Dos cosas han quedado claras tras la madre de todos los debates habidos y por haber en éste y otros universos, multiversos y realidades alternativas varias de este pasado lunes. La primera es que a la hora de vender un producto, no hay nadie como los muchachos de Antena 3. Ya sea un partido de fútbol de quinta regional, el campeonato de comedores de chipirones en su tinta o un debate político, los mil tentáculos del grupo A3 Media, llevan a cabo tal despliegue de artillería comercial que es casi imposible ponerse a cubierto del continuo bombardeo de anuncios, especiales, preludios y epílogos con el que asedian al desarmado televidente. Puede uno no verlo, pero también es inevitable pensar que al día siguiente ira cojo a las tertulias matinales.
La segunda y no menos indiscutible es que el pasado lunes fue difícil determinar quién fue el ganador del debate, pero no hay duda alguna de quien terminó de poner el último clavo a su ataúd político y ese no es otro que el actual presidente del gobierno, Don Mariano Rajoy Brey, que con su ausencia ha demostrado que como todos los mediocres, hay que rodearse de iguales para poder destacar.
Con el marrón que le soltó a su voluntariosa vicepresidenta, Soraya Saez de Santamaría (que bastante hizo la pobre con los dos mihuras que le esperaban en el escenario) el presidente se salvó de una muerte segura a manos de Alber Rivera y de Pablo Iglesias y eso que ninguno estuvo en su versión más brillante. Pero, al mismo tiempo, ciñó la cuerda a su mortaja política en un ejercicio de escapismo que haría palidecer al mismo Houdini y que me recordaba horrores a otro suicidio público perpetrado por Zapatero cuando tomó la decisión de mandar a otra mujer voluntariosa, Elena Salgado, a defender los Presupuestos Generales más indefendibles de la democracia (Hable de ello largo y tendido en esta su escombrera, si les apetece pueden recordarlo aquí). Si aquello le costó la mayor parte de su escaso crédito al ex presidente- y Don Mariano se lo echó merecidamente en cara entonces- es de cajón de pino pensar que lo mismo va a pasarle ahora y que ni aquéllas ni estas excusas van a valerle ahora para evitar la sangría de votos que va a suponerle su acobardada actitud y el definitivo desplome de su posición como líder de un partido y de un país que, lo que menos se puede esperar es que le truquen la vara de medir cuando se la dan tan de vez en cuando.
Sabedor como es de que al pobre Pedro Sánchez, le quedan menos vidas que a mí en el Candy Crush, Don Mariano se ha citado con el líder socialista el próximo lunes para quitarle los pocos empastes que le quedaban intactos tras los vapuleos de hace 48 horas. Se escuda en que con el único con el que está obligado a debatir un presidente del gobierno es con el líder de la oposición y no le quito la razón. Pero a un hombre que se ufana de haber sacado al país de la crisis con su firmeza y su habilidad para escalar promontorios de heces socialistas, lo menos que se le puede pedir es que arriesgue, que no se esconda, que no coja el rábano por las hojas y que haga como la mujer del César, que sea, de verdad, un hombre convencido de su legado y que no tenga miedo de discutirlo con quien sea. O al menos que no lo parezca.