viernes, 14 de diciembre de 2007
Ventajas de ser inglés
martes, 11 de diciembre de 2007
Triqui y Traci
sábado, 1 de diciembre de 2007
Un siglo de flojos
sábado, 17 de noviembre de 2007
Maldito protocolo
miércoles, 7 de noviembre de 2007
Una furtiva lágrima
Aunque he tenido esas sensaciones con varios libros y con multitud de obras musicales, es, sin duda, en el cine, donde más han proliferado este tipo de acontecimientos. En muchas ocasiones, mis nudos y lágrimas se han visto acompañados por el de otros tantos espectadores. En otras, por el contrario, he tenido la sensación de estar en otra dimensión, más seca y mecánica que la mía al constatar que nadie salvo el abajo firmante vivía la intensidad del momento.
LOS PUENTES DE MADISON (1995), DE CLINT EASTWOOD: En mi larga cruzada en defensa de esta memorable obra maestra de Clint Eastwood, me he visto obligado a traspasar con mi florete de duelo un buen número de pétreos corazones a los que no se les movía un pelo cuando calificaban de ñoñería y cursilada esta apasionante historia de amor entre una aburrida ama de casa y un fotógrafo del National Geographic. No sólo cuenta con la mejor interpretación de Meryl Streep en toda su carrera. Además, es una exhibición en toda regla de su director y protagonista. En pocas ocasiones ha sido posible transmitir tanta intensidad con tanta economía de medios. Todo en la película es frugal y mínimo en beneficio de la historia que narra. Si en la secuencia bajo la lluvia cerca del final no sientes algo en el estómago, visita un médico.
martes, 30 de octubre de 2007
Difuminando colores
El desarrollo de los personajes es modélico y si, por supuesto, es el de Paula el más rico y detallado, Doyle dedica tiempo y esfuerzo para no caer en los tópicos ni en el retrato de los niños ni en el del brutal Charlo. Pero, como he comentado, es Paula el gran hallazgo de esta obra. A lo largo de las poco más de trescientas páginas de la novela, la inmensa presencia del personaje lo empapa todo. La sentimos respirar, amar, odiar, sangrar. Nos reímos con ella, lloramos con ella. Entendemos sus miedos ("Pasaban meses sin que sucediera nada, pero la amenaza se cernía siempre en el horizonte. Como una promesa"), compartimos sus momentos de felicidad ("Dejé de ser una cualquiera el día que bailé con Charlo Spencer") y asistimos al terrible desarrollo de su desgracia que inicia el vuelo desde la autoinculpación ("Él lo era todo, yo no era nada. Le provocaba. Yo era una estúpida"), pasando por la desesperación ante la ceguera general ("Les habría contado todo. Sólo tenían que llevarme detrás de la cortina, sólo tenían que hacerme la pregunta adecuada"), la muerte como persona ("Esa era mi vida. Recibir una paliza, esperar una paliza. Recobrarme. Olvidarlo todo") y la resurrección en una nueva ("No sé distinguir lo cercano de lo distante. Un día me casé. Otro le eché de casa. Ocurrió entre medias. Eso es todo").
Si fuera Ministro de Educación, incluiría esta obra en la nueva y polémica asignatura de Educación para la Ciudadanía, como óptimo medio para controlar la lacra de los malos tratos y para aprender una serie de conceptos como la honestidad, la valentía, el esfuerzo o el coraje, de escaso calado todos ellos en la sociedad que nos ha tocado vivir. Como no lo soy ni pretendo serlo, me conformo con dedicarle esta lineas a esta novela valiente y necesaria como pocas. A ver si cunde el ejemplo.
miércoles, 24 de octubre de 2007
El que calla y observa
viernes, 19 de octubre de 2007
Luz tras la puerta
A tan precario equilibrio me han conducido los rancios aires de corrupción de Felipe González, las sangrientas payasadas bélicas de José María Aznar y el mundo feliz sin terroristas ni tensiones nacionalistas en el que vive José Luis Rodríguez Zapatero. Dicen que un líder es aquel que sin ser inteligente, sabe rodearse de gente que sí lo es. Desgraciadamente, tampoco es nuestro caso y por cada Nicolás Redondo Terreros surgen tres o cuatro Pepe Blancos. Como le ocurría a Heracles con la hidra mitológica de Lerna, cortas la cabeza de un Rodrigo Rato y aparecen un Acebes y dos Moratinos. Como puede entenderse, un panorama desolador, una inmensa nada, un puerta a la esperanza cerrada a cal y canto.
lunes, 15 de octubre de 2007
Una película española
miércoles, 10 de octubre de 2007
Aficionados
lunes, 8 de octubre de 2007
El heredero de la corona
martes, 2 de octubre de 2007
El demonio de Tasmania
martes, 25 de septiembre de 2007
Alquimia
viernes, 21 de septiembre de 2007
El juicio del siglo
Toda la historia es, por supuesto, un despropósito ilimitado que únicamente puede producirse en un país como los Estados Unidos, donde, efectivamente y como ya se sabía antes de que Morgan de los Alpes montara este circo, puede caer una demanda contra cualquiera y por cualquier motivo. En Estados Unidos, existe un abogado por cada 300 personas y la demanda indiscriminada es, junto al béisbol, el deporte nacional. Desde las multinacionales hasta el vecino de enfrente. Todos pueden, de repente, encontrarse frente a un tribunal por realizar determinadas prácticas sexuales en su propia casa o por servir el café demasiado caliente. Y muchas, hasta las más absurdas como ésta, son tramitadas e, incluso, en ocasiones, triunfan, haciendo bueno aquel dicho en virtud del cual cuanto mayor es el número de abogados menor es la importancia de la justicia.
Sin embargo, sería injusto no reconocer al senador que la idea que plantea es, cuanto menos, interesante. Suponiendo que exista y que no sea, como dice Feuerbach, una creación del hombre a su imagen y semejanza, si fuera posible llevar a Dios a juicio, ¿sería declarado inocente? Indudablemente y de manera prevía, debería acreditarse que ha realizado actos delictivos, bien de manera directa, bien mediante inducción, pero, en mi opinión y únicamente echando un vistazo a la mitología bíblica o a hechos históricos pretéritos y actuales, eso, no sería problema. Pueden contarse por millones los hombres y mujeres que han muerto por su acto directo, en su nombre o a manos de quienes lo ostentan. El escritor británico C.S. Lewis, católico fervoroso, llegó a escribir que, "por sus actos, Dios puede pasar por "un sádico del cosmos que nos golpea en la única vida que conocemos hasta grados inimaginables. ". Hijos, parientes, civilizaciones enteras arrasadas por un quítame allá ese becerro de oro o esa media luna. Sin dudar ni un minuto y sin apelación posible.
Si dejamos a un lado el dolor y el sufrimiento físico y nos centramos en el espiritual y subjetivo, Dios tampoco sale muy bien parado. Y no sólo por ese conformismo vital basado en el más allá que ha sido predicado desde siempre, dando lugar a un efecto placebo cuya base argumental es un castillo de naipes, sino al destierro al que ha condenado a la razón con ese curioso invento de la fe. Apoyándose en ella, es posible aceptar todo y en consecuencia, es estéril quejarse. Y no sólo porque lo ocurrido es irreversible sino porque, además, no tienes la capacidad de acercarte siquiera a comprenderlo. Dicen que los caminos del Señor son inescrutables y, por consiguiente, incomprensibles por nosotros, pero somos precisamente nosotros los que deambulamos por ellos. No estaría de más el saber por donde vamos.
Desde mi punto de vista, no son, en consecuencia, pocos los hechos que podrían imputársele y no me parece que ese hipotético juicio fuera a ser un camino de rosas para Él. Son demasiadas cosas, demasiadas injusticias y golpes de efectos vacíos de contenido los cometidos desde el principio de los tiempos. Sin duda, éste sí que sería el juicio del siglo y no el de O.J. Simpson. Lo malo es que al igual que ocurrió en el de este último, al final y a pesar de las pruebas en su contra, lo salvarían sus abogados. Como llevan siglos haciendo.
domingo, 16 de septiembre de 2007
Imaginemos
jueves, 13 de septiembre de 2007
Otom al ata oít im
Algo similar ocurre en ocasiones con los directores de algunas películas: te venden como "manifestación artística de carácter cinemátografico" lo que no es más que basura putrefacta. Sin ir más lejos, "Irreversible", lo que el director argentino Gaspar Noé filmó en Francia en 2002 y que yo he tenido la desdicha de ver hace unos días es un claro ejemplo de esta afirmación. En muy pocas ocasiones he podido encontrar algo tan estúpido, pedante, amanerado, repulsivo, amoral e imbécil en una pantalla de cine como lo que se muestra en esta nauseabunda sucesión de imágenes.
Voy a intentar explicarme. "Mi tío ata la moto" es una frase simple y estúpida. Y lo sigue siendo aunque la escribamos al reves, en mayúsculas o cambiando anarquicamente el orden de las letras. De donde no hay, nada puede salir por mucho que se quiera intentarlo. Al argumento de esta sucesión esquizofrénica de imágenes no puede dársele mayor profundidad que a las aventuras de mi tío con su moto: una joven (Monica Belluci) es violada en una calle de París a la salida de una fiesta y su novio (Vincent Casell) junto a la antigua pareja de aquélla (Albert Dupontel) intentan localizar al culpable y vengarse. Punto.
En "Irreversible" todo es un horror bíblico. Desde sus aparatosos títulos de crédito hasta la insoportablemente babosa y relamida secuencia final. Las carencias artísticas y técnicas del amigo de Perogrullo son insondables. Todo está espantosamente planificado (la primera secuencia en el hotel, con movimientos de cámara copiados del "Caiga quien Caiga" es antológica), mal iluminado (cortesía del propio Noé), horriblemente interpretado (sobre todo Cassel, histérico, sobreactuado, incluso cuando no tiene el menor motivo para estar nervioso o enfadado) con unos diálogos ampulosos, llenos de pretensiones y con menos enjundia que los de Gloria Fuertes en una tarde de resaca (indescriptibles la payasadas que se dicen unos a otros en la soporífera e innecesaria secuencia en el metro entre los tres protagonistas).
Noé, a pesar de pretender impactar en todo momento con sus idioteces de cuarta regional, siempre opta por lo fácil a pesar de sus aires de cineasta rompedor e iconoclasta. En su película, siempre parece tener dos caminos y ante la senda de la sugerencia, requiebra con mucho artificio y se lanza a caballo desbocado por la senda de lo gráfico. Obviando la elegancia de la elipsis, Noé lo muestra todo y sin ahorrar detalles. La secuencia de la violación o el momento en el club nocturno son de una crudeza sin igual, pero su efecto es como el de los huevos podridos en la nevera. Al abrirla, el olor te envuelve y la arcada asoma. Cuando se cierra, el aroma puede durar unos segundos, pero se olvida enseguida. Como le pasa a este pésima y presuntuosa pélicula sin el menor atractivo. Quedan advertidos.