sábado, 21 de mayo de 2011

Desde el desvan: Rozando la perfección


Con motivo de la reciente melodía escurridiza, aprovecho para recuperar "Rozando la perfección", la entrada en la que hablaba de mi enfermiza pasión por "La huella". Se trata de una verdadera antigualla del ladrillo, con casi cuatro años de antigüedad y en esta ocasión, apenas he modificado una coma. Sólo aclarar que la premonición a la que hace referencia el último párrafo obviamente se cumplió y la revisión de la obra que realizó Kenneth Branagh resultó plomiza, risible, fallida y completamente innecesaria.

El fondo tampoco ha cambiado: sigo viendo películas y ninguna alcanza ni de lejos el grado de fascinación que la cinta de Mankiewicz me produce cada vez que la veo. Si con los ardores de la adolescencia y los excesos de la treintena no han logrado destronarla, Olivier, Mankiewicz y Caine (cuando le toque dentro de muchos, muchos años) pueden descansar tranquilos: serán reyes para siempre.

Rozando la perfección (07/08/2007)


Un gran vaso de pis. De tan escatológica y poco afortunada forma despachó Michael Caine a "Sleuth", la obra de teatro de Anthony Saffher que a principios de los setenta triunfaba en los escenarios de Londres. Ironías de la vida, pocos meses después, en 1972, el magnífico actor británico se llevaba su segunda nominación al Oscar por la adaptación cinematográfica de dicha obra de teatro que protagonizó junto a Laurence Olivier y que dirigió Joseph Leo Mankiewick.

Siento adoración por muchas películas. No pasa un año sin que revise total o parcialmente "El padrino", "Un tranvía llamado deseo", "El guateque", "L.A. Confidencial", "Sed de mal", "Cantando bajo la lluvia", "Los puentes de Madison" y un buen puñado más de indiscutibles clásicos. Me gusta recrearme con escenas, diálogos, interpretaciones, momentos estelares y siempre hay algo nuevo que no recordaba claramente o que, con el transcurso del tiempo aprecio de una manera diferente. Pero "La huella" es algo más.


Durante una época la veía entera cada mes, tenía grabado el sonido de la película en una cinta magnetofónica y la ponía como música de fondo mientras leía o mataba marcianitos en el ordenador. Su excepcional banda sonora a cargo del músico británico John Addison se ha convertido en mi Santo Grial particular y continuo mi particular cruzada en localizarla (nota de 2011: misión cumplida).Conozco cada movimiento de cámara, cada frase, cada plano, cada subida de tono. La he visto en castellano, en inglés ¡y en mejicano. En el cine y en el salón de mi casa, en DVD y en VHS. Incluso ahora, ya pasada esa etapa procuro verla, al menos dos veces al año. Dicen que no existe la perfección y yo no soy nadie para enmendarle la plana a tanto sabio que lo mantiene, pero, cinematográficamente hablando, "La huella" es lo más cercano que yo conozco a tan ideal estado.

No es bueno explicar mucho del argumento de esta película. Andrew Wyke, famoso escritor de novelas policíacas (Olivier) invita al pretencioso Milo Tindle (Caine) a pasar un fin de semana en su inmensa mansión. Al poco tiempo, descubrimos que este último, peluquero de profesión, mantiene una relación amorosa con la mujer del histriónico literato. Es el primero de los muchos y sorprendentes giros que regala el espléndido guión redactado a cuatro manos entre el autor del libreto teatral original y el director de la película, el siempre genial Mankiewicz, el cual no se limitó a teclear lo dictado por Shaffer sino que aportó algunas de las grandes ideas de la película, como el laberíntico jardín en el que se desarrollan los primeros minutos de la cinta, las habitaciones plagadas de juegos y autómatas que nos muestran el carácter infantil y perverso del personaje de Olivier o la reconstrucción del personaje de Michael Caine que pasa de ser un judío dueño de una agencia de viajes en el texto teatral original a peluquero italiano en la adaptación cinematográfica con la finalidad de darle un aire más seductor y cosmopolita.

Si el guión es una obra maestra, las interpretaciones no le andan lejos. Tanto Olivier como Caine estuvieron nominados al Oscar por sus interpretaciones y no tengo duda de que si cierto Vito Corleone no hubiera andado por allí el día en el que se dieron los premios, la estatuilla hubiera amanecido en la chimenea de uno de los dos. Como recoge Carlos F. Heredero en su obra homónima sobre Mankiewicz, al principio del rodaje, ambos actores recelaban el uno del otro por su respectivo prestigio en el teatro (Olivier) y en el cine (Caine). Además, las largas parrafadas que ambos personajes tienen durante el metraje provocó más de un dolor de cabeza y lagunas de memoria que no ayudaron , precisamente, a relajar el ambiente. Parece que, finalmente, solucionaron sus problemas, a la vista del auténtico recital que ambos actores ofrecen en las más de dos horas de películas.


Nada de esto hubiera sido posible sin la labor tras la cámara de Mankiewicz en el que fue su último trabajo como director. Con sesenta años cumplidos, el autor de "Eva al desnudo", "Cleopatra" o "La condesa descalza" hace una labor prácticamente perfecta. Nadie ha sabido rodar la palabra como lo hizo el cineasta norteamericano. En todas sus películas, el dialogo es el elemento fundamental. Los personajes se desarrollan a través de la palabra. Sus actos son únicamente consecuencia de lo dicho. Ya lo demostró con creces en sus anteriores películas, pero nunca con mayor maestría que en "La huella". Conseguir que durante más de dos horas no puedas apartar la mirada de la pantalla para seguir a tan magro plantel de actores que además apenas dejan de hablar durante todo ese tiempo, sólo está al alcance de los genios.

Se anuncia ahora una nueva versión de esta obra maestra con el aliciente principal de ver a Michael Caine en el papel que, en su momento interpretó Laurence Olivier con Jude Law retomando el de aquél y Kenneth Branagh el de Mankiewicz. En principio, la idea, aunque innecesaria parece contar con buenos mimbres. Ahora bien, dado el carácter casí sagrado que, para mí, tiene esta película, me planteo seriamente si verla o no cuando la estrenen. Sobre todo sabiendo que la perfección no existe.

2 comentarios:

Mario Salazar dijo...

No sabía de ésta película, pero por el entusiasmo con que la describes, me la apunto, Michael Caine me agrada, muy inglés él pero capaz de ser irreverente y hasta cómico, Mankiewitcz es un cineasta para tener en cuenta, buscar en su filmografía y encontrar maravillas. Un abrazo.

Mario.

Tarquin Winot dijo...

Corre a por ella, Mario. Aunque ten cuidado, lo que allí vas a ver, puede cambiarte la vida. ;-D