viernes, 22 de marzo de 2013

El hombre que vendió el mundo... y lo recuperó

Soy un incondicional admirador de David Bowie desde que tengo uso de razón. Hace poco, en una encuesta organizada en la recomendable bitácora musical "La mansión en la colina" para elegir su mejor obra, me sorprendí incapaz de tomar una decisión, porque no hay uno solo de sus discos que no contenga, al meno dos o tres temas memorables cuando no son en su totalidad, piedras angulares del rock.

Por lo tanto, el mero hecho de que el artista británico estrene nueva obra tras diez años de silencio ya constituye ocasión por sí misma para hablar del muchacho en el ladrillo. Si a eso le sumamos que "The Next day", el álbum que acaba de publicar en todo el mundo hace unos días es una rotunda y magistral prueba del filón inagotable de talento que atesora este hombre, es imposible no aprovechar la oportunidad de dedicarle unas lineas recomendándoles encarecidamente que se acerquen a descubrir la nueva obra del artífice de "Diamond dogs". 
Y lo primero que hay que hacer para acercarse a "The next day" es hacer visera con la mano y no detenerse a contemplar la portada del disco, que será todo lo simbólica que ustedes quieran, el homenaje más hermoso que se le ocurra al flamante "Heroes" que Bowie publicara en 1977 y mil cosas más, pero que es sosa, ortopédica y muy poco atractiva para el consumidor no entregado. Juzguen ustedes si exagero..


"The next day" (2013)

"Heroes" (1977)


En fin, no deja de tener su gracia y cierto es que algunos de los temas del nuevo álbum entroncan con lo que hizo el hombre en 1977, pero, a mi, personalmente, me parece un horror. En cualquier caso, este tema no ha sido obstáculo para que, veinte años después, el amigo Ziggy Stardust haya colocado su obra en el primer puesto de la lista de ventas británica en apenas siete días. Y en lo que detractores y admiradores de la portada sí que coincidimos es en que, como la belleza, lo que hace grande a "The next day" es lo que habita en su interior.

De la mano de su productor favorito, Tony Visconti- que también se aplica con entusiasmo y acierto con las seis cuerdas en el álbum- Bowie ha sacado a la luz, con permiso de "Black Tie, white noise", su mejor obra desde el lejano "Scary Monsters" de 1980. Con el tarro de las esencias compositivas abierto de par en par, el artista británico se ha dejado de experimentos y se ha dedicado a componer lo que siempre ha sido su especialidad: el rock puro y duro- plagado de buenas guitarras y bases rítmicas poderosas- con el toque de extravagancia y vanguardia que siempre ha dominado y que le lleva a introducir en sus temas arreglos de cuerda, sintetizadores, cajas de ritmos, juegos vocales o torturados saxofones.

Es difícil destacar una canción, la calidad es altísima y hay casi para todo tipo de admiradores de Bowie. Personalmente me quedo con la irresistible "Valentine's day", la machacona "The next day"- que podría encajar como un guante en cualquiera de las grandes obras maestras del Duque Blanco- la bellísima "Where are we now" (ojo al crescendo final) o ese trallazo guitarrero que es "(You will) set the world on fire", sin por ello desprestigiar temas tan redondos como la oscura "Dirty boys" o ese single perfecto que es "The stars (are out tonight)". Les recomiendo que se hagan con la edición de luxe del álbum, porque "The next day" es tan bueno que hasta los temas de regalo, normalmente indigestos, merecen la pena. Ahí está la soberbia "I'll take you there" para demostrarlo.

Leo en Internet que Bowie ya tiene una edad y se ha descartado que haya gira de presentación de "The next day" con lo que, salvo milagro, nos quedaremos sin saber como suenan estos temas en directo. Es una pena, porque incluso con un pie en el asilo estoy convencido de que el Duque Blanco podría merendarse de una sentada al noventa por ciento de la chiquillería que hoy transita por los escenarios mundiales (tuve la suerte de verle en su mítico concierto de Madrid de 1990 durante el Sound and Vision Tour y más de veinte años después sigue siendo el concierto de mi vida). Puedo perdonárselo. Puedo perdonarle que nos prive de semejante espectáculo, porque a David Bowie yo le perdono todo. Pero, vistos los tesoros que esconde este disco magistral, más le vale que "The next day" no sea su último disco o tendré que ir a pedirle cuentas. Y ya saben ustedes cómo me las gasto.


lunes, 11 de marzo de 2013

Un tiempo para cada cosa


Soy monárquico por nacimiento y por pereza. Por nacimiento porque, a pesar de venir al mundo con Franco en la poltrona, su muerte me pilló con una edad en la que lo único importante eran las chuches, las croquetas y los dibujos animados de Tom y Jerry. Por consiguiente, toda mi vida no contemplativa ha transcurrido bajo el reinado de Juan Carlos I y ostentando éste la Jefatura del Estado. También lo soy por pereza ya que, si bien, carece de sustento que en pleno siglo XXI sobreviva una institución tan añeja y anclada en el pasado como la monarquía, no es menos cierto, que cambiar la forma política a estas alturas de la película se me antoja una empresa tan agotadora y laboriosa como ineficaz y ornamental. Como ya comenté aquí hace unos años (por cierto, intensísimo y muy interesante debate el que se produjo entonces. Les recomiendo que lo echen un ojo), poco va a cambiar la vida de los españoles si lo que ostenta el cargo de Jefe del Estado es un Rey o un Presidente de la República. Puestos a hacer modificaciones troncales se me ocurren otras muchas, infinitamente más urgentes y de efectos inmediatos.

Todo ello no impide que, a la vista de los acontecimientos que rodean a la Familia Real y a muchos de quienes les circundan, uno se plantee muy seriamente si no sería el momento, tras tantos años en el cargo, de que el Rey recule sobre sus pasos y desaparezca de la escena para dar paso a su hijo y evitar que sus viajes estrambóticos, sus aficiones, sus inesperados desplomes y sus sollozantes disculpas terminen de hundir la Institución. Aunque, creo que con eso solo no valdría, sin duda, podría ayudar a arrancar el tranvía.

Con Urdangarín en la cárcel, las Infantas apartadas de la vida pública- divorciadas preferiblemente, recluidas, donde se las vea poco-  y Don Juan Carlos y Doña Sofía cumpliendo con su papel de comparsas cuando la ocasión lo requiera, la Corona podría recuperar el brillo que tantas y tan sonadas meteduras de pata le ha venido sisando en los últimos meses. En este momento, en el que solo falta que el chofer del Rey y el que le enfría los botijos se hayan llevado crudos los billetes de quinientos, los Príncipes de Asturias parecen vivir en una realidad paralela y, a pesar de intentarlo, no he logrado encontrar contra ellos cacerolada o diatriba con fundamento que los coloque a la misma altura que sus vapuleados compañeros de foto familiar. Con la abdicación de Don Juan Carlos, además de ahorrarnos el triste espectáculo de verlo tambalearse sobre sus muletas con el rostro abotargado y la vergüenza supurando por cada poro de su piel, la Institución podría salir del laberinto en el que se encuentra y desvincularse del lodazal en el que se mueve de un tiempo a esta parte.

Y en nada afectaría una salida a tiempo al enorme y valiosísimo legado que el monarca ha dejado en la historia de nuestro país. Fueran cuales fuesen sus motivaciones iniciales para aceptar la Corona y las razones que le llevaran a tomar algunas de decisiones en los principios de su reinado, lo cierto es que en estos casi cuarenta años ostentando el cargo, el Monarca ha llevado a cabo una titánica tarea- simbólica, efectivamente, carente de tuétano sin duda. Pero necesaria, también sin duda, imprescindible, me atrevería a decir- para que el nombre de nuestro país resuene con fuerza en el extranjero- ahora también lo hace, pero la canción es otra muy distinta, desgraciadamente. De izquierdas o de derechas, nacionalistas y no nacionalistas, incluso si me apuran, demócratas y no demócratas: todos han reconocido al Rey su valor como elemento cohesionador de extremos, el perejil de todas las salsas. Por muy grande que sea la decadencia que rodea hoy al Jefe del Estado, la historia no puede sino hacer justicia con él y reconocer lo diferente que podría ser hoy nuestro país, de no haber estado el Rey a la altura de las circunstancia.

Me reconcome coincidir con el criterio de alguien tan flácido como Pere Navarro, el líder- con perdón- de los socialistas catalanes que hace unos días realizó unas manifestaciones pidiendo poco más o menos lo mismo. Sin embargo y como soy un hombre positivo, prefiero no pensar en inquietantes coincidencias y quedarme con el detalle de que si, incluso, para alguien con tan paupérrimo peso intelectual y político como el del amigo Navarro, la renuncia del Rey es irrebatible, va a ser que, efectivamente, Majestad, ha llegado el momento de hacer las maletas.