miércoles, 27 de enero de 2016

M.A.T.E.O (que te veo): Hombre rico, hombre pobre.

Desde finales de los setenta y, si me apuran hasta casi la actualidad, su nombre ha sido utilizado por los más viejunos del lugar como sinónimo de maldad absoluta, como compendio de todo lo cruel, inhumano y miserable que un cuerpo de carne y hueso es capaz de albergar.

Yo recuerdo haber acudido de la mano de mi padre al Estadio Santiago Bernabéu con mis lustrosos nueve o diez años y haberme quedado atónito mientras la grada al completo mentaba la madre al arbitro y no contenta con eso, colgaba (figuradamente, por supuesto) del cuello del colegiado la deshonrosa tablilla que contenía su nombre, diez letras que descargaban sobre el aludido todo el peso de un odio rabioso, constreñido e insalubre y que seguramente dejarían al pobre arbitro al borde del suicidio en el vestuario: FALCONETTI.

¿Que quién era Falconetti y cual era la razón de que medio mundo deseara su muerte y de que la otra mitad no tuviera en mente mover un dedo para oponerse? Pues, resumidamente, Falconetti, Anthony Falconetti, fue el primer gran villano que nos presentó la televisión, un tipejo rastrero y miserable que con sus argucias y bajezas se empeñaba, capítulo tras capítulo, en amargar la existencia de los protagonistas de la mítica serie de los setenta "Hombre Rico, Hombre Pobre".

Con su mítico parche, el actor que lo interpretó, William Smith, creo un icono cultural que a día de hoy sigue siendo reconocible y que en la época causó auténtico furor. Los espectadores por supuesto, acudíamos puntuales a la cita con el capítulo semanal para ver cómo le iba la vida al triunfador Rudy Jordache (el caracartón de Peter Strauss) y qué nueva desgracia le caía encima a su hermano Tom (Nick Nolte, en su papel habitual de bruto con sentimientos), un hombre que siempre se clavaba la aguja cuando iba al pajar. Por allí también pululaban viejas glorias del calibre de Ed Asner o el muy marveliano Bill Bixby que daban lustre a una serie bastante transgresora para la época y a la que el tiempo ha respetado bastante.

Pero por encima de todos ellos, Falconetti brillaba con luz propia. Las fascinación por el mal tuvo en sus sucias maniobras una de las sus primeras muestras televisivas y tras aparecer en un papel muy secundario, se convirtió en el emblema de la serie y en todo un fenómeno social que alcanzó su cénit en uno de los últimos capítulos de la serie en el que el muy ladino llegaba a asesinar a su odiado Tom Jordache en una mítica secuencia en la que con su ojo bueno y sin inmutarse lo más mínimo, Falconetti presenciaba la muerte de su enemigo a manos de una panda de sicarios que le ajustaban las cuentas hasta el céntimo. Inenarrable.

Pero aún quedaba más y este candidato a M.A.T.E.O (para más datos acerca del concepto, pueden visitar aquí la entrada que inaguró la sección y en la que se aclara el acrónimo) se veía superado a los pocos capítulos en la secuencia final de la serie y que, consiguió desencajar más mandíbulas aún que la imagen de Tom Jordache agonizando en el muelle. No se pierdan este genuino M.A.T.E.O. y luego me cuentan.

martes, 5 de enero de 2016

Un mundo para ser leído

Si por algo pasará a la historia el año pasado en lo que a libros se refiere será por la consolidación en su pedestal de Emmanuel Carrère, a cuya obra (sólo me falta "El Reino" que aguarda turno)  he dedicado no pocas horas del finado ejercicio 2015 y que se atrinchera en el puesto número uno en mi lista de escritores favoritos.Pero no solo de autores dolientes y geniales vive el hombre de la chistera. En este recién clausurado año han pasado por mis ojos un buen número de comics (si me animo haré la lista en unos días. Si no, que quede claro que a la vista de lo leído este año, el puesto de Carrère en lo que a comics se refiere lo tiene en nuda propiedad en irlandés Garth Ennis, que con "The Boys", "Battlefields" y "Equipo Rojo" deja claro que lo de "Predicador" no fue casualidad) y un respetable puñado de libros de todo pelaje (ventajas de usar el transporte público, que alguna debía de tener) de entre los que les destaco, en riguroso orden de caída, los diez siguientes.

Espero que alguno les interese. Si alguno lo logra, acuda a su librería más cercana y cómprelo, por favor, deje el e-book para los hipsters y pélese los dedos pasando páginas de papel, aunque sea reciclado y no olvide que el mejor e-book es el que no se compra.


- Las leyes de la frontera, de Javier Cercas: También ha caído "El impostor", del mismo autor, pero me decanto por esta apabullante muestra de genio de este hombre cuya habilidad para crear personajes "que respiran" no tiene parangón ni dentro ni fuera de nuestras fronteras. Tere, El Gafitas y el Zarco conforman uno de los triángulos amoroso- amistoso- criminal más perfectos de nuestra literatura.

- Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson: Más de 600 páginas que despiertan el amor a la ciencia hasta en la mente más cerrada para el tema como puede ser la de un servidor. Desde la formación del universo hasta los orígenes del hombre contado con todo el humor, la prolijidad y el gusto por el detalle del mejor divulgador científico que hay sobre la faz de la tierra. Un libro para tener siempre a mano si uno ve factible ser riguroso sin aburrir a las ovejas. 

- Postales desde la tumba, de Emir Suljavic: Preparen cuerpo y mente para una experiencia literaria tan brutal como desasosegante. La masacre de Sbrenica contada desde dentro, sin esquinamientos ni maniqueos prejuicios. Atención al penúltimo capitulo "La caída", que no lo van a olvidar. Hechos puros y duros que conforman un libro maravilloso de muy lenta digestión y que acecha en la mente muchos meses después de leído.

- Bajo el signo de Marte, de Fritz Zorn: Reflexiones de un enfermo de cáncer criado en una familia alemana sin carencia material alguna y que nada en un absoluto vacío de sentimientos. Un canto a la vida y  a luchar por lo que uno desea aunque se sepa perdedor desde el primer momento. La radiografía furiosa de una sociedad de consumo que se viste con las telas de la vanidad para no ver lo que le rodea. La gran frase del año pone colofón a esta obra tan brillante como demoledora: "Me declaro en estado de guerra total". 

- Flashman y el gran juego, de George McDonald Fraser: Los más veteranos ya conocen mi predilección por el gran Harry Flashman, a quien ya dedique hace años una entrada en el ladrillo ("El ogro verde del ejercito británico"). Este año ha sido el turno del noveno volumen de sus aventuras, ambientado en el motín de los cipayos de 1857. Como siempre, aventuras, fornicio, bajezas morales y magistrales de historia de la mano del malandrín más encantador de la literatura inglesa. No se lo pierdan.

- Sumisión, de Michelle Houllebecq: Nueva entrega del franchute más desquiciado del firmamento literario. En esta ocasión es el Islam el que cae bajo el microscopio de partículas elementales del amigo Houllebecq en un ejercicio de política ficción magistral en el que aquí y allá aparecen las habituales- y geniales- reflexiones sociológicas del autor. Ha causado bastante controversia su final extrañamente poético pero quien vea aquí un canto a favor del Islam creo que debería graduarse la vista. 

- El olvido que seremos, de Hector Abad Faciolince: Palabras mayores, amigos. El retrato que el escritor colombiano realiza de su padre, Abad Gómez que fue asesinado en 1987 por sus continuos desafíos a las autoridades (políticas, militares y universitarias) y por su implacable labor social (gracias a su labor, el agua corriente llegó a Medellín) es desgarrador. Literalmente, te cambia la vida, te plantea dudas acerca de tu forma de actuar y te demuestra que en esta vida lo difícil es permanecer, porque pasar, pasamos todos.

- Así empieza lo malo, de Javier Marías: Le han caído las críticas más severas de su carrera pero debo reconocer que no ha sido mi caso. Me interesa la historia de ese director tuerto y su esposa, me atrapa el triángulo que forman junto al narrador y me asombra el giro final marca de la casa. Las mismas filias y fobias que siempre, el gusto por las perífrasis inabarcables que recorre la obra del autor y la sombre inmensa de "Tu rostro mañana" que todo lo cubre y que hace imposible usar correctamente la vara de medir.

- La suerte de Jim, de Kingsley Amis: El padre de Martin Amis era, al parecer, escritor y, antes de morir en 1995 había dejado un legado literario más que respetable en el que se incluía esta divertida sátira universitaria con regustillo amargo que invita más a la sonrisa cómplice que a la carcajada y que gana con el tiempo, como las grandes obras.

- Hombres buenos, de Arturo Pérez Reverte: Los libros de este hombre no me entran. Prefiero la inmediatez de sus artículos a las buenas ideas mal desarrolladas de sus novelas. Sin embargo, en esta ocasión, tengo que quitarme el sombrero e incluir entre los mejor del año este relato aventurero con La Enciclopedia ilustrada como Mcguffin y que entremezcla pasado y presente con incuestionable buen gusto y base histórica. Carne de celuloide, se lo digo yo.