miércoles, 30 de noviembre de 2016

Cinco razones para leer a Eduardo Mendoza




















1.- Es el flamante Premio Cervantes de 2016: Y aunque se lo merece desde hace años, lo es desde hace apenas unas horas. Habrá opiniones para todos los gustos, pero creo que existe un consenso bastante unánime en que el septuagenario escritor barcelonés es unos de los mejores novelistas que actualmente existe en lengua castellana. Entendiendo novelista, como ha escrito hace poco Sergio del Molino, como "alguien capaz de aunar talento y oficio, de componer obras de arte sin descuidar la artesanía y de escribir para una variedad enorme de lectores, con estilo, elegancia, amplitud de registros y humor". Y eso que hace unos años realizó unas delirantes declaraciones en las que anunciaba la muerte de la novela como género literario que sólo puedo explicar desde el abuso del alcohol o por la razón quinta para leer a este hombre y a la cual les remito.
 
2.- Ha escrito "La verdad sobre el Caso Savolta": Siempre será mi referente a la hora de hablar de la vanguardia y la exprimentación en lo que a literatura se refiere. Recuerdo que el año que yo estudiaba Selectividad, incluían esta maravillosa obra como el punto de arranque de la novela moderna en nuestro país. Con una estructura desmantelada intencionadamente y una catarata de estilos que van desde el puramente narrativo al recorte de prensa pasando por la prescripción médica, el monólogo interior y el lenguaje frío y meticuloso de los textos judiciales. Y hablamos de la que fue su primera novela. Es lógico que gente como Feliz de Azua escribiera que "con la apasionante historia de los antecedentes y consecuencias de la extraña muerte del empresario (el Savolta del título) apareció (Mendoza) en el firmamento literario como el cometa Halley: no venía de ningún lugar conocido, nadie sabía a dónde se dirigía, y sin embargo marcaba una dirección. Orientaba. Una verdadera obra maestra"

3.- Sería capaz de hacer reír al mismísimo Buster Keaton: Solo hay dos autores que puedan provocarme la carcajada incontrolada sin que la presencia de terceros sea un eficaz cortafuegos. Uno es Gerald Durrell (la fiesta final de "Mi familia y otros animales" es el mejor estimulante vital de celulosa que puede uno llevarse al cuerpo) y el otro es Eduardo Mendoza. El humor está en toda su obra. En las más serias y formales, como "La ciudad de los prodigios" o "La verdad sobre el caso Savolta" aparece en forma de fogonazos que tardamos en percibir y que están esparcidos por los momentos más tensos, dejando al lector totalmente fuera de juego por lo inesperado de su aparición. En las abiertamente cómicas, como "Sin noticias de Gurb" o "El misterio de la cripta embrujada" , la imaginación del escritor barcelonés es un pozo sin fondo en el que el lenguaje, los personajes y las situaciones se confabulan para provocar que quienes te rodean en el autobús te señalen con el dedo o cuchicheen a tu alrededor, en el fondo, muertos de la envidia por empezar el día con semejante estado de ánimo. 

4.- Es el creador del mejor detective de la literatura española: Tras cinco novelas ("El misterio de la cripta embrujada", "El laberinto de las aceitunas", "La aventura del tocador de señoras" "El misterio de la bolsa y la vida" y "El caso de la modelo extraviada")  aún desconocemos la identidad de ese detective sobrevenido, con tendencia a la verborrea y a la desnudez que a pesar de sus intentos de pasar desapercibido en la Ciudad Condal se ve envuelto en los casos más estrafalarios mientras deja al descubierto todas las vergüenzas de la sociedad con unas dosis de cinismo cáustico que no dan respiro La galería de secundarios que pululan por las cinco novelas (muchos aparecen y desaparecen en las distintas entregas) es deslumbrante, pero me quedo, sin dudarlo con Cándida, la hermana del héroe, cuya descripción en "El misterio de la cripta embrujada" es, sin duda alguna, una de las cumbres de la literatura del último medio siglo.

5.- Tiene más de setenta años: Y si eso, en la vida de cualquiera es barra libre para opinar sobre todo sin medir las palabras, lo es aún más para una persona como Don Eduardo que siempre se ha caracterizado por decir lo que se le pasa por la cabeza sin darle mayor importancia. Ya he comentado antes sus declaraciones hace unos años poniendo la lápida en el género literario con el que se gana la vida, y a principios de este año cargó, furibundo, contra los talleres de escritura. También dijo que su primera novela, "Soldados de Cataluña" era  un novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza y la lió parda en 2010 llamando analfabeto al Papa Benedicto XVI. También ha transmitido en muchas ocasiones su posicionamiento claro contra la independencia de Cataluña y contra los libros que se publican actualmente. La verdad, no le veo haciendo el payaso como Bob Dylan o Fernando Trueba, pero ardo en deseos de escuchar el discurso de aceptación del premio. Seguro que hay guinda.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Schubertior

Por suerte o por desgracia, en Madrid, el ruido te rodea. En ocasiones son las sirenas, el barullo infernal del trafico desquiciado. Tambien hay convesaciones ruidosas, exabruptos, niños llorando o riendo, padres en alerta roja, martillos pilones o camiones descargando y cargando a cualquier hora del día o de la noche. En ocasiones también hay musica. Espantosa la mayor parte de las veces. Sorprendente, hermosa y desconocida en algunas contadas ocasiones, como la que salía de una ventana hace unos días y que gracias a San Shazam pude saber que era una de las seis piezas que componen los Moments Musicaux o Momentos Musicales del compositor austriaco Franz Schubert.

En un Post-it a una cara podría escribir todo lo que conozco de la obra de ese artista: el archiconocido quinteto de "La trucha", el Ave María y poco más. Imagino que si me pongo el "grandes éxitos" de turno de Spotify alguna melodía más reconoceré. De su vida conozco algo más (no mucho, en cualquier caso) por la defensa colosal de su vida y obra que hace James Rhodes en su libro "Instrumental" (por cierto, una obra redonda que no deberian perderse si aman la vida y la música). Bajito, acomplejado, siempre a disposición de la caridad de sus amigos para sobrevivir, con un talento y una creatividad asombrosa (cientos de canciones, ocho sinfonías, dos decenas de sonatas para piano, etc) para una vida que apenas superó los treinta años y que estuvo dirigida por el desprecio, la falta de reconocimiento y una naturaleza enfermiza y quebradiza que terminó arrasada por la sífilis. Como ven, un magro botín de conocimientos cuando se habla de una obra tan descomunal y, al parecer, tan hermosa y brillante como la que creó este hombre. Mea culpa. 

Los seis Momentos Musicales que han puesto en primera fila de mis intereses al amigo Franz son composiciones ya tardías (se publicaron poco antes de su muerte), de una libertad formal absoluta y completamente diferentes entre ellas. Son obras para piano que van desde los apenas dos minutos del tercero de ellos a los casi ocho del último. Los hay con ritmo moderado, diabólicamente acelerados y algunos que convierten los adagios tradicionales en speed metal. Son obras con melodías amplias que no parecen repetir motivos y que sin embargo lo hacen bajo unos ropajes que uno tarda en digerir pero que cuando lo hacen asombran por su inocente complejidad. 

Me tienen loco desde hace una semana, la bella Señora Winot y las herederas pueden dar fe de ellos, especialmente el segundo de ellos, el que me asaltó a plena luz del día y me dejó en cueros musicales en una calle de Madrid aparentemente segura, el sitio menos proclive a ser el escenario de una epifanía melódica que uno pueda imaginar, el que aquí les dejo en la interpretación inmejorable del maestro Alfred Brendell. Dedíquenle los poco más de cinco minutos que dura (el día dura 24 horas, seguro que se lo pueden permitir), no se me duerman (aunque el autor ya se encargará a media pieza de que vuelvan de las tierras de Morfeo si se ha dado el caso) y descubrirán algo muy superior a la media. Disfrútenla.


martes, 15 de noviembre de 2016

Clonando lombrices

Decía Celtas Cortos en una de sus canciones más conocidas que ya no queda casi nadie de los de antes y que los que hay, han cambiado. Si esto es indiscutible en la vida real, en la blogosfera, donde la esperanza de vida de las bitácoras presenta datos profundamente medievales esta máxima adquiere proporciones casi celestiales. Afortunadamente, hay excepciones.

El gran Mister Lombreeze, que desde hace más de ocho años, ilumina a sus fieles, desde "De gusanos y lombrices" es el perfecto ejemplo de que en ocasiones, queda alguien de los de antes que no solo no ha cambiado sino que además. como el buen vino, se sublima. De la obra del amigo Lombreeze me gusta todo: cine, política, música, historia, unas gotas de laicismo, mortíferos combates contra la estupidez, alguna que otra teta y sobre todo, una cruzada perpetua por interesar, por compartir y por pasarlo bien en compañía de otros sin el clasismo intelectual tan propio de esta época. 

Y una de mis secciones favoritas es "Estrellando cine", sabiduría cinéfila gusana resumida en cuatro lineas con sus correspondientes estrellitas. Uno puede decidir que película ir a ver este fin de semana únicamente con repasar estas delicatessen mañas que tan buenas obras me ha descubierto en los últimos años. De modo que, en parte homenaje y en parte fusilamiento puro y duro, inicio hoy en la escombrera una suerte de remake de tan insigne bitácora con la que espero poder descubrirles algunas buenas películas, muchas decentes y, desgraciadamente, no pocos tordos (Hay cinco estrellas máximo de modo que hagan sus cuentas). Espero estar a la altura, pero, en cualquier caso, el original, ya saben donde encontrarlo.

Blood Father: Muy estimable vuelta de Mel Gibson al cine comercial. Familias desestructuradas, hijas díscolas con malas compañías, padres rudos pero amorosos, villanos de manual y veinte minutos finales francamente brillantes. El prólogo perfecto para la nueva película del amigo Mel, "Hacksaw Ridge" cuyo muy prometedor trailer pueden ver aquí. (***)

Elle: Una decepción inesperada. A mi, del perturbado y perturbador Paul Verhoeven me gustan hasta los andares. Isabelle Huppert es una actriz de reverencia y su primera hora es sencillamente redonda. Como fotografía de una sociedad miserable y enmascarada, la película funciona como un reloj. Como thriller, aburre a las cabras (**).

Huppert en la mejor escena del año.
 Doctor Strange: En Marvel siguen en racha y la película de Scott Derrickson deja el listón muy alto para la próxima entrega. Una historia interesante hasta para los que el tema superheróico le queda lejos, efectos visuales de primera categoría y por encima de todo, dos bestias pardas como Benedict Cumberbatch y Mads Mikkelsen bordando sus papeles. Recuerden, no se vayan de la sala hasta el final. Hay DOS (sí, dos) escenas durante los créditos que no se pueden perder. Quedan avisados. (****).

Jason Bourne: Pues yo fui de los que disfrutaron con Jeremy Renner tomando el relevo de la saga, de modo que la vuelta de Matt Damon me resbaló bastante. De hecho, creo que la película hubiera sido igual de buena con Renner. En realidad, cualquiera de la saga, porque aquí, el que corta el bacalao es Paul Greengrass. Qué tío. Tiene todo lo que odio en un director de cine y, sin embargo, su montaje esquizofrénico, su cámara al hombro y sus primerísimos planos, que a nadie perdono, aquí, me entusiasman. La mejor de la saga y la persecución en Las Vegas, junto a la secuencia en Londres de la tercera entrega, de lo mejor que ha dado el cine de acción en los últimos quince años (****).

Cafe Society: Las películas de Woody Alllen son como las conversaciones con nuestros amigos más añejos: no aportan nada nuevo, pero se disfrutan. Nuevamente Hollywood, nuevamente un actor joven imitando a Woody Allen cuando se ponía delante de la cámara, nuevamente diálogos brillantes y, nuevamente, una dirección que da en las espinillas de los más vanguardistas con elegancia, sabiduría y experiencia más que demostrada. Una pena que la pavisosa de Kristen Stewart arruine la función con su inexistente talento, porque iba para tres estrellas (**)

Don't breath: Los 85 minutos más angustiosos de lo que llevamos de año. Madre, lo que uno puede hacer en tan poco tiempo con talento y sin bañar en sangre al espectador. Un robo que se complica, una víctima que no se deja esquilmar, un perro con malas pulgas y un necesario silencio que pone los pelos de punta. De no ser por la "sorpresa", que es de un mal gusto que espanta, se llevaba cuatro estrellitas (***).

No me chilles que no te veo. Mejor aún, no respires.
 El infiltrado: Bryan Cranston ya es una razón para acercarse a esta cinta con el temible "basada en hechos reales" incrustado en el frontal. Pero desgraciadamente es la única. Ambientada en los años 80 narra una compleja operación montada por la DEA para encarcelar a la plana mayor del narcotráfico hispano. Prometedor y lleno de buenas intenciones, pero aburrido como un discurso de investidura (*).

Peter y el Dragón: Logradísimo remake de "Peter y el dragón Elliot", una entrañable película setentera que el tejano David Lowery adapta a los tiempos modernos con mucha brillantez. Cine familiar serio, bien interpretado, emotivo, emocionante y con un despliegue de efectos especiales que no emborrona la necesaria, pero nada azucarada moraleja. De lo mejor del año (****)

¿Que aún no ha ido a ver mi película? Atónito me dejas.
No soy un asesino en serie: Cuatro duros (quizás menos) para contarnos la historia de un chaval que además de trabajar en una funeraria, tiene pasión (y tendencia a convertirse en uno) por los asesinos en serie. Cuando empiezan a amontonarse cadáveres, la gente, claro, empieza a mirarlo raro. Encomiable ciencia ficción de serie B con unas gotas de horror lovercraftiano que además de para pasar un buen rato nos sirve para recuperar a Christopher Lloyd que, por cierto, está de Oscar (***)

El duelo: Buena prueba de que el que mucho abarca, poco aprieta. Western interesante, estudio de personajes de primero de infantil, presunta trascendencia de la que da mucha risa y un toque sobrenatural que sin ser de lo peor, no pega ni con cola. Si, como a un servidor, les gusta ver a Woody Harrelson en una pantalla de cine, pues adelante. Si no, se la pueden ahorrar (*).