Decía Julio Caro Baroja que un pedante es un estúpido adulterado por el estudio y, de verdad que no se me ocurre mejor definición para referirme a José María Sánchez- Verdú y a ese inmenso despropósito que es "El viaje a Simorgh", la ópera que recientemente ha estrenado en Madrid y a una de cuyas representaciones asisití hace unos días.
Que a este hombre le vendría bien una cura de humildad, se ve claro por el torrente de sandeces que ha venido soltando por los medios de comunicación en los últimos días. Sólo un par de perlas:
"Esta ópera tiene muchos sustratos, como la Biblia o cualquier obra de Joyce". Nada menos. La Santísima Trinidad de la cultura y el arte: Díos, Ulíses y.....Verdú. Todavía se molestará por ponérle el último.
"Cuanto más completa sea la formación de la persona, más aspectos podrá apreciar en la obra". Es decir, que si el libreto te parece una memez sin fondo, la ¿música? una sucesión de zumbidos sin orden ni, nunca mejor dicho, concierto y la puesta en escena lo más simplón visto en un teatro en años, la culpa no es sino de tu formación. Escasa, inconsistente y por supuesto, mortalmente insuficiente para llegar a todos los "sustratos".
"Todos tienen que habituarse a mi lenguaje. Puede parecer egocéntrico, pero no puedo renunciar a mi personalidad en función de varios intérpretes." Faltaría más, José María. Intentar aportar algo a tu obra. Desde luego, estos cantantes, meros cables conductores de tu arte, qué ansias de protagonismo. No te preocupes, que no parece egocéntrico. Lo es, sin más.
De veras que asistí a la representación con una mente abierta. Pero nada más empezar me di cuenta de que, conmigo, la punta de lanza del señor Verdú estaba dando en hueso.
Una filmación sobre el escenario fruto de una mala digestión de los títulos de crédito de "Seven" inician el esperpento. En unos minutos y como toda obra "moderna" que se precie, aparecen varios hombres desnudos dejándose el culo como la bandera de Japón, mientras algunas cantantes gritan como si las escaldaran vivas, vestidas con miriñaques o, por confundir un poco, con batas de enfermeras. Se apagan las luces y al borde del escenario, un señor con frac y gafas de sol aporrea con su arco un violín con luces que parpadean en varios colores mientras dos docenas de figurantes vestidos de pájaros se mueven como si los acabaran de sacar de una coctelera. Gente que anda incomprensiblemente despacio de aquí para allá, chillidos fuera de lugar, el tío del frac destrozando el violín (en otra de sus declaraciones, el amigo José María dice que los músicos sacan sonoridades nuevas a sus instrumentos. Para la próxima, el violinista en vez de utilizar el arco, para masacrar su instrumento, podría utilizar el prepucio y, así, al menos, resultaría escándaloso y no simplemente estúpido), personajes que, de repente, comienzan a recitar a San Juan de la Cruz. En fin, una imbecilidad sin nombre.
Y qué decir de la música. Por supuesto, no hay manera humana de localizar una melodía, una armonía, ni siquiera es música atonal o cromática. No hay nada, vacío absoluto. Todo son chirridos, notas agudísimas, casi dañinas. Ni acompañan la acción, ni la aclaran. Todo el mundo va a su aire. Da la sensación de que el chirrido o la nota superviviente al genocidio melódico del compositor han sonado en ese momento, pero podría haber sonado un segundo o diez minutos antes, o después. Para estos compositores "modernos", conceptos tales como la melodía o el contrapunto son arcaícos y rancios. Para ellos, la música actual no necesita de esas ideas arcanas sino que utilizan ideas tan pedantes e insufribles como "música fluida" o "musica del aire". Tonterías. El contrapunto no es arcaíco. Es difícil. Y por eso, esta gente nunca podrá ser capaz de componer otra cosa que la banda sonora de un matadero de cerdos en hora punta.
Al parecer, los críticos más artísiticos y vanguardismo han destacado por su belleza, los cuadros finales. Ahí reconozco que no puedo opinar. A los ochenta minutos de calvario abandoné el teatro, enrabietado, indignado y hasta los mismísimos simorghs de tanta modernidad vacía y presuntosa. Por lo que a mí respecta, una y no más.