domingo, 7 de noviembre de 2010

La madre del monstruo


Dice Rojas Marcos que existe una tendencia muy marcada a imaginar que los asesinos o los violadores son ajenos a quienes nos horrorizamos con sus crímenes, una especie diversa a la formamos los que cerramos los ojos ante el resultado de sus acciones. Es, por supuesto, un muro defensivo que levantamos para evitar asumir el hecho de que aquellos a los que llamamos monstruos comparten con nosotros hasta el último átomo de humanidad y que no surgen del infierno por generación espontánea.

Y es que lo comprendamos o no, quienes torturan o asesinan llegan a este mundo por el mismo canal que cualquiera de nosotros y, en consecuencia existe siempre una madre o un padre que, en muchas ocasiones (sin duda, en otras no) deben vivir con el remordimiento o la culpa insoportable de haber criado un monstruo. ¿Dónde me equivoqué? ¿Hubo opción de cambiar las cosas? ¿Pude detener lo que creía intuir y no lo hice? Eva, la protagonista de "Tenemos que hablar de Kevin", una excelente novela de la norteamericana Lionel Shriver a la que acabo de dar carpetazo, intenta dar respuesta a todas estas incógnitas.

La forma elegida por la escritora norteamericana para contestar a estas preguntas es epistolar, estructurando el relato en forma de largas cartas que Eva Khatchadourian escribe a su marido, Franklin, y en las que analiza todo cuanto precedió, sucedió y generó "aquel jueves" en el que el hijo de ambos, Kevin, acudió a su instituto y cosió a flechazos con su ballesta a una docena de sus compañeros de clase.

Su forzada maternidad, generada más por el deseo de no estar sola que por el de perpetuarse, los primeros indicios de que algo anda mal en Kevin (su ceñudo silencio, las rabietas incontrolables) los accidentes que empiezan a generarse a su alrededor, sus desafíos apenas encubiertos, el modo en el que manipula a cuantos permanecen en su radio de acción. Eva se culpa por aquello, por haber visto claramente la maldad que anidaba en el interior de su hijo y no haber sido capaz de detenerlo, pero también culpa a su marido por haber estado ciego y, por supuesto, nunca haber querido hablar con ella sobre lo que Kevin generaba a su alrededor. Ahora, cuando todo se desmorona a su alrededor es cuando tiene que afrontar que su hijo es, sencillamente, un monstruo. Culpa, dolor, desconsuelo, desesperanza.

No es esta, sin duda, una novela fácil de leer. Shriver no se anda por las ramas y en las cartas de Eva, aparecen en impúdica desnudez todos los males de nuestra sociedad y todo lo que permite la disolución de la familia (la falta de comunicación, la cultura televisiva, la avaricia) . "Tenemos que hablar de Kevin" es cruda, violenta y amarga (la imagen tradicional de la maternidad es pulverizada por la escritora norteamericana que no duda en poner en boca de la doliente Eva algunas frases verdaderamente demoledoras sobre lo que supone ser madre) e, incluso, esporádicamente, en sus más de 600 y absorbentes páginas hay lugar para un humor negrísimo, como petróleo concentrado, ácido, oscuro y corrosivo.

Resulta tal vez excesivo y maniqueo el retrato de Kevin como pura maldad desde su más tierna infancia y resulta poco sostenible la estupidez ilimitada con la que Franklin hace caso omiso a todos los avisos de Eva acerca del carácter diabólico de su hijo, pero esos detalles, aunque empañan un tanto el resultado final no lograr evitar que "Tenemos que hablar de Kevin" sea una obra apasionante y absorbente que no se despega de tus dedos y que pide gritos una adaptación cinematográfica con la que David Cronenberg haría maravillas.

4 comentarios:

Mike Lee dijo...

Me llama mucho la atención el punto de vista que adopta el libro, puede ser un retrato interesante.
Intentaré echarle un vistazo, gracias por la recomendación.

¡Saludos!

Tarquin Winot dijo...

Es de esas obras que se asientan en tu cabeza durante mucho tiempo, Mike. Sin duda, te gustará.

Cristina dijo...

Hola! he visto que te has pasado por mi blog y te devuelvo la visita :)
es curioso que justo tu entrada sea sobre este libro. ya que ha sido uno de esos libros que siempre tengo en la mano en la librería, pero al final nunca cojo...creo que después de tu crítica le daré una oportunidad definitivamente.
un saludo!

Tarquin Winot dijo...

No te arrepentiras, Cristina. Gracias por pasarte por estos lares.