucionarios sólo hay que rozarlos mientras se profundiza en la vida cotidiana y afectiva y, sobre todo en la comedia que eso ofrece" Esta es la idea que la escritora franco ucraniana desarrolla a lo largo de la obra. La guerra sólo ofrece interés por lo que ello supone para quienes se ven afectados por ella. En ese sentido, "Suite francesa" es más un estudio intimo de personajes que un relato bélico, un retrato social implacable que evita la caricatura y el maniqueismo para dotar a todos los personajes de un entramado vital coherente y dinámico que evoluciona, como es natural, de forma diversa ante similares circunstancias.

Por la misma razón, cada parte está planteada como un ejercicio de estilo distinto. Así, la primera parte, "Tempestad en junio" presenta una alambicada estructura en la que son presentados no menos de una veintena de personajes, miembros de diversas clases sociales y sus reacciones ante la inminencia de la llegada del ejercito aleman a Paris. Por su parte, "Dolce", la segunda es un universo en si mismo que se desarrolla en el cerrado y hosco ambiente de un pueblo ocupado por las tropas invasoras. Lo que en la primera permite a la autora múltiples desplazamientos de la acción es pura contención y escenario único en la segunda. El tumulto de la precipitada huida de París se convierte en bucólica paz en la compartimentada y rocosa sociedad rural magistralmente retratada por Némirowsky. Si no fuera porque la época es la misma y los personajes se entremezclan con maestría en ambas tramas, bien podiamos pensar que se trata de libros distintos.

Si algo sorprende en el estilo de la gran escritora es su extraordinaria habilidad para componer personajes y retratar ambientes. La precisión con la que el temperamento de cada personaje queda trazado, el modo en el que se desarrollan y las relaciones que el azar crea entre muchos de ellos permiten a Némirowsky hacer un ejercicio de virtuosismo literario deslumbrante, sin que la voluntaria y distanciada frialdad que aplica a su prosa impida sentir su humanidad. El petulante y acobardado escritor de prestigio que descubre lo que sucede más allá de su mansión deja paso al retrato conmovedor de un matrimonio de empleados de banca que parten hacia ningun sitio en busca de su hijo herido en el frente. La aterradora lapidación de un sacerdote cuya fe en la humanidad ha desaparecido precede al pueril pero heroico viaje al frente de su hermano pequeño. La relación prohibida que nace entre la urbana y aburrida esposa de un prisionero francés y el oficial nazi que reside en su casa se despliega ante el lector en brutal contraste con el odio infinito hacia Alemania del que dispone un belicoso joven al que los celos nublan el sentido. La cantera de personajes es enorme y la maestría de la escritora al retratarlos, sencillamente, colosal.

De la tercera, cuarta y quinta parte de "Suite francesa" poco se sabe. Se conservan algunas notas manuscritas de Némirowsky, (incluidas, por cierto, en la excepcional edición que, de la obra, ha publicado la Editorial Salamandra) y, por ellas, conocemos el destino final previsto de algunos personajes, el tono crudo y violento que pretendía dar a la tercera parte, bautizada como "Cautividad", su indecisión acerca de los acontecimientos y el estilo a aplicar a la cuarta y las enormes dificulatades que suponían para ella el final de la obra. Poco más. Irène Némirowsky se llevó a la fosa común de Auschwitz más de la mitad de una obra llamada a ser un clásico, una referencia de literatura apasionante y apasionada recordada eternamente.

El día antes de ser arrestada escribió sin falsa modestia pero con escalofriante clarividencia que "en los últimos días, he escrito mucho. Supongo que serán obras póstumas, pero ayuda a pasar el tiempo". Tenía treinta y nueve años cuando murió, un marido que jamás aceptó su perdida y que siguió su mortal itinerario pocos meses después y dos hijas, Élisabeth y Denise, que huyeron milagrosamente del exterminio en un periplo inconcebible durante el cual nunca se separaron de una maleta en la que junto con otros recuerdos de su madre viajó casualmente el manuscrito original e inacabado de "Suite francesa". Mi eterno agradeciento a ambas.

lunes, 1 de diciembre de 2008

A oscuras


En el año 1997, una reunión en la sede de la productora holandesa Endemol da como resultado la creación del conocido concurso televisivo "Gran hermano", formato en el que, varios desconocidos son recluidos y aislados del mundo exterior en una casa durante meses mientras las cámaras del programa registran el día a día de los concursantes así como las relaciones que se crean entre ellos. Dado que, semanalmente uno de los habitantes de la casa es expulsado del programa y teniendo en cuenta que el último en abandonarla se embolsa una considerable suma de dinero, es fácil imaginar que la camaradería no es precisamente lo que vertebra las vinculaciones entre los concursantes.

En el año 2004, el realizador norteamericano, Zack Snyder revolucionó el genero cinematográfico de los "muertos vivientes" con la excepcional "Amanecer de los muertos". Los monstruos tambaleantes y precarios que popularizara treinta años atrás George A. Romero en la seminal "La noche de los muertos vivientes", se convierten el anfetamínicas bestias, rápidas y voraces, que ven multiplicadas sus condiciones físicas como consecuencia de la infección, dando como resultado una de las películas más aterradoras y escalofriantes que han visto la luz en los últimos años.

En el año 2008, el prestigioso periodista y escritor británico Charlie Brooker encuentra los, hasta ese momento, inexistentes puntos de contacto entre los dos hechos anteriores e imagina lo que ocurriría si, durante la celebración de una de las galas del programa, el Reino Unido sufriera una colosal epidemia que convirtiera en salvajes muertos vivientes a la práctica totalidad de la población del país, quedando los habitantes de la casa como únicos ignorantes de lo que ocurre fuera de los muros de su prisión mediática. El resultado de esta idea argumental es "Dead set", una miniserie de cinco breves y adrenalíticos capítulos estrenada hace pocas semanas en el Reino Unido y que constituye la oferta televisiva más radical, irreverente y polémica del año.

"Dead set" no muestra nada que no se haya visto antes en otras obras del género. Su novedad, lo que la hace realmente destacable es que lo muestra a través de un medio, el televisivo, en el que nadie hasta el momento se había planteado realizarlo. No hay que dejarse engañar por el aspecto paródico del planteamiento (la propia presentadora del "Gran Hermano" británico, Davina Mc Call y no menos de una docena de antiguos concursantes participan en la serie y no cesan de repartir dentelladas a cualquiera que aparezca en plano), lo que cuenta "Dead set" es serio. Mortalmente serio, si se me permite el chiste fácil .

Una voz, al inicio de cada capítulo, evita la confusión y avisa de que "Dead set contiene imágenes de extrema violencia y lenguaje no apto para menores" Y más vale hacerle caso. Porque, a pesar de los brochazos de humor negro típicamente británicos (atención al almuerzo en el cuarto episodio en el que los supervivientes discuten acerca de las cosas que no volverán a ver y que, en consecuencia han perdido con la epidemia), "Dead set" es cruda, tremendamente violenta y no se detiene en filigranas que oxigenen la acción. El primer ataque de los infectados al plató desde el que se transmite "Gran Hermano" o la secuencia en la granja abandonada son aterradores y de una violencia como nunca se ha visto en una serie de televisión. Las escasas dos horas y media que ocupan los cinco capítulos de la serie no permiten andar por las ramas. Todo es rápido, directo, sin concesiones a la galería. Las secuencias de acción y suspense se suceden casi sin interrupción en un más difícil todavía que deja exhausto al espectador y sin que, a la vez, sea posible imaginar qué viene a continuación.

Y es que el guión de Charlie Brooke es excelente, prodigiosamente dinámico, lleno de referencias y guiños al género y con una carga de denuncia social salvaje y demoledora (los últimos planos del último capítulo son una sátira feroz de la actual situación de la televisión) . Los personajes, tan esquemáticos como puedan serlo cualquiera de los participantes reales del concurso, están, por la misma razón, tosca pero inequívocamente trazados con exactitud y los actores que los encarnan son eficientes y cumplen su cometido sin grandes aspavientos ni destacar especialmente, excepción hecha de Andy Nyman, que interpreta al detestable productor del programa y que protagoniza algunos momentos realmente delirantes.

Si a todo ello le sumamos un excelente marco técnico y una dirección incandescente del , al menos para un servidor, desconocido Yann Demange, que acredita un sentido del ritmo y un manejo de la planificación que hace esperar con ganas su debut en la gran pantalla, sólo me queda recomendar lo que aconsejan los responsables de "Dead set" en la propia cabecera de la serie, es decir, permanecer atento a la pantalla y, si es posible, ver los capítulos "en una habitación oscura, con una gran pantalla panorámica y con sonido envolvente". Nadie puede decir que no ha sido avisado.