sábado, 26 de junio de 2010

Error de concepto


Uno topa casi a diario con ese tipo de personas vociferantes y maleducadas que adoptan modales que harían enrojecer a un vikingo cuando algo no encaja en lo que consideran su sitio. Ostentan sus argumentaciones como si fueran lanzas, gritan, gesticulan y en el apogeo de su arrebatato hunden sus palabras y sus gestos despectivos en el sufrido interlocutor sin importarles vínculo, edad o condición. Como es de imaginar, quién esté en posesión de la verdad en ese momento carece para ellos de importancia alguna.

Tras la tormenta, y como si volvieran de un sueño al que han sido ajenos en gran parte, arrían las velas de sus barcos y se dirigen a puerto con la parsimonia que genera la tranquilidad de espíritu sin pararse siquiera a comprobar el estado de quienes han sido engullidos por su furia . Es entonces, cuando se les pide explicaciones a estas personas por lo modos y maneras en las que han llevado la conversación y se les afea su conducta, cuando aparece el chivo expiatorio de todos los males. "Discúlpame, es que yo soy así, tengo mucho carácter".

Que uno sea de una determinada manera no es defensa suficiente para disculpar los malos modos, el trato despreciativo ni las actitudes violentas. De poco le vale a quien ha padecido estas tormentas saber que quien ha inflingido el trato es de una manera de ser o de otra muy distinta. Visto lo visto, es evidente que no puede ser de otro modo. Si uno es "como es" y eso le lleva a comportarse como un cavernícola tiene dos opciones: cambiar y entender que como decía la canción, una palabra más rotunda que otra no te otorga un gramo de verdad o asumir las consecuencia de sus actos. Porque resulta que este tipo de gente, especialista en salar las heridas luego es muy sentida y cuando se les echa en cara que uno ha visto vídeos de Hitler expresando sus ideas con maneras casi idénticas, se ofenden y acusan a quienes les echan en cara sus modales de neanderthal primigenio de tener poco aguante o carecer de voluntad para entenderlos. El tedioso asunto de la paja y la viga que tanto juego da en el refranero español encaja aquí como un guante

Apoyarse en algo tan difícil de construir como el carácter para no reconocer que, sencillamente, se carece de temple, no se es diestro en el control de las riendas con las que uno dirige el genio o, por no complicar mas el asunto, se dispone de mala leche suficiente como para mantener Intereconomía en antena durante todo un año fiscal, debería estar tipificado como delito. Y la gente que se escuda en ello para actuar como un lunático, que salga de su error y se dé cuenta de que su problema no es cuantitativo, sino, por supuesto, cualitativo. Lo demás son ganas de no llamar a las cosas por su nombre ni valorarlas en su medida.

sábado, 19 de junio de 2010

Siete razones para no perderse "Nurse Jackie"


1.- No es "otra serie de médicos": A pesar de que el grueso de la serie acontece en la sala de urgencias del All Saints Memorial Hospital, de New York y de que sus personajes pasan gran parte de su tiempo en bata y moviendo enfermos de un lado para otro, poco importan los diagnósticos, las enfermedades y las medicinas que las solucionan. En "Nurse Jackie", lo realmente importante sucede en los pasillos, en la capilla del centro o en las escalones de entrada, justo cuando los personajes dejan de actuar como médicos o enfermeros.

2.- El personaje central no deja indiferente: A pesar de sus dificultades para respetar el escalafón, la enfermera que da título a la serie, Jackie Peyton, goza de un merecido prestigio en el centro como compañera ejemplar, incansable trabajadora y líder carismático. Pero no es menos cierto que también es una adicta a las pastillas que intercambia sexo por suministros con el encargado de los fármacos en el hospital, oculta que está casada y con dos hijas a todos aquellos que la rodean, gasta el dinero del fondo para los estudios de aquellas en comprar barbitúricos, y no duda en conspirar para sacar del hospital a quienes detectan ese lado rodeado de sombras de su personalidad.

3.- Carece de corrección política alguna: Es obvio que el código moral de Jackie Peyton es, por lo menos, discutible. Pero es de agradecer que los responsables de la serie huyan de pedagogías baratas y juicios éticos. En "Nurse Jackie" no se juzga a los personajes ni se predispone al espectador. Es difícil no aplaudir cuando Jackie arroja por el retrete la oreja cercenada de un narcotraficante herido en un tiroteo o cuando destroza con una llave el coche de un ricachón que envía a su chofer a recuperar la flecha con la que ha atravesado a un joven mientras practicaba el tiro con arco sin permiso alguno. Pero también es fácil recelar cuando la vemos engañar a su marido o esnifar pastillas machacadas, oculta en el cuarto de baño, mientras sus hijas desayunan a pocos metros.

4.- Edie Falco ya no es la esposa de Tony Soprano: Jackie Peyton vive en un mundo de mentiras que se superponen e intercalan al menor contratiempo. Eso unido a su adicción a los tranquilizantes y a la tensión intrínseca que lleva aparejado el trabajo en el hospital, convierten su día a día en una bomba de relojería con el contador estropeado: todo, en cualquier momento, puede hacerse pedazos. Y ese aura de cable de alta tensión que rodea al personaje es mérito de la extraordinaria Edie Falco, que con su asombrosa interpretación logra la difícil tarea de borrar de la mente del espectador el recuerdo de Carmela Soprano a quien dio vida durante muchos años en esa enorme asignatura pendiente que es para un servidor, "Los Soprano".

5.- Hace de lo sorprendente la norma general: Quienes busquen lo predecible en "Nurse Jackie", perderán el tiempo. Parafraseando a Chenoa, cuando el espectador va, los guionistas ya vienen de allí. Desde que dan inicio sus (extraordinarios, como se puede comprobar aquí) títulos de crédito hasta que concluye el episodio (unos veintipocos minutos después), los espectadores quedamos a merced del viento. Las tramas que sustentan el argumento parecen deslizarse sin destino, morosas, como arrastrando los pies. Sólo una vez concluido el episodio, una vez que se "posa" en la memoria , uno se da cuenta de que, en realidad, la historia no hace sino avanzar, sin que sea fácil decidir si estamos ante una comedia muy dramática o la tragedia más divertida de la televisión. Lo que es muy de agradecer, por otra parte.

6.- Tiene la mejor red de secundarios de la televisión: A pesar de que Jackie es, obviamente, el punto de apoyo sobre el que se sostiene todo el producto, éste no sería lo que es si no fuera por la galería de personajes que se deslizan por la trama. Tenemos a Thor, alejado por completo del tópico enfermero homosexual, con su aspecto de rudo leñador del Canada y tenemos al Doctor Cooper, una estrella de la medicina con síndrome de Tourette "mamario" (mejor no explicarlo). No podemos olvidar a Eddie, el suministrador de pastillas que intercambia fluidos con la protagonista ni, por supuesto, a la cándida e insegura Zoey, admiradora a muerte de la taxativa Jackie. Por supuesto, "Nurse Jackie" no tendría el puesto estelar que mantiene en mi universo de no pasear por sus imágenes a Anna Deavere Smith, que con su interpretación de la estricta y arrebatadora Gloria Akalitus concede brillo y esplendor a cada plano en el que aparece.

7.- Tiene el mejor fin de temporada de los últimos años: No hay noticias de una tercera entrega de "Nurse Jackie" y, en cierto modo y a pesar de que, en mi opinión, es uno de los productos televisivos más logrados de los últimos años, creo que la fórmula ha dado todo lo que tenía que dar. Por eso, ese desconcertante "blow me" final, tan inesperado, tan seco, pero, al mismo tiempo, tan coherente con el personaje, merece, desde ya mismo pasar a los anales de la televisión. Tras los discutibles finales de "Lost" y "24", es un placer contemplar una conclusión tan a tono, la guinda perfecta para un pastel agridulce, intenso y muy recomendable.

miércoles, 9 de junio de 2010

Punto y final: Javier Marías


Durante un largo periodo de tiempo, Javier Marías fue mucho más que mi escritor favorito. Entré en su mundo de laberintos verbales y perífrasis ampulosas a través de esa maravilla que es "Mañana en la batalla piensa en mi". En muy poco tiempo, "El hombre sentimental", "Todas las almas" y "Corazón tan blanco" fueron pasto de mi voracidad lectora y de ahí a los recopilatorios de artículos periodísticos y los relatos cortos medió un paso. Compraba algunos periódicos regionales sólo para leer sus columnas dominicales (Internet y yo, en aquel momento aún manteníamos las distancias) y sentía una molesta punzada de rabia cuando alguien lo ninguneaba, criticaba o, sencillamente, manifestaba su oposición al artista o a su obra.

Lo conocí personalmente hace muchos años, en plena efervescencia de mi devoción, una mañana que firmaba sus obras en la Feria del Libro de Madrid. Recuerdo que hacía un calor sofocante y me sudaban copiosamente las manos sin que tuviera nada claro si semejante capacidad transpiradora era fruto de la temperatura o del intenso nerviosismo que me dominaba por completo. Mi admiración era tan grande que me aterraba no estar "a la altura" y responder cualquier insensatez a la perla con la que sin duda, me obsequiaría cuando me llegara el turno y le entregara la obra en la que depositar la joya. El diálogo sin duda, no estuvo a la altura de las expectativas:

- Tarquin: Buenos días, Javier.
- Javier: Buenos días. ¿A que nombre pongo la dedicatoria?

- Tarquin: Pues, Fulano, por favor.
- Javier: Anda, coño, como el que juega en el Madrid.
- Tarquin: ..........................

- Javier: Gracias, que tengas un buen día...... Hola, ¿A que nombre pongo la dedicatoria?

- Tarquin: ........................


Como un amante despechado, le fustigué con el látigo de mi indiferencia y, haciendo gala de un infantilismo comprensible sólo desde la estupidez adolescente, me negué a leer nada escrito por él durante varios meses. Arrinconé sus libros, dejé de comprar el Diario de Villalilas del Campo los domingos y palmoteaba como una foca con una sardina cuando alguien le ponía a caldo tibio. Lamentable, Lo sé, pero hay que ponerse en mi lugar: nunca es fácil comprobar que aquel a quien admiras y a quien contemplas en ángulo recto resulta ser humano contra todo pronóstico.

Salí pronto de aquel limbo, afortunadamente. Justo a tiempo de entrar de lleno en la trilogía de "Tu rostro mañana", que es su obra maestra y tal vez, la obra en castellano más importante de lo que llevamos de siglo. Y cuando dejé de profesarle esa admiración incondicional, creo que disfruté aún más de este escritor excepcional, controvertido y genial con el que, casualidades de la vida, ahora me cruzo con cierta frecuencia en la calle al vivir no muy lejos de mi casa. Poco me importa que siempre ande ceñudo y apresurado, que sus artículos periodísticos tiendan a repetirse temáticamente y que el plumero político que cada día se le ve más, no le deje limpiar a veces el polvo de sus ideas. Poco me importa, digo, si sigue deleitándonos con genialidades como las que transcribo parcialmente (el texto completo está aquí) en esta entrada, que se publicó en el suplemento dominical de El País el pasado día 23 de mayo y que merece sin duda aparecer en esta sección del ladrillo.


"Lo que pasó pasó, y no hay quien lo rectifique ni lo repare ni enmiende. Lo que otros hicieron no lo hemos hecho nosotros, y no somos quiénes para excusarnos por los actos no cometidos. Creer lo contrario es de una soberbia infinita, y sin embargo hoy lo parece creer el mundo entero. No hay manera de resarcir a los damnificados, que yacen en sus tumbas y de nada se enteran. El tiempo –es inconcebible que se finja ahora ignorarlo– “ni vuelve ni tropieza”, por decirlo con Quevedo. Otra cosa es que se sepa lo que ocurrió, algo en verdad necesario. Para eso están los libros de Historia, y también las leyendas, las novelas y las películas, todo ello contribuye a que los crímenes no caigan en el olvido. Pero esto no parece bastar a los narcisistas contemporáneos, cuya última pretensión es que, además, se procese a los muertos, a quienes ya no pueden responder ni avergonzarse ni padecer castigo. Como si no hubiera suficientes casos que juzgar, con los responsables vivos y a menudo impunes, se pretende con cada vez más frecuencia que se abran causas contra cadáveres"


miércoles, 2 de junio de 2010

Escalibada de murciélago


Batman y yo nunca hemos sintonizado mucho, si bien, para ser del todo sincero, la falta de fluidez afecta, en general, a la relación que mantengo con DC Comics; ni el mencionado señor de la noche, ni Superman, ni Flash ni ningún otro de los emblemas de la Distinguida Competencia logran captar mi interés de la manera en que sí lo logran Spiderman, Daredevil, Lobezno y demás miembros del catálogo Marvel.

Gracias a "Batman:año uno" y "La broma asesina", excelentes recomendaciones de los siempre certeros Otis Driftwood y Azid Phreak, y, sobre todo, como consecuencia de la memorable experiencia que supuso la segunda aportación al personaje que nos brindó Cristopher Nolan en "El caballero oscuro" (probablemente la mejor película de superhéroes de la historia y una de las cintas supremas de lo que llevamos de siglo), las tortuosas aventuras del señor de la noche dejaron de ser una aburrida imposición (algo tendrá este hombre cuando a tantos interesa, me decía) y empezaron a convertirse en un intenso placer. Hasta que "Batman Barcelona: el caballero del Dragon" se incorporó al baile.

Es cierto que, a pesar de la monumental campaña publicitaria y de la presencia de nombres de la categoría de Jim Lee o Mark Waid en el proyecto, poco debe uno esperar de una obra fabricada para un acontecimiento muy concreto (El Salón del Comic del año 2009) y cuyo evidente (y muy respetable) objeto es sacar tajada de dicha circunstancia, mezclando en la batidora a un personaje de fama internacional (Batman) y a la ciudad anfitriona del certamen (Barcelona).

Sin embargo, y a pesar de tan paupérrimas expectativas, las peripecias de Bruce Wayne por la Ciudad Condal perforan a la baja los peores augurios y convierten "Batman Barcelona" en una experiencia casi dolorosa, un tordo colosal, propio de un "cagonet" en el apogeo de su arte cuyos únicos puntos positivos son su precio (apenas seis euros, que son seis euros más de lo que vale, por otra parte), su longitud (cuarenta páginas, con media docena de viñetas a cara completa) y que, al menos, la visión de la Ciudad Condal, no abunda en los tópicos y no presenta sus calles sembradas de bailarines de sardanas comiendo fuet, ni "castellets" en cada esquina.

Me cuesta atribuir a otro elemento que no sea el vil metal, la presencia en este engendro de un guionista tan interesante como Mark Waid (algunas de las mejores historias del controvertido "Brand new day" en el que mi trepamuros favorito vive desde hace un par de años provienen de su pluma) en esta historia lamentable en la que un lagarto sobrealimentado, de nombre Killer Croc (¿?) se prenda de Gaudí y monta un cirio en Las Ramblas. Batman no parece coincidir en gustos arquitectónicos y se planta en El Prat para discutir el asunto como si estuvieran en "La Noria", es decir, a palos. Me encantaría poder extenderme algo más en resumir el argumento, pero lamentablemente, la historia no da para más y, por si fuera poco, abunda en situaciones ciertamente bochornosas, llevándose la palma el momento "Ivanhoe" del amigo Batman, senyera en mano, recorriendo Barcelona en busca del villano de la función y que literalmente quita el sentido (del ridículo). De la risible moraleja final, prefiero no hablar que me entra el tabardillo.

En cuanto al aspecto gráfico, los lápices corren a cargo del barcelonés Diego Olmos que poco puede hacer con el material que le han facilitado y que, además debe luchar contra el gran Jim Lee, cuya apañada portada proyecta una sombra de tan enormes proporciones sobre el simpático pero poco emocional trabajo de Olmos que uno no puede dejar de sentir por él cierto desconsuelo compasivo. Además, sus composiciones son forzadas, innecesarias y se aprecia una falta de aliento en el dibujo, una carencia emocional tan marcada que es casi imposible pasar las páginas del tomo sin descargar un bostezo. Los momentos teóricamente espectaculares, a pagina completa, con un amplio pero estéril despliegue de medios y, sin duda, realizados con la mejor intención, son una buena prueba de esa falta de intensidad tan perjudicial a la que hago referencia.

"Arkham Asylum" aguarda su turno en mi mesita de noche. Las penosas imágenes de "Batman Barcelona" aún palpitan en mi maltrecha memoria y me sudan las manos cada vez que me acerco al enorme tomo (Edición "de luxe", especial para incautos como servidor y que, además de la historia original, el guión manuscrito, y los bocetos seminales de la obra, seguramente, también incluye hasta el posavasos en el que Grant Morrison apoyaba el café cuando escribía los diálogos) a quien se le ha encomendado la difícil misión de restablecer el prestigio que Bruce Wayne y su encapuchado lado oscuro habían llegado a tener en el hogar de los Winot. La gesta se antoja difícil pero como dijo cierto arácnido hace ya muchas décadas, todo gran poder conlleva una gran responsabilidad.