miércoles, 23 de noviembre de 2016

Schubertior

Por suerte o por desgracia, en Madrid, el ruido te rodea. En ocasiones son las sirenas, el barullo infernal del trafico desquiciado. Tambien hay convesaciones ruidosas, exabruptos, niños llorando o riendo, padres en alerta roja, martillos pilones o camiones descargando y cargando a cualquier hora del día o de la noche. En ocasiones también hay musica. Espantosa la mayor parte de las veces. Sorprendente, hermosa y desconocida en algunas contadas ocasiones, como la que salía de una ventana hace unos días y que gracias a San Shazam pude saber que era una de las seis piezas que componen los Moments Musicaux o Momentos Musicales del compositor austriaco Franz Schubert.

En un Post-it a una cara podría escribir todo lo que conozco de la obra de ese artista: el archiconocido quinteto de "La trucha", el Ave María y poco más. Imagino que si me pongo el "grandes éxitos" de turno de Spotify alguna melodía más reconoceré. De su vida conozco algo más (no mucho, en cualquier caso) por la defensa colosal de su vida y obra que hace James Rhodes en su libro "Instrumental" (por cierto, una obra redonda que no deberian perderse si aman la vida y la música). Bajito, acomplejado, siempre a disposición de la caridad de sus amigos para sobrevivir, con un talento y una creatividad asombrosa (cientos de canciones, ocho sinfonías, dos decenas de sonatas para piano, etc) para una vida que apenas superó los treinta años y que estuvo dirigida por el desprecio, la falta de reconocimiento y una naturaleza enfermiza y quebradiza que terminó arrasada por la sífilis. Como ven, un magro botín de conocimientos cuando se habla de una obra tan descomunal y, al parecer, tan hermosa y brillante como la que creó este hombre. Mea culpa. 

Los seis Momentos Musicales que han puesto en primera fila de mis intereses al amigo Franz son composiciones ya tardías (se publicaron poco antes de su muerte), de una libertad formal absoluta y completamente diferentes entre ellas. Son obras para piano que van desde los apenas dos minutos del tercero de ellos a los casi ocho del último. Los hay con ritmo moderado, diabólicamente acelerados y algunos que convierten los adagios tradicionales en speed metal. Son obras con melodías amplias que no parecen repetir motivos y que sin embargo lo hacen bajo unos ropajes que uno tarda en digerir pero que cuando lo hacen asombran por su inocente complejidad. 

Me tienen loco desde hace una semana, la bella Señora Winot y las herederas pueden dar fe de ellos, especialmente el segundo de ellos, el que me asaltó a plena luz del día y me dejó en cueros musicales en una calle de Madrid aparentemente segura, el sitio menos proclive a ser el escenario de una epifanía melódica que uno pueda imaginar, el que aquí les dejo en la interpretación inmejorable del maestro Alfred Brendell. Dedíquenle los poco más de cinco minutos que dura (el día dura 24 horas, seguro que se lo pueden permitir), no se me duerman (aunque el autor ya se encargará a media pieza de que vuelvan de las tierras de Morfeo si se ha dado el caso) y descubrirán algo muy superior a la media. Disfrútenla.


2 comentarios:

Holden dijo...

La música clásica mola un montón, aunque tiene que apetecerte escucharla. Pero claro: infinitamente mejor que te pongan música clásica en el Metro que no que te sientes al lado del clásico niñato con reguetón a tope en el teléfono. No le estallará en las manos, no. Arg.

Voy a escuchar estas piezas a ver si me suenan tan bien como a ti ^^

Tarquin Winot dijo...

Eres un tipo sensible, Holden, seguro que te toca la fibra. El del reguetón también me toca, pero otra cosa, la verdad...